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Fairy Lights

Capítulo 1~ Aiye y Hakon ~

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Dec 17, 2004
  • 17 min read

Updated: Nov 13, 2024






Despuntaba el alba y ya se oían los primeros cantos de pájaros silvestres. Nuestra historia comienza una linda mañana. Adentrándose uno en el bosque situado encima de la colina que está próxima a la ciudad de Leinesch llega a ver un pacífico pueblo habitado por hombres; ese poblacho llamado Khorill. Pues bien, en Khorill empieza nuestra historia una linda mañana de fin de verano.

Casi no había salido el sol cuando los pasos apresurados de una chica recorrían los caminos del pueblo. Aiye, una chiquilla de unos dieciséis años de edad, con un reluciente pelo rosado acabado en un gallo sobre su cabeza, apresuraba el paso cada vez más, con una terrible expresión en su rostro. Recorriendo el pueblo, murmuraba blasfemias entre otras injurias, causa de su enorme enfado:

– Maldito vago… Es la última vez que lo dejo a cargo… Grrrr…


******************************


Con un brillante sol sobre su cabeza y rodeado de criaturas fieras y malvadas, Hakon, el noble y poderoso caballero, parecía estar francamente en apuros. Tal vez otro guerrero menos virtuoso habría sucumbido ante el pánico, pero Hakon, dando gran muestra de valentía, sonrió al aire y se preparó para recibir el ataque de todas aquellas criaturas. Los malignos bichos que lo rodeaban se abalanzaron sin piedad sobre él, pero de un potente mandoblazo, el virtuoso Hakon rebanó a esos malvados seres con ayuda de su implacable espada de plata. Quedando sus indignos adversarios medio tullidos, Hakon se bastó con un ataque en torbellino de su virtuosa espada para acabar definitivamente con ellos. Y limpiando de un golpe al aire el arma manchada con la putrefacta sangre de esos bichos, volvió a envainarla y, mirando orgulloso hacia el majestuoso Astro Rey, sonrió como hace un héroe tras derrotar a sus adversarios. De pronto, el cielo oscureció, y se presentó frente a él el mismísimo Amo de la Oscuridad tomando la forma de una enorme… ¿¡qué enorme?! GIGANTESCA bola de oscuridad, la cual engullía todo a su paso. Viendo Hakon el virtuoso que no había otra opción que enfrentarse cara a cara con el Mal mismo, hizo acopio de todas sus fuerzas y apeló el poder de la Luz en un conjuro devastador; pues es bien sabido que cualquier héroe que se precie conoce poderosos hechizos así como una depurada técnica con cualquier tipo de arma. Teniendo el hechizo preparado y frente a la mismísima fuente de todo mal, Hakon no dudó un instante y disparó el poderoso conjuro.

– Hehe… Reza lo que sepas, sucio engendro. Ha llegado tu fin. ¡¡¡TEMPESTAD DIVINA!!!

El potente conjuro funcionó a la perfección y, tras un enorme destello de luz sacra, la gigantesca bola de oscuridad se deshizo ante el valiente caballero. Parecía que el mundo estaba de nuevo a salvo gracias a Hakon el virtuoso… pero nada más volver el cegador brillo del Sol, antes ofuscado por el Amo de la Oscuridad, los restos del mismo tomaron la forma de un rostro enorme y diabólico, con los cabellos rosados y los ojos encendidos en llamas de furia. La enorme cara se dirigió a Hakon y, hablando con aliento de fuego mientras Hakon era cegado a traición por los rayos solares, profirió en una enorme llamarada un profundo y penetrante grito:

– ¡¡¡HAKOOOON ÁTEKHNOOOOOS!!!

Desorientado, Hakon se incorporó de un salto aún cegado por el intenso sol. Una vez se hubo percatado de que había regresado a la aplastante realidad, distinguió en los potentes berridos la voz de su amiga y encargada de negocio Aiye Philion, la cual le llamaba a voces desde abajo.

