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Fairy Lights

Capítulo 14 ~ ¡Enfrentamiento en el lago! La valiente dama de alma inquieta ~

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Apr 20, 2014
  • 25 min read

Updated: Nov 13, 2024






Skalion estaba horriblemente cabreado. De hecho, borracho y cabreado, razón por la cual había empezado a romper cosas, llorar de vez en cuando, otras gritar y de vez en cuando entonar una especie de balada que se parecía bastante al berrido de un loco demente torturado por cientos de fantasmas abisales. Había sido el primero en marcharse de las ruinas con Lima a cuestas, pues aquello ya no le interesaba, y el desinterés se convirtió en cabreo mientras que el cabreo se convirtió luego en borrachera suprema. El que hubiera decidido pagarlo con el mobiliario era lo que más preocupaba al resto del grupo, esencialmente porque se los podía tirar encima.

– ¡¡Hastalasnaricesestoyya, cagoentó!! ¡¿Porrrrrrrqhé no puedo tener suerrrte una ssola vfez, EEH?! Estamospeladosysindinero... estonopueseguirasí, ¡¡esos tesoros eranmíooosss!! ¡Galletasinfinitas podríahabercompradoconellos! ¡Saposible, josdeperra! ¡Devuélveme mmi dinero, Rekhinorrrr! ¡¡JAAAAARRRRRR!!

– ¡Que alguien amarre a esa bestia parda! – gritaba Kanth esquivando un barril furtivo.

Hakon y Rekhinor se habían parapetado tras una de las mesas mientras un aluvión de sillas y banquetas amenazaba su posición.


– ¿Es siempre así cuando se cabrea? – dijo el inexperto.


– Siempre no, – respondía el pescador ocultando la cabeza detrás de su fuerte – sólo cuando está sobrio.

– ¡¿Sobrio?! ¡Si nada más llegar bebió una maldita barbaridad! Lo mismo llegó para tumbar a Lima...

La aludida descansaba encima de una de las mesas, la cual Skalion acababa de empotrar contra un armario. A pesar del impacto, la joven marinera seguía en estado semiinconsciente.


– No creas que eso se lo ha hecho la bebida... – aclaró Rekhinor al inexperto.

– ¡¡Aaaaacabaron las penas y mi corazón se encuentra alegreeee... lllllllllleno de alegría y esperanzaaaaaaa!! ¡Algún díiiiia llegará el amanecer si lo esperaaaas...!

En esto Nullavi salía de la cocina con una bandeja llena de jarras de cerveza e hidromiel en una mano, una cuerda en el hombro y Fío en la otra mano.

– ¡Aprovecha ahora mientras está cantando! – apremió Rekhinor a la dueña.

Clío amarró las cuerdas alrededor de Skalion mientras él cogía una jarra y se ventilaba el contenido con avidez. Entre ella, Kanth y Rekhinor, consiguieron finalmente atar por completo al bandido evitando así que aumentaran los destrozos.

– No creo que tuviéramos dinero para pagar por más... – decía el hechicero – de hecho vamos a tener que usar el salario de tu contrato para lo que hay ya.

Rekhinor perdió por un momento su embriaguez y giró la cabeza hacia el hechicero.

– ¡No pasa nada! – dijo Nullavi con una sonrisa mientras apretaba más las cuerdas – Eso es cosa mía, ya lo arreglaré... Esta noche quiero que todos lo pasemos en grande, ¿está bien?

Todos corearon a la posadera, que en tan poco tiempo se había convertido en una más del grupo y era casi imposible para cualquiera de ellos verla ya de otra manera.

Lima se incorporó de su actual posición en el suelo.

– Todo eso no es jusssssto, chaval... ¡quiero mi passsssta, *hip*! – y se desplomó de nuevo con toda su ligereza.

Aquello arrancó una risotada a la posada entera, que aquella noche parecía estar abierta sólo para ellos. Puede que su viaje a las montañas no hubiera salido como esperaban, pero en aquel momento nadie podía estar triste; lo celebraban con el corazón lleno de alegría y la sangre de alcohol como si realmente, de algún modo, aquello hubiera sido un verdadero triunfo.

– Oye, Clío... – dijo Kanth ya bastante achispado – ¿por qué no vienes con nosotros? ¿No has querido alguna vez irte por ahí de aventuras?

– ¡Claro que sí, sería fantástico! – respondía Nullavi mientras reponía cerveza y licores – Me encantaría irme del pueblo y conocer mozos valientes, pero tampoco puedo irme y dejar la posada.

– ¡Anda ya! – respondió el hechicero bebiendo un poco más.


– No le hagas caso, chavalita – dijo Kradenhur también borracho –. Si nos acompañases tendrías que pagárselo todo y al final serías tan pobre como él...

– ¡¿Y quién no quiere compartir sus fondos ilegales, eh?!


La posadera rió como una niña en una feria de atracciones.

