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Fairy Lights

Capítulo 18 ~ ¡El final de una Era! La leyenda grabada en la piedra

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Mar 24, 2016
  • 24 min read

Updated: Nov 13, 2024



A la negrura del mundo se le había sumado un espíritu azaroso. Dicen que en la batalla debe considerarse al dolor como un amigo, te mantiene despierto y te avisa de que aún estás vivo. Puede que el último amigo del guerrero hubiera abandonado aquella alma errante.


De repente, el alma oyó un sonido procedente de la negrura. Olía el polvo y se dio cuenta de que la negrura se apartaba dejando un mundo difuso abrirse en el centro.


– ¡Cielos, ¿pero qué es esto? – dijo una voz pelirroja – Acabar de esta manera... ¡Eh, tú ni te acerques!


– Así no se puede – dijo una voz fullera mientras se alejaba hacia alguna parte.

¿Qué era todo aquello? ¿Qué pasaba ahí afuera? Algo quería recorrer a toda costa el espacio, intentando con todo el ímpetu existente llegar más allá de los límites. Aquello... no era un sueño.


– ¡Mirad, se mueve! Hay que llevarla rápido al sitio que pasamos. Ayúdame a cogerla...


Una voz rubia y calmada se acercó mansamente. Entre tibios y honestos ademanes, la negrura del mundo volvió para apoderarse del espíritu.



*******************************



Ahora que no le preocupaba el hambre ni la sed, y que la ausencia de aquellas preocupaciones había hecho que dejase de pensar en el calor o la sequía, Hakon ocupaba sus pensamientos y heroicas reflexiones en aquello que antes había estado hablando Kanth y que en ese momento estaba empezando a llegar a su entendimiento caballeresco. Él era el héroe elegido para enfrentarse a la más terrible y brutal amenaza que jamás había acechado el mundo hasta la fecha; posiblemente incluso hasta más allá de la fecha, ya que era una amenaza muy amenazante, de ésas que hacen época y todo el mundo recuerda cuando la humanidad era azotada por su terrible poder y, por supuesto, no olvidaban al héroe legendario que les había salvado a todos del desastre; esa clase de amenaza, o eso creía haber entendido Hakon de las múltiples veces que se lo oyó decir a su antiguo escudero y actual maestro... aunque ahora bien podía llamarse también antiguo maestro, así que quizá eso lo convirtiera en un gurú, según el aspirante a caballero tenía entendido que funcionaban aquellos asuntos. De cualquier manera, aquello de ser el elegido empezaba a estar menos claro y, según este pensamiento empezaba a hacer eco en las cavidades craneales del inexperto, una sensación desconocida interrumpía sus pensamientos heroicos igual que lo haría un moscardón del tamaño de un paquidermo celulítico lleno hasta las trancas del té adictivo de Kradenhur. Por lo demás, la comitiva seguía caminando sin descanso, con el amanecer acechando en las nocturnidades y guiada por Kanth hacia un lugar lejos de la presencia de las tropas denhurias... o de cualquier otra tropa interesada en su captura.


– Debería darte vergüenza – rezongaba Kradenhur – hacer caminar tanto a un anciano como yo, que está al borde de la muerte. ¡No me ignores, maldita sea! Decidí acompañaros amable y desinteresadamente para ofreceros mis saberes y mi experiencia, ¿y así me lo pagas? ¡¡He dicho que no me ignores, mago desagradecido!!


– ¡Tu padre! – respondió finalmente Kanth, quien solía mostrarse impasible ante cualquier insulto o provocación de cualquiera, pero que no aguantaba que nadie le llamase aquella palabra horrible ni confundiese el arte de la hechicería con cierta otra práctica penosa y deleznable; fuera esta confusión inocente o hecha a propósito, como por supuesto sería el caso – Di qué experiencia nos has ofrecido hasta ahora. Aún estoy esperando a que me cuentes de dónde sacaste aquel maldito texto...


– Eso es un secreto profesional, – respondió secamente el druida – no deberías dudar de mis fuentes.


– Es de ti de quien no me fío... Pero eso va a importar poco dentro de nada.


Esto último lo dijo el ilustre hechicero como un susurro, lejos de ser inaudible. El caso era que el grupo había pasado durante su caminar junto alguna que otra construcción ruinosa y aquello, junto con otras señales, habían conducido a Kanth sobre la pista de unas ruinas que secretamente había estado siguiendo. Ello les serviría como lugar en el que esconderse y descansar antes de llegar a los bosques y, además, aquella ruina en concreto ya había sido saqueada tantas veces que nadie se acercaba a ella, de modo que también estarían libres del peligro que supondría enfrentarse a los bandidos. No tardaron mucho en divisar a lo lejos unas antiguas edificaciones en mármol, que a todas luces y a pesar de la poca que había en ese momento, a todos les parecieron las ruinas olvidadas de una pólis.


A todos alegró aquel descubrimiento en el horizonte, más aún cuando el hechicero les explicó todas las circunstancias antes referidas, de modo que aquello sirvió para renovar las fuerzas del grupo, quienes ya se dirigían a buen paso hacia allí con ánimo de tener por fin un sitio para descansar.