– ¡¡¿Hasta cuándo piensas seguir durmiendo pedazo de vago?!! ¡¡La tienda ya debería estar abierta!!

Todavía medio dormido Hakon, un tipo pocos meses mayor que su amiga de la infancia Aiye, pero que a pesar de ello contaba diecisiete años, se echó para atrás su larga cabellera de un color entre castaño y granate y se asomó a la ventana, para ver qué era lo que hacía gritar a Aiye. Cuando la vio con esa cara de cabreo, un pavor intenso se apoderó de su dormido espíritu, provocándole un sudor frío y un despertar inmediato.

– ¡Hakon Átekhnos! Ayer te llevaste tú las llaves de la herboristería… ¡¡y ya deberías haber abierto hace dos horas!!!

– Ahí va…

– ¡¡¡Espabila y baja ya!!! ¡En todo este tiempo estamos perdiendo clientes, y te lo voy a descontar del sueldo!

Apresuradamente bajó Hakon las escaleras de su dormitorio hasta el comedor, donde cogió como pudo dos manzanas del frutero mientras intentaba ponerse la camiseta y abrocharse el cinturón de los pantalones. Al salir, y con un calcetín de los de ayer pegado al pelo, se halló cara a cara con Aiye, la cual sostenía un delantal verdoso en la mano.

– No te habrás dejado las llaves dentro, ¿no? Vamos… coge esto, – le dijo extendiéndole la mano donde tenía el delantal – bien puedes acabar tu desayuno en la tienda. ¡Ahora tenemos que correr!

Agarró Hakon el delantal, que era el uniforme de la herboristería-armería donde trabajaba, aunque apenas ganaba dinero para comer y eso lo mantenía delgado. Por el camino, siguiendo como bien podía los largos pasos de Aiye, Hakon iba zampándose las dos manzanas con el delantal en un hombro y la cremallera de los pantalones aún sin subir. Realmente había sido un despertar apresurado…

Tras un corto pero cansado paseo, Aiye y Hakon se hallaban al fin frente a la tienda. Hakon rebuscó en los bolsillos de sus pantalones y luego en su zurrón las llaves para poder abrir. Una vez las hubo encontrado y Aiye se hubo tranquilizado un poco, Hakon introdujo la llave por la cerradura, la giró y ya estaban en la tienda. Aiye se fue directa al fondo para organizar un poco las cosas y mientras, Hakon cambió el letrero a “Abierto”, entornó un poco la puerta y se colocó el delantal, tirando los corazones de las manzanas a la hierba de fuera. Hakon colocó las llaves en la barra de recepción y Aiye las agarró de un manotazo.

– La última vez que abrimos tarde por tu culpa. Ahora veamos si podemos recuperar las ventas que deberíamos haber tenido a la mañana… – se arregló un poco el pelo, el cual lo llevaba bastante corto, giró y abrió la puerta del almacén – Yo voy a hacer inventario. Tú ocúpate de los clientes, ¿vale? – y, con una sonrisa de alegría por haber podido abrir, cerró de un portazo la puerta del almacén, estando ella dentro.

Hakon estaba solo ante el peligro… es decir, ante la tienda. Se ajustó bien la cinta negra que solía llevar siempre atada en la frente y, tras ponerse los guantes de cuero, – también parte del uniforme de la tienda – se plantó en su puesto lleno de ánimos de vender alguna espada a algún caballero que pasase por allí – aunque los solían entrar no eran más que enfermos para comprar manojos de hierbas curativas. El tiempo pasaba, Aiye seguía con el inventario y ningún cliente entraba, lo cual aburría bastante al ansioso Hakon.

– Y para esto me he levantado yo tan temprano… Ya sabía yo que era una estupidez abrir a estas horas… – y en esto soltó un heroico bostezo.

Desde el almacén se escuchó la voz de Aiye, esta vez con un tono de felicidad; pues esta chica solía tener muy mal despertar, pero luego estaba alegre todo el día.

– Hakon… ¿No ha venido nadie aún?

