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Fairy Lights

- Capítulo 2º: Después del Laberinto -

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Dec 27, 2003
  • 17 min read

(puede leerse una versión más antigua de este relato aquí)





Girando por el oscuro pasillo se encontraron frente a otra puerta, pero estaba abierta, así que pasaron siguiendo la aguda risita, que aún sonaba de vez en cuando. Entraron y vieron que ante ellos se erigía un siniestro bosque de monolitos negros con caracteres Kanth escritos en cada uno de ellos. Las varias hileras de monolitos parecían perderse en el infinito y, precisamente, desde el interior de ese gigantesco laberinto provenía la risa de la jovencita del camisón blanco.


– Bien, ¿entramos y la buscamos? O, ¿qué hacemos? – preguntó Lens para estar seguro.


– Yo digo que entremos y sigamos la risa – respondió Kahron convencido.


Haciendo caso a Kahron, los cuatro penetraron en grupo por el laberinto de monolitos, siguiendo la risa de la chica. Pero cada vez que parecía estar acorralada en una esquina, la risa se oía en el extremo opuesto, lo cual desconcertaba mucho a los persecutores. Finalmente regresaron al comienzo del laberíntico bosque y pensaron en otro plan para acorralarla y obligarla a hablar.


– Esta niña es muy rápida, ¡casi parece que se teletransportase! – dijo Kahron desconcertado.


– Grrr, ¿gr grr gr grr grrr grgrrrr?


– Podría resultar, compañero.


– ¿Qué ha dicho?


– Veréis: Wolfserk propone que vayamos cada uno por una hilera, peinando la zona, básicamente. Así la acorralaremos al final del laberinto, ¡y podremos interrogarla sobre los extraños sucesos que les ocurren a los viajeros! ¿Qué os parece?


Lens y Kahron aplaudieron la genial idea de Wolfserk y la fueron a poner en práctica. Lens se metió por la hilera de la derecha del todo, por la siguiente fue Wolfserk, por la de después se metió Kahron y, finalmente, Aristómenes fue por la que había más a la izquierda. Los cuatro avanzaron lentamente, mirándose los unos a los otros por si alguno se perdía. Las risas de la chiquilla parecían oírse algo más distorsionadas, tal vez a causa del ruido de las gotas de lluvia cayendo en las picudas ventanas verdosas. Pasaron una fila de monolitos, dos, tres, cuatro… pero cuando Kahron miró a su izquierda advirtió que Aristómenes se había esfumado.


Bonus Track: Aristómenes dentro del Laberinto –


Aristómenes avanzó por la hilera situada más a la izquierda. Su cabeza se llenó de repente con la aguda risa de la jovencita, lo cual le distrajo de ir mirando a sus compañeros y, como resultado, se halló en medio de una hilera infinita de monolitos, la cual se extendía a los cuatro puntos cardinales. Pensó que se habría adentrado más deprisa que sus compañeros, aunque tenía la impresión de haber caminado relativamente poco. En medio de esa caótica visión escuchó, más cercana que nunca, la risita de la chiquilla. Se fijó en el suelo y vio justo en frente suya lo que parecía ser un pie bastante pálido, el cual se retiró sombras adentro cuando se dio cuenta de que lo habían visto. Aristómenes sintió los pasos de la muchachita, que corrían a esconderse detrás de uno de los monolitos; avanzó, rifle en mano, hacia donde supuestamente estaba la chica, pero al girarse no había nadie.


Aristómenes pensó que tal vez se tratase de una ilusión provocada por el sueño, la oscuridad y el sonido de la lluvia cayendo… aunque ya no había tal sonido. Mientras reflexionaba, sintió una mano fría que lo llamaba por detrás, se giró y se encontró cara a cara con una chiquilla de expresión infantil, pero que debía tener ya los dieciséis años cumplidos. Tenía el pelo extremadamente negro, largo y peinado hacia atrás, con dos mechones finos y alargados colgándole por delante de los hombros desde encima de las orejas y un flequillo rebelde en cuatro mechones desiguales sobre la frente. Vestía un camisón blanco y llevaba los pies descalzos: era, sin duda ninguna, la chica a la que estaban persiguiendo, la autora de la risa aguda. Ya no huía. Puesto que estaba inmóvil, Aristómenes comenzó a hablar:


– No temas, no voy a hacerte daño.


