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Fairy Lights

Capítulo 16 ~ La senda de la caballería ~

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Apr 30, 2014
  • 22 min read

Updated: Nov 13, 2024






El grupo quedó asombrado ante las palabras de la joven de armadura, quien había relatado para ellos aquellas andanzas con una expresión de melancolía en su tibio rostro.

– Impresionante – dijo Kanth.

– Ciertamente, – dijo Kradenhur mientras examinaba unas hierbas de su saco – no sólo es bonita y una gran guerrera sino que además sabe contar buenas historias... sería una buena esposa, ¡hohohoho!


– No me refería a eso, maldito anciano; – repuso Kanth cabreado – ha tenido que vivir una vida muy intensa hasta ahora. Entiendo ese tipo de cosas y me parece ciertamente admirable.

Reposando junto al río, el resto parecía concordar con la impresión del hechicero, lo cual para él era un suceso completamente inusual y al que no estaba acostumbrado.

– Desde ese día me he convertido en caballero errante, – siguió hablando Laine – viajando por el continente en busca de una razón para seguir creyendo en aquellos ideales que en tiempos pasados me habían llevado a perseguir el sueño de convertirme en caballero.

Entre el combate a orillas del mar y el relato de la joven caballero, la mañana había transcurrido rauda pero interesante. El sol había llegado ya a su punto álgido en el cielo y ahora comenzaba a descender lentamente hacia la tarde.

– Mi madre era de Tyrande, – dijo Hakon – pero se murió poco después de nacer yo. A lo mejor la conociste, se llamaba Laidwiana...

– Ése es un nombre bastante normal en el territorio, realmente – repuso la joven –. No sé si conocí a tu madre, aunque viéndote se puede adivinar que ella era de allí. Tus rasgos te delatan como alguien de Tyrande...

La ternura que mostraba Laine hablando así hacía difícil pensar que era la misma hábil guerrera de hace tan sólo un momento. Aquella joven iba a ser además la nueva mentora de Hakon, lo cual sumaba otra más a la lista de cosas impensables que habían sucedido desde la noche anterior en el bosque de los lagos. Y lo mejor de todo era que Hakon parecía estar encantado.

– ¿Por eso has querido entrenar a este... – el hechicero se interrumpió incapaz de encontrar una palabra adecuada para describir a Hakon.

Laine se volvió hacia el oscuro personaje con una expresión tan convencida como inocente.

– Como ya os he explicado, espero encontrar con ello la respuesta que busco en mi interior... la auténtica razón de la caballería.


– ¿Defender a los desvalidos? – contestó Kanth con curiosidad.


– Eso es – dijo la joven con extraña serenidad –. La fuerza de un caballero proviene de su deseo de proteger, un deseo que intento encontrar. No basta con luchar por uno mismo, sino que el deber de un auténtico caballero consiste en luchar también por otros más débiles que él, arriesgando la propia vida si fuera necesario. Puede que, en un tiempo lejano, no me resultase difícil en absoluto encontrar un motivo para hacerlo... pero si así fuera, lo he olvidado.

Aún con sentimientos puros y honestos, Laine no albergaba en absoluto el deseo de arriesgarse por los demás. La disciplina de sus ideales y su férreo carácter eran opuestos a la corrupción por la que pasaba el mundo, la cual, quizá, fuera también el motivo de la decadencia de los ideales caballerescos en su territorio. En cualquier caso, no había razón en ella para defender a nadie en un mundo fuera de los cuentos de hadas; los corruptos morirían por su debilidad y los virtuosos debían aprender a defenderse solos.

– Bueno, – dijo Kanth levantándose de repente – ahora debemos continuar el camino.

– ¿Hacia dónde? – preguntó Rekhinor desorientado.

El plan del hechicero era regresar al pueblo y luego dirigirse hacia los lagos que había en las llanuras, descendiendo por fin hacia las ruinas de Cyphra y siguiendo luego el camino hasta llegar a una ciudad portuaria en la que planearían su próximo movimiento. Algunos eran reacios a cruzar de nuevo aquel bosque hechizado, de modo que decidieron que lo bordearían remontando el curso del río. Eso les llevaría un poco más de tiempo, pero el hechicero tenía tantas ganas de discutir las paranoias de cierta gente como pudiera tener Kradenhur de regalar su dinero a los menesterosos.