– ¡Qué va! – respondió Hakon arrastrando como podía las palabras, que se negaban a salir por causa del enorme sopor – Esto está más muerto que un cementerio…

Tras un rato, Aiye salió del almacén con un papel en las manos, el cual tenía escrita la lista de inventario de la tienda.

– Oye, Hakon. Voy a ir un momento al bosque a coger un poco de himnosíphera. Parece que se nos ha terminado – y diciendo esto, salió con una navaja y dejando la lista en la mesa donde atendía Hakon.

Pasaba el tiempo…

– Esto es inútil… – decía Hakon entre dientes medio adormilado por causa del aburrimiento.

En esto, entró en la tienda un hombre viejo, que tenía aspecto de elfo por las grandes orejas puntiagudas y su gran estatura. Se acercó a Hakon y le preguntó:

– Oiga… ¿aquí tienen hierbas para el resfriado? Kineras, a poder ser… Es que el frío ya se acerca y en mi casa somos todos muy sensibles al clima…

El ánimo resurgía en el corazón de Hakon, al ver que al fin había llegado un cliente, aunque estuviera pidiendo una tontería.

– Eee… ¿ki-kineras? ¡Sí, claro! Espere que mire la lista…

Hakon, todo emocionado, cogió la lista de Aiye y fue buscando con el dedo las reservas que tenían de hierba kineras. Cuando al fin la encontró, descubrió que les quedaban unas pocas, así que podría vender, al fin.

– ¡S-sí señor! Ahora mismo le traigo sus hierbas. ¡No se vaya…! – y diciendo esto, entró corriendo al almacén, con la lista en la mano, para coger las hierbas que le pedía el viejo elfo. Rebuscando en los estantes, hallo un frasquito que ponía “KINERAS” en letras rojas. Hakon lo cogió aprisa y lo llevó afuera del almacén, donde aún esperaba distraído el viejo elfo.

– ¡Aquí están, señor! ¡La última remesa que teníamos de hierba kineras! ¿Quiere una bolsa?

El anciano elfo volvió en sí y pagó generosamente. Luego tomó su bolsa y agradeció a Hakon por las hierbas.

– Gracias, joven. Era justo lo que andaba buscando. No hace falta que me de vuelta ninguna, así está justamente pagado – salió despacio por la puerta con sus hierbas, justo en el momento en el que entraba apresurada Aiye con un ramo enorme de diversas hierbas en una mano y la navaja en la otra. Vio la expresión satisfecha de Hakon y dijo tras recuperar el aliento:

– Ahh… ¡Ya he vuelto! Ahora tenemos hierbas para los próximos dos meses, hehe… Por cierto, ¿ese tipo que salía vino a comprar algo?

Hakon, todo contento por su venta, le respondió:

– Sí… Quería hierbas para el resfriado. Se las llevó todas, no quedó ninguna. Y, ¡mira! No quiso que le diera vuelta. ¡Ha pagado con todo esto!– y alzó la enorme moneda que había dejado el viejo, en pago por las hierbas. Al verla Aiye, se acercó aprisa y, dejando las hierbas y la navaja en la barra, exclamó asombrada:

– ¡¡¡Caray!!! Pero si esto es… ¡¡¡una auténtica moneda de platino!!! ¡Dios mío! ¡¿Y te dio todo eso por una hierba común para el resfriado?!

Hakon estaba contento por la venta, y se puso aún más feliz al ver la reacción de Aiye por sus grandes dotes de vendedor. Quizás ahora lo ascendería…

– Sí, verás – comenzó Hakon diciendo, con sonora voz – me pidió una remesa de kineras. Yo le dije que quedaba muy pocas y, como se acercaba el frío otoñal, tal vez estuvieran reservadas. Él insistió y subió la paga, así que yo no tuve otra opción que vendérselas… ¡Hahahaha! Está claro que tengo grandes dotes…

Aiye, con una expresión entre sorprendida y desorientada, plantó sus manos en la mesa y, tan cerca su cara de la de Hakon que podía sentir el aliento de la chiquilla, le dijo, primero conteniéndose y después de un potente grito:

– Has dicho… que le vendiste kineras, ¿no es cierto?

