Capítulo 17 ~ ¡El manuscrito del desenlace! Los sucesos que siguen a la batalla contra la caballería
- Skale Saverhagem
- Dec 31, 2015
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Updated: Nov 13, 2024
Hasta aquí llegaban los heroicos hechos y hazañas que de Hakon y compañía se contaban. Lo último que aparece en el texto original era Laine enfrentándose en solitario al pelotón de caballería mientras declinaba el Sol y la sangre teñía su piel y su armadura del rojo del atardecer. Eso venía acompañado de una ilustración de toda la escena, con nuestra dama caballero en primer plano y un letrero debajo que decía 'Laine Halshire' y al fondo los jinetes denhurios cargando rabiosos contra ella, levantando polvo a su paso. Es cierto que algunas de las más legendarias y veraces historias sobre héroes grandiosos acaban de este modo sin continuación alguna, son éstas historias que dan ocasión al que la leyere de imaginar en su propia cabeza cómo podría ser el final, o incluso, si ese lector hipotético fuese además persona letrada y apta para las artes escrituriles, esta ausencia podría llevarle a elaborar una posible continuación a las aventuras que ha estado leyendo y que tanto gusto le dieron de ser leías; no sería la primera vez que sucede, y de un tiempo a esta parte fue común esta práctica antes de ser prohibida por las leyes humanas de los débiles de mente. En cualquier caso, no lo es éste el de las desventuras de Hakon el inexperto, paladín en ciernes y único caballero en todo el universo destinado a salvarlo de un desastre provocado por él mismo. Es verdad que la historia escrita, siendo la primera parte de ella los tres primeros capítulos y también llamada por otro nombre El caballero que acabó con el mundo, y cuya segunda y tercera parte se dividen entre el octavo y noveno capítulo y se llaman respectivamente Saga del destierro y El entrenamiento de Hakon, terminaba en este punto. Las aventuras, sin embargo, relatadas acerca de este caso prosiguen más allá; lo que ha sucedido es que son tantas las historias que se han contado a partir de aquí, y tan divergentes entre ellas, que la recopilación del resto de aventuras es confusa y curiosa. Unas han nacido del ingenio de los juglares, que ya en tiempos ancestrales y aún antes se dedicaron a cantar las hazañas de Hakon y compañía, y aún a inventar otras nuevas que nunca tuvieron lugar pero que gustaban al público; otras se dice que fueron escritas por el propio Kanth, autor a su vez de un calendario histórico sobre las Eras de la Humanidad, conocido comúnmente como “el calendario de Kanth”; en otras, finalmente, aparece el nombre de un tal Skale Saverhagem, autor de procedencia y origen incierto del cual se duda que existiera realmente y no fuera sólo un nombre que se ha ido asociando a varios y diversos autores a lo largo del tiempo y que algunos tomaron como suyo por el mérito y fama que ya tenía dicho nombre entre las gentes. Unas de esas historias han de ser verdaderas y otras no, mientras que otras habrá que conserven alguna parte de verdad y lealtad a los hechos entre otras de fingido efectismo. Esto es lo que sucede cuando una historia tan famosa como auténtica aparece en el mundo así inacabada, que son tantos y de tan variado talento sus admiradores, que las continuaciones acaban siendo infinitas y no todas de la maravilla de su original; tal es así que en muchas de las aventuras apócrifas aparecen los nombres deformados y a Hakon lo llaman Yacon o Jácome, y en no pocas el nombre de Kanth aparece escrito Chanz, Chante y de otras formas igualmente horribles; esto debido a la ignorancia de los cronistas y en historias consideradas exageradas, falsas y en general producidas por ingenios de poco talento. En cuanto a las aventuras que aquí se relatan, todas ellas aparecen en el propio Hikawachikón junto con otros verdaderos hechos de este mundo, y por tanto no pueden ser mentirosas. El avezado cronista que las trasladó del manuscrito a este libro cuenta incluso cómo se encontró con ellas en un mercadillo y que éstas se hallaban en el mismo con el de la historia original... y que lo que más le interesó fue que en todas se encontraba legible la firma K`OD, que quiere decir Kanth `O Diaphtheíron. También cabía la posibilidad de que el vendedor le estuviese timando y la firma la hubiera escrito él, y eso habría parecido al cronista – y no sólo a él, sino a cualquiera – de no ser porque todas las aventuras que allí se contenían eran de una calidad indiscutible en cuanto a la estética y hechos narrados; de tal