– Si no hay inconveniente, – sugirió entonces Laine – me gustaría aprovechar el viaje para empezar a entrenar. No es bueno descuidarse aunque se esté viajando.

– ¡Entrenemos, sí! – dijo Hakon entusiasmado antes de que nadie pudiera contestar.

– Está bien, – repuso ella – aunque no te hagas tantas ilusiones. No soy tan fuerte... aún así, me complace que mi maestría sea de ayuda a alguien con verdaderos deseos de convertirse en caballero. Empezaremos cuando hayamos llegado a un buen lugar.


– ¿Qué? ¿Por qué no ahora? – a lo que Kradenhur respondió con un bastonazo traicionero – ¡Au! ¡¿A qué ha venido eso, si se puede saber?!

– No tienes maldito remedio – dijo Kanth mientras suspiraba y se ajustaba sus guantes de ladrón –. En marcha, venga. Debemos llegar cuanto antes a los lagos de los llanos.

Durante aquella jornada corta en el tiempo pero larga en el ánimo del inexperto, el grupo remontó el río en dirección a un paraje rocoso en los lindes del bosque de los lagos. Hakon y Rekhinor miraban hacia el bosque con desconfianza, temerosos de que los espíritus pudieran acercárseles demasiado. El cielo había empezado a tomar una tonalidad rosácea en el horizonte.

– Estoy muy viejo para andar tanto, – se quejaba Kradenhur – tenemos que parar si no queréis que me dé un patatús...


– Allí podría hacerse un buen campamento – dijo Laine señalando una roca grande parapetada del viento marino.

– Estupendo, hohoho – dijo el anciano druida y luego añadió –. Esto, ¿me llevas? Ando muy mayor para ir por ahí.

– Quejarse así a tu edad, anda que... – murmuró Kanth.


– ¿Qué? – se burlaba el anciano – No te oigo, chaval... estoy un pelín sordo.

– Viejo incorregible... – suspiró Kanth.

– ¿¿Qué??

– Nada...

Descansaron pues bajo la gran roca mientras sus sueños eran velados por los espíritus de los lagos. Kanth y Kradenhur también procuraban no mirar hacia el bosque y sus fantasmagóricos reflejos. Sin embargo, los motivos que tenían para evitar aquel lugar con los ojos nada tenían que ver con los de sus compañeros. Unos motivos ocultos en la marea de tiempos pasados y que no se han de relatar todavía en esta historia, más que a su debido momento...

El día siguiente llegó cargado de entusiasmo para el joven Hakon, quien ya desde por la mañana había acudido con Laine a los lindes del bosque para empezar el tan ansiado entrenamiento caballeresco; tan emocionado estaba que ya no se acordaba del terror y la desconfianza que aquel lugar hechizado le inspiraba. Antes de que nadie se hubiera levantado todavía, con el alba estaban inexperto y doncella caballero luchando con la espada. Ahora, Laine trataba de fijarse en el modo de luchar de su discípulo a medida que peleaban, lo cual afectaba a su concentración volviéndola una oponente un poco más a la altura del inexperto.

– Luchas como un ladrón – le decía ella.

Hakon miró a su espada y luego a su instructora. Luego volvió a mirar a su espada con una extraña expresión.

– En una pelea hace falta atacar con fuerza para derrotar al oponente. Mira, así... tienes que usar tu fuerza en la espada para aprender a golpear y a parar los golpes. Pon así la espada – Laine situó a Hakon en posición de parada y entonces hizo chocar su arma con fuerza contra la del inexperto, quien no fue capaz de soportar semejante impacto y salió despedido contra un árbol –. Tienes que aguantarlo, vamos a probar otra vez. ¡Venga! ¿Qué sucede?

A Hakon le estaba costando lo suyo moverse después de aquel tremendo ataque. Incluso habiendo golpeado a su espada, la diferencia de fuerza con la caballero era tal que el retroceso lo había magullado de manera preocupante.

– C...creo que... me falta fuer...za, augh.

Ante la incomprensiva mirada de Laine, Hakon seguía renqueando. En aquel mismo momento, o en otro muy parecido, Rekhinor estaba con Kanth en una parte cercana del bosque cortando leña mientras se hacían eco de lo que sucedía en el entrenamiento.

– No me gusta este sitio, – decía el pescador – ni siquiera de día.


El hechicero no parecía entusiasmado en responder. Seguía oyéndose el choque de espadas.

