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Magic Hat, Wand and Cards

Este relato se incluyó en de la colección Cuentos oníricos, de 2009 y forma parte del mismo universo que la saga Héroes de Bronce.

-teXt : Retribution-

La lluvia se supone un elemento limpiador del mundo. Lágrimas de ángel, que purifican la tierra eliminando la contaminación existente. En algunas historias de épocas pasadas, estas gotas de agua que caen del cielo respondían al estado anímico de algún héroe, de los pocos que quizá siguen vagando por ahí adelante. Brilla la luz sobre mí... aunque me dirijo hacia la oscuridad. ¿Qué ha sido eso? ¿Un sueño? ¿O quizá una ilusión? Lluvia que purificas el mundo. ¡Haz que llueva para mí!

Y, tras esto, el silencio...

 

- Parece que ha parado.

Un lugar perdido en el tiempo y el espacio. Dos figuras cuasi siniestras aguardaban que despejase para proseguir la marcha. Por supuesto, estas dos figuras se desvelarán una vez sean captables a la vista del lector.

- Vaya, hombre. Justo cuando no hay prisa, hay que moverse otra vez. - y, diciendo esto, una de las figuras, que se hallaba sentada en el frío suelo, se puso en pie apoyándose en una suerte de palo de cierta longitud - Parezca que el cielo vaya en nuestra contra...

Y con qué hastío lo decía. Ahora, el brillo del recién descubierto Astro nos deja ver las figuras con más precisión. Un joven pelirrojo aguarda impasible a las puertas de una ruinosa construcción, lo que en su día pudo ser una especie de capilla. Saliendo de la pretérita capilla, otro hombre algo mayor que el primero, más alto y con la melena invadida por las canas... De todas formas, y dada la expresión del rostro, un tanto fantasmal y con grandes y ostentosas ojeras decorando ambos ojos, es más que probable que las canas no fueran en absoluto producto de la edad. Una compañía de zombis en pleno día... o quizá no: es posible que sean todo lo contrario.

- Nuestro siguiente objetivo nos espera. ¡Debemos darnos prisa! - así habló el joven pelirrojo. Ímpetu en toda su gloria.

 

Un camino separaba a los dos, digamos, exploradores, de ese aludido objetivo. El cielo, aunque ennegrecido por las nubes, dejaba al Astro Rey proyectar su amable luminosidad sobre el paisaje para alegría de los valientes yerbajos que aún germinan sin descanso, repitiendo un ciclo infinito, en aquellos inhóspitos parajes donde el rocío constante mantiene viva toda esa naturaleza macabra. Salvo algún que otro senecto árbol o monumento ruinoso, lo que más importaba era el inalcanzable camino pavimentado en piedra: la maravilla de la Era Antigua de la Humanidad. Y, tras ese camino, el motivo de este viaje.

 

Viento suave y el cielo sin acabar de despejarse. Incansables, prosiguen por la senda pedregosa.

- ¡Aaagh...! - ¿qué ha sido del ímpetu de la juventud? - Deberíamos parar a descansar...

- ¿Fui yo quien dijo que siguiéramos? Cuando tomas una decisión, ¡adelante con ella! Echarse atrás es de cobardes.- palabras del cadáver andante que, como buen fenecido, ni siente, ni padece. Y es que, ¿cuándo fue el sarcasmo un sentimiento?

- ¿Qué hay de las provisiones que traíamos, maestro? - aún en marcha, pero forzada, pues arrastra el cansancio con el mismo hígado.

- Te has ventilado gran parte antes de emprender viaje. ¿Ya estás sin fuerzas? - el burlarse de su discípulo ha de ser lo que mantiene vivo a este ente. Eso y la otra parte de las provisiones, quizá.

- Pero, ... - ya sin el control de sus articulaciones, a causa de la monótona caminata - ... aún así, debería quedar comida para varios días...

Debían ser cuervos los que se oían graznar, con su revoloteo fúnebre, por el claroscuro de aquellos parajes. Aún así, ¿tantos? ¿Y tan concentrados... a espaldas del joven pelirrojo? No quedaba comida, cuando las provisiones alcanzaban holgadamente para todo el viaje... Los cuervos amontonados a sus espaldas... y el maestro, aunque, si bien por la fachada no lo parecía, aún estaba vivo. Conclusión del joven:

- Maestro... - quizá en una conjunción de ira homicida confinada - ¡¿Ha estado dando de comer a los cuervos?! - pero la ira siguió confinada en el interior de joven.