– S-sí…– respondió Hakon algo alterado.

– ¡¡¡PERO SERÁS IDIOTA!!! ¡Dios mío! ¡¿Tienes idea de para qué se usa esa hierba?!

– Ehm… pues, para el resfriado… ¿no?

– ¡No! – dijo Aiye, calmándose un poco. Luego tomó aliento y continuó – La hierba kineras es una especie de planta que usan los druídas para sus pócimas… ¡No es una hierba contra el resfriado!

– Y… ¿cuál es el problema? – preguntó Hakon, esperando otro berrido por respuesta.

– ¡¡¡PUES QUE SU VALOR ES DE TRESCIENTAS MONEDAS DE ORO, CACHO IMBÉCIL!!! Lo que equivale a, por lo menos, tres de platino… ¡Ese viejo te ha timado!

Hakon cayó de rodillas al suelo de madera de la tienda, como en trance.

– Mierda… Me han timadooo…

El resto del día transcurrió más o menos con normalidad, pero esta vez sin más timos a Hakon, ya que Aiye estuvo atendiendo mientras Hakon ordenaba en el almacén toda la remesa de hierbas que había traído Aiye.

– Veamos… idhura… idhura… ¡¿dónde diablos está el frasco de idhura?! Mierda… Ese viejo era un estafador. Ojalá lo hubiera sabido… ¡Maldita sea, estoy estancado en este trabajo y no hay manera de salir! – y diciendo esto, encontró al fin el frasco que andaba buscando – ¡Oh, vaya, aquí está! Bien, ¿qué es lo siguiente? Veamos…– miró en la lista y encontró la hierba que venía a continuación – Ajá, ¡kuimaina! A ver… ¿dónde andará el frasco de kuimaina…? Esto es penoso… ¡¿por qué diablos no puedo dedicarme a matar malandrines y rescatar doncellas?! ¡Ordenar despensas de hierbas no es trabajo para un héroe justiciero! Y yo… – en esto, Hakon resbaló de la escalera a la que estaba subido y cayó al suelo, junto con unos cuantos frascos de hierbas y algunas espadas oxidadas – ¡Maldita sea…! ¡¿Por qué puñetas no puedo salir de gestas, como un paladín, a matar demonios?!

– Pues, para empezar, porque los paladines hablan correctamente… – respondía Aiye jocosamente desde el otro lado de la puerta.

– Oh, vaya… ¡se han caído todas las hierbas…! – exclamó Hakon cabreado. Se levantó con una mano en su dolorido trasero y se dispuso a colocar todo lo que había tirado con él.

– Hakon… ¡ya vamos a cerrar! Venga, apura… – decía Aiye, todavía estando Hakon en el toscamente iluminado almacén y Aiye en parte de la tienda abierta a compradores.

Mirando con desprecio los frascos caídos, Hakon decidió ordenar todo aquello el próximo día, viendo que ya era hora de cerrar y además andaba con hambre, pues no había comido en todo el día desde el desayuno. Hakon abrió la puerta y pasó a la parte de la tienda donde estaba Aiye. Comprobó que casi había anochecido y, sin dejar de mirar afuera, dejó el mandil y los guantes de la tienda sobre la barra. Aiye, ahora feliz, miraba a Hakon y, al verlo abstracto, lo pilló por detrás con intención de darle un susto.

– Hakon… ¡despierta!

Hakon pegó un salto que tiró a Aiye hacia atrás, chocando con la barra de recepción. Luego, Hakon se giró riéndose no sabía si del susto o de cómo había quedado Aiye, empotrada en la barra.

– Venga, Hakon. Vámonos ya. Supongo que tú también estarás muerto de hambre. ¿Qué tal si pasas por la taberna? Si no tienes dinero, puedo hacerte un precio especial…

– Ya veo por qué a ti no te falta el dinero. ¡Trabajando aquí y en la taberna… así cualquiera, hahaha!– decía Hakon mientras iban cerrando la tienda hasta el día siguiente.