– No temo – dijo la chica como si fuese lo más natural del mundo.


– ¿No temes? Entonces, ¿por qué huías de nosotros?


– No huía, me escondía – volvió a responder con el mismo tono, tirando a algo ingenuo, pero sin serlo del todo.


Aristómenes, algo ofuscado, pero a la vez extrañamente calmado, continuó preguntando:


– Y, ¿por qué te escondes?


– Es divertido. No suelen venir visitantes, así que me aburro bastante en la casa...

La expresión entre triste y sombría de la chica provocó un escalofrío de compasión en el alma de Aristómenes. A pesar de ser un fiero guerrero edhelorniano, tenía un corazón muy grande, el mismo que le impulsó en otra época a rescatar a Wolfserk de la plantación Kanth. Cuando se hubo repuesto del escalofrío, siguió diciendo:


– Oye, ¿tú sabes qué oculta este laberinto para que esté tan bien planteado?


– No esconde nada, sólo es un juego. Te enseña que no debes fiarte de tus sentidos.


– Ya lo he comprobado… – reflexionó un rato y le vino a la cabeza la estatua del antiguo señor de la casa – ¿Quién es el hombre de la estatua que hay abajo?


– Era mi padre, pero ha muerto… Se llamaba Inzanus.


Un nuevo escalofrío penetró en los huesos de Aristómenes; esta vez fue más bien el presagio de que algo nefasto lo estaba rondando. Aún así, tenía que preguntar.


– Y, ¿sabes si esa estatua tiene algo que ver con lo que les sucede a los viajeros aquí de noche?


– Aquí no sucede nada, todo es muy aburrido…


Aristómenes formuló la que sería una pregunta decisiva y que decidiría un montón de sucesos futuros:


– ¿Tiene el espíritu de tu padre algo que ver con…? – se paró en seco. La chica alzó su pálida mano y comenzó a acariciar la cara de Aristómenes.


– Tu piel es diferente a la mía… Es morena – siguió palpando la cara de Aristómenes hasta que se cansó y dijo:


– Detrás de la casa hay un embarcadero. Sería divertido hablar mientras damos un paseo en barca por el lago, ¿no crees?


– ¿Hablar? ¿Me vas a decir algo sobre…? – volvió a parase en seco. No estaba seguro de qué debía decir. Era posible que aquella inocente chiquilla de aspecto etéreo lo estuviera llevando hacia otra trampa.


– Mañana por la noche, cuando deje de llover, ven al embarcadero. ¿Vale?


Aristómenes se quedó un rato asimilando los últimos acontecimientos. Cuando se dio cuenta, vio que la chica se ponía de puntillas y, al estar a su misma altura, lo besó. Después de unos segundos, se retiró corriendo y riendo de nuevo. Aristómenes quedó como paralizado, algo ofuscado y confuso.


Lo despertó de ese estado el brillo verdoso de una ventana. La lluvia seguía cayendo. Echó una ojeada alrededor suyo y vio que volvía a estar en la cuarta fila del laberinto.


Fin del Bonus Track: Aristómenes dentro del Laberinto –


Los tres se pusieron a buscarlo como locos por todo el laberinto. Debido a la confusión, no percibieron que las risas de la niña habían dejado de sonar desde hacía un buen rato. Finalmente, después de mucho buscar, Wolfserk advirtió la presencia de Aristómenes a la entrada del laberinto, con la frente sudorosa y con expresión de haber visto un fantasma. Una vez se repuso, se dio cuenta de los últimos sucesos y vio a Wolfserk a lo lejos, haciendo señas a los otros dos. Aristómenes esperó a que los tres se hubiesen acercado.


– ¿Qué te ha pasado? – preguntó Lens intrigado.


– Nada… solamente me perdí, pero ahora ya estoy aquí.


– ¿Encontraste a la chica? ¿Qué viste? – interrogó Kahron ansioso.


– ¡No me ha pasado nada! Sólo… me perdí.