Con las últimas migajas en la dura roca y el resto de la comida alejándose al vuelo, no fue necesaria mayor confirmación. Entre la presión del cansancio, el hambre y la bomba de relojería que no llegó a estallar, el cuerpo fue vencido por la desesperación y el joven se desplomó sobre el camino. Debe ser duro caminar con un muerto siguiéndote por detrás, pero aparentar éste más vitalidad que el vivo que le precede... un auténtico cuadro de la llamada al Infierno. Mas no hay tiempo para desvanecerse.

Recobrando milagrosamente parte de aquel ímpetu, nuevamente en pie a pesar del agotamiento, desenrolló el joven discípulo el pliego que había motivado el viaje. El porqué... se verá más adelante.

 

-Guardianes del Texto:

Los eruditos Viel Oliviera e Izmael Ecthelion han sido convocados para la exploración de la antigua catedral de Lumos, situada al Este de los campos valdíos, en las coordenadas Lt12º20'15''S - Lg30º07'12''E, Superficie. El objetivo de la exploración consiste en recuperar todo manuscrito o texto impreso de valor para la Sociedad de Eruditos. Se recompensará apropiadamente según la calidad de cada reliquia hallada y debidamente devuelta a la Sociedad.

Fd.: Prof. L. Utrecht-

 

PS: Confío en vosotros dos para tamaña misión.

 

- No le des tanta vuelta. Esa pequeña harpía nos la ha vuelto a jugar... - así habló el maestro.

Viel y su aprendiz Izmael habían entrado en la Sociedad de Eruditos en tiempos distintos. Cuando el maestro dejó de formar equipo con la profesora Lilia Utretch con motivo del ascenso de la misma, Izmael fue asignado a él como discípulo. Por aquel entonces, el joven Izmael era temerario e impetuoso... y, realmente, así fue siempre y morirá siéndolo, muy posiblemente. Pero, ¿qué son estos eruditos y qué es la Sociedad a la que pertenecen? Guardianes del texto, buscadores de reliquias o atesoradores de antiguos documentos, los eruditos cargan con una misión: encontrar y proteger la Verdad de las Eras. Ambos viajeros forman parte del enredoso entramado.

La Catedral de Lumos no había pasado todavía por una inspección a fondo de la Sociedad. ¿Quién sabe qué tesoros guardaría en su interior? Viel, por supuesto, se hacía una ligera idea. Izmael, por su parte, tenía la cabeza en otros menesteres...

 

-Aah... - no, no se ha muerto, pero su mente está en un universo paralelo - la letra de la profesora...

-Mira que atraparte con su canto de sirena, eres terrible.- Izmael ni caso; él seguía fantaseando con la letra del pliego, lo cual no dejó más remedio al fúnebre tutor que...- ¡Maldición! ¡¡Espabila de una vez!! - acompañado de un golpe diligente en la cara del joven.- ¡No te me duermas en los laureles! Tenemos que seguir con nuestro objetivo.

Incorporándose nuevamente y de nuevo en el mundo de los vivos, el joven Izmael se fijó en lo que mostraba el horizonte. Desde donde él estaba podía verse, rodeada de nubes infinitamente más negras que las que aún decoraban su cielo, una siniestra e imponente construcción en mitad del camino. La ausencia de prominentes elevaciones de terreno hacían fácil esta visión. Prácticamente frente a los dos eruditos se erigía... la cuasi-inexplorada Catedral de Lumos.

Esto les dio motivo para apresurar el paso y, a pesar de la falta de alimento, en breve llegaron a las puertas del majestuoso lugar.

Las nubes volvían a danzar en siniestra conjunción... Sería bueno comenzar el registro y así estar guarecidos. De hecho, así fue, bien por ansia, bien por no querer mojarse. Viel e Izmael se hallaban ya en el interior de la antigua catedral, cuya altísima techumbre parecía indicar que se trataba de un lugar reservado a entidades de orden superior. Estatuas descabezadas de gárgolas y ángeles completaban la decoración y el gran ábside podría interpretarse como una llamada al más allá que se ofrecía en un mundo donde la esperanza sólo se veía a veces en algún cuento de fantasía.

Todo parecía apacible. Inmensamente lúgubre, pero apacible.

Izmael se mostraba impresionado ante toda esa magnificencia siniestra:

- Impresionante. ¿Y aquí es donde está el manuscrito legendario?

- Parece que hay más cosas a parte del "manuscrito legendario".