Aquella noche estaba resultando excepcional; incluso a pesar de las eventuales broncas, todo el mundo se lo estaba pasando en grande a su manera. Ahora Hakon y Rekhinor trataban de vencer a Kanth en una lucha de sillas, mientras que Kradenhur usaba pasta de hierbas para decorar, ante las risotadas de Clío, las caras de Lima y Skalion con curiosos dibujos. En medio de la repanocha que se había montado en la posada, Hakon volvió un instante la vista hacia la ventana y vio, a lo lejos en la noche, una figura extraña... el fantasma de una bellísima y delicada mujer.

– ¡No bajes la guardia nunca, chaval! – Kanth había logrado en un rápido movimiento desarmar al inexperto con su silla – ¿Qué estás mirando por la ventana, eh?

Hakon titubeó un instante, pues no sabía si lo que había visto era real o tan sólo su imaginación.

– ¡Venga, Clío! – gritaba Kanth – ¡Únete a la batalla!

Entre carcajadas, la joven apenas era capaz de responder, así que tuvo que apartar un momento la vista de los extraños diseños faciales de Kradenhur.

– ¡Claro que sí, ahora voy! – respondió riendo.

En ese momento Skalion despertó y con su gran fuerza rompió las cuerdas que lo amarraban.

– ¡¡Aaaaaarrrgh!! – gritó airado y agarró a Clío – ¡Te quiero mucho majjjetona, os quiero a todos casi tanto como quiero a las galle... AUGH!

Clío le dio un sartenazo en la cabeza y se quedó dormido de nuevo, esta vez viendo las estrellas. Después Clío vio que la sartén había cogido la forma de la cabeza de Skalion debido a la fuerza del golpe.


– Oh, lo siento... me había asustado.

Aún así, ni siquiera golpeándole con una casa parecía ser posible hacer mella en el bandido. La fiesta continuó despreocupadamente con risas y alegría y se extendió hasta que todos cayeron rendidos del cansancio y de las cantidades heroicas de alcohol que se habían invertido en el grupo aquella noche. La posada al fin reposaba y las luces se habían apagado ya. Skalion dormía con la sartén aún encajada en la cabeza, Rekhinor sobre una mesa, Lima en el suelo, Kanth y Kradenhur cada uno en una silla, Nullavi apoyada en la barra con una botella de licor caro agarrado... sólo Hakon parecía incapaz de pegar ojo, sentado junto a la ventana con ojos entrecerrados mientras observaba el paisaje nocturno, esperando quizá un arrullo que lo llevara al mundo de los sueños y apaciguara al fin las inquietudes de su alma heroica. Entonces, según sus ojos se perdían en los oníricos parajes que habitan en la lejanía de la noche, la figura de aquella hermosa joven volvió a aparecer ante sus ojos.

Era una mujer de aspecto débil y rasgos suaves que irradiaba una pureza casi espectral. Aquella figura envuelta en mantas se iluminaba en la noche como una frágil estrella a punto de exhalar su último suspiro. Los cabellos ondeaban en la brisa nocturna, brillando apacibles como el hogar de la taberna. Sus ojos, de extrema belleza, parecían esconder el secreto de una melodía olvidada, una nostalgia piadosa que punza el espíritu lentamente. Hakon la vio volverse hacia él un instante y fue capaz de captar en la joven la serenidad que acompañaba su clara y limpia sonrisa. El aspirante a caballero quedó de inmediato encantado por aquella aparición.

Todos dormían tras la fiesta y la mística mujer desaparecía tras un cerro en el bosque. Entonces, siguiendo la templada angustia de su joven corazón – probablemente lo único que tenía templado, aunque se le podía echar aún la culpa al alcohol – el inexperto avanzó cauteloso entre tablones mientras sorteaba los cuerpos de sus compañeros, intentando no hacer ruido mientras se marchaba.

Con un suave rechino, la puerta de la posada se cerró y Hakon marchó al encuentro impaciente de aquella belleza sobrenatural de aspecto delicado.

– Allá fue – dijo la voz de Kanth en la sombra –, ¿qué deberíamos hacer nosotros?

– Son ganas de hacernos trabajar – respondió susurrante Kradenhur –, pero no nos queda otro remedio...

Y el silencio de la noche regresó a la posada.

En su camino a través de la campiña nocturna, Hakon seguía los pasos de la joven misteriosa. Algo en aquella visión había que lo atraía en extremo; de algún modo había hechizado su heroico corazón. Aquella delicada extraña de cabellos brillantes y suprema elegancia que apenas parecía posible a este mundo... aquélla era sin lugar a dudas la doncella capaz de alimentar el alma de un auténtico caballero. El aspirante apenas era capaz de distinguir su esbelta figura en aquella engañosa oscuridad, pero estaba decidido a no rendirse en su empeño; tenía que saber, al menos, quién era esa chica de aspecto etéreo.

El rastro de la joven lo llevó hasta un bosquecillo no muy lejos del pueblo. Allí la encontraría con facilidad, después de todo los bosques eran prácticamente su lugar de nacimiento. Con esta confianza, ciertamente curiosa en el joven paladín, se adentró en el bosque nocturno a la caza de su doncella. No prestó, por supuesto, la menor atención a los pasos sigilosos que acechaban tras él.