– ¡¿Por qué leches hacemos nosotros esto?! – seguía Rekhinor – O sea, ¿qué pasa? Somos los únicos que estamos aprovisionando.


– Oye, ¿de dónde ha salido ese harpón?

– Lo tallé de un palo de por aquí... así por lo menos puedo pescar. Si no, a ver qué comíamos.

– Con la excusa del entrenamiento, Hakon está escurriendo mucho el bulto – se quejó el hechicero –. Es él quien debería estar haciendo estas cosas.

Al otro lado del bosque, los gritos de guerra se intensificaron.


– Sí parece que le estén dando duro – decía Rekhinor mientras apilaba algunos leños –. Se acabará volviendo tan fuerte como un héroe, ¿eh?

Kanth miró hacia la pila de madera con expresión ausente.


– Sí, es verdad – pasó un rato y el hechicero recordó algo –. ¿Dónde anda Kradenhur? Debería estar ayudándonos, maldita sea...


– Creo – contestó el pescador – que dijo que quería ver el entrenamiento...

En el otro lado del bosque, no a tanta distancia como ya se ha dicho, Laine ponía en práctica un método de entrenamiento intensivo para, según ella, potenciar las habilidades innatas de Hakon; sin embargo a él le parecía que estaba cargando una piedra enorme por el sendero adelante ante la intransigente mirada de su mentora. Aquella era tan sólo una de las duras tareas físicas que le imponía la joven de armadura al lastimoso aprendiz de caballero; también tenía que trepar a los árboles, cortar leña, aguantar la respiración bajo el río... y todo ello sin abandonar en absoluto los ejercicios de esgrima, de los que Hakon seguía saliendo bastante mal parado.

– Observa, – le decía Laine señalando un árbol con la espada – esta marca representa el punto al que quieres atacar. Ahora, trata de darle con el canto de la mano.

– ¿Así? – dijo Hakon haciendo el movimiento con suavidad.


– Tienes que imaginarte que tu mano es la espada – le corrigió ella – y vas a hacer un corte en el árbol. Tus golpes tienen que ser tanto fuertes como precisos, inténtalo de nuevo.

– No entiendo para qué sirve esto... no voy a atacar a nadie con las manos.

– No te he pedido que lo entiendas, simplemente hazlo. ¡Ahora, una! ¡Otra vez! ¡Sigue, más deprisa, más fuerte! ¡Concéntrate en el objetivo!

A pesar de no hallarle sentido, a Hakon le complacía dedicarse en cuerpo y alma al ejercicio, hallando más ánimo en la dedicación que la propia Laine demostraba con su discípulo. Hakon creía en ella y la joven parecía, por alguna insondable razón, tener una fe similar en el inexperto. En diversas ocasiones Laine cambiaba la marca de altura o ángulo y Hakon debía alcanzarla de un golpe seco tanto en árboles como en la roca.

– ¡Visualiza el punto y adelante, decide y entonces ataca! ¡Sin temblar, mantén tu decisión! ¡No lo pienses, más rápido, al instante!

Aquel extraño ejercicio parecía estar dando sus frutos en cuanto Laine le pidió a Hakon que lo repitiera usando esta vez la espada. Ahora el inexperto era capaz de realizar cortes más rápidos, potentes y precisos en las marcas de la joven caballero.

– Eso es, – decía ella – trata la espada como si fuera una extensión de tu mano. Sólo así serás capaz de poner toda tu fuerza en cada ataque.

Había un ejercicio que la joven caballero había diseñado especialmente para aumentar la firmeza de Hakon a la hora de parar los golpes, que consistía en atar un madero enorme y hacerlo balancear vigorosamente a un lado y otro del río siguiendo una trayectoria ampliamente irregular; entonces situar a Hakon en mitad de la trayectoria sobre una piedrecita pequeña de modo que apenas pudiera moverse del sitio. El objetivo era, por supuesto, soportar constantemente los golpes con el madero balanceante. Este ejercicio era el que más le gustaba a Kradenhur.

– ¡Aaaahahayyy, por qué, por qué, aaaaahhh! – el madero había pasado rozando al pobre aspirante a caballero, con las manos amarradas y haciendo equilibrios sobre su minúsculo punto de apoyo mientras el enorme tronco seguía bamboleándose de manera amenazante – ¡¡Laine, socorro!!

La joven lo observaba a orillas del río mientras daba impulso al madero cada vez que éste perdía potencia.

– La idea es aguantar el golpe, no esquivarlo. ¡Ahí te va!


