Capítulo 12 ~ Los compañeros que nacen en la batalla ~
- Skale Saverhagem
- Apr 10, 2014
- 15 min read
Updated: Nov 13, 2024
– ¿Queréis explicarme qué hacemos aquí todavía?
Aiye y sus dos compañeros de viaje había hecho todo el camino subidos en la carreta de paja de un granjero, que, en lugar de haberlos llevado al puerto como Monte había previsto, había ido de vuelta a su granja. Ahora, los tres viajeros se encontraban en la casa del granjero, un hombre amable de gruesos bigotes y abundante panza, quien los había acogido hasta que estuvieran preparados para seguir con su viaje.
A pesar de ser un lugar acogedor y no faltar la comida por aquella época del año, Aiye sentía que estaban perdiendo un tiempo valioso allí. La pequeña colina en la que se situaba la granja estaba tan cerca del puerto que casi podían verlo desde la ventana... y desde luego la brisa marina les llegaba por las mañanas al comedor, donde se encontraban ahora discutiendo qué hacer.
– No hay que preocuparse, jefa... – decía Monte, quien por su parte se veía encantado de estar allí – Ha sido un viaje duro, hay que descansar... ¿verdad, Nerón?
El aprendiz de druida estaba entretenido observando el vuelo de una libélula furtiva. Y en esto llegó el feliz granjero con un plato de ternera asada.
– No os quedéis con hambre, chavales. ¡Hohoho!
Según el rollizo hombre posaba el plato en la mesa de madera, Aiye lo inquirió con expresión preocupada y de urgencia.
– Por favor – decía ella –, llévenos al puerto cuanto antes... ¿No iba a ir allí a vender sus cosas igualmente? ¿Por qué no nos lleva?
Monte y Nerón habían empezado el ataque a la ternera como por un reflejo de inspiración sedentaria. Ignorándolos, la joven de cabello rosado observaba con firmeza el pensativo rostro del granjero.
– Hay rumores de que el puerto se encuentra bajo asalto actualmente – dijo no sin cierta gravedad en su voz –. No puedo arriesgarme a llevar mi mercancía ahora... y tampoco querría poneros en peligro a vosotros, que sois mis huéspedes.
– ¿Peligro? Pero... – Aiye no tenía más argumentos que dar. Aquella impotencia la hacía frustrarse de un modo que nunca antes creyó ser posible, ni siquiera cuando Hakon llegaba tarde a su tienda o las veces que tiraba recipientes de valiosas hierbas al suelo... todo eso prácticamente cada día.
– Estad tranquilos – intentó animarla el granjero –. Ningún barco saldrá de allí hasta que las cosas se hayan calmado. Aunque vuestro amigo quisiera, no podría irse por mar hasta que hayas pasado varios días. Mientras tanto, podéis quedaros aquí, ya veréis cómo al final todo se arregla.
Aquellas modestas palabras tenían sentido y parecían razonables a ojos de Aiye. Sabía de buena fe lo dado a cometer imprudencias que era Hakon, que era un atontado y aprovecharía cualquier situación posible para intentar hacer un poco el héroe. Puede que, después de todo, pudiese cazarlo finalmente en el puerto. Debía atender a la lógica y no perder tan pronto la esperanza.
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En el puerto de Lir el asalto había sido finalmente detenido y todos los piratas subyugados. Alcest, quien había dirigido el asalto, se encontraba ahora desarmado y lleno de quemaduras por todo el cuerpo. Aún así, su expresión furiosa no parecía indicar que tuviera intención de rendirse, ni siquiera con Kanth y Hakon frente a él y la banda de Skalion apuntándole firmemente con sus armas.
– No he perdido... – se empecinaba el orgulloso jefe de los piratas, a quien la explosión había dejado además ciego de un ojo y con la oreja izquierda casi del todo carbonizada – Mis hombres aún están casi todos vivos, gusanos... y vosotros no tenéis pelotas para acabar conmigo.
Una tormenta parecía estar acercándose al puerto. Se estaba formando, cada vez más negra, justo encima del galeón que se encontraba empotrado contra el muelle. Podía notarse cómo el ambiente se cargaba de una densa energía y ello también afectaba al ánimo de los guerreros que se hallaban en tierra. Sólo los más experimentados parecían capaces de conservar la calma.