– No hace falta correr tanto... ¿qué prisa tenéis? – decía Kradenhur, quien de repente era el único que no parecía entusiasmado con la idea.


– Hace un rato te quejabas de que no querías caminar más. – respondió Rekhinor con una clara sonrisa – Cuanto antes lleguemos, antes descansaremos, ¡vamos!


Hakon, tanto o más entusiasmado aún que su compañero marino, decidió echarle una carrera para ver cuál de los dos era el que llegaba antes a las ruinas. Y allá se fueron, perdiéndose cada vez más de la vista del druida y el hechicero mientras levantaban a su paso una polvareda digna de una estampida de bueyes.


– Para esto sí que tienen fuerza, ¿eh? – dijo Kanth con una sonrisa burlona y alivio en su mirada, tal como si ya hubiese llegado allá con la mente y estuviera reposando – Vamos, maestro, pronto podrás descansar todo el tiempo que quieras.


– ¿Y no podríamos pasar de largo y parar en las siguientes ruinas? ¿Por qué no seguimos hasta llegar al bosque, eh? No está tan lejos... – pero Kanth ya la había emprendido hacia las ruinas y no oía las palabras de Kradenhur, quien estaba mostrándose inusualmente nervioso en contraste con su natural carácter.


– ¡No te quedes atrás! – gritaba Kanth desde la lejanía al viejo druida – ¡Deja de quejarte de una vez y vamos a descansar un poco!


A regañadientes, que es algo así como decir a la fuerza, el anciano siguió el camino hasta reunirse con el resto a la entrada de la vieja ciudad en ruinas.

 

Se han contado tantas historias acerca de diversidad de temas ambientadas siempre en ruinas funestas de horrible nocturnidad, en donde místicos espectros vagan al acecho del corazón ardiente de jóvenes con esperanzas de un pasado heroico y un futuro todavía más. Sin embargo ahora el Sol aún se veía y en el alba se proyectaba la grande sombra de lo que en otra época hubo sido una de las capitales del conocimiento y la evolución de la especie humana. Hollando las antiguas calles con sus valerosas y desgastadas botas, Hakon se convencía de que allí mismo conocería por fin su destino, esperando por él desde tiempos remotos, oculto entre los escombros o detrás de alguna columna o templo derruido.


Y mientras el oscuro guía de todo esto observaba desde la entrada junto a los cimientos de una muralla y a Rekhinor se le perdía de vista por el momento, Kradenhur seguía sin tener prisa por llegar... Pero ni siquiera el sigiloso paso del viejo en un terreno en que hacer ruido parecía casi imposible pudo escapar al sagaz oído del hechicero.


– ¡¡Qué pasada, Kanth!! ¡Estamos en una ruina de verdad! ¡Hooohohohoho! Cómo mola... ¡Todo está destrozado, pero mola igual! ¡¡Nyarhahaharhahahrrr!!


Como decíamos, ni siquiera el andar sigiloso del viejo maestro, mezclado con los alaridos inconfundibles del inexperto, pudo pasar desapercibido para el oído del hechicero...


– Bienvenido – le dijo mientras Kradenhur se le acercaba por la espalda –. A buenas horas, ¿no?


– No sé qué se te ha perdido en este sitio, Kanth... – respondió el druida.

El hechicero se limitó a sonreír.


Hecho esto, ambos alcanzaron al extraviado Hakon y comenzaron a caminar por las ruinas de la antigua pólis según el día seguía avanzando.


– Qué raro... ¿Por qué todas las estatuas están decapitadas?


– Acéfalas, animal... – corregía Kanth al inexperto – Son estatuas acéfalas.


– Ya, pero... ¿por qué están todas sin cabeza? ¿Se las cortaron los bandidos o algo así?


– Acéfalas quiere decir que no tienen cabeza – suspiraba Kanth –. Nunca la tuvieron...


Hakon seguía con su minuciosa expedición, mientras que Rekhinor acababa de unirse nuevamente al grupo, informando de que no había ningún objeto de valor por los alrededores... ni siquiera los animales parecían querer acercarse allí.


– ¡Ni tienen por qué! – seguía quejándose Kradenhur – Las patrullas no llegan a esta zona, así que seguir aquí es una tontería. No hay nada que ver...


– De hecho, eso es lo extraño, ¿no, maestro? Una ruina envuelta en un aura que evita que se acerquen animales, pero que ha sido despojada completamente de todos sus tesoros... de modo que ningún bandido... o soldado se acercaría. Ni siquiera se plantean que podría haber algún tesoro por reclamar, ¿por qué será? ¿No habrá aquí aún un artefacto mágico funcionando que proteja este lugar por alguna razón? Si fuera así, aquí podría estar la clave para entender la profecía de Akmakro.


– Menuda chorrada...


– ¿Temes que se sepa, a caso, que el texto que me diste era una estafa y que me has estado haciendo perder el tiempo, viejo de las narices?


