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Fairy Lights

- Capítulo 1º: En una noche de tormenta -

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Dec 14, 2003
  • 15 min read

Updated: Nov 6, 2024

(puede leerse una versión más antigua de este relato aquí)






El transbordador llevaba diversos pelotones de guerra, entre ellos el que dirigía Hákontos; un pelotón de 15 soldados entre los que se contaban varios edhelornianos, unos pocos Alsh y algún arkadio. Anteriormente ese mismo pelotón había rescatado docenas de arkadios de una plantación Kanth y, en agradecimiento, alguno se unió para pelear. Era el caso de Wolfserk, un enorme ser albino y peludo similar a un oso que fue liberado por el soldado Aristómenes y, desde entonces, había viajado con él e incluso habían logrado entenderse hablando cada uno en su lengua1. Wolfserk medía sobre dos metros diez, estatura normal entre los arkadios, mientras que Aristómenes tenía una estatura algo superior a la media de su especie, sobre un metro noventa y dos. Ambos estaban a las órdenes directas del teniente, un hombre también de gran estatura, pelirrojo y de tez morena.


– ¡Preparados para penetrar en la superficie de Naidloth! ¡Pelotón 246, seguidme!


El teniente ordenó a su pelotón que entrase en una de las naves auxiliares, usadas mayormente para albergar pelotones de guerra durante una exploración militar. Los soldados, impacientes ya dentro de la nave, esperaban la oportunidad de condecorarse con la liquidación de un oficial Kanth de importancia; cosa complicada, ya que la mayoría eran novatos y no estaban a la altura de la situación. Aristómenes, sabiendo esto, no estaba nervioso, sino que confiaba en su habilidad con el rifle de plasma y su destreza en el manejo de la espada.


– ¿Nervioso, amigo? Tengo el presentimiento de que la pelea será muy salvaje.


– ¿Eh?


Aristómenes dirigió la mirada hacia atrás suyo y vio allí mismo un joven Alsh con pinta de novato, de más o menos su misma edad, pero de menor estatura y complexión más delgada2, piel aria y pelo rubio, lo cual hacía un gran contraste con la robustez de Aristómenes, su piel morena y su pelo azulado.


– Vaya… somos compañeros de pelotón y no nos hemos presentado, ¡qué cosas! Mi nombre es Lens Grassmann, guardián de la Orden de Alsh.


– No hacía falta que me dijeras lo de la orden de Alsh, se ve a simple vista por tu hábito, pero es igual. Mi nombre es Aristómenes Ónaros y mi compañero es Wolfserk.


Dijo esto señalando con el pulgar al enorme y peludo arkadio, el cual impresionó un poco al joven Lens, pero los Alsh no son conocidos precisamente por su miedo, así que se repuso rápidamente. Después de un rato de silencio incómodo, otro individuo se sumó a la conversación.


– ¡Holaaaa! Así que hablando antes de entrar en combate… ¿Qué tal vais?


– ¿Este “tipo” es amigo tuyo, Lens?


– Grrr grrr, grrrr grrr.


– Opino igual, compañero, hahaha…


Lens y el otro individuo quedaron un rato mirando al arkadio, algo sorprendidos de que Aristómenes pudiera comprender su lengua.


– ¿Es que tú lo entiendes?


– Claro, llevamos mucho tiempo juntos y he aprendido su idioma. No es muy difícil, teniendo en cuenta que él también ha aprendido el nuestro.


En medio de estas palabras, el piloto anunciaba que acababan de tomar tierra en una de las enormes llanuras de Naidloth y que estaban ya dispuestos para comenzar la misión que estaba asignada al pelotón. Se abrieron las puertas de la nave y el pelotón entero fue saliendo poco a poco, con el teniente Hákontos al frente. Esperando la aparición de soldados Kanth, la tropa asentó un campamento en la zona.


Las batallas cruentas se sucedieron. Tras pocos días de haberse asentado, grupos pequeños de Kanth comenzaron a surgir. La fuerza de cada uno de los quince miembros del pelotón no era equiparable a la de los soldados que iban apareciendo. Como resultado, cuatro soldados edhelornianos y tres Alsh perecieron en la sucesión de peleas, mientras que el bando opuesto no parecía mostrar señales de debilidad a pesar de haber perdido a todos los efectivos enviados hasta el momento. La última de las batallas fue, sin duda, la más mortífera de todas. Sólo tres soldados Kanth fueron enviados por el enemigo, pero acompañados de un enorme androide de guerra. Los que aún vivían del pelotón estaban muy sorprendidos por la enorme fuerza del robot, pero los edhelornianos no son precisamente una raza de miedosos, sino que se asemejan en valor y fuerza a los espartanos de la Grecia antigua, así que de ningún modo eso les impediría pelear hasta la muerte.