Hakon anduvo a tientas por el frondoso paisaje un rato, tratando de seguir el rastro de la mujer. Aquel bosque no parecía tan grande desde fuera. Había escasos lugares por los que se filtraba la luz de la luna, los cuales usaba el caballero para tratar de encontrar a la doncella espectral. Sin embargo, el rastro se había esfumado y Hakon se hallaba inevitablemente perdido. A estas alturas el volver tras sus pasos sería una tarea inútil, por no mencionar que Hakon no estaba seguro de cuáles habían sido sus pasos. Allá donde miraba, el paisaje parecía el mismo, una oscura frondosidad con intervalos de luna. Había una única opción y era seguir adelante.

Un búho ululó en la oscuridad. El sonido del agua indicó a Hakon el camino hacia un pequeño lago, en cuyas aguas apenas se apreciaba el reflejo de la luz lunar. Entonces percibió una figura tras él, alguien estaba acechándolo en la sombra. Se giró de inmediato por ver de quién se trataba y distinguió dos figuras entre la maleza, pero estaban aún lejos como para poder ver de quién se trataba. Había algo curioso en ellas y era que se movían sin hacer ningún ruido, como si realmente estuvieran agazapados esperando la ocasión de asesinar a alguien.

Hakon se preparó para desenvainar su espada, pero inmediatamente se dio cuenta de que no la tenía. Se la había olvidado en la posada. Ahora las dos figuras se estaban acercando despacio. Hakon se percató de que estaban hablando algo entre sí.

– Hay que andar con ojo, – el pálido reflejo del agua mostró a un hombre alto, moreno y de pelo plateado, cuyos rasgos elegantes y orejas largas y puntiagudas indicaban que se trataba de un elfo – de esto no puede enterarse nadie. Mucho menos el conde y su visir...

La luz incidió entonces en el otro individuo, también similar a un elfo, pero de aspecto más montañés que el primero. A Hakon le daba la impresión de haberlo visto antes, aunque no tenía ni idea de dónde. Tampoco es que hubiera tenido delante a muchos elfos y desde luego uno como aquél, grande y curtido, habría sido complicado de olvidar.


– No soy tonto, – respondió éste con voz ronca – pero no podrás hacer esto sin ayuda. Ninguno de los dos conoce la Superficie tanto como para...

– ¡Es la única alternativa! – le soltó el otro; incluso enojado, su voz expresaba una gran serenidad – Lo haremos despacio, pero lo haremos solos.

– ¿Crees que tenemos tiempo, Reisen? – dijo el más curtido – Podría morir gente, también de los que son como nosotros... No podrían defenderse por mucho tiempo, ¿tú los has visto?


– Los he visto, y también he visto a los otros. Esto no lo hacemos por ellos, lo hacemos por el equilibrio del mundo. Las víctimas podrán ser reemplazadas luego.

– ¡Ninguna víctima podrá ser reemplazada! – se exaltó el otro – Esta gente conoce la magia, Reisen, no hay necesidad de que sean unos maestros si nosotros les decimos qué deben hacer.


A la altura que ambos estaban, a Hakon le parecía inverosímil que aquellas dos figuras de aspecto imponente no se hubieran percatado aún de la presencia del aspirante a paladín. Estaba delante de ellos, pero ninguno miraba para él, igual que si no existiera.

– Tú eras el que no se fiaba de ellos... – el del pelo plateado suspiró – Como sea, tenemos que apresurarnos en llegar a Cyphra antes de que nos descubran. Vamos, Kradenhur...

Un momento, ¿Kradenhur? ¿Cómo que Kradenhur? Hakon trató de aguzar la vista... antes de que se alejaran más, se fijó en que el grande tenía una larga coleta roja y un flequillo que casi le tapaba la cara. Definitivamente tenía que ser otro Kradenhur, pensó; uno más joven; quizá aquél era un nombre común entre los elfos, lo cual explicaría que también tuviera un rostro bastante anodino.

Las dos figuras se encaminaron de nuevo hacia Hakon sin dar señal alguna de haberlo visto. El paladín se apartó azorado para que ninguno de ellos lo arrollase. Sin reparar en él, ambas figuras siguieron caminando lentamente ante la extraña mirada de Hakon hasta desvanecerse por completo en el bosque.

– ¿Qué ha... sido... eso? – pensaba el aspirante a caballero aguantando la respiración. Entonces un nuevo reflejo en el agua lo sorprendió. En uno de los claros de luna vio de nuevo a la joven misteriosa caminar entre los árboles.

Con ardor en la mirada y temor en el corazón, el inexperto corrió hacia el claro en que había visto a la hermosa doncella con total seguridad de que al fin la atraparía. Sin embargo, una vez estuvo allí no encontró huella de la presencia de la muchacha, ni nada que indicase en qué dirección de aquella frondosidad había ido. Avanzó, pues, a tientas en la dirección que le indicó su espíritu aventurero, con la delicada imagen de la joven todavía en su mente. Corrió en línea recta hasta faltarle el aliento y luego un poco más. No estaba seguro de cuánta distancia había recorrido cuando vio algo caer delante de él, haciendo un ruido como el de alguien que acaba de ser emboscado.