– No, qué va... yo sólo, ehm...


Extrañamente pensativo y sin palabras quedó el anciano elfo, musitando quizá para sus adentros alguna razón o motivo misterioso que pasó inadvertido al resto del grupo, mientras éste seguía su avance dejando al viejo druida sumido en sus maquinaciones y sin aparentemente más ganas de discutir sobre el tema.


Hakon se aventuró hacia Kanth para dar una respuesta a aquella incógnita.


– Así que es posible... – dijo – ¡Podría haber un aparatrasto de esos místicos de la antigua edad que tenga que ver con la profecía!


Una ligera sonrisa volvió a aparecer en el por lo habitual oscuro rostro de Kanth, precediendo las palabras del hechicero:


– Como ya os he dicho, antiguamente esta tierra fue donde los primeros humanos comenzaron la civilización. Las pólis estaban organizadas de manera distinta según la raza que habitara en ella y, por supuesto, también tenían distintas prioridades. Dos eran las razas de humanos antiguos: los cuerdos y los locos1. Mientras que los cuerdos se centraban en el perfeccionamiento de las artes, la magia y la filosofía, los locos se dedicaban a elaborar complicadas fórmulas en lenguajes cifrados y a construir extraños artilugios que usaban para pelearse entre sí... de hecho, su natural falta de organización y su desinterés por otra cosa aparte de esas formulaciones los hacía, en general, difíciles de tratar. Ésta bien pudo ser una de las pólis que ambas razas construyeron en colaboración, al final de la guerra por la expulsión de los demonios y poco antes de la época feudal.


– ¡Yo ya estaba vivo cuando pasó todo eso...! – rezongó Kradenhur desde atrás – Se lo cuentas todo por encima y sin tener ni idea, ¡así no se enterarán de nada! Es más, yo...

Kanth echó una mirada suspicaz hacia su antiguo maestro.


– ¡Ajá! – dijo al druida, quien se había parado en seco en su discurso – Ibas a decir que estuviste en esta pólis hace tiempo, ¿me equivoco?


– No quiero hablar de ello...


Aquella ruina, según les explicaría Kanth ante el insistente mutismo de su viejo maestro, contenía algunos de los elementos arquitectónicos característicos de la raza de los philósophoj, nombre que en lengua antigua se le daba a la raza a la que el siniestro hechicero había aludido como “cuerdos”, como la forma artística dada a las columnas, de las cuales, por desgracia, pocas quedaban en pie; la organización de la pólis, sin embargo, era más característica de la raza de los mathemátikoj, la otra de las dos razas aludida antes como la de los “locos”, aunque, aclaró a su vez el hechicero, tanto agolpamiento de estructuras podía sugerir tanto una organización utilitaria como una serie de devastaciones que acabaron situando los despojos de forma que ahora pareciera una ruina caótica y sin belleza. Aquello que sí que veía, y que parecía haber sobrevivido con bastante fortuna, eran unas pocas estatuas y algún que otro pórtico.


– Sí que debían estar locos esos locos – observó Rekhinor en algún momento –, porque ninguna de las estatuas tiene cabeza... pero todas están señalando algo como si lo vieran.


– Creo que ese tipo de estatuas simbolizaban la vanidad – respondió Kanth sin prestar mucha atención – Aah... ojalá encontremos algo pronto o tendré que darle la razón a Kradenhur – añadió para sus adentros.


Sería más o menos en ese momento que Hakon vio destacarse entre la amorfidad escombrosa una única cabeza, que parecía ser de cabra o buey, aunque su cara se asemejaba más bien poco a los rasgos inexpresivos de un animal... Hakon creía recordar haber visto una cara similar en alguna parte. En dicho momento, las luces parecieron apagarse para el joven aspirante a caballero y un mundo extraño de sonido fosforescente se abrió a su inocente mirada.


Hakon Átekhnos...


¿Eeeh...?


Hakon Átekhnos... encuentra el auténtico legado de los demonios.


No sabía de dónde, pero Hakon recordaba aquella extraña y desconocida voz. Las impresiones que lo acechaban parecían estar resonando en su cabeza, traídas por un lejano viento procedente del eco de otra dimensión. Aquello... no podía ser real. De repente, la ruina volvió ante sus ojos y se encontró de nuevo mirando a aquella extraña cabeza.


– ¡Eh, parthenopípës! ¡Deja de pasmar y busca la entrada de esto!


¿Cuánto tiempo había estado traspuesto? No lo sabía, pero el Sol no estaba tan bajo la última vez que miró para él. Como fuera, la entrada... ¿adónde? Hakon voceó esa pregunta en alto, mientras intentaba con paso firme pero inseguro salir de aquella montaña de escombros.


– Tiene que haber una entrada subterránea – se empeñaba Kanth –, es la única explicación. En algún sitio debajo de este maldito caos.