modo, teniéndolos por verdaderos en una vista general, los adquirió y muy emocionado las copió todas en un nuevo texto. Por supuesto, esto no deja de ser una leyenda, como otras que se contaron acerca de ésta y otras historias con ánimo de darse importancia los que las cuentan al asociarse a sí mismos a tan famoso relato1. Es ejemplo de ello uno que contaba cómo él y otro amigo suyo habían subido a un monte con un burro a recoger leña un día de tormenta y al amigo le cayó un rayo que lo dejó muerto; su compañero lo llevó monte abajo dando tumbos en el lomo del burro y después de tres horas de viaje revivió y sólo le quedó el brazo mal; y tal era la fama de este suceso que todos querían hacer a su burro el hacedor de tamaño milagro y en cada aldea había al menos cuatro personas que afirmaban que era el suyo el que hacía los maravillosos masajes cardíacos; pero eso hace poco o nada al caso de la continuación nuestra historia. El caso era que habíamos dejado a Hakon y los suyos escapando de las fuerzas del orden, que en el mundo de aquel momento corrompido poco a poco por las fuerzas malignas que Hakon había soltado podrían ser, como mucho, fuerzas del caos ligeramente ordenado; huída sólo posible gracias a la honorable Laine, quien había impedido el avance de aquellos proclamados caballeros aún a costa de haber quedado medio muerta ante ellos, con los ojos empañados por la sangre y un fulgor que sólo un auténtico caballero sentiría en lo profundo de su espíritu. Por supuesto, el grupo de proscritos, encabezado por Kanth, era ajeno al brutal desarrollo del combate que tenía lugar ya mucho más allá de la línea del horizonte, más de lo que cualquiera de ellos podría llegar a ver sin exponerse a una muerte casi segura. Conscientes de ello, seguían avanzando sin descanso hacia las regiones del Este, su única esperanza de escapar.
– Dentro de poco deberíamos llegar a la zona donde se encuentran las ruinas de los primeros asentamientos construidos por los humanos de la antigüedad, antes aún de la época de los feudos; – esto explicaba Kanth mientras el grupo atravesaba el árido paisaje a un ritmo acelerado – las llamadas pólis, cuna de la magia y la civilización humana2. Cuentan que, antiguamente, ésta era una tierra llena de praderas y de ríos, pero la guerra por la expulsión de los demonios acabó por convertirla en este yermo baldío... y los hombres dejaron atrás este lugar para empezar a conquistar otros territorios que fueran más habitables; las pólis que aún quedan dispersas por la región son el único testimonio de que aquí hubo vida alguna vez. Con un poco de suerte encontraremos los restos de alguna que nos sirvan de cobertura para evitar ser vistos por las patrullas... aquélla podría no ser la única que andase por aquí; y aunque así fuera no está de más actuar con precaución en estos casos. Vamos, maldita sea. – les apremiaba con la urgencia impresa en cada fibra de su ser – A este paso nos van a coger antes de que haya algo ligeramente parecido a un sitio en el que esconderse...
Junto al oscuro hechicero caminaba el marinero Rekhinor, a quien las marchas forzadas por la llanura más llana y polvorienta no parecían afectarle más de lo estrictamente necesario que a cualquier hombre de su complexión y oficio; Hakon iba con la lengua de fuera y exhalando gemidos lastimeros un poco más atrás, mientras que el anciano druida Kradenhur cerraba el paso con su bastón varios metros por detrás del grupo, cerrando la retaguardia; no porque le estuviese costando seguir la marcha de la huida, sino porque su actitud ante aquel viaje era tan gris como su piel.
– Kanth... asius, – decía entre jadeos el insigne y grandioso paladín Hakon Átekhnos, quien comenzaba a ser víctima de una deshidratación tal que le producía agudos delirios y mezclaba los nombres del hechicero al hablar – ¿nos queda mucho para llegar a... adónde íbamos? Y, ¿dónde está Laine?
Mientras Kanth maldecía una y mil veces su suerte por estar allí en aquel intenso momento de profundidades filosóficas, Kradenhur se entretenía en la retaguardia silbando una alegre y relajante tonada.%
– Debimos habernos quedado con ella, – seguía Hakon con el ánimo inflamado por el calor de la llanura – ¡un auténtico caballero tiene siempre el deber de doncellar a las apuras en ayudo! O sea... ¡Tenemos que volver a por ella ahora mismooo! ¡Media vuelta, mis valientes! ¡¡A la batalla!! – entonces, en un intento de girar sobre sí mismo, dio un traspiés que acabó con el aspirante a salvador de la humanidad cayendo sobre las espaldas de Kanth.