Hakon no tuvo ni tiempo de agacharse cuando otra figura cayó justo a su lado con un gemido similar; era la figura de un hombre robusto con una especie de cuernos negros clavados en los hombros. Sin embargo, la sangre le manaba de un hacha que tenía clavada en la espalda. Ni tiempo tuvo el inexperto de intentar socorrerlo cuando un enorme caballo negro saltó encima de él. Hakon no tenía tiempo de apartarse, aquel enorme animal lo iba a destrozar por completo en cuanto cayera... Sin embargo, no lo destrozó. Cuando el inexperto abrió los ojos de nuevo, comprobó que el caballo lo había atravesado como si se tratase de un espíritu. Entonces vio cómo el hombre herido se arrancaba el hacha de la espalda, lo atravesaba también y subía al enorme caballo.

Era como si el bosque estuviera lleno de fantasmas. Hakon se daba cuenta cada vez más de que todas aquellas figuras no eran más que ilusiones, posiblemente destinadas a hacerlo enloquecer y acabar con él en aquel siniestro bosque.

Tenía que salir de allí enseguida.

El gigantesco corcel resopló mientras su fantasmal jinete agitaba el hacha arrancada con brío y ambos saltaban de nuevo hacia la espesura, dejando tras de sí una estela de fuego que no quemaba. Hubo nuevos gritos y Hakon creyó distinguir entre los árboles un ejército de figuras espectrales, comandadas por un hombre enorme de aspecto amenazante. Entonces se irguió y empezó a correr en la dirección por la que creía que había venido, mirando atrás a cada paso para asegurarse de que ningún fantasma malvado lo estaba persiguiendo. De vez en cuando tropezaba con un charco de barro o chocaba con un árbol, pero eso no iba a detenerlo en su empeño por huir de allí. Había que salir de aquel bosque encantado como fuera, el problema era que no estaba muy seguro de cómo hacerlo. De hecho, tampoco estaba seguro de que el bosque no lo hubiera atrapado ya para siempre... Este último pensamiento le hizo acelerarse todavía más, de modo que siguió corriendo más allá del límite de sus fuerzas. Chocó entonces con algo frente a él y una mano siniestra lo agarró por un costado.


– ¡¡AAAAAAAAAAAAHH!! ¡Soltadme, soltadme!

– Descansa, imbécil – dijo la siniestra figura –. Soy yo.


Hakon dejó de patalear y comprobó que se trataba de Kanth. Y éste, a diferencia del resto de aparecidos, era real. En cuanto se hubo calmado un poco, vio que él y Kradenhur estaban ahora frente a él.


– ¿Qué... – balbució Hakon – aquí, qué se supone que...? – un acertado bastonazo en el cogote calmó el ansia del inexperto – ¡AU!


– Nos das problemas incluso de noche, maldito discípulo – dijo el viejo –. ¿Qué prisa tenías en llegar aquí, eh?

Hakon se puso alerta de nuevo, esta vez a causa de un movimiento en los matorrales detrás de Kanth y Kradenhur.

– ¿Más fantasmas?

El druida y el hechicero se dieron de inmediato la vuelta y comprobaron que, en esta ocasión, se trataba de un movimiento distinto al de una aparición.

– No, – dijo Kanth – nos han seguido.

La negra figura emergió poco a poco de entre las sombras del bosque, encontrándose con los tres viajeros listos para atacarle. Su reacción fue la de alzar ambas manos y dejarse ver.

– ¿Rekhinor? – dijeron casi al unísono al ver al pescador.


– ¿Qué leches haces aquí? – preguntó Kanth casi con decepción.


– Os vi marchar de la posada y decidí seguiros... – respondió.


Lo sorprendente era no tanto la decisión del pescador de ir tras ellos, lo cual denotaba por otra parte una camaradería insospechada, sino sobre todo el hecho de que ni Kanth ni Kradenhur se hubiesen dado cuenta en todo el camino de que alguien los seguía. Puede que hubieran subestimado las habilidades de aquel compañero suyo de aspecto rústico y aficionado a los licores.

– No hay remedio, – suspiró Kanth – sigamos entonces.


– ¿Sigamos? – se exaltó Hakon – ¡Hay que salir de aquí! Este bosque está encantado...

Mientras el aprendiz de paladín hablaba, la figura espectral de un hombre con aspecto de aldeano pasaba junto a ellos.

– De eso se trata – dijo Kanth –. Vamos, no perdamos tiempo.


El druida y el hechicero se pusieron en marcha a través de los árboles, iluminados por el reflejo de la luna en las aguas del bosque. Desconfiado, Rekhinor les siguió el paso con su harpón bien agarrado. Visto el panorama, Hakon no tenía más remedio que ir con ellos, pues tampoco sabía cómo salir.