Ciertamente, había algo más. Puesto que Viel había pasado su larga y desaprovechada vida de muerto viviente metido en ruinas, ni se fijó en la aburrida y penosa decoración... Suele pasar que, en casos como éste, en que un erudito experimentado y su absolutamente inútil discípulo son enviados a expoliar ruinas antiguas por mandato especial de la viperina de turno, lo que uno se encuentra nada más entrar en el lugar en cuestión no suele ser, como cabría de esperar para la mente inexperta, "nada". Ni hablar. Un "manuscrito legendario", en palabras del joven Izmael, traía consigo la aparición de toda clase de espectros y fuerzas sobrenaturales a su alrededor... Obviamente, no se iba a producir una excepción y menos estando Viel en el ajo.

Lo que el hombre cadáver había avistado eran un par de formaciones fluctuantes a escasa distancia de los dos eruditos. Ni que decir tiene que este tipo de formaciones tienden a ser poco amistosas con los forasteros.

- Ectoplasmas... - así los llamó Izmael, echando mano a su zurrón y situándose en posición de combate - ¡Maestro, las armas!

Con lo poco que le gustaban a Viel las peticiones bruscas... Pensó que con el ascenso de Lilia se habrían terminado, pero qué va. Haciendo de tripas corazón, se dispuso a desenvolver el palo que llevaba consigo, de donde salieron... ¡dos palos! Con una mano rebuscando en su zurrón y la otra sosteniendo estas "armas", el maestro erudito lanzó una al discípulo, quien la atrapó al vuelo instantes antes de que los ectoplasmas se abalanzasen sobre ellos. Gracias a ello, pudo parar la primera embestida y, acto seguido, blandir su... ¿cetro?

- ¡Maestro, me ha lanzado el arma que no es! - de hecho, Izmael era diestro con la espada y no con otra cosa.

Viel se percató de que, efectivamente, lo que le había lanzado a su pupilo era SU cetro y que lo que sostenía en la mano era la espada del chico. Bastó un lanzamiento certero con el que maestro y discípulo intercambiaron armas, aunque ello le costó un golpe directo a Izmael por parte de uno de los fantasmagóricos atacantes. De todas formas, un erudito no se pasa la vida eliminando espectros para caer ante el primer rasguño, con lo que se irguió velozmente al tiempo que desenvainó su espada y asestó un corte al atrevido ectoplasma que lo partió en dos antes de que pudiera darse cuenta del ataque.

- Atontado... - con amor, de Viel. No sin motivo, pues las partes en que había dividido Izmael al espectro con su corte formaron dos pequeños ectoplasmas con las mismas ganas de pelea que el anterior. - ¡¿Pretendes acabar con ellos a cuchilladas?! - Y, mientras le gritaba al inepto de su alumno, espantaba con el cetro los ataques hacia su persona sin prestarles demasiada atención.

Como seres parcialmente inmateriales, los ectoplasmas requerían otro tipo de ataque para ser destruidos. La verdad es que Izmael debería haberlo sabido, pero, una vez más, el ímpetu se impone ante la razón. Es lo que hay... Entre suspiros y pensamientos sobre horribles torturas que practicar con su discípulo, Viel pudo sacar de su zurrón lo que a simple vista podía parecer un libro... y, de hecho, lo era.

- Agh... ahora tendré que limpiar lo que has ensuciado con tu maldita espada. - y, sin dejar de maquinar siniestreces, Viel se arrojó contra los dos pequeños espectros con el libro sujeto por una de sus mitades, con lo que lo dirigió completamente abierto contra ambos ectoplasmas, quienes fueron absorbidos por el remolino que generó el extraño volumen al hacer contacto con ellos. Por lo visto, los seres cuasi-inmateriales, como era el caso, se eliminaban de este modo: usando los libros. - Hale, acaba tú con el que falta y busquemos el maldito documento...

¿Confianza? ¿Acababa de confiarle a él, a Izmael Ecthelion, la eliminación de un ectoplasma? En realidad no, sólo estaba cansado, pero bueno... Izmael pudo interpretarlo perfectamente como un voto de confianza por parte de su maestro. Y fue que, estando el espectro expectante por si el joven lo obsequiaba a él también con una mitosis maravillosa, agarró Izmael su libro para usarlo contra su oponente... o no, pues lo que hizo el joven pelirrojo fue abrirlo de par en par frente a él y, tras esto, invocar no sé qué fuerza oculta que desembocó en un rayo de luz blanca que serpenteó a su alrededor hasta acabar envolviendo el filo de su negra espada, la cual se disponía a usar de nuevo contra el otro ectoplasma. Y fue que, en un arrebato jamás visto de ímpetu y fuego pasional, desgarró el tejido vital del ectoplasma, desvaneciéndose éste al recibir el corte del filo su espada.

- Heh... - orgulloso de su hazaña, se volteó el alumno hacia su maestro, envainando la hoja de la victoria - Puedo acabar con ellos con la espada, a cuchilladas.