– No te creas – continuó Aiye–. Tal vez no ande mal de dinero, pero últimamente casi no duermo… y esto no puede ser bueno…

– Puedes pedirle a tu tío que te cambie el horario en la taberna. Si me dejas a mí la tienda desde el mediodía hasta la hora de cerrar, tú podrías trabajar las mismas horas en la taberna, dormir bien y hasta tener un poco de tiempo libre.

Aiye miró a Hakon a los ojos con una expresión burlona, pero contenta. Con la luz lunar, que ya aparecía en el cielo, el pelo rosado de Aiye se volvía de un rojo brillante y parecía mismamente un hada.

– ¿Y te ocuparías tú solo del negocio tantas horas? ¡Pero si hoy ya te has retrasado y hasta te han estafado con unas hierbas carísimas! Ayy… casi mejor debería dejar el trabajo de camarera…

Y con esta conversación siguieron los dos jóvenes hasta la taberna, donde ambos entraron bastante alegres.

Al entrar, Aiye fue yendo hacia la barra, donde estaba el dueño. Hakon, en cambio, se situó en una mesa él solo y gritó entre el clásico bullicio de cuatro borrachos y demás conversantes:

– ¡Posaderoooo! ¡Venga una cena!

El dueño, un hombre maduro bastante gordecho y con una cara tremenda de mal genio, algo ocultada por su denso mostacho y su barba de tres días, giró la cara hacia Hakon y dijo, con su potente y gruesa voz:

– ¡Esto no es una posada, pedazo de inútil! Y si quieres algo, ven a la barra, me cago en tal…

Era la clásica respuesta del tabernero. Hakon se levantó de mala gana, pero con una risa que le venía por dentro; cosa que solía pasarle al hablar con el tabernero. A veces le tenía soltado la risotada en toda la cara y todas esas veces había acabado con la cara hecha puré, por los tremendos puñetazos que le propinaba el malhumorado dueño de la taberna, que aparte, estaba completamente calvo, salvo por la coleta que se hacía al final del cabezón. También llevaba las dos orejas llenas de pendientes y sus robustos brazos parecían los brazos de un oso, por la cantidad de pelo que le cubría la piel. Su nombre era Carrolo Guma, apodado “Oso Pardo” por los parroquianos, pues era la viva imagen de un oso vestido de tabernero y con una fuerza equivalente. Cuando Hakon llegó a la barra, Aiye ya se había puesto el traje de camarera y estaba atendiendo a la gente que venía. Conteniendo como podía la risa, Hakon se dirigió al Oso Pardo con un codo apoyado en la barra y le dijo a modo caballeresco:

– Quiero una cena, TABERNERO. Completica, que hoy casi no he comido. ¡Hale, hale! – con esto y la cara que le puso Carrolo por semejante actuación, Hakon ya casi no podía aguantar la risa. Fue cuando se giró el tabernero a la despensa cuando se liberó de tal peso y soltó tal carcajada, que echó para atrás a los demás que estaban en la taberna, y algunos que estaban entrando quedaron tan asustados que salieron de allí más rápido que deprisa.

– ¡¡Esta es la última vez que te paso una burla, pedazo payaso!! – se giró Carrolo con una cara de llevar encima mil cabreos en vez de uno, y agarrándolo por la camiseta, se preparó para empotrarlo contra las mesas de uno de sus famosos puñetazos de oso.

– Vale ya… Tío Carrolo, contrólate un poco, por dios… Que hay clientes.

Aiye había intervenido en el momento en que el cabreado tabernero, que además era el tío de Aiye, le iba a volar la cara a Hakon.

– Ya te traigo yo la cena – continuó Aiye–. Pero ten cuidado de no cabrear tanto a mi tío… Ya sabes cómo se pone – y, diciendo esto, entró en la cocina a preparar una cena para Hakon.