– Marchaos ya – replicó Kanth con aplomo –, se terminó. Puedes ver la muerte y la destrucción a tu alrededor... tanto un lado como el otro ha perdido ya bastante. Además, tú ya no estás en condiciones de luchar, también podrías morir y creo que eso no te conviene.
– Vanidoso hijo de perra... – dijo Alcest – Uno de los míos podría atacaros a todos por la espalda a una orden mía, ¡hehe...!
– ¡Da esa orden y lo próximo será que yo te aplaste la maldita cabeza! – se atrevió a decir Skalion.
Todos estaban enfrentados al orgulloso Alcest, quien parecía dispuesto a seguir peleando como un animal acorralado hasta morir, incluso hallándose malherido y sin su arma. Su furiosa mirada mostraba aún su determinación.
– No tenéis idea del poder de la Banda Luna... Aún no habéis visto nada, malditos payasos.
La tensión estaba a punto de estallar entre ambos bandos. Las nubes de tormenta ensombrecían por completo el cielo portuario. Hakon no había estado tan nervioso desde la vez que se había pasado una semana sin orinar debido a la picadura de un bicho en el bosque. Un cúmulo de chispas parecía haber invadido el palo mayor del navío pirata, en cualquier momento descargaría la tormenta.
Algunos creyeron ver en la proa del barco una especie de aura fantasmal que parecía brillar con las nubes, el brillo negro de un espectro. Sonó una voz desde el navío que agitó todos los espíritus.
– Alcest, es suficiente. Él tiene razón, deberíamos irnos.
Era la voz de una mujer, pero su sonido era extrañamente etéreo. Ante aquellas palabras, Alcest se mostró cabreado e impotente. Finalmente dio un gruñido y se giró sin decir nada más, subiendo al barco pirata después de haber recogido su espada del suelo. Todos los piratas que aún podían moverse se dirigieron tras él hacia el interior del navío en una especie de procesión en que los truenos marcaban el compás. Nadie trató de detenerlos.
Durante la marcha pirata, Hakon no pudo aguantar más su curiosidad y, desde detrás del hechicero, le preguntó:
– Lo hiciste tú, ¿verdad? Que le explotase la espada en la cara antes de atacarme... ¿Cómo pudiste conseguir...?
Kanth sonrió ligeramente.
– Me llevó un tiempo darme cuenta, pero fíjate en su pendiente – Hakon observó al chamuscado Alcest mientras ascendía los últimos pasos del tablón; en la oreja que tenía carbonizada llevaba un pendiente lleno de hollín –. Ni él es un mago ni su espada un arma capaz de lanzar hechizos... pero está recubierta de un compuesto alquímico que la hacía explotar cada vez que se producía fricción. Cuando chocó con mi sable lo vi claro, entonces sólo tuve que hechizarlo para hacer que rozase su pendiente.
Así que alquimia, pensó el inexperto. Algo había oído sobre ello, era algo parecido a la herboristería, pero no tenía ni idea de que sirviera para la batalla, ni mucho menos que con ella fuera posible imitar los efectos de la magia del metal.
El galeón por fin extendió sus velas que, empujadas por el viento mágico, separaban despacio el barco de los escombros, algunos de los cuales caían pesadamente a orillas del muelle. A Hakon le pareció oír de nuevo, entre el rugir de la tormenta, aquella voz etérea y fantasmal.
– Deberías agradecerle a Kanth que te haya salvado, chavalín... pero no siempre habrá esa suerte.
El barco pirata se encontraba ya libre de su encayamiento, listo para partir de nuevo hacia alta mar. Antes de que zarpasen, Hakon se dirigió gritando a la voz espectral.
– ¿¿QUÉ SABES TÚ SOBRE MI ESCUDERO??
Entre los truenos, la respuesta llegó hasta él con la precisión de un rayo:
– Te lo diré. Ese hombre es Kanth `O Diaphtheíron1, un criminal conocido por sembrar el caos en el mundo hace algunos años...