- Tus métodos son demasiado problemáticos... - por lo visto, pudo más el hastío del maestro que sus instintos homicidas - Venga, registremos este lugar y acabemos de una vez.

Así es que comenzaron con el tan deseado registro en pos de lo que sea que motivó las sospechas de los jefes de la Sociedad de Eruditos. El estado absolutamente ruinoso, con agujeros de gran tamaño en cada pared, y la acústica que caracteriza a toda catedral facilitaron el registro en gran medida. Desde la nave principal, Viel podría oír con claridad si su torpe discípulo encontraba algo en su expedición por la bóveda y sus alrededores. A nuestro cadáver nunca le entusiasmaron demasiado las alturas, por no mencionar las pocas ganas que tenía de ponerse a subir escaleras, escalar paredes o lo que fuera que estuviese haciendo Izmael para adentrarse en los misteriosos y elevados lugares de su exploración. Cabía la posibilidad de rastrear la cripta, pero Viel prefería mirar primero la planta baja, ya que implicaba mucho menos esfuerzo y considerablemente menos espectros que lo molestasen.

Cuando pensaba en todo lo pasado, su expresión mortuoria se tornaba cuasi mística. ¿Era esto el trabajo destinado a un Guardián del Texto? Divagando en un océano inconmensurable de posibles respuestas, su actitud resultaba taciturna en extremo. Tan inmóvil que ahora sí parecía haber acabado sus días tiempo ha. Sin embargo, este pensamiento siempre era interrumpido por alguna intromisión del exterior... y esta vez no iba a ser una excepción, ni mucho menos.

- ¡Maestroooooo! ¡Aquí! ¡He encontrado algo! - Izmael, todo juventud y energía.

No pararon de acribillar los gritos del joven al pobre Viel, que se acercaba a paso seguro con las habituales pocas ganas de enterarse del motivo de tamaña reacción por parte de su alumno. Al fin escalado el vestigio de muro que lo separaba de la fuente de su mortal dolor de cabeza, el maestro se reunió con su discípulo. Allí, en un punto que competía por ser el más alto de toda la construcción eclesial, se hallaba lo que posiblemente fuera el motivo de su extenso viaje... y lo había encontrado Izmael.

 

Un trueno. Parecía que iba a haber tormenta. Viel se dispuso a sacar rápidamente el libro de su zurrón para descifrar el monolito de piedra que había hallado su impaciente discípulo, quien ahora intentaba sacar en claro una suerte de traducción usando su propio libro. Entusiasmado, pero inútil. Aquel texto poseía tal complejidad que incluso él, el maestro, necesitaba de su libro para realizar una labor más o menos fiable. Pero, una vez expuesto mínimamente al aire, el tomo de Viel comenzó a brillar intensamente, emitiendo a su vez un calor abrasivo del que sólo el propio libro parecía estar a salvo. Sorprendido por semejante reacción, el maestro no pudo sino dejar caer el libro en el pétreo suelo; y fue entonces, y sólo entonces, cuando resonaron libro y monolito en una sinfonía diabólicamente hermosa que mantenía con la incipiente tormenta una pavorosa arritmia que amenazaba con demoler los mal fundamentados cimientos del vetusto lugar. La piedra donde estaba inscrito aquel texto comenzó a resquebrajarse, para horror de la Sociedad de Eruditos e incluso el mismísimo Viel Oliviera, conocido por su escepticismo y desinterés hacia prácticamente cualquier cosa, parecía estar expectante del suceso. Izmael, por su parte, se agarró a la pierna de su maestro siguiendo un absurdo acto reflejo.

 

Y ése fue el fin. Lo último que vieron maestro y discípulo fue la imagen incierta de una valkyria, guardianes de las puertas de otro mundo. La tormenta se tornó en una lluvia de fuego que arremetió contra toda forma de vida existente, barriendo la corrupción de la faz de la tierra con radical severidad. Vida extinguida, masacre. La última voluntad de aquéllos que vivieron muriendo y acabaron sus días derramando lágrimas necrosadas, vaciándose de odio y ansias de venganza... lo único que ataba a la vida a estas entidades. Aquí su última voluntad: que cada uno de los seres que pueblan este mundo corrupto sufra lo mismo que ellos sufrieron. Viel lo sabía y aún así accedió a la petición de la Sociedad para registrar aquel monumento inmortal y traer de vuelta su legado. Pudo tratarse de un vulgar mito, pero todas sus dudas se disiparon al descifrar aquel maldito texto.

Así rezaba el monolito de piedra.

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