Antes de empezar la historia
- Skale Saverhagem
- Apr 25, 2013
- 7 min read
(por Skale Saverhagem ~ 2013)
Es sólo otro de esos encargos para pordioseros incapaces de conseguir un sueldo. Dad gracias de que la divina Kriegar no tenga nada mejor para llenarse la panza esta semana, pensaba mientras se ponía la chaqueta y salía a pasear por los suburbios. Todo igual de sucio que siempre, y húmedo. Tendrían que saber que la humedad hace que la ropa se degrade antes... pero, qué coño, sin duda lo sabían. Sólo pretendían que gastase más y así fuese mendigando contratos de mierda cada vez que una rata empezaba a parecerle un animal apetitoso.
Pues allá iba, sin nada que perder y muchas razones para potar. ¿Alguien le quería recordar por qué hacía esto? No, ¡al carajo! Después de maldecir su cobardía, aterrizó en alguna clase de callejuela, ésas donde el único pordiosero bueno era uno muerto... y aún así tampoco era prudente acercarse demasiado. El lugar idóneo para empezar.
– Eh, ¿sabes... – una mano sombría salió de la gabardina del interfecto – ¡mierda, suéltame!
Esto no va a salir bien, Kriegar... era lo que había pensado antes de aceptar. Estas cosas le pasaban por no hacer caso a sus pensamientos.
Necesitó más de una patada para sacarse aquella mano pustulosa de encima. Después de aquello tendría que llevar la bufanda al veterinario, como poco... genial, otro gasto.
– ¡Capullo! ¿Con quién crees que estás tratando?
Capullo alzó la vista.
– Ya me estás diciendo lo que sabes sobre ESTO – y enseñó un papel.
– M... mierda, yo no he pasado esas anfetas. ¡Eso es cosa de la policía! No la que tú conoces, la otra policíaaaayayayayay, ¡me haces daño!
Tendría que añadir el guante izquierdo a la cesta de ropa infectada.
– Estoy aquí para encontrarlo – dijo señalando una esquina pequeñita del papel.
Era un tipo guapete... muy sucio, probablemente desnutrido y con más de una enfermedad peligrosa, pero si le quitasen todo eso seguro que quedaba un tipo guapete. O algo así. Al lado venían los datos de un laboratorio suburbano y arriba, en letras grandes y rojas, un anuncio de anfetaminas con garantía de fábrica y un cupón de descuento.
Oh, y bajo la fotografía un nombre: Kélor.
– ¿Desde cuándo aceptas tú encargos tan mierd... oh, valevalevale tranquilízate – tosió sonoramente y luego escupió algo que un día pudo haber sido sangre.
– ¿Y bien? ¿Sabes algo?
– ¿Qué coño quieres que sepa? Ya es complicado de por sí estar pendiente de que a mi mano no le dé gangrena como para fijarme yo en cobayas fugadas – y una vez dicho esto, se rascó la susodicha mano con avidez perruna –. Puede andar por cualquier lado, a esos tíos les quitas la mierda y están desorientados – rasca, rasca –. Sería raro ya si no se ha muerto, ¿cuánto dices que...? Joder, ¿a mí qué me importa?
– Desde hace cuatro días. Y no importa lo que digas, lo encontraré y entonces verán quién es Kyra Kriegar – y salió del callejón con las gafas puestas.
– Cuatro días... ese tío está cadáver.
Trece de Febrero, un barrio mediocre lindando con los suburbios y, por ende, con toda clase de pestes de la sociedad metropolitana. Allí, en una cafetería de las escasas que seguían inexplicablemente abiertas y, más curioso aún, a la que acudían clientes de todos los estratos de la sociedad, se había producido un curioso altercado en el que habían muerto dos hombres, una mujer y un perro dálmata. La policía había estado investigando y achacaron el crimen a una pandilla de adolescentes que intentaban perpetrar un atraco en el local. Uno de los cuerpos, de hecho, era el del cajero.
– Los otros tres eran una pareja joven y su perro – decía la inspectora mientras tomaba nota del crimen –. El cajero parece haber sido atravesado con el palo de una sombrilla y al otro hombre lo atravesaron con el perro... y luego les prendieron fuego. ¿Alguna pista de adónde han huido los sospechosos?
Uno de los policías se acercó corriendo a la inspectora. Estaba sudando.
– ¡Tenemos indicios de que ha escapado uno de los sujetos de pruebas del laboratorio, inspectora! El suceso se habrá producido a eso de las...
– No me distraigas y ve a hacer algo útil.
Ante la respuesta calmada de la inspectora y detrás de la escena del crimen, una figura corría desapercibida. Ese poli le había aclarado ciertas cosas a la poseedora de la esquiva figura... así que se trataba de eso, laboratorios encubiertos del gobierno como clandestinas destilerías suburbanas, unos adolescentes misteriosos prendiendo fuego a un pacífico restaurante y una insólita muerte con el cadáver de un perro como arma homicida. Una serie de pistas absurdas que podían pasar desapercibidas para el ojo inexperto, pero alguien con la intuición apropiada y una familiaridad proverbial con los casos peculiares que no figuran en el manual de la academia de criminología sabía que todo tenía una estrecha relación... y todas esas características se reunían en la joven Kriegar.
A estas horas la mafia ya debería estar buscándolo. Cuatro días eran suficientes para trazar un plan definitivo y asegurar las mejores rutas de escape de la ciudad... en los días del imperio esto ya estaría hecho, pensaba ella mientras seguía corriendo con la esperanza de no haber llamado la atención de ningún poli. Los otros posibles asalariados no le preocupaban mucho... después de todo, era un trabajo mal pagado y cutre a morir, así que toda la competencia consistiría como mucho en yonkis sidosos y prostitutas que quieren llegar a fin de mes.