– No sé por qué sigo aquí... – seguía compadeciéndose el hechicero y, según dio un paso, su inexperto discípulo acabó de caer de nuevo sobre la tierra polvorienta – Si no hubiera accedido a todo este asunto de la profecía desde el principio, ahora mismo podría estar en cualquier otro lugar, convenientemente lejos de la caballería denhuria y de cualquier otro enfermo mental que se las dé de servidor de la justicia...
En esto intervino el viejo Kradenhur, recordándole al hechicero la importancia de su misión en este asunto de la profecía y motivo que les había impulsado a hacer este viaje, todo ello sin perder la calma en ningún momento mientras caminaba.
– Ni siquiera está claro que aquella copia del Hikawachikón fuese auténtica... – respondió Kanth al druida con cierta indignación.
– ¿Qué es eso del Giga Leche Con? – preguntó el inexperto apareciendo de nuevo desde la tierra llanuril.
Al hechicero parecía que le iba a dar cualquier cosa en aquel momento.
– El libro que contiene toda la historia de este universo y las profecías y hechizos legendarios... ¡¡El HI-KA-WA-CHI-KÓN!!
– Ji-qué-guachi...
*KON
Un bastonazo de Kradenhur acabó de completar el silabeo, haciendo crecer un nuevo y mejorado chichón sobre los muchos que aún tenía el inexperto paladín, fruto de su pasado entrenamiento en el bosque.
– Ay...
Entre la incompetencia de su paladinesco socio y las constantes burlas de Kradenhur, que ponían a Kanth de los nervios a cada ocasión que se le presentaba, la comitiva continuaba su avance no sin cierta urgencia. La marcha seguía siendo monótona y el hechicero regresó a sus oscuros y siniestros pensamientos.
“Este viejo liante pudo habérselo inventado todo... ¿Quién te dice que el héroe destinado a salvar el mundo de la profecía no era Laine, por ejemplo? Al menos era fuerte”. – mientras Kanth iba maquinando todo esto en su mente, a Kradenhur le había dado por empezar a hurgarse la nariz con expresión ausente – “Además, su nombre se parecía al de la diosa innombrable del fuego; ¿y si resulta que es su hija legendaria? Entonces la cagamos si se murió por culpa de ese viejo. Aunque si estuviera viva...”
Según avanzaban, al grupo le entraba un hambre cada vez más importante, hasta tal punto que Rekhinor empezó a lanzar su arpón a los cuervos por ver si pescaba alguno. Kradenhur, por su parte, removía de vez en cuando la tierra con un zapato según caminaba, que al paso relajado que él iba le daba tiempo de hacerlo dos o tres veces sin aminorar el ritmo. Hakon había llegado a un punto de sus delirios que se creía que el lunar de Rekhinor era una puerta hacia una dimensión mágica en que ofrecían un banquete en honor de aquellos valerosos héroes con suficiente ánimo para cruzar al otro lado.
“Entonces podría enamorarse del gran y fantástico hechicero Kanth `O Diaphtheíron y así yo me convertiría en el amante de una semidiosa y además heroína legendaria, conque por fin conseguiría mi sueño de dominar el mundo. Huhu...” – pero según lo iba pensando, aquello le pareció demasiado y al instante corrigió sus pensamientos – “O al menos un país pequeño...” – pero, en algún momento, el hechicero se olvidó de que todo aquello lo estaba pensando para sus adentros y soltó una carcajada tal que cualquiera diría que ya se estaba viendo coronado emperador de veinte galaxias, una arriba o abajo.
Contra todo prognóstico, Rekhinor había tenido éxito en su empresa pesquera de cuervos y tanto él como Hakon estaban a punto de llevarse el premio a la boca cuando les sobrecogió la demencial risa de su siniestro compañero. Al margen de eso, aquello tuvo el efecto de hacerles regresar de su delirio... claro que eso no fue un impedimento para que acabasen zampándose el cuervo con las plumas puestas y todo.
– Enfonfef, ¡¿Hakon afarefe en una fwofecía del Hikawafikón?!