Alcanzando al hechicero a la cabeza de la comitiva, el inexperto preguntó:

– ¿Adónde estamos yendo, escudero...?

Kanth suspiró de nuevo y adoptó un aire solemne, más o menos como cuando habló con aquel ladrón. Los fantasmas de una niña y su perro estuvieron acompañándolos durante un rato.

– Antiguamente, – empezó su relato el hechicero – cuando el condado de Gaia-Metra dominaba la región, se libraban en sus terrenos infinidad de batallas a causa de la codicia de su gobernante. La gente, ya fueran humanos, elfos o hadas, deseaba vivir en paz, pero constantemente eran masacrados por los soldados feudales. Enseguida comprendieron que el conde no respetaría a quien no se pusiese a su servicio, de modo que muchos así lo hicieron... pero el conde era un hombre débil de voluntad y sentía un gran temor hacia la gente de otras razas, incluso hacia aquéllos con costumbres ligeramente distintas a las suyas. Era difícil saber qué molestaría al conde y qué no y, por supuesto, de ello dependía siempre la vida de cualquiera... es decir, a cada segundo estaban jugándose la vida, tanto si se sometían como si no.

– No dramatices, maldita sea – interrumpió Kradenhur.


El hechicero carraspeó con impaciencia.

– La cuestión es que el poder feudal amenazaba con extenderse cada vez más, aniquilando a su paso toda raza o cultura que no cumpliese los preceptos de lo que el conde Norman consideraba lo aceptable. Su ejército era el más numeroso y además contaba con un odioso mago personal que...

– Déjate de detalles sin importancia y ve al grano, ¿quieres? – dijo Kradenhur.

– ¡Cuéntalo tú si no te gusta! Después de todo aún estabas vivo de aquélla...

– No, hombre, – rió el anciano druida – me divierto más si lo cuentas tú...

– En cualquier caso, – prosiguió molesto Kanth – los lagos de esta región son el residuo de una antigua barrera que sirvió para esconder a las gentes de la región y salvarlas de los desmanes del conde. Ahora la magia aún queda en los lagos de estos bosques y la luna refleja en ellos sucesos que tuvieron lugar aquí en el pasado, aunque sólo se manifiestan a aquellos con un evidente poder mágico o algún deseo muy fuerte en su espíritu, tan fuerte como el que en su día tuvieron los dos maestros que crearon esa barrera de salvar a la gente de la masacre; de ahí que se haya denominado estos lagos como los Lagos del Deseo Oculto.

– ¿Lagos del Deseo Oculto? – repitió Hakon – ¿Y eso?


– ¡¿Has escuchado una mínima palabra de lo que dije?! – maldijo Kanth – De todas formas, lo que me sorprende es que un anormal como tú sea capaz de ver los reflejos de los fantasmas.


– Yo aún no he visto ningún fantasma – dijo Rekhinor convencido.


Por alguna extraña y misteriosa razón, a nadie le sorprendió lo más mínimo. En todo el rato que caminaron entre los lagos del bosque no pararon de toparse con diversos aparecidos y Rekhinor siempre los ignoraba como si nada. No es que fuera un valiente, era que no los veía en absoluto...

Mientras, Kanth seguía tratando de contar la historia antigua de los lagos mientras era constantemente interrumpido por Kradenhur.


– Hay algo concreto que debes ver... – decía Kanth, ya hasta las narices del viejo – Suelen aparecerse hacia el Norte, cerca del mar, poco antes del amanecer. Eso, si no se han esfumado ya en dirección a Cyphra...

En aquellas palabras parecía haber un ligero matiz de honda melancolía, pero Hakon no le dio demasiada importancia. Cyphra... el inexperto creía haber oído antes aquel nombre.


– Ahora tendremos que acampar – decía Kradenhur al hechicero, sin prestar atención a lo que éste había dicho –. ¿Qué habrá atraído hasta el bosque a ese alcornoque?

– ¡La doncella! – dijo Hakon de repente.

– ¿Qué...? – preguntó contrariado Kanth, que estaba a su lado.


Una rana atrapó a un mosquito traicionero que estaba dando la tabarra a Rekhinor desde hacía rato. Hakon parecía haberse olvidado totalmente de su miedo a los fantasmas.

– Una chica hermosísima me condujo hasta aquí, pero al entrar le perdí la pista...

– Seguramente fuera otro reflejo de los lagos – respondió Kanth –. Ahora atiende, te vas a perder lo mas importante de mi his...


– Estaba fuera del bosque, ¡ella era real, sin duda!

Hakon aún recordaba, con toda clase de detalles tanto verídicos como imaginarios propios de toda mente heroica, su encuentro etéreo con la bella muchacha. Kanth, por su parte, se estaba hartando de interrupciones. En aquel momento, pasaba junto a ellos una procesión de espectros de gente con cuernos en los hombros, como aquél que el inexperto había visto caer al suelo. Caminaban derrotados y con severas heridas, incluso en los niños pequeños, todos al compás de una marcha inexistente.