– Bien, ¡sigamos buscando! Tal vez el laberinto oculte algo más – propuso Lens.


– ¡No! Aquí no se oculta nada. Tan sólo es un juego de niños…


Al ver la expresión decidida de Aristómenes, nadie dijo nada durante unos segundos; tiempo suficiente para que, por la puerta del pasillo, apareciera la señora de la casa y les descubriera a los tres allí.


– ¿Qué hacen aquí? – dijo en tono desconcertado – Le dije al mayordomo que no les dejase salir de sus habitaciones… Por favor, ¡vuelvan allí ahora mismo!


– ¡Hemos venido a inv…!


– ¡¡Nos vamos!! – interrumpió Aristómenes en tono de orden.


– ¿Qué? – preguntó Kahron confuso.


– ¡¡¡QUE NOS VAMOS!!! – y diciendo esto, se dirigió hacia la puerta.

Los otros tres siguieron a Aristómenes algo confusos por su extraña reacción. Tal vez fuera algo que vio en el laberinto.


Bajaron las escaleras hasta su piso, recorrieron el pasillo y, al fin, llegaron a la puerta de la habitación donde habían dejado al teniente descansando. Pronunciaron la contraseña de entrada y la puerta se abrió, dejando a la vista una terrible escena. Dentro estaba el cuerpo del teniente abierto en canal, diseccionado desde los intestinos hasta la garganta, decapitado y sin la cabeza a la vista. Los restos de sangre no habían secado aún.


– ¡Mierda! – gritó Aristómenes muy furioso – ¡Han asesinado al teniente!


– Grr grr grrr grr grrr.


– De acuerdo, Wolfserk. Iremos a ver.


– ¿Qué dijo? – quiso saber Kahron.


– Que podríamos interrogar ahora al androide y, ya de paso, pedirle que traduzca las escrituras de las paredes; tal vez tengan algo que ver con el asesinato del teniente…


Avir o la señora puede que ocultasen la verdad, pero a la memoria del androide podían acceder directamente si era necesario. Dejando el cadáver tumbado en la cama del teniente, los cuatro salieron de nuevo de la habitación, esta vez hacia abajo.

Bajaron las escaleras y llegaron al salón. Allí estaba el androide doméstico, totalmente quieto. Se aproximaron y entonces dijo:


– ¿Puedo ayudarles en algo?


Aristómenes se disponía a girarlo y examinarle los circuitos cuando, por las mismas escaleras, apareció Avir con un candil seguido de la señora.


– ¡Les he pedido que volviesen a sus habitaciones!


Aristómenes temía que se descubrieran sus intenciones. No podían descartar que el asesino fuera uno de ellos, así que era necesario ir con precaución. Antes de que nadie dijese alguna insensatez, Aristómenes se apresuró en contestar:


– Disculpe, no teníamos sueño y fuimos a pasear por la casa. ¿Podemos llevarnos al androide con nosotros?


– ¡¿Por qué?! – refunfuñó Avir – ¡Me hace compañía! – miró las armas que llevaban y reflexionó un poco – Mmm… ¡bueno, está bien! Hagan lo que quieran con él…


La señora y Avir regresaron escaleras arriba, seguidos del androide y los cuatro excombatientes. Al estar éstos y el androide de nuevo en la habitación, Aristómenes examinó los circuitos del robot.


– Parece que no lo hayan revisado desde hace tiempo, esto está muy sucio… y puede que esté estropeado, pero no hay nada que bloquee su memoria… Voy a limpiarlo un poco, a ver si nos dice algo más.


Le limpió los circuitos a conciencia, lo cerró de nuevo y entonces el robot dijo:


– ¡Oh, vaya! ¡Qué alegría poder volver a ver en color! Muchas gracias.


Ahora parecía que hablaba con más nitidez, pero por lo demás parecía seguir igual que antes. Aristómenes decidió probar.


– ¿Cuál es tu nombre completo?


– Soy 4B01, señor. A su servicio.


Sabiendo que aquel modelo de androides entendía miles de lenguas, Wolfserk le preguntó en arkadio:


– Y, ¿por qué respondes al nombre de “estúpido”?