– El caso queda archivado – oyó decir a la inspectora desde lejos.
Tenía cuatro a su izquierda, uno delante, dos en su diagonal derecha trasera y otros dos pisándole los talones. Al final habían dado con ella, eso era lo sorprendente... no el hecho de que hubieran dado con ella, sino que fuera a ella a quien estuvieran persiguiendo. Estos mafiosos no son normales, pensaba mientras tomaba callejas extrañas intentando despistar a sus futuros captores; pero siempre aparecían, inexplicablemente adelantándose a cada una de sus maniobras evasivas. Aunque intentara despistarlos metiéndose en alguna casa el resultado era del estilo de una viejecita senil frente a la mesa. “Hola, nieta. Siéntate, que se va a enfriar la sopita”. Acto seguido, tres mafiosos entraban por la ventana pegando tiros a todo objeto inanimado con ligeras posibilidades de interponerse en su camino, la vieja caía al suelo y Kriegar salía huyendo. “Nunca me ha gustado ese novio tuyo, querida”. A ella tampoco le había gustado, pero eso era otro cantar.
Saliendo por la puerta, cruzó por una esquina mientras miraba atrás para ver que nadie la seguía de cerca. Sin embargo, tenía a varios delante. Cuando los vio, se paró en seco... demasiado tarde.
– Ya está bien de tonterías – dijo uno de los mafiosos; todos iban uniformados y con gafas de sol enormes cubriéndoles la cara, así que era difícil precisar cuál –, vas a venir con nosotros.
Kriegar no entendía mucho... algo sí, pero definitivamente no demasiado. ¿Por qué a ella? Había muchos muertos de hambre en el área metropolitana, le dabas un puntapié a una lata y de dentro salían pordioseros. Este trabajo pintaba mal... llevaba pintando mal desde el principio, pero ahora pintaba peor. Y estaba empeorando por momentos.
– ¿N-no os habréis equivocado de persona? Yo no tengo nada entre manos, de verdad...
Uno de los mafiosos la agarró con brutalidad por el brazo.
– ¡A nosotros no puedes engañarnos!
– ¡Aaagh, soltadme! ¡¿Es que no sabéis quién soy?! ¡Yo soy la hija de la dueña de esta ciudad, maldita sea! No sabéis con quién os...
Pero a los mafiosos no parecía importarles. Después de todo, ni el traficante más imbécil creía a una mentirosa compulsiva.
– ¡Maldición, dejadme ir! ¡Soy la hija del comandante Schwaertz! ¡Soltadme u os arrepentiréis!
La ciudad estaba llena de ruido, nadie la oiría gritar, aunque lo gritara con todas sus fuerzas. Tampoco es que le fuera a importar a nadie, después de todo la gente pacífica no se mezcla con mafiosos. En aquel lugar era fácil volverse invisible, incluso sin querer. En realidad, bastaba con que necesitases verdaderamente ayuda.
El ruido se volvió especialmente potente... y la luz. En ese momento, Kriegar se dio cuenta de que el lugar en el que se habían parado estaba en mitad de la carretera.
– ¡¡U-un camión!! ¡Soltadme, que viene un camión!
– ¡¿Te crees que nos vamos a tragar es...?! – pero dio un poco igual que la creyeran o no, porque cuando fue evidente para todo el mundo Kriegar ya había escapado. Aprovechando la confusión, usó el camión como escudo para alejarse de allí lo más posible.
Había logrado dar esquinazo a la mafia, pero, ¿hasta cuándo? Tenía que apresurarse; si alguien estaba realmente detrás de ella y no eran los delirios drogadictos de una pandilla de frikis de los canales de crimen, entonces estaba en peligro. Además, no tenía la menor idea de por qué nadie estaría interesado en ella y eso hacía que fuese aún más peligroso.
No pensaba adónde huir, su cuerpo corría solo. Las calles amplias llenas de gente serían un camuflaje perfecto, especialmente para alguien tan delgada y bajita como ella. Por acto reflejo buscaba las luces, la oscuridad no ofrecería protección en esos momentos. Tenía una vaga idea de dónde estaba, en una plaza cerca del centro quizá o en una de esas calles cortadas para desfiles donde habían olvidado sacar el cordón policial. El caso es que había mucha gente, un montón, tantos que era raro que no la hubieran golpeado ya varias veces sin querer. Pero eso no parecía que fuese a pasar... se fijó en que la gente allí caminaba con una especie de lentitud fluida, sin tropezar ni agolparse, con la vista siempre fija en un punto ante su nariz. Se habría metido en una zona aristocrática o algo.
La ventaja de aquello era que nadie repararía en ella. Los pijos nunca miran a nadie, viven aislados en masa. Lo malo era que un mafioso o un cazarrecompensas la podría localizar desde el aire incluso sin prismáticos así que, mientras rezaba para que no hubiera francotiradores implicados, navegaba entre la gente intentando parecer todavía más pequeña... En ese momento lo vio, una imagen perturbadora, un hombre alto vestido de pordiosero lleno de heridas y con aspecto de no haber comido durante al menos cuatro días. Su presencia destacaba enormemente entre la multitud, era imposible que ninguno de aquellos aristócratas lo viera. Parecía ir a desplomarse en cualquier momento.
Allí estaba el sujeto fugado del laboratorio.
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