El galeón empezó entonces a navegar y poco a poco se perdió entre las olas del horizonte. Las nubes tormentosas parecían desplazarse poco a poco junto a él, dejando un cielo despejado en el puerto y el espíritu del aprendiz de caballero cubierto de incertidumbre. Por un lado era el héroe justiciero que mata piratas, por otro admiraba la caballerosidad de Kanth al perdonar la vida a sus enemigos y dejarlos escapar. Pero aquella mujer envuelta en sombras había conseguido turbarlo todavía más. Además, ahora todos parecían alejarse temerosos de allí.
– Ahora ves – habló el hechicero mientras corría su capucha – por qué no me gusta llamar demasiado la atención. Me conocen en demasiados sitios... Pero bueno, al menos hemos evitado algunos problemas.
El puerto estaba casi desierto a su alrededor. Los destrozos y la repentina ausencia de gente lo hacían parecer un pueblo fantasma. En medio del caos que invadía por completo su mente, el inexperto encontró el brillo intenso de la lucidez.
– ¿Es que conocías de antes a esos piratas?
– La Banda Luna, fue una parte de los antiguos bandidos de Nova, una organización cuyos miembros iban desde saqueadores hasta practicantes de magia negra. Su objetivo principal era encontrar una forma efectiva de controlar el poder de los demonios. Yo mismo formé parte de la organización un tiempo, pero eso fue antes de que su jefe se corrompiera. He visto corromperse a demasiadas personas a lo largo de los años... Imagínate lo que será si nacen con la influencia del poder de la corrupción en el ambiente. Por eso tenemos que acabar con la profecía – apretó el puño con fuerza e hizo crujir los dientes –. Lo malo es que ahora será prácticamente imposible encontrar algún guerrero para que nos acompañe. ¡¿Por qué tuvo que gritar mi nombre delante de todo el mundo?!
Una brisilla solitaria acentuó las frustrantes palabras del hechicero. La misteriosa mujer del barco les había perjudicado terriblemente de aquel modo, aunque Hakon había llegado ya a un punto tal de saberes ignotos que apenas era capaz de asimilarlos todos.
– ¡Eh! ¿Habéis dicho que buscáis guerreros que os acompañen? – parecía que sí quedaba alguien... Hakon y Kanth se giraron hacia la potente voz y encontraron allí al trío de mercenarios, quienes por lo visto no habían abandonado el muelle.
– ¡Anda! – dijo Hakon con alegría – ¡Son los que ayudaron tanto a defender el puerto de los piratas!
– ¡Ha, me gusta tu actitud, chaval! – rió Skalion – Mi nombre es Skalion, bandido y cazarrecompensas; estos dos son mi banda.
Kanth los observó con cierto detenimiento. Desde luego habían demostrado ser muy fuertes, aunque su aspecto y carácter pudiera ser mejorable. De todas formas, no tenían mucho donde elegir...
– ¡Oye! – gritó Skalion al hechicero – He visto el viaje que te metió el de la espada, ¿cómo leches es que estás tan entero? Al guardia lo dejó hecho polvo...
Ahora que Hakon lo pensaba, tampoco él hubiera esperado que su compañero aguantase tan bien aquella explosión.
– Un escudo de luz... – se limitó a decir Kanth con media sonrisa – Bueno, ¿cuánto pedís por...?
– Anda – se maravilló el inexperto –, ¿de verdad tienes un escudo de luz? Ya podías haberme dado uno a mí.
– Como si fueran tan fáciles de conseguir – dijo el hechicero sin atender al aspirante a paladín que revoloteaba a su alrededor, posiblemente intentando ver dónde tenía guardado el escudo de luz –. Es un tesoro de la época antigua... ¡maldita sea, aléjate de mí!
En ese momento de ardua negociación con los tres mercenarios, Hakon vio de reojo a Kradenhur acercándose a ellos, esta vez sin su saco de tela gris. Dentro de su expresionismo habitual, parecía bastante alegre y satisfecho.
– He hecho un buen negocio, jovenzuelos... ¿Qué tal os ha ido sin mí? – entonces él también observó con calma y paciencia a los tres mercenarios que tenían delante – ¿Estos tres son los guerreros que has elegido para que nos acompañen al Este?