– Porque sé que se refieren a mí.


Aquella respuesta casi pareció ofender a Wolfserk.


– Tiene lógica… – dijo Aristómenes – Oye, 4B, ¿tú sabrías leer las inscripciones que hay en las paredes de este piso?


– Sin duda, señor.


Todos ellos se dirigieron por el pasillo hasta el lugar donde figuraban las escrituras. Aristómenes hizo una chapuza en los tubos del otro lado del pasillo para que volviesen a funcionar. El resultado fue que las escrituras se iluminaron con un brillo especial. 4B01 comenzó a leer en voz alta… Parecía tratarse de la historia de la familia. Enumeraba los antepasados de la familia hasta que, al final de todo, dijo:


– … El último descendiente de la familia Keruan fue el señor Inzanus, muerto trágicamente hace unos años. Actualmente sus restos descansan en las catacumbas de esta casa.


– Bien, ya puedes retirarte. Buen trabajo.


– Bien, señor. Gracias, señor – y se retiró escaleras arriba.


Estaba claro que el hombre de la estatua estaba muerto, pero tal vez algún tipo de encantamiento hiciera que su espíritu vagase por la casa asesinando a los extraños; sobre todo teniendo en cuenta que estaban en la casa de unos descendientes del infame clan Kanth. Cuando iban a regresar a las habitaciones y dejarlo por esa noche, apareció justo delante de ellos la chica del camisón blanco con una sonrisa intrigante. Ella se acercó despacio pero con confianza; una vez estuvo frente a Aristómenes, le acarició la cara y, con una voz poco común en ella, le dijo:


– Vaya… volvemos a encontrarnos…


Aristómenes la miró desde arriba1 con una expresión entre apacible y extrañada. Viendo lo que dijo la chica y la reacción de Aristómenes, los otros quedaron un tanto confusos y Kahron fue el que dijo:


– Así que os habías visto antes… ¡Y no nos lo habías dicho!


– No lo consideré importante como para contároslo. No hablamos de nada.

La chica se acercó algo más a Aristómenes, quedando casi pegada a él y mirando hacia Kahron con una mirada fantasmal, pero con la boca sonriente. A Kahron le recorrió un escalofrío.


Viendo el panorama, se pusieron a caminar lentamente hacia las habitaciones y, mientras tanto, Lens le fue haciendo preguntas a la chiquilla:


– ¿Sabes qué pasa con el espíritu de tu padre?


– No le pasa nada… – respondió la chica, aún pegada a Aristómenes.


– Algo ha matado a nuestro teniente, tal vez tú sepas qué pudo ser.


– No sé…


– Tal vez alguna fuerza fantasmal ande por la casa matando a los pocos visitantes… – dijo Aristómenes como por acto reflejo. Nada más pronunciar eso de “fuerza fantasmal”, la chica se adelantó un poco y un escalofrío corrió por todo el grupo. Tras un momento de silencio, la chica dijo con una voz escalofriante, de lo inocente que sonaba:


– Yo puedo llevaros con mi padre…


La lengua de Lens corrió más que su cerebro y le dijo, antes de que a Aristómenes le diese tiempo a pararlo:


– Bien, llévanos.


Aristómenes se temió lo peor y vio un poco después, cuando la niña se acercó un poco a Lens, que no temía en vano. La mano derecha de la niña comenzó a cambiar y a crecer desproporcionalmente hasta transformarse en una gigantesca garra, con la cual asestó un tremendo garrazo a Lens, el cual tuvo suerte de poder esquivarlo. Rápidamente todos guardaron una distancia prudencial con respecto a la chiquilla, cuyo cuerpo seguía cambiando. Las garras le brotaron también en la otra mano, las mandíbulas se le desencajaron y sus dientes se convirtieron en monstruosos colmillos, toda su piel se llenó de escamas y sus ojos se tornaron en los de un siniestro reptil. Ahora ya no quedaba nada de la chiquilla y en su lugar se alzaba amenazante una perturbadora criatura con aspecto de serpiente.