Hakon regresó a la mesa que se había reservado al entrar. Estuvo un rato esperando y, en esto, entraron en la taberna dos figuras familiares. Uno de ellos iba vestido completamente de verde, a excepción de las botas y la camiseta, la cual era blanca. La pañoleta que llevaba atada a la cabeza, también verde, señalaba al mundo que se dedicaba a la piratería o bien a robar. Su capa, no muy larga pero amplia, señalaba que venía de un viaje, pues estaba bastante harapienta. El otro tipo era rubio y vestía azules ropajes, del mismo color de sus ojos. Ambos parecían ser buenos amigos, a pesar de la diferencia de pintas. Los dos se acercaron a la mesa donde Hakon estaba y el que iba vestido de ladrón lo saludó con una palmada en la espalda.

– ¡Hoombreee! Si es Hakon… Hehehe… ¡Cuánto tiempo colega!

Hakon, tras reponerse del tremendo palmadón, se giró y descubrió a sus dos amigos, ambos unos vagos integrales, similar a él. La diferencia era que él tenía trabajo y ellos… más bien no. Con gesto amistoso pero irónico, Hakon les saludó:

– Ah… Monte Fuji y Nerón Garhud… ¿Habéis estado fuera? No tenéis muy buen aspecto… – diciendo esto último con una sonrisa burlona.

Monte se le acercó aún más y, agarrándolo por el cuello, como solía hacer cuando se metían con él, le dijo en ese tono que suelen tener los ladrones cuando están entre amigos:

– Vaya bienvenida que nos das… Y eso que no nos veíamos desde hace un mes. ¡Hahahaha…! – diciendo esto, él y Nerón se sentaron en la mesa de Hakon y continuaron hablando – Llegábamos cada uno por un camino cuando nos cruzamos… Hacía tiempo que no pasábamos por aquí y dijimos: ¡Vamos a hacerle una visita al amigo Hakon! Hehe… y aquí estamos. Bueno, ¿cómo lo llevas?

– Hombre… puees…– empezó a decir Hakon. Pero al momento llegó Aiye con un pollo asado con guarnición para Hakon y, colocando la cena en la mesa, le dijo a Hakon:

– Supongo que tendrás dinero para pagar, ¿no? Ya estoy cansada de fiarte las cenas. ¡Ya sabes que a mi tío no le gusta que la gente no pague lo que come!

El ladrón y su compañero miraron con cara de risa a Aiye y luego a Hakon. Luego se echaron a reír y, tras haberse repuesto, Monte dijo:

– ¡Vaya hombre! Veo que los dos seguís igual, hahahaha… ¡Podríais ser unos buenos marido y mujer, HAHAHAHAHAA!

Hakon con cara de desconcierto y Aiye con ira contenida, ambos enrojecieron como tomates ante el desvarío de Monte. Nerón estaba más bien de espectador, pues era de pocas palabras. Mientras Monte seguía partiéndose de risa, fue derribado por un puñetazo de Aiye en toda la cara y eso lo dejó inconsciente en el suelo. Aiye, todavía con la cara enrojecida y con el puño en alto, se fue con la bandeja en la que había traído el pollo y murmurando maldiciones por lo bajo. En momentos como ése, se notaba el parentesco con su tío el tabernero. Mientras tanto Hakon, recobrando el sentido de la realidad, giró la cabeza hacia el lugar donde había caído Monte y, al ver el semejante estado en que lo había dejado Aiye, volvió a girarla rápidamente en un reflejo de pánico primigenio.

– Bueno… se veía venir – dijo Nerón, con esa vocecilla suya y mirando hacia el desmayado ladrón de verdes ropas–. Un par de copillas y mira las que suelta…

– Ah…– siguió hablando Hakon – ¿Ya habíais estado en otro sitio? – y siguió comiendo el pollo, pero atendiendo a Nerón.