A lo que tan agudamente Rekhinor había observado, a pesar de tener medio cuervo atrapado en la garganta según hablaba, respondió Kradenhur de la siguiente manera:
– Eso creemos. Por eso estamos haciendo este viaje... Debemos preparar a Hakon lo suficiente como para que sea capaz de vencer al hechizo de corrupción definitiva que los antiguos demonios fabricaron. En realidad hemos estado planeando esto mucho tiempo, hasta haber encontrado un héroe digno.
Hakon, con la otra mitad del cuervo intentando pasar entero de la boca al estómago, se sorprendió de aquellas palabras como si las hubiera oído por primera vez; aunque quizá lo que en realidad le sorprendió fue que se hubieran referido a él por primera vez como “héroe”, y además “digno”.
– Pero el texto que encontramos con la profecía podría ser una copia falsa escrita por cualquiera, – precisó Kanth – de modo que no estamos seguros de que este remedo de héroe sea en realidad el destinado a salvar el mundo de la destrucción, que por otro lado...
Pero el discurso escéptico de Kanth fue interrumpido en ésta y no otra parte cualquiera por un ruido de atragantamiento de proporciones sumamente legendarias procedente del aludido inexperto, al que una de las plumas de su comida le estaba haciendo cosquillas en la tráquea provocándole además un espantoso acceso de tos, también heroico, aunque no tanto como el atragantamiento.
– Por eso – continuó el hechicero dando un suspiro – quiero encontrar cuanto antes un texto fiable que confirme que no he estado perdiendo el tiempo de nuevo, como con aquella historia del triturador de hierbas.
– Eres un rencoroso, – le dijo Kradenhur con paciencia – ya te dije que se me olvidó que lo había guardado allí, creí que lo había perdido de verdad...
– Lo cual no te impidió enviarme alrededor del mundo a recoger todos los ingredientes que hacían falta para hacer otro igual.
– ¡Era un triturahierbas mágico, maldita sea! Claro que se ha de recorrer mucha distancia para encontrar todos los ingredientes... Además, ten en cuenta que no debe usarse cualquiera para hacer las medicinas que curan las dolencias que se extenderán por el mundo a causa del poder de la corrupción, ¡sin ese triturahierbas no podría curaros a ninguno!
– Tengo la impresión – aventuró con curiosidad el hechicero – de que no era la primera vez que lo perdías y mandaste a alguien a por los materiales para uno nuevo... ni que tampoco va a ser la última vez que lo hagas.
– ¿Acaso dudas de mi honradez? – preguntó Kradenhur con un aire de severidad en su parsimonia habitual.
– Teniendo en cuenta que la mayoría de hierbas que vendes son adictivas, ¿quién podría dudar de tu honradez? – respondió con una sonrisa suspicaz el oscuro hechicero.
– Eso tendríais que agradecérmelo, ¿quién crees que está sustentando el presupuesto de este viaje?
– Tú no, desde luego...
Y aquello era ciertamente la verdad, puesto que, a pesar de que Kradenhur aprovechaba cualquier ocasión y ciudad para hacer buen negocio con sus hierbas, las cuales vendía al precio que a él le apetecía y aún así misteriosamente la gente seguía comprándole, el druida no había desembolsado una sola pieza de dinero en pro de ninguno de los presentes, ni aún del pobre Hakon, que había acabado por comprar la espada más tiñosa que había en todo el mercado para hacer su papel de héroe salvador; y eso con el dinero de Kanth.
– He tenido que cerrar mi puesto para acompañaros; estoy perdiendo dinero sólo por ir con vosotros, deberíais valorar más mi experiencia...
– La mía me dice – siguió el hechicero, volviendo a asuntos más acuciantes – que no deberíamos detenernos hasta llegar a un sitio en que podamos escondernos. No sabemos cuánto tardarán en dar con nosotros y en este paisaje nos verán enseguida... Como nos vean, nos alcanzarán enseguida y podrían matarnos, ¡así que acelerad el paso! No descansaremos hasta que sea seguro hacerlo.
– Yo ya soy muy viejo y he vivido bastante, no me importa si muero... – respondió el anciano Kradenhur sin inmutarse por aquellas apremiantes palabras – No pienso caminar más deprisa.