– ¿Eh? – intervino Skalion mientras miraba al anciano druida con inocencia; de todos ellos, era el único lo suficientemente alto como para mirarlo desde arriba – ¿Este viejo es amigo vuestro?
Ignorando por completo a la banda de Skalion, Kradenhur se dirigió entonces a Kanth.
– No esperes que te preste dinero para contratarlos... Lo que saco de mis negocios es sólo mío.
Kanth miró entonces su monedero, incomodado por el comentario de Kradenhur; no le hacía ninguna gracia al hechicero que nadie le llamase pobre, independientemente de que no soliera tener nunca mucho dinero. La cuestión era que en el monedero apenas quedaba más que polvo y alguna araña que se había colado dentro. En ese momento, el hechicero maldijo con ganas a Hakon y a todos sus antepasados... y todo esto ante otra sonora carcajada de Skalion.
– No os preocupéis, – rió – siendo así os presto a Rekhinor y ya está.
– ¡¿Qué puñetas, Skalion?! – se agitó el aludido – ¿Cómo que me prestas?
– Siempre andas diciendo que quieres viajar, ¿no? – respondió el alto bandido – Considéralo una buena oportunidad para hacerlo, ¡hahaha!
– ¿Y vosotros qué haréis, eh? – dijo Rekhinor aún no muy convencido.
Antes de que Lima o Skalion pudiesen decir nada, un pensamiento raudo como la centella apareció en la mente de Kanth. Aquello significaba que el contrato era gratis y gratis quería decir que no había que pagar. Antes de que nadie dijera ninguna cosa que pudiera cambiar aquella felicísima situación, extendió la mano hacia el sonriente bandido inmediatamente.
– ¡Aceptamos, muchas gracias! – y ambas partes chocaron las manos.
– ¡Eh! – se quejó Rekhinor – ¡Que yo aún no he dicho nada!
Pero Skalion ya se estaba alejando con la cansada Lima a cuestas, despidiéndose con la mano del creciente grupo de Hakon. Rekhinor se cagaba hondamente en Skalion, pero en realidad no había dicho ninguna mentira; él, Rekhinor Tsu, tenía un gran deseo de viajar por todo el mundo y aquel era una buena ocasión para empezar. Además, y por encima de todas las otras cosas, estaba hasta las narices de no moverse de aquel puerto.
– ¡Está bien, – gritó emocionado Hakon – vaaaaaaaaaaaamos allá!
Y hecho el grito paladinesco reglamentario que correspondía a casos como éste, el grupo se dispuso a abandonar el puerto de Lir después de haberlo bravamente defendido del asalto de los piratas, incluso a pesar de los destrozos, y con Rekhinor como nuevo aliado.
Pero, no muy lejos de allí, en la pradera que separaba la comarca de Leinesch de las regiones del Este, había alguien que no había salido tan bien parado aquella jornada. Un alguien sumamente cabreado y, por si fuera poco, incluso con menos dinero que el pobre Kanth.
– Mierda, Fasohl – dijo el calvo Renart –. ¿Qué puñetas vamos a hacer ahora?
– Estamos sin un duro, maldita sea... – se quejaba el aludido – En ese puerto no se podía hacer negocio, todo el mundo tiene mercenarios.
– Si al menos tuviéramos aún a Khordus con nosot... – empezó a decir el de la alabarda.
– ¡¡Cierra la puta boca!! – interrumpió Fasohl con gran cabreo – Hasta la polla me tenéis, bien podíamos tener un poco de suerte para variar. ¡Pero nooo... tenían que venir los piratas! Asco de ciudad...
– Ya – suspiró Renart –, ahora tendremos que comer hierba como las vacas...
Pero en aquel momento, los tres saqueadores oyeron que alguien se acercaba desde la lejanía y era alguien cuyos alaridos les resultaban curiosamente conocidos. Los tres miraron a su espalda y vieron que se trataba del mismo imbécil al que habían dado una paliza a la salida del bosque de Khorill.