– ¡No temáis, les superamos en número! Si logramos salir victoriosos no dudéis que acabaremos tomando el planeta. Tras esta pelea llegarán nuevos refuerzos… y venceremos.


El teniente dirigía palabras de ánimo a sus soldados antes de lanzarse a por los tres Kanth y el androide. Tras esto, él mismo se abalanzó sobre uno de los soldados Kanth y le atravesó el estómago con su espada de acero edhelorniano, conocido por ser completamente irrompible. El Kanth tocado se desplomó moribundo y el resto del pelotón se lanzó a la batalla con gran valor.


– ¡Dividíos! Ónaros, ¡tú ve a por uno de los Kanth! Grassmann, ¡a por el otro! Los demás, ¡dirigíos contra el androide! Esa mole de acero no será sencilla de tumbar…


Aristómenes y Lens obedecieron sin demora. El primero se lanzó brutalmente sobre uno de los Kanth que quedaban en pie y, tras un forcejeo con los sables, logró diezmarlo y partirlo en dos. El segundo fue a por el otro Kanth, que le rozó un poco la cara con su sable de plasma, pero fue reducido por una luvia de tremendos sablazos en el pecho. Derrotados todos los Kanth, aún quedaba el gigantesco androide, barriendo soldados a su paso con sus brazos artilleros. El teniente Hákontos intentó subirse encima para destruir sus circuitos, pero como resultado su pierna izquierda fue seccionada por las garras del robot y cayó al suelo, chorreando sangre por la herida. Con el teniente fuera de combate, el androide guerrero eliminó a la mitad del pelotón con un barrido láser, dejando al grupo en dos soldados edhelornianos, un arkadio y un Alsh; a parte del teniente, que yacía desangrándose en la llanura.


– Mierda… no tenemos posibilidades contra este cacharro… ¡¡¡Pelotón, maniobra evasiva!!!


A la voz del teniente, los cuatro restantes del pelotón, aprovechando la distracción momentánea del androide mientras remataba a los caídos, recogieron al teniente del suelo y consiguieron meterse en un aerodeslizador con suficiente energía como para distanciarse unos metros. Sin contar al teniente, habían sobrevivido Wolfserk, Aristómenes, Lens y otro soldado edhelorniano, de complexión algo menos robusta que el resto de su raza.


Con Aristómenes pilotando el aerodeslizador, pudieron alejarse en poco tiempo y sin que el androide los siguiera. Llegaron a lo que parecía el final de la llanura y el comienzo de una vasta jungla cuando, de repente, el cielo se cubrió tremendamente con nubes negras como la noche que era y comenzó a llover torrencialmente. En ese instante, el aerodeslizador decidió pasar a mejor vida, dejándolos frente a una selva, con un teniente herido y sin comida ni suministros médicos.


Sin saber muy bien qué hacer o adónde dirigirse, Lens distinguió por el camino que habían llegado unas huellas de pneumáticos; cosa extraña, ya que ellos llegaron sin tocar el suelo3. Era una situación bastante deprimente, con la lluvia azotando los rostros manchados de sangre de los combatientes y su vehículo totalmente estropeado con más bien pocas posibilidades de moverse; y eso sin contar el estado del teniente, sin pierna y con mucha sangre perdida. Seguramente, si consiguieran regresar a su planeta, los nombrarían héroes de guerra por haber defendido bravamente su posición, esperando unos refuerzos que es posible que ya no llegaran nunca. Ante esta situación, algunos intentaron otear el horizonte, pero con la lluvia y encima que era de noche, no pudieron ver gran cosa. Wolfserk, sin embargo, siguió observando hasta que distinguió a lo lejos lo que parecía ser una torre ruinosa.


– ¡Grrrrr! Grr gr gr grrr grr grrr gr gr grrr.


– ¿De veras has visto algo?