Aquel engendro maléfico estaba listo para lanzarse sobre el pelotón en cualquier momento. Lens aún estaba a su alcance, pero según la fuerza de sus piernas podría ser capaz de llegar de un salto hasta cualquiera en un instante.


– ¡Imbécil! – gritó Aristómenes al monje – Pero, ¡¿qué has hecho?!


– Y-yo sólo le pedí que nos llevara con su padre – dijo él esquivando otro zarpazo.


– ¿Y no has pensado que, como su padre está muerto, eso implica que nos va a matar?


No lo había pensado. Lens se había alejado lo suficiente como para estar lejos del alcance de la criatura, de modo que el siguiente movimiento de ésta podría ser cualquiera. Habría que hacer algo para que recobrara el sentido y Aristómenes pensó en lanzarle un rayo aturdidor con su rifle, pero Kahron reaccionó antes y le asestó un disparo de plasma de los que duelen, pero lo logró esquivar, para alivio de Aristómenes, el cual no parecía tener intención de pelear contra la chica, sino más bien de protegerla.

Le llegó el turno de atacar a Aristómenes, que había estado reflexionando durante este tiempo: “tal vez el corte del teniente fuera debido a la enorme garra de esta chiquilla… pero, por otro lado, no debo atacarla… ¡¿qué hago?!” Puesto que, en medio de la oscuridad y a la distancia que estaba, era muy arriesgado lanzar el disparo aturdidor, desenvainó su espada de acero edhelorniano e intentó no ser muy brusco al herirla. El resultado fue que la criatura en que se había transformado la niña esquivó el sablazo de Aristómenes y contraatacó con un tremendo garrazo, el cual dio de lleno en la coraza del soldado produciendo daños leves en el interior.


– ¡¡¡TRAIDOR!!! – gritó la criatura justo antes de dar el golpe.


Aristómenes abrió desorbitadamente los ojos y, tras recibir el garrazo, perdió el equilibrio y quedó apoyado en el suelo con una rodilla en tierra y con la mirada perdida en el infinito, como mira un muerto a su asesino y a su enterrador2.


– ¿Grrr grr?


– Estoy bien; no es el garrazo lo que me duele. ¡Arrgh! – se incorporó trabajosamente y se quedó inmóvil, en la posición del asesino arrepentido y ofuscado.


Wolfserk reaccionó y asestó un potente hachazo en el hombro izquierdo de la criatura, el cual pareció ser efectivo, ya que ésta salió rebotada hacia el suelo con el hombro convertido en una fuente de sangre. Esta visión hizo volver a Aristómenes de su trance. Todos pudieron ver cómo la figura de la vencida recobraba su aspecto humano. Viendo esto, Aristómenes se adelantó y dijo, con la esperanza de terminar con la pelea:


– Habían matado a nuestro teniente de un garrazo en el pecho, ¿has sido tú su asesina?


– El combate ha terminado, ¡responde! – apresuró Lens.


La chica recobró el sentido y una expresión maligna se apoderó de su dulce rostro y, diciendo lo que dijo, todos pudieron percibir que la herida del hombro se le estaba cerrando.


– Nada ha terminado… ¡Acabamos de empezar! – y volvió a transformarse en aquella criatura lanzándose de nuevo a la batalla.


Aristómenes intentó detenerla, pero de nuevo se le habían adelantado: Kahron realizó un disparo fallido y de nuevo la criatura se dirigió hacia el aún ofuscado Aristómenes, el cual no tuvo tanta suerte como antes con el mortal garrazo. El nuevo golpe le destrozó por completo la protección en el hombro izquierdo y le desgarró todo el hombro haciendo volar por los aires el cuerpo del soldado, el cual cayó en el suelo chorreando sangre por el hombro herido, pero con el alma aún más herida. Wolfserk, lleno de ira por la herida de su amigo, lanzó un tremendo hachazo, el cual desgarró el vientre de la criatura haciendo brotar la sangre y dejándola de nuevo indefensa y humanizada.