– Eh, Kanth, ¿y si...? – empezó a decir el inexperto, pero entonces uno de sus pies se hizo un hueco donde no debía y acabó con Hakon cayéndose de culo y dándose un heroico tropezón que lo hundió debajo de los escombros. Quizá, desde la perspectiva interna del joven paladín, un poco demasiado abajo... ¿o puede que no? En cualquier caso, tras haberse tomado tiempo para asimilar la caída, los raudos reflejos del inexperto se activaron provocándole una inevitable reacción – ¡¡AAAU!!


La voz, junto con el pretérito estruendo de la caída, alertó a los otros tres que buscaban pistas por los alrededores2. Habiéndose acercado a mirar qué sucedía, vieron que su heroico y sagaz compañero había descubierto una escalera subterránea.

Pero, en cuanto intentó levantarse de nuevo, un pedrolo chocó con su cabeza, con un impacto tal que lo dejó inconsciente.


“Hakon... eeh, Hakon...”


– ¿Q-quién eres?


“Soy yo, Hakon” – decía una melodiosa voz – “Despierta... vamos”.


Hakon intentó entreabrir los ojos, pero su mente estaba inundada con el eco de aquellas palabras y la dulzura de aquella voz. No podía ver con claridad. Aún así, se sentía descansado y completamente aliviado de todo dolor.


“Hakon... Hakon...”


Esa silueta ya la había visto antes. Aquella vez. En aquella noche de luna llena. Era la hermosa y misteriosa mujer que había visto junto a los lagos la que le estaba rogando suavemente que abriera los ojos.


– Eres tú... – dijo él con una alegre sonrisa.


“Despierta...”


La hermosa dama había acudido junto a él. El inexperto pudo ver en sus claros ojos un signo unívoco de profundo y sincero afecto. Aquella doncella de etérea hermosura, sus palabras eran un cántico celestial y su corazón tan puro... Hakon intentó levantarse, alargar aunque sólo fuera una mano... tenía que acercarse a ella como fuera, pues sólo ella daría reposo a su alma heroica.


– ¡Vamos, Hakon... Despierta! – dijo Kanth.


Donde antes estaba la doncella, apareció la siniestra figura del hechicero. Hakon salió de su alucinación tan rápido y con tal ímpetu que no le dio tiempo de evitar echarse hacia atrás y volverse a golpear con otro bloque, sólo que éste no le produjo más efecto que un enorme dolor y un chichón que competía con los que le había dejado Kradenhur.


– ¡¡Aaagh!! Pero... – intentó en vano decir alguna cosa el pobre inexperto.


– Vamos, – dijo el hechicero – cuanto antes acabemos de mover las piedras, antes podremos descender...


Cuando el trabajo de desamontonar los escombros estuvo hecho, los cuatro descendieron por aquel misterioso pasadizo, el cual probablemente les condujera a la verdad o, al menos, eso querían pensar algunos de ellos. Según descendían por aquella oscura escalera, contemplaban la sombra que producían en la oscuridad los relieves de unos horripilantes rostros a ambos lados de las paredes de mármol blanco, las cuales parecían representar a seres humanoides con grandes colmillos, cuernos en la cabeza y expresión airada en extremo; estaba claro, aquellas eran caras de demonio... lo cual significaba que debían hallarse ahora en una construcción consagrada a los demonios o incluso construida por éstos.


– ¿Qué hace un templo de los demonios debajo de una ciudad humana? – preguntó Rekhinor con extrañeza.


– No tiene nada de raro – resolvió Kanth sin dejar de mirar los bajorrelieves –, si piensas que los demonios fueron quienes enseñaron la magia a los humanos.


– ¿Qué me cuentas...? – se maravilló el pescador – Había oído cosas, pero no sabía que fuera cierto.


Mientras tanto, Hakon seguía asombrado ante la majestuosidad de aquellos rostros de mármol. Eran como la cabeza que había tenido entre las manos, pero no sólo... él seguía convencido de haber visto eso antes, pero no era capaz de ubicarlo en su memoria. La oscuridad de la escalinata acababa de llegar a su punto más sombrío cuando, de repente, una clara luz sorprendió al joven de frente. Cuando abrió los ojos de nuevo, descubrió que se hallaban al fondo de la escalinata.


Aquel lugar era ciertamente increíble, una estancia enteramente iluminada se encontraba bajo los cimientos de aquella ruina, y parecía prácticamente intacta. La fascinación venció sobre el insidioso miedo y el grupo eligió adentrarse en la extraña y deslumbrante estancia, en cuyas paredes parecían estar grabados los fragmentos de alguna antigua historia.


– Es karyushin, la lengua de los demonios – precisó Kanth.


Al oír aquello, Hakon intentó en vano encontrar en su bolsa los pergaminos que había usado en el templo de Khorill, tras lo cual expresó sonoras palabras de frustración, acompañadas también de algún gesto incomprensible.


– No pasa nada, – dijo el hechicero sin dejar de examinar las paredes – por los dibujos está más o menos claro de qué trata todo esto.


– ¿Ah, sí?