– ¡¡Ayúdame mamáaaaa!! ¡AU!

– ¡No te caigas, tienes que seguir en pie!

Aquel viaje que había comenzado como un apacible retorno a Pueblo de Nombre Inventado había devenido en varias jornadas aposentados en lugares estratégicos entre el bosque y el río, en las cuales Laine no hacía otra cosa que entrenar a Hakon y Hakon no hacía más que ser entrenado por la caballero1. A ello había que sumar la trayectoria irregular que describían los lindes del bosque, lo cual sin duda había supuesto más días de viaje al ser el bosque más ancho que largo. Aún así, el hecho de avanzar tan despacio era debido al intenso entrenamiento, que no permitía mover el campamento demasiado de un día para otro. En cualquier caso, alrededor de la hoguera del campamento había cierta impaciencia y ésta crecía con cada ocaso de inmovilidad.

– ¡Ya estamos aquí! – gritaba Hakon volviendo con Laine del lugar de entrenamiento – ¿Qué hay para comer?

Mientras el inexperto zampaba los pescados de Rekhinor como si no hubiese mañana, el pescador miraba con expresión de agotamiento a la maestra y su discípulo.

– Oye, – le soltó a Laine – ¿hasta cuándo nos vamos a estar por aquí?

– Ayer me pareció ver un buen lugar para seguir practicando con el tronco, – decía Laine abstraída, más para el hambriento Hakon que para el angustiado Rekhinor – está cerca así que apenas hará falta mover el campamento.

– ¡Eh! – exigió el pescador – Que os estoy hablando a vosotros... ¡Yo solo he tenido que pescar todo esto! ¿Qué pasa que ahora Hakon no ayuda nada?

– Es verdad, – afirmó Kradenhur mientras sorbía un té de hierbas – a mí me gustaría que me ayudase a recoger ausmeras durante el día...

– ¡Maldita sea! – gritó el inexperto de modo que casi se clava una raspa de pescado en la garganta – Siempre estáis pensando en esclavizarme para vuestras cosas... ¡Un héroe destinado tiene que entrenarse todo el día y no puede perder el tiempo en labores lacayiles!

– ¿Qué leches me cuentas? – se quejaba Rekhinor – ¡El que no nos movamos de aquí es por tu causa! ¡Podías ayudarme a aprovisionar de vez en cuando!

Laine parecía completamente ajena a la discusión, la cual estaba por tomar dimensiones ciertamente épicas.

– ¿Qué sucede con Kanth? – preguntó ella.

– Ha estado oteando el horizonte desde ahí desde el atardecer... – respondió Kradenhur encogiéndose de hombros – ¡Oye, Kanth! ¿Has visto algo ya?

El hechicero se encontraba en una elevación de terreno cercana al campamento con sus ojos fijos en la lejanía y su mente lejos del mundo. Cuando el druida lo llamó, descendió con calma de su puesto de vigía para reunirse con ellos en la hoguera.

– No parece que vaya a llover y la ruta está despejada – dijo mientras se sentaba junto al fuego despacio y luego volvió a callar.


– Deberíamos aprovechar para avanzar algo de una maldita vez – dijo Rekhinor cogiendo la última trucha.

– ¡Ah, claro! – cayó entonces en la cuenta Hakon – Allí hemos dejado a los demás...

– ¿Dices Lima y Skalion? – respondió – No creo que nos estén esperando, conociéndolos se habrán largado a cualquier lado en busca de tesoros... yo sólo quiero alejarme de ese bosque y conseguir un harpón de verdad.

Cual buen soldado de fortuna, al pescador tampoco le agradaba estar mucho en el mismo lugar, sobre todo si no había ninguna clase de alcohol cerca. Aún así, era el único que conservaba su temor inicial al bosque, y eso que él era también el único incapaz de ver a los espectros...

Al ir pasando los días, el entrenamiento con Laine de nuestro aspirante a caballero iba aumentando en intensidad y la joven veía todos los progresos que Hakon hacía. A pesar de seguir sin poder enfrentarse a Laine en igualdad, ahora la espada del inexperto era mucho más fuerte y precisa que cuando se enfrentó por primera vez a la joven de armadura aquel amanecer en la costa. Lo cierto era que, a pesar de la severidad de su instructora, Hakon se sentía bien con ella, como si viese en la hermosa caballero la figura de una madre o una hermana. Los dos se compenetraban bien y eso producía excelentes resultados en el entrenamiento; Hakon difícilmente podría haber imaginado encontrarse una instructora mejor.