La criatura regresó a su verdadera forma de chiquilla, pero en esta ocasión la herida no se le curaba. Aquella criatura asesina había tenido ocasión de rendirse... si la dejaban ahora, podría volver a regenerarse y atacarlos a todos por la espalda. Wolfserk no estaba dispuesto a correr ese riesgo. Ahora que la tenía a tiro, podía rematarla y acabar de una vez con todo. Lens ya estaba corriendo hacia ella con la firme intención del arkadio. Estaba al alcance del primero que tuviese la iniciativa de dar el golpe mortal; pero eso no se produjo, pues el derrotado Aristómenes logró incorporarse y con el sudor en la frente y la expresión exagerada por el esfuerzo que le costaba la maniobra, gritó como si le fuera la vida en ello:


– ¡¡¡BASTA YAAA!!! ¡Parad de una vez! ¡¡¡Esta pelea no tiene ningún sentido!!! ¡Bajad las armas y envainad las espadas! Se ha terminado…


Las lágrimas brotaron tímidamente de los oscuros ojos del soldado, en cambio la sangre parecía coagular. Lens ayudó a Aristómenes a levantarse y, cuando este último se disponía a atender a la chica les sorprendió el inesperado encuentro con Avir y la señora, los cuales quedaron con cara de asombro mezclada con terror al contemplar la macabra escena. La niña, que hasta hacía un rato yacía medio muerta en el suelo, se levantó y fue corriendo a los brazos de su madre llorando.


– Me ha hecho daño… ayuda… – decía entre lágrimas la pobre herida, cosa que no hizo más que atormentar aún más el alma de Aristómenes.


Aquella visión era ciertamente insoportable. La joven a la que quería ayudar era sin duda el mismo ser que asesinó al teniente Hákontos. Aún así, algo separaba al monstruo de la chiquilla, quizá algo muy sutil; al menos, eso se esforzaba por creer el edhelorniano. En esto, Avir cambió radicalmente la expresión servil de su cara por una más decidida y le dijo a la señora:


– ¡Ya está bien de fingir, señora! ¡Sabe bien que precisamos ayuda! Tal vez estos sean los indicados para ayudarnos con nuestro… problema.


La señora lo miró como se mira a un perro que no para de menear el rabo y dijo:


– No, Avir. Es inútil… Además, aunque quisieran ayudar, no podrían hacerlo.


– ¡Pero señora, es posible! ¡Yo creo que podrían ser la solución, señora!


El viejo se había quedado sin argumentos. Era estúpido pensar que unos extraños que además pertenecían al ejército enemigo estuvieran interesados en socorrer a una familia en decadencia, menos aún teniendo en cuenta que uno de ellos había muerto allí mismo.


Fue Aristómenes, el del alma herida, el que dio un paso adelante y rompió la discusión.


– ¡Señora! Estamos dispuestos a ayudar. ¡Yo incluso daría mi vida si fuera preciso!


Los otros miraron con cara rara a Aristómenes, pero Lens y Wolfserk, inspirados por la determinación de su compañero, asintieron y dieron ellos también un paso adelante. Kahron, por mayoría, se vio forzado a hacerlo.


Le pidieron a Avir que les contase lo que ocurría y Avir les informó de que el espíritu de Inzanus había estado causando desastres por la casa adelante desde su horrible muerte a manos de los Alsh. Cuando llegaban viajeros, el espíritu solía penetrar en el cuerpo de Kaya, la hija de Inzanus y de la señora, y atacaba y mataba a esos viajeros en venganza por lo que había padecido, y eso causaba en la chiquilla un trastorno psicológico importante, aparte de ocasionales heridas físicas.


– Y, ¿cómo hacemos para expulsar al espíritu? – preguntó Aristómenes.


– Los restos del señor están guardados en un sarcófago, en las catacumbas de la mansión. Para expulsar al espíritu se deben destruir esos restos. Yo mismo les llevaré, pero antes deben curarse; veo que algunos de ustedes tienen heridas bastante importantes – dijo Avir mirando de reojo al soldado edhelorniano, quien exhibía un aspecto lamentable con la enorme mancha de sangre y las marcas de los dos garrazos.