Lo que Kanth explicó entonces es la historia conocida como la expulsión de los demonios al Infierno. Cuando las primeras razas de humanos aún vivían sobre la faz de la tierra, se encontraron algunos demonios curiosos que exploraban la Superficie. Estos demonios fueron festejados y bien recibidos en las pólis de los cuerdos, a quienes enseñaron el uso de la magia a cambio por su amabilidad y trato deferente; mientras que, en las pólis de locos, estos mismos demonios fueron temidos y no se les permitió entrar, al ser una raza totalmente desconocida y diferente a todo lo visto. Como resultado de su colaboración con los demonios, la raza de los philósophoj prosperó rápidamente y los más aptos para la magia pronto se convirtieron en una casta de sabios gobernantes, los Arcontes. Celosos del progreso de sus vecinos y temerosos de un ataque de los demonios, los mathemátikoj, al inicio bienvenidos incluso en las pólis con presencia demoniaca, empezaron a sembrar la desconfianza valiéndose de mentiras, engaños y falsos argumentos, a través de los cuales lograron que sus vecinos los cuerdos comenzaran a temer también el poder de los demonios. Finalmente, ambas razas humanas se aliaron y, liderados por los locos, atacaron a todos los demonios, obligándoles a regresar a su morada en el centro de la tierra.


– Anda... – dijo Hakon maravillado de las capacidades interpretativas del hechicero


– ¿En serio has deducido todo eso mirando estos dibujos?


– No, mastuerzo... La historia la aprendí de mi maestro, pero por los grabados de la pared parece que se refiere a lo mismo.


Avanzaron entonces a una estancia contigua a la anterior, en donde los grabados de las paredes continuaban. En el centro de aquella cámara se hallaba un enorme cristal del cual parecía emanar toda la luz de aquel místico lugar.


– ¡Ajá! Así que así es como lo hacen... Es increíble.


– Hombre, Kanth... – decía Hakon sin dejar de guardar la bola en su mirada – increíble puede, pero yo te he visto hacer trucos mejores que éste. Es más, incluso yo...


Un bastonazo esquivo acabó con las pesquisas del inexperto, quien se dio la vuelta mientras Kradenhur miraba para otro lado.


– No, qué va... – aclaraba Kanth – Sólo hemos sido capaces de ver esta luz cuando estuvimos justo en frente de la entrada, pero lo normal habría sido ir viéndola de forma gradual. Esto es un hechizo capaz de generar luz sólo en un área concreta sin afectar a los alrededores... por eso es increíble.


Ante aquello, Hakon sólo pudo compartir el asombro de su maestro y escudero.


– La raza antigua – continuó Kanth – desarrolló hechizos impresionantes; de hecho, esto es sólo una pequeña prueba. El mayor logro de todos fue, sin duda, el descubrimiento de la magia púrpura – un suspiro de sorpresa apareció en el ambiente, procedente de Hakon y el marino, lo cual motivó a Kanth a continuar su explicación –. Conocida también como “la magia de los elegidos”, aquél que fuera capaz de dominarla se dice que podría convertirse en poco menos que un dios. Por desgracia, todo el saber de aquella antigua civilización se perdió y las ruinas de las pólis acabaron siendo nada más que refugio de bandidos y gente fuera de la ley.


– No se perdió de casualidad. Los locos eran unos cerdos intratables, codiciosos y sin ningún interés en comprender el mundo. ¡Por eso no se la enseñaron a ellos!


Al encontrarse a sí mismo ante la extrañeza que produjeron en el grupo aquellas palabras, Kradenhur dio un pequeño salto hacia atrás.


– Debiste conocerlos bien, ¿me equivoco? – aventuró Kanth – Apuesto a que no sólo estuviste en este lugar hace tiempo, sino que también sabías de la existencia de este templo subterráneo, por eso has estado tan silencioso últimamente...


– No tiene que ver con lo que estás pensando, hechicero de poca fe – resopló el anciano –. ¡Además, no quiero hablar de ello!


Convencido de su postura, y dejando solo en sus reticencias al anciano elfo, Kanth comenzó a examinar la radiante esfera de luz junto con el pedestal de cristales que la sostenía, por ver si conseguía desentrañar el funcionamiento de aquella cosa. Por su parte, Hakon estaba más concentrado en la escritura de las paredes, la cual no tenía tantos dibujos como en la otra estancia y parecía estar algo más desgastada. Sólo una cara enorme en relieve llamó verdaderamente la atención del joven aspirante a caballero, la cual no había visto al principio con la esfera de luz delante, pero que parecía que fuera a ponerse a hablar en cualquier momento.


HOLA.


– ¡¡Aaaay!! – el tremendo salto que dio Hakon lo propulsó hacia atrás a una velocidad que bien podría haber batido alguna marca histórica, al menos entre los héroes legendarios.


– ¿Qué leches pasa? – preguntó Kanth, a la par que una mirada de incomprensión se pintaba en las atenciones tanto del oscuro hechicero como del druida y el pescador.


– ¡¿Cómo que qué leches pasa?! – siguió Hakon con descompuesta expresión – ¡La cara acaba de hablar!