El avance era lento y pesaroso, pero al final el grupo consiguió dejar atrás el bosque y encaminarse hacia su destino a través de un llano. Debido a los lugares para entrenar elegidos por Laine, la ruta sufrió varias modificaciones imprevistas y se habían desviado ligeramente del camino previsto, pero aquello no fue óbice para que terminasen llegando al llano. Sin embargo, era un llano tan llano que apenas había plantas y, salvo algún pájaro, ningún animal, de modo que soportaban la caminata a base de las provisiones de Rekhinor. Desde el lugar en que se hallaban, era necesario prácticamente un día entero de andar por aquella tierra infértil antes de llegar a los lagos.

El ánimo no era lo que se dice excepcional, pero el ardiente espíritu de Hakon conduciría a sus aliados hacia la victoria... o a un pueblo.


– Tengo sed... – jadeaba Hakon mientras arrastraba lastimeramente los pies – Me arde la lengua y los pies y la lengua y todo en general...

– Eso es porque llevas la lengua de fuera, atontado – decía el oscuro hechicero, quien lideraba el camino junto con la siempre infatigable Laine.

– ¿Falta mucho, Kaaaaaaaaanth? – seguía quejándose Hakon.


– No me toques las narices y sigue caminando. La virtud de un héroe está en aguantar todas las pruebas por duras que sean, sin importar el cansancio.

– Ahora hablas como un caballero, hoho... – se reía el viejo Kradenhur, quien caminaba al final de la comitiva.

– ¡Me mueeeero de hambreeeee!

– ¡Calla de una vez! Cuanto más te quejes peor estarás. Ten en cuenta que el cansancio es, ante todo, un estado mental, o sea un engaño producido por la debilidad de la mente. Deja de pensar en ello y el cansancio desaparecerá.

– Estoy de acuerdo – dijo Laine –. Ánimo, Hakon. El cansancio está sólo en tu imaginación.

El inexperto suspiró cabizbajo. Todos estaban contra él, qué destino tan aciago para aquél que había sido llamado a convertirse en el héroe más legendario de todas las leyendas heroicas.

– ¿Cuánto nos queda aún para llegar...?

– ¡Cállate!

– Maldita sea, escudero... ¿Por qué eres siempre tan...? – pero la mano de Kanth se extendió inesperadamente frente al inexperto cortándole el habla.

– Silencio, – dijo deteniéndose – creo que oigo un ruido...


– ¿Bestias malvadas? ¿Cerdos? ¿Vacas? ¿Un río?

– No, – respondió – caballos.

– No es mala la carne de caballo – aseguró el inexperto, que seguía muerto de hambre.

– Calla, – dijo muy seriamente el hechicero, bajando la voz todo lo que le era posible para seguir oyendo – se están acercando.


Hakon volvió la vista atrás y logró ver una densa polvareda que iba haciéndose más espesa y amplia a cada paso. El grupo continuó su avance por el llano sin mostrar una preocupación excesiva por los caballos, cuyas pisadas se hacían cada vez más cercanas. Si eran caballos salvajes no tenían más que echarse al suelo para que no los pisaran y si se trataba de jinetes, lo más probable era que pasasen de largo si ellos seguían caminando sin hacer nada que llamase su atención. Después de un rato quedó patente que eran jinetes, algo no del todo inusual en aquel paraje según el hechicero, pero tampoco excesivamente común.

Caminando impasibles, el grupo de jinetes continuaba acercándoseles sin desviar su ruta de la que Hakon y los suyos seguían. Estaba claro que esos jinetes habían llegado allí buscando a alguien, sino habrían tenido que cambiar su rumbo para no chocar con caminantes. Enseguida el grupo saldría de dudas. Los caballos los alcanzaron al galope, rebasándolos por ambos flancos y deteniéndose finalmente ante ellos. Por su armadura y estandarte, parecía tratarse de soldados y no de asaltantes, lo cual podía ser tanto un signo de calma como de preocupación en aquellas circunstancias. En mitad de aquel denso pelotón se encontraba un jinete de pardos bigotes, quien parecía ser quien los comandaba. Una vez se hubo despejado la polvareda, éste fue quien habló:

– Hemos venido a este llano persiguiendo la pista del legendario criminal Kanth `O Diaphtheíron, acusado recientemente de asaltar la hacienda del regente de Leinesch y de provocar disturbios y destrozos de gran magnitud en la ciudad de Lir, así como de cometer las más terribles atrocidades en el pasado en Azuria, Medeia y las regiones del Noroeste; acusaciones éstas comprobadas por diversas autoridades, incluida aquélla que nosotros representamos. Os ordeno que lo entreguéis de inmediato.