– Nadie viene a los lagos, imbécil... habrá sido tu imaginación.


– ¡Insisto en que era real!

– Y yo insisto en que estabas ebrio.

En aquel momento el sol comenzaba a asomarse por el horizonte y el ilusorio ejército se desvanecía ante los ojos de Hakon y compañía. Siguiendo un pequeño riachuelo, ya se estaban acercando al linde del bosque y el paisaje era cada vez más claro. Se olía incluso la brisa marina.

A la salida fueron deslumbrados por la luz del amanecer, más tenue en el interior de la espesura. Fue entonces cuando los cuatro viajeros vieron el mar en que el riachuelo iba a parar; y mirando al mar, una figura de largos cabellos acunados por el viento.

– ¡Ha, te dije que era real!

Hakon corrió emocionado hacia la que sin duda era la encantadora mujer de belleza suprema que había visto en el bosque y lo había guiado hasta allí. Kanth y el resto seguían sin creerse lo que veían, pero el inexperto estaba convencidísimo, tal era la velocidad que llevaba para encontrarse al fin con aquella misteriosa dama.

– ¡¡Eeeeeeeeeoooooo!! ¡Aquí estoy, joven damisela! ¡Eeeeeh! – decía haciendo el máximo aspaviento posible.

Hakon continuaba corriendo hacia aquella figura brillante, incapaz de verla con claridad debido a los destellos que producía. Llegando al múltiple delta que se formaba en las cercanías, ya que era aquél lugar de desembocadura de otro río más grande al que se unía también el del bosque, el inexperto se percató de algo. El destello que lo cegaba no era producto de una fuerza sobrenatural, era una armadura. Aquélla no era la misma mujer.

La ignota figura giró su rostro levemente hacia el inexperto, que se había detenido en seco.

– ¿Quién sois, por cierto? – dijo la mujer de armadura.


Hakon sentía un aura familiar en aquella joven de mirada inhumana. Su brillante armadura que la cubría casi por completo, la espada a sus pies, el plateado escudo colgado en su espalda. Aquellos eran sin duda los atributos que solamente llevaría...

– … un caballero – se sorprendió Hakon.

Ella se giró entonces por completo. Su rostro era en verdad hermoso, digno de una damisela, con los ojos azules como el cielo abierto, labios finos, piel blanca y suave; el cabello dorado le caía en un flequillo lateral que parecía ascender ligeramente antes de iniciar la caída sobre sus orejas pequeñas y bien formadas, su voz era clara y melódica. Sin embargo, tanto su mirada como su tono imperioso eran los de un guerrero avezado en la batalla.

– He hecho una pregunta, ¡responded! ¿Quién sois?

Aquella bella mujer era un caballero de verdad. Hakon, ¿quién era él realmente ante su presencia? No parecía prudente decir ninguna insensatez. A pesar de todo, quizá hubiera encontrado por fin a su igual.


– Mi nombre es Hakon Átekhnos, – y añadió – el caballero.


– ¿Qué sucede, Hakon? – dijo Kanth alcanzándole por fin – Ella no será...

La mujer de armadura pareció afectada ante la presencia de los amigos del inexperto, sin embargo no parecía tener intención de tomarlos en consideración. Por el contrario, su vista se mantenía fija en él... y entonces sus ojos adquirieron el mismo brillo del mar a sus espaldas.


– Me habéis dado vuestro nombre, yo os daré el mío. Soy Laine Halshire y viajo en busca de un digno rival. ¿Aceptarías un combate contra mí?

Un combate contra un caballero de verdad, pensó Hakon. Increíble, al fin había llegado el día en que mediría sus fuerzas con alguien de su misma clase... o de la clase que aspiraba convertirse. Pero, así y todo, el cansancio acumulado estaba empezando a hacer mella en su nervioso heroísmo.

– Yo... – trató de responder.

– Lo olvidaba, caballero – dijo ella mientras recogía su espada –. Será un duelo a primera sangre sólo con la fuerza de las armas. El que pierda habrá de reconocer su derrota y su vida quedará en manos del vencedor. Si realmente eres un caballero, aceptarás estos términos.

Los ojos serenos de aquella mujer parecían albergar la furia de una tempestad, un infierno azul incapaz de ser contenido más que por el honor de la auténtica caballería. Hakon estaba entusiasmado y entumecido. Nunca había sido muy bueno en los combates a primera sangre, pero en esta ocasión no podía negarse. Si realmente deseaba convertirse en caballero, tenía que aceptar el duelo y luchar contra la bella joven de armadura. Aunque aquello significara apostar la vida a una carta.

– No tienes que aceptarlo, imbécil – le decía Kanth por detrás.


– Es cierto, – afirmaba Rekhinor – es una maldita locura.


Pero, ya fuera por el heroísmo bullente o los estragos de la deshidratación mental y la falta de sueño, el inexperto ya había decidido. La caballero se apartó el rubio flequillo del rostro.