– Heh... – sonrió Fasohl con enferma satisfacción – Me da la impresión, compadres, de que nuestra suerte acaba de mejorar.
Puede que Hakon fuese ahora acompañado por otras tres personas, pero los asaltantes conocían bien la debilidad del aspirante a paladín. Si podían explotarla convenientemente, y estaba claro que no era muy difícil explotarla, podrían usar a ese pobre imbécil para resarcirse de todas sus penurias.
– Anda, así que te gusta la pesca... ehm, ¿cómo era tu nombre, Recesvinto?
– Rekhinor... – respondía el marinero con paciencia – Sí, antes de ir de cazarrecompensas solía ganarme la vida como pescador. Este pendiente – señaló el que llevaba en la oreja izquierda en forma de sol – lo hice yo con la concha de un bicho que pesqué.
El grupo compuesto de Kanth, Rekhinor, Hakon y Kradenhur llegó entonces a la altura del de Fasohl. El Sol ya declinaba y las sombras en la pradera empezaban a magnificar todas las figuras.
– Mira a quién tenemos aquí – dijo Fasohl –, es el inútil que se las da de héroe.
Hakon observó al trío. Lo cierto es que no estaba muy seguro de quiénes eran, pero una cosa estaba clara...
– Oye, Kanth... estos te acaban de llamar inútil, ¿les conoces?
Kanth se sintió como si le golpearan la mente con una piedra de sal.
– ¡¡Imbécil, se están refiriendo a ti!!
Hakon meditó entonces un momento. Creía haberse visto en una situación parecida no hacía tanto tiempo. Entonces cayó por fin en la cuenta.
– ¡Ajá! – dijo señalando a la banda de Fasohl – ¡Vosotros sois los violadores que se ensañaron conmigo en el bosque!
Todos los allí presentes creyeron que Hakon no estaba muy bien de la cabeza. Los que no sabían a qué se estaba refiriendo, enseguida malinterpretaron la frase y ello se manifestó en la expresión de sus caras. Kradenhur, de hecho, empezó a comentarlo con Kanth entre susurros y pequeñas risas.
Fasohl y su panda estuvieron a punto de dar un traspiés en el sitio.
– Maldito hijo de... – pero enseguida se recompuso y regresó a su plan – Mis compadres y yo estamos seguros de que sigues siendo un cobarde cagado y una rata debilucha, ¡já! Seguro que no te atreves con nosotros tú solo ahora que somos menos, ¿verdad? ¡HUAHUAHUAHAHA!
Los tres asaltantes rieron al unísono... a un unísono descoordinado, pero hacían lo que podían. El caso es que aquella inocente provocación había resultado de maravilla, tal y como ellos pensaban, pues el fulgor del heroísmo empezó a hacer arder los ojos de Hakon.
– Ahora vais a ver, malnacidos... ¡luchemos! – y se dirigió luego a sus amigos – Esto es asunto mío, no quiero que ninguno intervenga, ¿de acuerdo?
Una sonrisa brilló en los tres asaltantes. Ya está, lo tenían. Ahora se iban a ensañar en él como si fuera un cerdito.
– ¿No le ayudamos? – se sorprendió Rekhinor – No creo que esos tarados vayan a pelear limpio.
– No hará falta – respondió Kanth con una sonrisa de serenidad –. Además, él mismo nos ha pedido que no hagamos nada, ¿verdad?
– Sí, pero...
– Observa el espectáculo – terminó el hechicero.
A pesar de todo, Rekhinor parecía intranquilo. Hakon avanzó entonces hacia los tres asaltantes, espada cutre en mano y con el ardor de la batalla esparcido por todo su ser. Fasohl y los suyos ya estaban relamiéndose.
Iniciaron la pelea atacando los tres a la vez. Entonces Hakon, sin saber muy bien cómo, detuvo el avance de sus oponentes y logró asestarles un veloz tajo con la espada. Ante la orgullosa mirada de sus maestros, uno por uno fue hiriéndolos antes de que pudiesen reaccionar, de tal manera que quedaron finalmente incapacitados para seguir la lucha.
– ¡Maldita sea, éste antes no era así! – se quejaba Renart – ¿Qué hacemos, jefe?