– Bueno… Encontré a Monte cuando salía de Leinesch. Él iba medio borracho, así que lo acompañé hasta aquí. Nos llevó bastante tiempo llegar al pueblo, ya sabes, por eso del bosque, que está hechizado y tal.

– ¡Eso son cuentos de viejas! – se oyó a Aiye gritar desde la cocina.

– Ah, ya…– continuaba Hakon con la boca llena de pollo con guarnición – Pero llevábais la brújula, ¿no?

– Bueno, sí…– siguió Nerón– Bueno, es igual.– volvió a mirar hacia Monte y dijo – Oye, ¿crees que tardará mucho en recobrar el sentido?

– Mejor lo llevamos luego a su casa. Los golpes de Aiye no se curan tan pronto – y echó un trago de bebida.

Siguieron conversando de otras cosas similares y, cuando Hakon hubo terminado de comer, – y de pagar, pues tuvo que fregar los platos para compensar todas las cenas que Aiye le había fiado – él y Nerón agarraron a Monte, que tras el golpe se había quedado durmiendo la borrachera en el suelo, y se dispusieron a llevarlo hasta su casa del pueblo. En la taberna ya no quedaban más que cuatro borrachos tumbados uno en la barra y los demás en una mesa a la esquina, cerca del paso a la parte interior de la barra… y, casualmente, también de los barriles de whisky.

– ¡Hasta mañana, Aiye! ¡Nos llevamos a éste a su casa! Ya nos vemos en la tienda…

Hakon aguantaba al dormido Monte, el cual todavía tenía la cara roja por el golpe y en parte por la borrachera que había arrastrado todo el día, por un brazo y Nerón por el otro. Los dos lo sacaron como pudieron de la taberna y se fueron tras haber sido despedidos por Aiye, que estaba sacando brillo a la bandeja, mientras el Oso Pardo recogía dentro.

Era una noche de luna menguante, por lo que a la siguiente noche quizá no hubiese luna. Hakon y Nerón caminaban viendo todo lo que les permitía la oscuridad de la noche, hasta llegar a una casucha cercana a la salida hacia el bosque.

– Ahh… ¡por fin! – dijo aliviado Hakon – Ya estamos aquí…

Nerón comprobó que la puerta estaba sin echar el cerrojo, así que entraron con Monte en brazos y lo dejaron tumbado en el primer sofá que encontraron allá adentro. Salieron y dejaron la puerta de la casa cerrada.

– Oh, mierda…– dijo Hakon mientras los dos caminaban hacia sus respectivas casas – Creo que he olvidado la cartera en la taberna.

– ¿Llevabas cartera? – preguntó maravillado Nerón, algo tocado por el sueño – Y, ¿cómo no has pagado?

Hakon lo miró con cara de evidencia y le dijo:

– Que lleve cartera no quiere decir que lleve dinero… – y luego continuó – Voy un segundillo a buscarla. ¿Te vas?

– No… voy contigo. Además – dijo Nerón metiendo la mano en el bolsillo – también me he dejado el monedero… Y, al contrario que tú, yo sí que llevaba dinero.

Y habiendo dicho esto, corrieron lo que sus agotadas almas les permitían hasta estar próximos a la taberna, que fue cuando oyeron un grito procedente del interior del lugar. Parecía ser un grito de los de Aiye.

– ¿Qué ocurre allá adentro? – preguntó Nerón, aunque sin esperar respuesta, en parte por lo obvio y en parte por el inmenso sueño que le invadía.

– No sé… – respondió Hakon, demostrando así su incompetencia en el arte de la adivinación – Pero no ha sonado bien. ¡Aiye y mi cartera están en peligro, ven, corre!


Nerón, sin entender muy bien lo de “y mi cartera”, siguió como pudo a Hakon, que iba como una flecha hacia la taberna. Cuando al fin le alcanzó, ya en la entrada, se detuvo a tomar aliento, apoyado en el marco de la puerta. Una vez se hubo recuperado, vio lo mismo que Hakon veía… y esa visión llenó de ira y asombro tanto al aspirante a paladín como a su soñoliento amigo.

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