– Tus amigos pueden luchar también. Puedo batirme con todos, si quieres – añadió –. Sin embargo, si pierden también ellos deberán someterse a las condiciones del vencedor.

– Acepto – dijo Hakon con aquella sonrisa que solamente le aparecía en los momentos en que se sentía realmente cercano a realizar su sueño, como si estuviera en aquel instante echando un pulso con el destino; uno que no pudiera permitirse rehuir ni perder.

Kanth se llevó una mano a la cara.


– Juro por mi honor de caballero que será un combate honorable – dijo ella alzando su espada a la altura de la nariz... las olas no dejaban de batir – Vamos, júralo tú también.

Azorado, Hakon miró hacia ambos lados y luego, pensando que debían estar refiriéndose a él, desenvainó torpemente su espada y dijo:


– ¡Lo juro... por mi honor!

El duelo parecía, pues, haber comenzado. Ambos contendientes medían sus fuerzas desde la distancia. El oleaje de la costa daría el compás para saber el momento en que uno de ellos se lanzaría al ataque. Una bandada de estorninos cruzó el paisaje sobre la hierba iluminada por el sol del amanecer, que seguía inexorable su ascenso en el horizonte. Entonces, una ola batió en un peñasco cercano y el inexperto se preparó para lanzarse hacia su oponente.

Laine detuvo en seco el golpe de Hakon, pero antes de poder darle con la espada, el harpón de Rekhinor se interpuso entre ambos a tiempo para salvar a su compañero. Sin embargo, no fue capaz de herir a su rival y el escudo de Laine bajó de golpe hasta quebrar en dos mitades el harpón del pescador, quien se apartó a tiempo para no recibir una estocada.

– ¡Ahora te tengo, haaaaa!

Hakon aprovechó el instante en que Laine apartaba la vista para atacar con su espada, pero la hoja no provocó apenas un rasguño en la dura coraza de la mujer caballero.

No había caído en aquello... ¿cómo hacer sangre en una armadura metálica? Laine se dio entonces la vuelta y trató de asestar una patada al inexperto, quien apenas tuvo tiempo de evadirla y echarse al suelo.


– No debiste aceptar este duelo. – decía la experta joven ante la fuerza de su rival – Como pensaba, ni siquiera deberías tener la osadía de llamarte caballero.

Mientras tanto Rekhinor volvía a la carga con la parte filosa de su harpón, parando la espada de la caballero con la parte roma de la otra mano. En la retaguardia estaba Kanth, quizá esperando el momento justo para realizar desde el flanco alguna maniobra de desequilibrio, pero apenas se hubo librado del harpón, la joven arremetió con toda su furia contra el hechicero, quien apenas por un milímetro fue capaz de esquivar su ataque. Puede que no fuera más de tres o cuatro años mayor que Hakon, pero aquella muchacha estaba poniendo en serios apuros incluso a Rekhinor y Kanth, ambos luchadores mucho más experimentados que Hakon. Además estaba el detalle de la armadura, la cual le confería a la joven una extremada ventaja en aquel combate.


Hakon se levantó y con Rekhinor atacaron por detrás, pero Laine los atajó a ambos con un corte circular, obligándolos a defenderse, para regresar inesperadamente a por Kanth, quien esta vez no fue capaz de ver el ataque, que impactó de lleno en su escudo de luz mandando al hechicero al lecho del río.

– ¡Kanth! – gritó el inexperto.

El resplandor del escudo paralizó a Laine por un instante, sin embargo Hakon se sentía incapaz de mover las piernas o los brazos, tal era la impresión que le producía la increíble fuerza de la joven de armadura.


– ¡A la cabeza, Hakon! – sentenció Rekhinor lanzándose a por su oponente.

A ello siguió la inmediata carga de Laine hacia el pescador, cuyo harpón fue definitivamente diezmado y él enviado a volar debido a la fuerza del impacto.

Ahora estaba Hakon en la línea de tiro de la joven de armadura. Seguramente ahora vendría el golpe que pondría fin al duelo, así como a la esperanza del inexperto de mostrarse como un caballero digno del reconocimiento de su rival. Hakon no tenía oportunidades contra aquella hábil oponente, cuyas atenciones ahora se hallaban, para más dificultad, concentradas sólo en él.

Por fortuna, Hakon pudo ver por el rabillo del ojo cómo Kanth se levantaba sin hacer ruido por detrás de ella, mientras que Rekhinor también parecía estar dispuesto para atacar. Ahora podían cogerla por sorpresa y, mientras él la distraía, los otros dos podrían sujetarla y terminar el combate.

Adoptando una pose defensiva, Hakon se preparó para encarar los ataques de la caballero, que acudían como martillos chispeantes a la espada del inexperto.

– Acepta la derrota, – le decía ella – ¡no eres digno de llamarte caballero!

– Yo no he hecho nada... – se lamentaba el inexperto.

La forma de luchar de Laine había cambiado, ya que Hakon ahora era capaz de parar todos aquellos ataques. No, de hecho no había cambiado en absoluto. Era que el inexperto estaba aprendiendo a predecir el metódico estilo de su oponente.