PUES CLARO, ¿QUÉ PASA? ¿NO HABÍAS VISTO ANTES UNA CARA QUE HABLA?


– ¡¿Veis?! ¡¡Lo ha vuelto a hacer!!


Con un profundo suspiro, Kanth parecía dar a entender que estaba pensando “Mierda, ya se ha vuelto loco... bueno, estaba claro que antes o después iba a suceder algo así”. Si realmente los suspiros de Kanth eran tan expresivos o era todo producto de la imaginación de Hakon es algo que en la historia no se cuenta, pero tampoco es que sea muy importante. El caso es que, desoídos sus lamentos por el extraño suceso que estaba teniendo lugar, nuestro querido inexperto volvióse hacia la cara de mármol, la cual siguió hablando a pesar de no mover para nada los labios.


YO SOY EL GUARDIÁN DE ESTE LUGAR, ¿QUÉ PREGUNTA DESEAS HACERME?


Primero aún extrañado, luego confuso, más tarde avergonzado y finalmente con la unívoca y decidida decisión de todo heroico caballero, Hakon planteó la primera pregunta:


– ¿Eres realmente una cara que habla?


Nada parecía indicar que fuera a dar una respuesta. Hakon podría haber asumido perfectamente que se había vuelto loco profundamente, pero en la mente consciente de Hakon sólo había espacio para dos conceptos o menos y en aquel momento – como en todos los otros o al menos en su mayoría –, el único concepto que cabía era el de heroísmo.


– ¡Eh! ¿Por qué no respondes? – fue su segunda pregunta


SOY EL GUARDIÁN DE ESTE LUGAR Y NUNCA RESPONDO DOS VECES UNA MISMA RESPUESTA, DEBES PREGUNTAR ALGO QUE PUEDA RESPONDER.


– Aah... – dijo sin comprenderlo muy bien; aún así, todas las evidencias apuntaban a que, en efecto, aquella cara era una cara que habla, así que formuló su tercera pregunta – Y, ¿cómo es que los demás no se extrañan de que hables, eh?


HABLO POR MEDIO DE LA MAGIA, COMUNICANDO LOS PENSAMIENTOS DE AQUÉLLOS QUE ME CREARON DIRECTAMENTE A LA MENTE, ASÍ QUE SÓLO TÚ PUEDES OÍRME, YA QUE ME HAS ACTIVADO. ¿TIENES ALGUNA OTRA PREGUNTA?


Hakon pareció meditarlo un instante, pero al final creyó dar con su cuarta pregunta:


– Oye, ¿tú sabes alguna cosa sobre un demonio llamado Akmakro?


ESO NO FIGURA EN MI MEMORIA, PERO PUEDO DECIRTE QUE LA PALABRA “AKMAKRO” POSEE SIMILITUDES CON OTRAS DE LA LENGUA DE LOS DEMONIOS OSCUROS.


– Vaya, qué mala suerte... – suspiró Hakon casi como lo habría hecho Kanth – Y nosotros que creíamos que aquí íbamos a encontrar algo contra él... ¿No puedes decirme nada más?


Y esta inocente pregunta suscitó la siguiente respuesta:


SÓLO HAY EN MI MEMORIA UN HOMBRE QUE CONOCIERA LA LENGUA DE LOS DEMONIOS OSCUROS, DISTINTA DE LA LENGUA DEMONIACA COMÚN O KARYUSHIN. SU NOMBRE ES REISEN REINSENDRIL.


Aquel nombre le resultaba lejanamente familiar al pensativo inexperto. Estaba intentando recordar cuándo y en qué circunstancia había podido oír aquel nombre, cuando una mano gris y desnutrida lo agarró por la espalda.


– Vale ya de estar pasmado mirando a la pared – decía el viejo druida no sin cierta tensión –. Aquí no hay nada, como he dicho, ¡vámonos!


– ¡Espera un poco más, Kradenhur!


Algo se activó en el recuerdo del joven Hakon al oír pronunciar aquella palabra. La voz de un extraño reflejo del pasado, unos extraños viajeros... la lucha por la expulsión de los demonios... las aguas fantasmales de un misterioso y antiguo lago.


– ¡Cara que habla! ¿Qué sabes de Reisen Reinsendril y la barrera de Cyphra?


Ante el asombro generalizado que supuso el grito de Hakon y la inmediata fluctuación en la esfera de luz, en la mente del inexperto se colaron las siguientes palabras:


ESTO ES TODO LO QUE TENGO EN MI MEMORIA AL RESPECTO, ¡OBSERVA!


Al decir esto la cara de mármol, un fulgor místico pareció brotar de sus relieves, al cual reaccionó la esfera de luz, realizando fluctuaciones todavía más confusas y extrañas. Entonces, el pasado volvió a manifestarse ante el inexperto.


– Eh, yo he visto antes a esos dos – dijo Hakon reconociendo al elfo de aspecto majestuoso y a su compañero de coleta roja, los mismos que se habían aparecido ante él en el bosque del deseo.