Aristómenes comprendió que su amigo y compañero de pelotón había visto una torre y deprisa avisó a los otros del descubrimiento. Lens y el otro soldado no llegaron a creérselo, pero el teniente decidió probar suerte.


– Tal vez en esa torre encontremos refugio esta noche… ¡Id y pasad la noche allá! Yo me las arreglaré bien con un arma y un poco de comida.


– ¡Ni hablar, teniente! Está muy malherido como para que lo abandonemos aquí. Intentaré arreglar el aerodeslizador y llegaremos a la torre.


Aristómenes se dirigió hacia el transporte e intentó volver a ponerlo en marcha. Tras varios intentos, su persistencia se vio premiada al elevarse el aerodeslizador del suelo. Viendo esto, Wolfserk cogió al teniente y lo subió y los otros dos subieron también, a ver si aquella torre les podía servir para resguardarse de la lluvia y, tal vez, incluso curar a su tullido teniente. El vehículo fue raudo en dirección a la torre, pero se volvió a estropear a unos pasos de allí. Viendo lo cerca que estaban, Wolfserk y Aristómenes fueron llevando al teniente hacia la entrada del edificio; mientras, Lens iba en la retaguardia charlando con el otro superviviente.


– Esta torre no me ofrece mucha confianza…


– Es posible, pero en algún sitio tenemos que curar al teniente. Por cierto, ¿tú eres un monje de Alsh o algo así?


– Soy Alsh, pero no monje. Soy sólo un aprendiz, pero manejo las armas a nivel de guerrero, HAHAHAHAHA.


– Ya… Al menos tendrás un nombre, ¿no?


– Lens Grassmann, de la Orden Alsh. ¿Y tú eres…?


– ... En mi pueblo me llamaban Kahron.


En medio de la conversación y con Wolfserk, Aristómenes y el teniente Hákontos detrás, Kahron distinguió en la torre unas ventanas alargadas en forma de colmillo, desde las que alcanzó ver una figura femenina. Pensó que, tal vez, la torre estuviera habitada, pero viendo el estado ruinoso del edificio, pensó que podrían haber sido imaginaciones suyas.


– ¡Ya hemos llegado! Vaya... parece que una muralla nos cierra el paso.


– He… mi sable de plasma puede agujerear cualquier muralla, ¡observad!


Diciendo esto, Lens desenvainó su sable y de un tajazo fue capaz de hacer un boquete en el muro por el que pudieran pasar, unos más fácilmente que otros. En aquellas circunstancias en que todos estaban agotados, un sable de plasma reglamentario podía aventajar incluso al famoso acero edhelorniano, pues no era necesaria mucha fuerza para fundir con él grandes superficies de metal. Estando todos dentro del recinto, vieron que la torre era solamente una parte de un enorme edificio construido mayormente con cristal grueso, pero varias zonas estaba hechas de piedra y de metal. De frente a ellos se extendía un camino que acababa en un enorme portal adornado con dos siniestras estatuas de lo que parecían dos monjes de altura desmesurada. Avanzando hacia el portal, vieron cómo éste se abría y cuando estuvieron a algo así como cinco metros de la entrada, les salió al encuentro un hombre bastante anciano con un androide doméstico algo desmejorado portando un paraguas y un candil. El hombre, además, llevaba entre sus manos un arma de caza, que asía de un modo casi amenazador.


– ¡¿Qué quieren?! – preguntó el viejo, con cierto aire de locura en su mirada.


– Somos unos viajeros que desean hospitalidad. ¿Podría ayudarnos a curar a nuestro compañero? – respondió Lens con un tono entre amable y paternalista.


El viejo les miró a todos ellos con desprecio, salvo a Wolfserk, al que miró como a un animal a punto de ser castigado. Inmediatamente después de haber examinado a todo el grupo, dijo con voz aún más de loco:


– ¡Márchense! ¡No tenemos nada para ustedes!


Aristómenes dijo en voz baja a Wolfserk:


– ¿Crees que debemos fiarnos, Wolf?


– Gr…


Aristómenes entendió que no. Luego, tras estar Lens y el teniente hablando con el viejo y éste sin dejar de insistir en que se fueran, Kahron disparó un rayo aturdidor desde su rifle de batalla, el cual impactó de lleno en el anciano y se desplomó en el suelo del porche. Al ver el estado de su supuesto amo, el androide dejó caer el paraguas y el candil y se agachó a socorrerle.