– Oye, Kanth, – dijo Hakon acercándose tan disimuladamente como pudo al hechicero – ¿conoces a estos tipos?

– Son jinetes denhurios – respondió el hechicero sin apenas inmutarse –. No sé cómo habrán llegado hasta aquí... maldición, hemos cometido una imprudencia al detenernos tantos días.


Aún así, las palabras del hechicero escondían una actitud de suma tensión. Hakon y el resto estaban atentos ante el numeroso grupo de jinetes, palpando en el aire aún polvoriento de la llanura la amenaza que supondría un enfrentamiento en aquel instante.

– Yo he oído hablar de ellos, – aseguró Rekhinor – se supone que son unos jinetes acostumbrados a cabalgar por montañas durante días sin llevar provisiones... ¡¿Qué has hecho para que te anden buscando?!

– No quieras saberlo...

Algunos caballos removían la tierra con sus pezuñas. A pesar de las estoicas palabras del hechicero, el grupo de Hakon estaba demasiado cansado como para plantar cara a todo un pelotón de jinetes. El pesimismo no se hizo esperar en sus corazones a causa del agotamiento; tampoco había ninguna manera de escapar, en el llano los alcanzarían enseguida. Lo cierto era que los habían cogido en el peor momento posible.

El comandante volvió a hablar de nuevo de forma autoritaria. Una sonrisa pareció asomarle por encima de sus bigotes.

– Comprendo, todos sois sus cómplices... por tanto todos sois criminales.

Todo indicaba que los iban a prender cuando no matarlos allí mismo. En cualquier caso, allí se acababan las gestas de Hakon. Era un final ciertamente prematuro para aquel aprendiz de caballero que comenzó su leyenda liberando la destrucción en el mundo y a quien el destino le había impuesto la más cruel de las pruebas. Sin poder hacer nada por salvarlo, el mundo estaría condenado a perecer irremediablemente en un océano de corrupción y podredumbre a causa de un sino nefasto. Sus días y su libertad terminarían ante enemigo tan numeroso y temible al que no podía derrotar y del que tampoco podía escapar.


Estaban en un callejón sin salida. El comandante dio la orden a sus tropas y éstas se dispusieron a emprenderla con el grupo de Hakon.


– ¡¡Corred!! – gritó inesperadamente Laine – ¡Yo los retendré aquí, vamos!

– ¿Qué dices, Laine? – dijo Hakon – ¡Tú sola no... !

– ¡¡No digas nada y escapa!! ¡Escapad todos AHORA!

No había mucho tiempo para pensárselo. Aquello era sin duda una locura suicida, pero tanto el inexperto como los demás podían ver en la mirada de la caballero una inusual convicción. Era tal su determinación y la urgencia tanta que había que atenerse a aquella estrategia y disponerse a escapar con Laine cubriéndoles la retirada.

Mirando por última vez a su compañera, ya habían tomado una decisión.

– Gracias, Laine – dijo Kanth muy seriamente –. No olvidaremos lo que has hecho hoy aquí.

– ¡Apresuraos y escapad de una vez! – gritó sin darse la vuelta.


Aún llenos de pesar, el grupo comprendió que el panorama no ofrecía otra alternativa que apresurarse y huir sin volver la vista atrás. Su única opción era correr por el llano aprovechando la ventaja que les brindaba el sacrificio de Laine.

Escaparon de allí rápidamente olvidando el cansancio. No podían hacer otra cosa que huir a toda prisa. El sol empezaría a ocultarse enseguida, de modo que con la noche aún tendrían alguna posibilidad de evitar a los soldados.

Hakon intentaba con todas sus fuerzas evitar mirar hacia atrás, inquieto por la suerte que correrían ellos y su mentora.

– Ahora somos todos proscritos, – los apremiaba Kanth – no podemos volver al pueblo ni huir por el puerto. No nos queda otra que escapar hacia el Este, a zona desfeudada. Allí no nos podrán seguir.

– Pero, ¿y Laine? – se lamentaba Hakon.