Avir sacó una pequeña caja con remedios curativos, lo cual alivió algo las heridas de Aristómenes y le permitió, al menos, pelear sin que se le abriesen las cicatrices. Luego, después de que la señora se hubiera ido arriba con su hija herida, el mayordomo les condujo escaleras abajo hasta una puerta bastante oxidada, la cual tenía inscritos caracteres en clave Kanth y una especie de hueco en el centro. Avir sacó de sus ropajes una especie de pirámide negra que parecía ser del tamaño apropiado para encajar en el agujero. Se la mostró al grupo y luego preguntó:


– ¿Quién abrirá la puerta? – miró un poco de reojo a Lens y le dijo – Supongo que usted no, ya sabe, por eso de Kanth y Alsh…


Nadie dijo nada más. Parece que no era el único que desconfiaba de los fantasmas. Ante el mutismo general, al mayordomo no le quedó más remedio que hacerlo él mismo.


La puerta se abrió y los cuatro se adentraron en la cripta de Inzanus, no sin antes haber sido despedidos por Avir. Bajaron unas cuantas escaleras hasta llegar a una estancia alargada, con el suelo de tierra, presidida por un enorme sarcófago con un montón de calaveras, unas más podridas que otras, a sus pies. Entre ellas se podía ver, aún fresca, la cabeza del teniente Hákontos.


– ¡Maldito bastardo…! – se enfureció Aristómenes


– ¡¡¡Grrrrrr!!!


Dispuestos a machacar sin piedad al sarcófago se dieron cuenta de la presencia de alguien más en la sala. Se dieron la vuelta y vieron un par de estatuas como aquellas que había en el umbral de la casa, una a cada lado de las escaleras. Pero éstas parecían más vivas que las otras. De hecho al principio les pareció una alucinación, pero enseguida estuvo claro que los luchadores de piedra se estaban bajando de sus pedestales y dirigían su expresión amenazante hacia los cuatro intrusos lanzándose al combate.


En mala posición debió estar Kahron, pues fue el primero en recibir un puñetazo de una de las estatuas vivientes. Aristómenes disparó su rifle de plasma, el cual hizo gran impacto en la estatua que se había quedado atrás, volándole la cabeza. Pero aquello no fue suficiente para detenerla. Esa misma estatua asestó un golpe mortal a Aristómenes en el abdomen, dejándolo inconsciente en el suelo en un charco de sangre y con los intestinos saliéndole por fuera. Wolfserk logró cortar esa estatua en dos con su hacha y eliminarla del todo; mientras, Lens asistía al moribundo Aristómenes, el cual se fue levantando poco a poco, con una mano sujetando las tripas y grandes dolores que le impedían incluso disparar su arma. Entre Kahron y Wolfserk, acabaron con la estatua restante, la cual se evaporó como la otra una vez derrotada.


Ahora, los cuatro de cara al sarcófago de Inzanus, pensaron en la forma de destruirlo… algunos, no todos, pues Kahron ya se había lanzado a por él disparando como loco su rifle. Viendo esto, Wolfserk decidió secundarle con su ballesta3 hasta que al fin, el sarcófago se empezó a resquebrajar y a escupir gas como loco. Aristómenes maldijo su suerte cuando por fin el gas tomó la forma del mismo hombre de la estatua que habían visto en la entrada de la mansión, Inzanus.


El espectro de Inzanus comenzó a caminar hacia la salida, con una sonrisa que no decía más de él que lo que ellos suponían y Aristómenes sabía con absoluta certeza.


– ¡¡¡COBARDE, LUCHA CONTRA MÍ!!!


El espectro no hizo caso de él ni de sus palabras y continuó caminando hasta perderse de vista por las escaleras. Los cuerpos de los cuatro excombatientes quedaron paralizados un buen rato, hasta que decidieron que no tenían más opción que salir de allí y contarles a Avir y a la señora lo ocurrido. Ahora ya no podía hacerse nada más*.


________________________________


1 Aristómenes era unos cuarenta centímetros más alto que la chica, de ahí que tuviera que bajar los ojos para mirarla directamente a la cara.

2 Los muertos miran igual a todo el mundo.

3 Las hachas metálicas y ballestas son armas comunes entre los arkadios, ya que tienen prejuicios ante las armas de plasma.

*La última frase no aparecía en el relato original.

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