– ¡Oh, dios mío! ¡Asesinos! ¡No puede ser cierto…!


Ignorando los llantos del robot, entraron los portadores del tullido seguidos de Lens y el agresor del anciano loco. Nada más estar los cinco dentro, apareció otra figura también con un candil en la mano.


– ¡¿Qué ocurre aquí?! ¡¿Qué es este escándalo?!


Al ver a los cinco extraños y el cuerpo tirado del viejo, la mujer que acababa de aparecer quedó entre sorprendida y amedrentada, pero se recompuso rápidamente tal como solían hacer los miembros de la nobleza; lo que les dio a entender que, en otro tiempo, pudo pertenecer a ese estamento. Tras recobrar la calma, aunque aún algo nerviosa, dijo en tono altivo:


– ¡¿Qué le han hecho a mi mayordomo?!


– Él disparó primero – dijo Kahron muy convencido.


La mujer, de unos cuarenta años pero bien conservada, pelo muy oscuro y faz bastante pálida, dijo en el mismo tono:


– Márchense, no podemos ofrecerles nada.


– Tenemos herido a nuestro oficial – intervino Aristómenes –. Sólo necesitamos curarlo y ya podremos irnos.


Parecía que el anciano mayordomo se estaba reponiendo del shock. Una vez se hubo puesto en pie, algo ayudado por el androide doméstico, fue al lado de su señora, con esa mirada suya que reflejaba algo entre locura y desprecio.


El teniente se incorporó con esfuerzo y, mirando hacia la supuesta señora de la casa, dijo en un tono muy militar:


– ¡Esta casa queda requisada en nombre del ejército de Edhelorn! Sólo nos quedaremos esta noche.


La expresión de la señora cambió de hostil a resignada en una fracción de segundo. Con un tono menos orgulloso, pero igualmente áspero, respondió:


– Hagan lo que quieran; es obvio que los que van armados son ustedes. Les daremos cobijo y curaremos sus heridas… Pero yo les aconsejaría seriamente que no se hospedasen aquí. ¡Avir, vamos!


El mayordomo siguió a la señora corredor adentro. A todos les sorprendió eso último que dijo de que “les aconsejaba seriamente que no se hospedasen aquí”. Tras unos minutos, Avir el mayordomo, regresó con una camilla para el teniente y portando un candil.


– Les conduciré hasta sus cuartos… pero debieron hacer caso a mi señora cuando les advirtió…


Todavía extrañados, le siguieron por el inmenso corredor de vidrio negro casi opaco. Wolfserk colocó al teniente en la camilla y continuó hacia delante. Mientras se dirigían al salón, Avir el mayordomo les explicó que no tenían luz eléctrica desde hace tiempo y que la familia de su señora estaba actualmente en decadencia por causa de las guerras por la toma del planeta. La torrencial lluvia empapaba el vidrio, con lo que se apreciaba mucho menos el paisaje del exterior. Pasaron de largo una estancia donde se erigía impetuosa la estatua de una especie de gobernante, con el pelo canoso surcado por hondas entradas, y que portaba en su mano derecha un escudo y en la izquierda una gran lanza negra. Dichas armas estaban colocadas en una vitrina detrás de la escultura y podía verse que estaban bastante gastadas por los combates.


– Mayordomo, ¿quién era el hombre de la estatua que acabamos de pasar? – preguntó Lens sin interés aparente.


– Mi nombre es Avir, ¡preferiría que me llamasen por él, ya que lo saben! Ese hombre era el señor de la casa, lord Inzanus. Le erigieron esa estatua el día de su muerte. ¡Ya hemos llegado al salón!


El mayordomo se quedó quieto, como esperando que alguien hablase. Al ver que nadie decía nada, echó una mirada fulminante a Kahron, el cual sonrió por hacer algo.


– Gracias por guiarnos – dijo finalmente Lens.


– ¡Ah! Y, disculpa por haberte disparado...


– ¡Bueno! Pasen, pronto volveré para servirles la cena. No esperen gran cosa, ya saben el estado precario en que se encuentra esta familia.


– ¡Espera, Avir! – dijo Aristómenes algo urgido – ¿Cómo llamáis a ese robot… si es que tiene nombre?


– ¡No lo sé, son muchos números! 4B0… algo. Pero si le dices “estúpido”, viene. ¡Eh, tú, estúpido!