– No hagas que su sacrificio sea en vano – le dijo el hechicero sin parar de correr –. Se ha quedado ella sola para darnos la oportunidad de huir, tú deberías saberlo.

– ¡¿En qué momento me pareció buena idea acompañaros?! – se quejaba Rekhinor.

Poco a poco fueron dejando atrás la figura de la valerosa joven, quien había decidido sacrificarse por un ideal y el amor a sus camaradas. No sabían si volverían a verla con vida, pero su recuerdo se mantendría por siempre en el espíritu de los cuatro aventureros. Libres de la autoridad feudal, las tierras de más al Este estaban repletas de bandidos y otros criminales peligrosos, uno de los escasos lugares que aceptaría a unos viajeros huidos de la ley. En aquellas tierras les esperarían nuevos desafíos, en especial al impaciente Hakon Átekhnos; aún así, eso sólo sería si lograban salir con vida de esta espectacular hazaña.


*******************************


Laine estaba ahora sola ante todo el pelotón de jinetes, contemplando el ardiente sol del atardecer mientras el sudor resbalaba por la suave piel de su cara.

– ¿Tú sola nos vas a detener? – se maravilló el comandante – ¡Id tras ellos!

La joven hundió aún más sus pies en la tierra.

– ¡No lo permitiré! Antes tendréis que enfrentaros a mí.

Uno de los jinetes pareció susurrar algo a su comandante, quien se dirigió entonces hacia la arrojada joven rubia.

– Tengo entendido que existe una orden de captura contra una jovencita que hace tiempo se fugó del castillo de Tyrande, llevándose con ella un caballo y una armadura de caballero robadas. Se ven pocas doncellas así por los caminos, ¿verdad? Hahaha... Son buenas noticias, hoy haremos cumplir la ley y además obtendremos la recompensa por la captura de una fugitiva.

En aquel momento, enfrentada a unas posibilidades nulas de supervivencia, Laine sentía vibrarle el alma. Estaba temblando, pero no sentía ningún temor. Sonreía. En todo su interior la recorría una fuerza incomprensible, un verdadero y único entusiasmo nunca antes sentido o, quizá, olvidado hace mucho. Aunque no tuviera opciones de victoria ante el inmenso pelotón de jinetes, tenía la inquebrantable intención de dar guerra hasta el último aliento para proteger a sus compañeros. Entonces y únicamente entonces fue consciente del impulso que la estaba abrasando.

– ¡¡Aaaal ataaaaqueeeeeeee!!

A la orden inmediata del comandante, dos jinetes del pelotón cargaron uno detrás de otro contra la joven. Aunque fue capaz de despejar la carga del primero, el segundo la arroyó brutalmente, haciéndola rodar por la tierra polvorienta causándole serias magulladuras.

El comandante entonces hizo un leve gesto y cuatro o cinco más se separaron del pelotón. Desde su posición en el suelo, Laine podía sentir sus cascos hollar la tierra. Estaba claro que iban tras Hakon y el resto. No podía consentirlo, debía levantarse y frenarlos como fuera, pero estaba lejos y los caballos eran rápidos. Aún así, no se le estaba dando a elegir. Había que detener a aquellos jinetes fuera como fuera.

Ante los incrédulos ojos del comandante, Laine apareció como un relámpago ante los jinetes y los hizo caer hiriendo de un solo espadazo las patas delanteras de sus caballos.

– ¡¡¡No pasaréis!!!

Ni siquiera Laine era consciente de cómo había hecho aquéllo; se hallaba en algún estado de extraña exaltación, simplemente había dejado a su instinto tomar las riendas de su ser y éste seguía los movimientos. Más caballos cargaron contra ella y, aunque pudo evitar los primeros ataques, en cuanto uno de los jinetes le alcanzó enseguida se halló indefensa ante las cargas sincronizadas del resto, que atacaban a la vez por ambos flancos, el frente y la retaguardia, asestando unos golpes sumamente brutales en la armadura de la joven, quien se hallaba por completo sometida a las incesantes acometidas de los jinetes denhurios. Cayó al suelo y estuvo a punto de ser aplastada por los pesados cascos de un caballo, pero fue capaz de pararlo con su escudo en el último instante haciendo caer al jinete con su caballo derrapando por la tierra; mas apenas se hubo levantado cuando las brutales cargas continuaron sin piedad sobre la joven, incapaz de soportar la sobrehumana paliza que le estaba propinando el pelotón. Ella gritaba sin cesar a causa del dolor intenso, su mente se había evadido, estaba a punto de caer... todo por un ideal que apenas recordaba con claridad. Entonces, su cuerpo se desplomó al suelo completamente sin fuerzas.