Viendo cómo se relamían los otros dos con su atragantada comida y habían empezado a emprenderla a arponazos de nuevo con los cuervos y buitres que por allí osaban apacentarse buscando carroña y otros animales moribundos, el hechicero alzó la voz para dirigirse a ellos, quienes habían tomado la delantera en el camino:
– ¡Eh! No tengo nada contra vuestro gusto por la carne de cuervo, pero os recuerdo que todavía tenemos provisiones...
En ese intenso momento de sucinta reflexión caminante, Hakon y Rekhinor volvieron la mirada a su oscuro compañero de viaje, quien parecía estar apuntando con el dedo hacia uno de ellos mientras mantenía una mirada de rara paciencia. Entonces se dieron cuenta de que, todo este tiempo, las provisiones del viaje habían estado en una mochila a la espalda de Rekh. Ello explicaba también por qué él y nuestro incansable e inexperto protagonista eran los únicos hambrientos, pues el inacostumbrado calor y sequía de los llanos a los que no estaban acostumbrados les había hecho olvidar aquel pequeño detalle; mientras que Kanth había estado cogiendo comida y agua prudentemente cuando era menester para él, claro que, al ser como era y había sido un delincuente buscado por la ley durante tantos años, estaba tan ahecho a proceder sigilosamente para cualquier cosa que ni siquiera el portador de la mochila se había percatado de sus incursiones.
– Nos os detengáis, ¡venga! – repitió el oscuro hechicero dirigiéndose a los dos hambrientos, dejando de preocuparse de si Kradenhur seguía su ritmo o acababa atravesado por alguna lanza denhuria en un descuido – Ni os desviéis... estamos yendo hacia el Este, maldita sea – y diciendo ésto volvió a situarse en cabeza; y viendo Kradenhur que su presencia había sido totalmente ignorada de repente, pensó que la mejor opción era apretar el paso, al menos durante un rato pequeñito.
De este modo seguían los cuatro fugitivos su ardiente caminar por la llanura interminable que separaba los feudos de las salvajes tierras orientales, tan desconocidas para Hakon como lo había sido el resto del mundo excepto Khorill desde que salió de él, al empezar su heroico viaje de inicio tan desastroso como inevitable... porque si el comienzo no hubiera sido como fue, lo más seguro es que jamás hubiera podido aventurarse en aquel viaje y se hubiera muerto sin haber salido jamás de su pueblo natal, como tantos otros habitantes del mismo sin las aspiraciones caballerescas que Hakon tenía desde que nació. Sin embargo, parecía que la veracidad de la profecía que los había llevado hasta allí aún estaba por ver; con suerte, puede que allá adonde se dirigían se encontrase la respuesta... o puede que, siguiendo la racha que habían estado teniendo con respecto a las ruinas y cosas antiguas en general siguiera siendo la misma en las tierras del Este; eso es algo que descubrirían a su debido tiempo, aunque en su interior Hakon tenía la absoluta y heroica certeza de que no sólo era él el destinado a salvar el mundo, sino que además ya lo estaba salvando por el mero hecho de hallarse en aquel lugar con aquella compañía y caminando de aquella dirección. Era de cajón que, si los efectos de la corrupción iban extendiéndose poco a poco, la influencia heroica de Hakon en el mundo también sería, o era o estaba siendo, imperceptible pero inexorable; solamente había que ver la enorme y desproporcionada sonrisa que exhibía el aspirante a caballero según proseguían su marcha huyendo del sol.
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Laine, por su lado, también proseguía su camino, pero lo hacía en dirección contraria. La batalla contra todo el pelotón de caballería la había dejado más allá de los límites del agotamiento y ahora estaba desplazándose por puro instinto de lucha, arrastrando su cuerpo herido por la planicie interminable mientras la sangre caía lentamente por su armadura dejando huellas en la tierra según seguía su lento y pesaroso avance, apartando los cadáveres de los jinetes que había ido rematando según intentaban levantarse para acometerla, imposibilitados de abatir el imbatible espíritu de la caballero aún capaz de sostener una carne a la que las fuerzas habían abandonado hacía ya tiempo. A cada instante sentía cómo el aliento se le escapaba, cada paso era un suplicio insufrible que la acercaba más y más hacia la muerte. Pero no podía morir aún, pues tenía una importante tarea que cumplir; debía ayudar a Hakon y sus amigos, tenía que acabar con sus enemigos, tenía que ir a acabar con ellos... en Denhuria. Tenía que concentrar todas sus fuerzas en cada paso, arrastrando su malherida figura por el campo fantasmal; los cadáveres habían quedado atrás hacía tiempo en la llanura, pero no así en la conciencia tambaleante de la caballero, cuya lucha por seguir adelante no cesaría ni aunque tuviera que tirar de un cuerpo muerto, mientras dentro estuviera el espíritu indómito de una auténtica luchadora que no se rinde jamás, para quien no existe nada que sea imposible... y si eso existiera, si algo así llegara a enfrentarse a su determinación, ella lo haría posible; pues no tenía alternativa, no podía rendirse, no ahora, no en aquel instante, no cuando estaba tan cerca de estar viva...