Ahora parecía estar reflejándose, en aquel templo subterráneo, el instante de la historia en que ambos misteriosos personajes invocaban la barrera de la que había hablado el oscuro hechicero cuando habían estado en aquellos lagos encantados. El de la coleta seguía teniendo un aspecto vagamente familiar y, no sabía bien por qué, ahora el otro le recordaba en sus maneras al propio Kanth. En cualquier caso, allí estaban, ellos dos solos invadiendo todo el lugar con una luz espectral que salía de lo profundo de la esfera y se debatía con dificultad por subir hacia lo alto. Era un espectáculo aquél que no se veía todos los días.


– ¿Cómo... puñetas has hecho eso, parthenopípës? – decía Kanth – Aquí está el secreto que escondía este templo. Estamos a punto de ser testigos del instante que marcó el fin de una Era. Ahora entenderemos muchas cosas...


Los dos elfos parecían estar consiguiendo alzar la barrera con mucho trabajo. Uno miró hacia un lado y otro aparecido entró en escena. Parecía el hombre grueso que Hakon había visto al frente de aquel ejército que iba tras los hombres con cuernos en los hombros, que ahora el inexperto identificaba en su mente con los demonios.


– En realidad, parte del mérito debería llevárselo la cara que habla...


Junto al hombre grueso apareció también uno más pequeño, todo vestido de negro. Estaba enfrentándose con el pelirrojo. La luz fluctuó ligeramente y las imágenes empezaron a verse algo borrosas...


– ¿¿Qué ocurre, escudero?? ¡¿Por qué no se ve?!


– ¡Te he dicho un ciento de veces que no me llames así, no me gusta!


La imagen regresó de repente. Algo parecía ocurrir con el elfo pelirrojo en la visión periférica del inexperto, quien ahora estaba encarado con su oscuro escudero. Los espectros gritaban, pero a los oídos de Hakon no llegaban más que ruidos ininteligibles.


– ¡Aaah, maldita bola de luz, funciona bien! – tras lo cual le propinó un patadón que transformó la estancia en un caos de luz y estridentes sonidos.


– ¡Maldito animal, acabas de cargarte una reliquia de la antigüedad! – pero, mientras Kanth intentaba estrangular al inexperto a través de su bufanda heroica, los reflejos regresaron nuevamente al lugar.


En ese instante el resplandor aumentó en el templo subterráneo y un alarido sobrecogedor hizo girar la atención de todos hacia la escena de los espectros. Sólo estaban a la vista el elfo de pelo plateado y el hombre de negro, el primero de ellos con serias heridas agarrado a la capa del segundo.


¡¿Cómo has podido hacerlo, Reisen Reinsendril?! – graznaba el hombre de negro.


Es para defender la vida, mago... – resollaba el elfo – la diferencia no es un privilegio que puedas repartir, es lo que da... equilibrio a la vida.


Ni tú ni ese idiota de Kradenhur teníais ese poder, ¡pero ahora estás tú solo! La humanidad no te agradecerá nada.


Entonces, nadie más me verá...


Esas fueron las últimas palabras que pronunció el majestuoso elfo de pelo plateado, justo antes de desaparecer junto con el resto de los espectros de luz. En aquel mismo instante, la esfera se apagó y toda la estancia quedó completamente envuelta en sombras.


– Ahora sí te lo has cargado... – dijo una voz oscura en la negrura.


Tras haber sido testigos de los últimos acontecimientos, parecía no caber duda de que aquellas ruinas contenían, o contuvieron algún día, información veraz sobre la historia del mundo y de la magia. Aún así, aquella breve visión había suscitado, en Hakon y en el grupo, más preguntas que respuestas.


– Mi maestro me había hablado de aquellos sucesos – continuó hablando Kanth –, pero...


– Oye, Kanth – interrumpió Hakon con su habitual falta de tacto –, ¿no crees que ese elfo se parecía un poco a ti?


– Ése era mi maestro, atontado... Reisen Reinsendril.


– ¡¿Ése era tu maes...?! – empezó a gritar Hakon con descarado asombro, secundado también por Rekhinor, que había asistido a los mismos acontecimientos con ligeramente más reserva – Espera, si Reisen Reisnedjrliril era maestro tuyo y ya estaba vivo en aquella época... ¡¿cuántos años se supone que tienes?!


Un puñetazo le llegó al inexperto desde las sombras, dándole en toda la cara.


– No preguntes chorradas. Ten en cuenta que la raza élfica vive mucho más que los humanos, ¡así que es normal que estuviera vivo entonces! – después de tranquilizarse, y mientras Hakon se preguntaba cómo pudo el hechicero darle en la oscuridad con tanta precisión, Kanth continuó – Los dos a los que se enfrentaba debían ser el conde Norman y su infame mago, pero al Kradenhur ése nunca lo había visto. Oye, maestro Kradenhur, ese otro Kradenhur no sería hijo tuyo, ¿verdad?


– Era yo – el rostro del viejo elfo apareció sombrío ante la mirada del grupo, casi como si hubiera sido un fantasma –. Por eso no quería venir aquí.