Los jinetes se reagruparon de nuevo junto a su comandante, quien estaba dispuesto a concluir el enfrentamiento con un ataque total. Sin embargo, una vez más, Laine se estaba levantando contra toda expectativa racional. Incluso con la armadura completamente abollada, su escudo destrozado y todo su cuerpo repleto de sangre y mil lesiones. Ningún ser humano podía levantarse en aquellas circunstancias. Aún así, aquella joven estaba allí en pie, desafiante ante el pelotón de caballería.

Un alarido hizo cargar a todo el pelotón de jinetes al unísono, dispuestos a aplastar de una vez por todas a la joven incluso aunque ello supusiera renunciar a la recompensa por cazarla viva. Incluso en su lamentable estado, Laine sentía cómo una energía indescriptible inundaba todo su ser. Algo increíblemente poderoso la estaba animando a luchar.

No podía permitirse perder esta batalla.

Entonces alzó su escudo cegando con él a los jinetes y aprovechó para meterse entre ellos y emprenderla a espadazos. Sin embargo, una vez recuperaron el control se lanzaron otra vez contra ella, chocando y haciendo que Laine y su escudo volasen por los aires. Ahora corrían de nuevo violentamente hacia ella, quien apenas había tenido tiempo de levantarse.

Llegó la primera oleada de jinetes y Laine los despejó con un rápido movimiento que la hizo caer al suelo. No podría evitar al siguiente en aquella posición y tampoco tenía escudo... pero sí espada. Agachada como estaba, derrapó hasta situarse bajo el vientre del caballo más cercano y lanzó una estocada hacia el vientre del animal, tan profunda que lo atravesó alcanzando también al jinete perforándole la entrepierna. Seguían llegando los ataques de los otros jinetes, pero ella no sentía dolor, solamente sentía hervir su sangre y un impulso que la empujaba a luchar como nunca antes había hecho. Con un movimiento de pies tumbó a un tercer caballo y saltó sobre el cuarto, cuyo jinete dio un grito, mezcla de sorpresa y terror, ante la presencia de la joven atacante, quien enseguida le rebanó el cuello de un rápido tajo. De ese caballo se lanzó al siguiente y repitió el proceso una vez más, y otra, y otra, uno detrás de otro los jinetes caían ante la inusitada fuerza de un solo oponente.

Estaba mucho más allá de sus límites y aún así seguía atacando a cada jinete antes de que éstos pudieran siquiera reaccionar. En cuanto un fallo en sus fuerzas la hizo caer de nuevo a tierra, continuó cortando las patas de los caballos uno tras otro hasta que tuvo frente a ella al comandante del pelotón. A Laine ya no le respondían las piernas, temblaban por el esfuerzo. Vio al comandante arremeter con brío contra ella. Ya estaba alcanzándola. Entonces se dio cuenta, en cuanto se vio a sí misma partiendo por la mitad al caballo con su jinete de un solo tajo, allí se dio cuenta de que había encontrado la respuesta a lo que tanto tiempo había estado buscando. Esa fuerza inhumana que la impulsaba a luchar provenía del deseo sincero de enfrentarse al peligro para proteger a sus compañeros. Era real, lo estaba viviendo ahora en carne propia. Y cuando se percató también vio que no había más que seguir esa energía, su honor, su decisión unívoca. La sangre salpicaba por todas partes, saliendo en chorros desquiciados ante ella.

En aquel instante, Laine se desplomó a causa del agotamiento y todas las heridas que había sufrido. A pesar de estar desfallecida, hizo acopio de todas sus fuerzas para levantarse de nuevo y hacer frente a los remanentes del pelotón, quienes tomaron aquella increíble resistencia como una nueva provocación para cargar. Estaba claro que, aún sin su jefe, no iban a dejarla ir. Había perdido muchísima sangre y apenas era capaz de moverse. La mente se le estaba nublando. Aún así, sentía un deseo indescriptible de reír desde lo más hondo de su corazón. Aquello era la auténtica caballería.

FIN DE LA SAGA DEL DESTIERRO

​Notas y aclaraciones:

1Lo que significaba recibir muchos golpes.

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