Luchando como una auténtica fiera, el espíritu de la joven caballero seguía intentando avanzar, hasta que vio cómo su cuerpo y su armadura se precipitaban hacia el polvo de la llanura de manera inexorable. Aún ausente de la realidad de sus articulaciones que no respondían, sus músculos inmóviles, su carne exangüe, su vista difusa incapaz de ver nada más que tierra yerma, sus huesos rotos y molidos, con todo el ánimo de su parte, intentaba levantarse de nuevo para continuar la marcha... pero esta vez no hubo manera, el cuerpo de la caballero ya no podía moverse; viendo desde sus ojos cómo su espíritu seguía avanzando. A pesar de todo, no tenía manera de evitarlo. La conciencia la había abandonado hace ya tiempo. Era el fin de Laine Halshire.
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1El cuento del cronista aparece en alguna versión de Las desventuras de Hakon el inexperto y dice así: “Un día de verano iba yo paseando por las calles cuando vi que estaba montada una feria. Allí fue donde compré un colgante muy majo, en uno de los puestos de artesanía. Estaba a punto de irme, pues era tal la gente que había que aquello parecía el mercado de Trila. Estaba, decía a punto de marcharme a mi posada cuando llamó mi atención un curioso puesto de escribano donde se vendían historias manuscritas. Entonces me acordé de la historia de Hakon el inexperto y esperé que allí pudiera hallar la continuación a tan magnífico relato de fantasía. Cuál fue mi asombro cuando, allí, entre papeles de astrología y varios restos de literatura comercial de otro tiempo, estaba la ilustración de Laine contra el pelotón de caballería.
Enseguida quise preguntarle al vendedor sobre aquel dibujo que exhibía en su tenderete. Él me contó que se trataba de la ilustración que aparecía al final de la segunda parte de Las desventuras de Hakon el inexperto y que el autor, a pesar de las diferencias leves de estilo entre capítulos, era un tal Skale Saverhagem. Le pregunté si por un casual tenía la continuación y con una enigmática y siniestra sonrisa me dijo que sí, que la tenía. Hasta entonces, me dijo, nadie había mostrado ningún interés en la obra, aunque era muy cierto que muchos se quedaban maravillados con la ilustración, pero la mayoría se iba sin preguntar sobre ella y solamente se vendían las figuritas de caballeros. Ante aquello no pude evitar sentir grandísima ira… toda aquella gente tenía a su alcance la narración de las hazañas de Hakon y sin embargo preferían llevarse a casa relatos que hablaban sobre la depilación de licántropos y las desvelaciones cuasi-proféticas de argucias insostenibles por la cordura humana. Pagué sin ningún dolor por aquellos papeles que me faltaban y enseguida me fui a ver cómo seguía la historia.
Nada más llegar, cogí de mi estantería el manuscrito que ya tenía y lo puse junto al que acababa de adquirir. El nuevo era mucho más voluminoso, para empezar. Luego cogí el manuscrito nuevo y lo abrí por el final, pues es costumbre ancestral mía leer la última página de las historias al principio, para que, al haber leído el resto de la historia, el final adquiera un nuevo sentido. Decía que fui a mirar el final cuando me encuentro inesperadamente un índice de capítulos (cosa que no tenía mi manuscrito). Allí vi que, en efecto, los capítulos que yo tenía correspondían a las tres primeras partes, las cuales venían tituladas como El caballero que acabó con el mundo los tres primeros y los siguientes bajo los nombres de Primeros pasos, El destierro o El entrenamiento de Hakon. Al final de todo el índice estaba escrito el nombre de autor de Skale Saverhagem, pero más abajo había una nota que decía 'Recopilado por K`OD de las fuentes de varios juglares'”.
2Πὀλιϛ (pólis) también era el nombre de las ciudades-estado de la Grecia antigua, de hecho.
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