La lluvia de golpes se convirtió entonces en un sufrido forcejeo entre ambos luchadores. Pero la joven tenía una fuerza excepcional incluso ahora. Si realmente se lo propusiera, sería capaz de partir la espada de Hakon con la suya o incluso empujar el arma del inexperto hasta herirlo con el reverso de su propia hoja. Probablemente sentía compasión.

– Deja de jugar de una vez... – insistía Laine – ¡Vamos, ríndete y no pierdas tiempo, no eres más que un patético aprendiz!


– ¿Un aprendiz...?

Tanto Kanth como Rekhinor parecían haberse dado cuenta de la estrategia de Hakon y ahora estaban listos. Tenía que darse prisa en ponerla en práctica ahora que aún podía aguantar el ritmo.

Mientras forcejeaba con Laine, Hakon miró hacia el hechicero. Sin embargo, en lugar de contener a su adversaria, reunió todas sus fuerzas para echarla atrás con su espada.

– ¡Ni hablar! No intervengáis. Lucharé solo contra ti y, cuando gane, ¡tendrás que reconocer que soy un auténtico caballero! ¡Ésa será mi única condición!

No sólo Kanth y Rekhinor se sorprendieron ante aquella reacción, sino que la más sorprendida fue la propia Laine. Aquello invalidaba por completo la estrategia y sentenciaba a Hakon a la posiblemente más aplastante de las derrotas. Por muy cansada que la joven estuviera, ella era mucho más fuerte que Hakon, quien tampoco estaba en sus mejores condiciones.

No fueron necesarias más palabras. El inexperto empezó el ataque a lo loco, pero poseído por una gran convicción, la cual se notaba en cada uno de los espadazos que asestaba otorgándole una fuerza hasta ahora nunca vista por la joven de armadura.

– ¡No comprendo a qué viene tanto empeño! ¡Nunca serás capaz de vencerme! ¿Por qué ese afán por ser caballero?

La joven parecía limitarse a detener los ataques del inexperto a pesar de las múltiples aberturas que había en su guardia. Anteriormente, habría aprovechado cualquiera de ellas para herir a su adversario, pero no ahora. Estaba turbada en su interior, pero no por ello Hakon sería capaz de vencerla... él aún carecía de la suficiente habilidad para hacerlo. Sin embargo, la aparente confusión de la joven estaba jugando en favor del inexperto, totalmente entregado en aquella batalla.


Laine bajó su espada, cerró los ojos y sonrió. Hakon miró extrañado a la joven de armadura.

– Es suficiente, – dijo ella – no hace falta seguir para admitir que he perdido ante tu espíritu. Ello te otorga sin duda el privilegio de llamarte caballero.

Tras el final de aquel inusual duelo, los compañeros de Hakon se acercaron al lugar para averiguar lo que había sucedido. Allí encontraron a la joven con una extraña expresión, que anunciaba tanto abatimiento como añoranza. La sonrisa que asomaba en su rostro era sin duda una sonrisa de esperanza.

– Vamos, Hakon – dijo Kanth –. Hemos de seguir nuestro viaje y ni siquiera sé dónde se ha metido Kradenhur.

– Esperad, por favor – dijo Laine.

Todos se dieron la vuelta de nuevo hacia la joven caballero.


– Me gustaría viajar con vosotros, si lo consideráis prudente.


– ¿Por qué? – se extrañó Kanth.

Laine se acercó a ellos hasta que estuvo a la altura del inexperto.


– Estoy viajando con el deseo de encontrar un sentido a mi existencia. Creo que este joven posee un valor y una entrega excepcionales, realmente dignas de la caballería. Permitid que os acompañe y lo entrene en el arte de la batalla; quizá así yo también sea capaz de descubrir cómo convertirme en una auténtica caballero.

Aquel razonamiento era oscuro incluso para Kanth, pero al final parecía que el encuentro con la bella joven de armadura había sido fructífero. Hakon por fin tendría alguien que lo instruyera en el arte de la lucha como era debido y ni hacía falta decir que el inexperto sentía auténtica admiración por su nueva instructora.

Encontraron a Kradenhur al borde del bosque, cerca del lecho del río recogiendo hierbas. Allí se echaron todos a descansar después de la prolongada jornada que habían tenido junto con su reciente compañera.

– Oye, – dijo Hakon cuando ya estuvieron todos descansando – decías que estás viajando para convertirte en caballero... pero eres muy fuerte y hasta tienes armadura, ¿qué más necesitas?


La joven rubia suspiró y sus ojos se llenaron con el brillo de la mañana.


– Es lo que estoy tratando de descubrir... por eso huí del castillo en que servía. No me consideraré a mí misma una auténtica caballero hasta comprender qué significa realmente proteger a los desvalidos.

Entonces todos, incluido el druida, se interesaron acerca de qué había llevado a la joven a huir de su hogar, de modo que le pidieron que relatara su historia. Y ella, con gusto, así lo hizo.

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