Mientras los ojos del grupo se iban acostumbrando a ver en la oscuridad, nuevas dudas surgían de las pequeñas grietas de luz que se iban formando en el entendimiento de los que allí estaban, paralelamente a las aberturas por las cuales la luz del exterior se filtraba despacio en la penumbra; una luz imperceptible en una habitación iluminada, pero muy real una vez las pupilas estaban acostumbradas a andar entre tinieblas.


– ¡¿Eres aquel del bosque?! ¡Pero si ese elfo estaba ahí todo cachas y con pelo y tú estás... bueno, hecho un viejo! – he aquí un ejemplo de una mente heroica, alguien que nunca se da por vencido sin importar las circunstancias.


– Aaaagh... ¡¡maldito canalla!! – se lanzó a gritar Kradenhur – ¡No he sido siempre así, ¿o qué te pensabas?!


– Hihi... con razón te llaman el más anciano de los vivos.


– ¡¡No me toques las narices, estúpido discípulo!! ¡Te vas a enterar cuando te coja! ¡Ven aquí, no corras! ¡Creí haberte enseñado que hay que respetar a los mayores! ¡¡Ven!!


“Pero, los elfos deberían envejecer mucho más lento que los humanos, ¿no?” En esto pensaba Kanth, completamente abstraído de la persecución que tenía lugar en la sutil oscuridad, sorprendentemente sin tropezones, hasta que por fin un magno choque consiguió abrir una grieta que provocó un desprendimiento del techo, dejando media estancia del templo subterráneo a la luz del día y la otra mitad cubierta por los escombros.


– Dejad de jugar, se nos va a venir el templo encima – comentaba el hechicero.

Desde la colina de escombros podía oírse hablar a la lastimera voz del inexperto.


– Un poco tarde, ¿no te parece...?


Suspirando como estaba acostumbrado a hacer en sus momentos de impotencia o resignación, como era el caso, Kanth se limitó a observar cómo Rekhinor intentaba apartar la marea de escombros que cubría a nuestro aspirante a paladín. Kradenhur, en cambio, exhibía una expresión orgullosa.


– Mientras tú hablabas con la pared, – replicó Kanth – yo he estado descifrando algo del texto escrito en ella. No estaba en la lengua de los demonios ni tampoco en la lengua común de la antigüedad, sino en grammaton, una escritura reservada para las cosas más importantes y que sólo los cuerdos comprendían3. Según esto, creo que este lugar debió ser, en realidad, un escondite de demonios y de aquéllos que se negaron a luchar contra ellos.


– ¿Y eso en qué nos ayuda? – decía Hakon, que de sepultado entero había pasado a tan sólo medio sepultado.


– En que aquí pudo hallarse perfectamente una clave para hacer frente a la profecía. El texto de la pared hablaba sobre la posibilidad de un gran mal procedente del rencor que algunos de los demonios expulsados sentían hacia la humanidad. Sin embargo...


– ¿Sí...? – quería saber, impaciente y fascinado, nuestro joven paladín.


– El texto estaba interrumpido más o menos por la mitad. Parece que alguien haya quitado un par de placas... Y eso me escama.


– ¿No te habrás liado en la traducción? – reía Kradenhur a cierta distancia.


– No, anciano, estaba bastante claro que faltaban partes. Si aún quedara algo en pie, podría intentar recuperar aunque fuera una parte... pero así, me parece que no...

Ciertamente, no sólo el techo, sino también las paredes y el templo en general estaban ahora bastante irrecuperables y ya nada podía leerse de las antiguas palabras grabadas en la piedra. Así pues, y sin necesidad de ninguna otra cosa, los cuatro aventureros resolvieron escalar por el desprendimiento hasta la superficie y continuar su viaje hacia oriente.


– Parece mentira... – suspiraba Kanth – Estábamos tan cerca de encontrar algo útil esta vez...


– A mí me parece que la cara que habla podría habernos ayudado – decía Hakon –. Tendría que haberle preguntado dónde estaban las tablas ésas...


– Pues no parece que te preocupe mucho – le decía Kradenhur al hechicero –. No me digas que ahora crees en la veracidad de mi texto del Hikawachikón.


– Digamos que no lo descarto...


Y con la creciente noche acechando desde el horizonte y una ruina sepultada a sus espaldas, el grupo de aventureros prosigue su viaje hacia oriente, lejos de las patrullas que con tanto afán querían verlos presos.




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1En la lengua de la antigüedad llamadas philósophoj y mathemátikoj respectivamente.


2En realidad sólo Kanth y Rekhinor buscaban; Kradenhur estaba sentado en una columna tomando un té de hierbas.


3Según se lee en el Hikawachikón, aparte del grammaton, las otras lenguas de la Era Antigua o Arcaica eran el lógon (la lengua común de los cuerdos), el phásio y el árithmoj (ambos idiomas de los locos, siendo el último solamente usado en fórmulas matemáticas). Para entenderse entre sí, los antiguos humanos hablaban koiné o lengua común.

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