– Anormal, ¿a ti qué te parece? ¡Correr antes de que sea tarde! ¡Huyamos!
Y los tres, esta vez con una asombrosa coordinación, emprendieron una acelerada marcha hacia la lejanía con el pánico en sus corazones y una profunda confusión en su espíritu. Aquel chaval al que habían conocido una vez como un inútil sin fuerza ni habilidad ahora se había convertido en alguien capaz de vencerlos a los tres a un tiempo. No comprendían qué enferma naturaleza del universo pudo haber producido un fenómeno semejante. De hecho, incluso el propio Hakon tardó un rato en comprender lo que había hecho.
– Les he vencido... – dijo mirando a la mano con que empuñaba la espada – No sé cómo, pero...
– Es natural que puedas contra unos inútiles como esos – se acercó Kanth –, ¿quién crees que te ha entrenado? Más adelante tendrás que luchar contra enemigos de verdad, así que no te despistes.
En aquel panorama ocasiano, los cuatro viajeros siguieron su ruta a través de la ahora apacible pradera alejándose cada vez más de la comarca de Leinesch, en la que Aiye y los suyos aún luchaban por encontrar algún indicio que los guiase para reunirse con Hakon. El aprendiz de caballero ya estaba más cerca de convertirse en un verdadero héroe y aquel día lo había demostrado superando a unos enemigos que antes le hubieron parecido muy poderosos, pero que no eran nada comparado con los peligros que debería enfrentar a partir de ahora.
– Bueno, Kanth... – animado, el inexperto preguntó al siniestro hechicero – Y, ¿cómo se llama nuestro próximo destino?
– ¿Has oído hablar alguna vez del feudo de Gaia-Metra? – respondió y, en vista del silencio incisivo de inexperto, continuó hablando – Se trataba de los primeros territorios habitados por la humanidad, que luego fueron unificados bajo régimen feudal por el conde Norman. Allí tuvieron lugar las matanzas de los elfos así como la aparición de las primeras sectas de demonios oscuros.
– Los mismos que crearon a Akmakro – concretó Kradenhur.
– Vaya, vaya – se sorprendió Hakon –. Ese conde debe ser un tipo peligroso...
– Lo fue, ahora está muerto – dijo Kanth –. Actualmente la región consiste en feudos pequeños, algunos pueblos aislados y, sobre todo, muchas ruinas.
Aquello seguramente implicaba descubrir por fin la manera luchar contra la profecía, pensó Hakon, así que tomó heroicamente aire y apuntó con su índice al horizonte.
– Entonces, ¡vamos allá!
Por su parte, en Lir, Lima y Skalion habían decidido, por fin, abandonar aquel desolado puerto y probar suerte en otro lugar donde pudieran conseguir algún dinero. Esto podría ser mediante un contrato de mercenarios o encontrando algún tesoro, ya fuera en una cueva, sobre las montañas o en manos de algún forajido. En cualquier caso, el robusto bandido y la joven marinera habían conseguido montar en un carro lleno de gente que partía desde Lir. Antes de salir, Skalion echó un ojo al mapa mientras Lima descansaba... y lo que vio en el mapa le causó tanta risa que no pudo evitar soltar una inmensa carcajada.
– Viajeros al carro... – sonó la voz del cochero y, de un latigazo, comenzaron a andar.
El viaje de Hakon Átekhnos no había hecho todavía más que empezar. Durante su animada caminata por las praderas, el inexperto pensaba en todas las maravillas y peligros que lo aguardarían. Acompañado por el oscuro y esquivo hechicero, maestro y escudero, con antecedentes sospechosos y conocedor de los saberes del pasado; así como por el anciano y sabio elfo Kradenhur, supuestamente el ser vivo más viejo y del cual estaba totalmente seguro que tenía un negocio turbio con las hierbas; y por supuesto de Rekhinor, un tío que parecía majo y del cual apenas conocía nada, salvo el hecho de que era pescador; así iba el inexperto caminando por el sendero que le conduciría a la leyenda.
Notas y aclaraciones:
1Diaphtheíron se traduce en lengua antigua como Destructor.
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