– Llamaba, señor…


– ¡No, es igual! – el androide se retiró y Avir volvió a dirigirse a Aristómenes – ¿Lo ves? Ahora esperen aquí, voy a buscar la cena.


El anciano mayordomo subió unas escaleras que conducían a la torre de la casa, la que habían visto desde fuera. Wolfserk pensó que, tal vez, el androide les dijese más sobre qué ocurría para que tanto Avir como la señora insistieran tanto para que no se hospedasen aquí. Se lo comunicó a Aristómenes y éste al resto, con lo que Lens llamó al androide y le dijo:


– ¡Eh! 4B, ven aquí.


El androide se dirigió hacia ellos despacio. Parecía que no le hubiesen revisado los circuitos en muchos años y a veces chisporroteaba un poco.


– ¿Desean algo, señores?


Lens preguntó al robot sobre cómo había llegado la familia a la situación decadente en la que se encontraba, y esto respondió:


– La familia Keruan se halla hoy en sus mejores días, no hay ninguna duda… duda… duda.


Enseguida todos pensaron que le habían introducido algún programa para que no pudiera contar nada. Intentaron abrirle los circuitos y comprobarlo, pero cuando aún ni lo habían volteado, Avir apareció de nuevo con una olla entre las manos.


– Síganme al comedor, ¡la cena ya está!


Tras una de las puertas que había en el salón, la cual les indicó Avir con la cabeza4, se hallaba un comedor bastante amplio con una mesa muy alargada, típica de las grandes mansiones lujosas. Avir posó la olla en la mesa y fue acomodándolos uno a uno en unas sillas.


– Espero que su animal haga sus necesidades donde debe. ¡No tengo ganas de andar por la casa recogiendo mierda!– dijo refiriéndose a Wolfserk, el cual se indignó bastante.


– No se preocupe… está domesticado– le dijo Aristómenes con el único propósito de que no hiciera preguntas. Wolfserk seguía indignado, pero le fue pasando mientras que Avir se fue alejando un poco.


La cena era una especie de sopa de verduras bastante espesa. El sabor de la comida hizo recordar a Wolfserk sus días en la plantación, cuando despiadados Kanth les desgarraban la piel con sus latigazos a él y a los otros arkadios cautivados. Al terminar la modesta cena, Avir el mayordomo condujo al grupo por las escaleras al piso de arriba, en la torre.


Por culpa de que no tenían luz, no podían usar el ascensor, así que tuvieron que subir a pie el monte de escalones llevando la camilla del teniente. Una vez en el piso, Avir abrió la puerta para acceder a él. En el oscuro piso, únicamente iluminado por la escasa luz de afuera y por el candil de Avir, se veía llover por las alargadas ventanas, que desde el interior se veían mucho más grandes de lo que semejaban desde fuera. En una de las paredes del pasillo había unos extraños caracteres inscritos y al otro extremo, donde estaban las verdosas ventanas, había un par de tubos similares a lámparas alargadas, pero que, por lo visto, tampoco funcionaban. Avir giró por el pasillo hasta una hilera de puertas que, supuestamente, eran las habitaciones.


– Aquí pueden pasar la noche. Les aconsejo que no salgan de las habitaciones hasta mañana… por su bien.


Diciendo esto, se marchó deprisa por el único camino que había y dejó al grupo en las habitaciones. Había seis habitaciones, de las cuales usaban cinco, pero antes prefirieron reunirse todos en una para decidir qué hacer con las múltiples advertencias que habían recibido, tanto del mayordomo como de la señora de la casa. Aristómenes, el cual sabía bastante de máquinas, no sólo de guerra, programó las puertas de las habitaciones5 para que sólo se pudiesen abrir mediante una contraseña y así comenzaron la reunión…


– Bien… – comenzó a decir Lens – ¿alguna idea?


– Grr grr grrrrr gr gr grr gr grrrr… – gruñó Wolfserk, lo cual en su lengua significa: “¿qué tal si destruímos la estatua?”


– ¿Qué ha dicho?


– Insensateces… – respondió Aristómenes.


– Grrrr…


– No creo que fuera buena idea, sería un poco estúpido cargarnos la estatua.


– Grr gr gr grrrr grr grrrr gr – lo cual significa: “así vendrá el espíritu del amo y nos lo cargaremos”.


– ¡¿Y eso para qué?!


– ¿Qué dice? – preguntó Kahron.


– Wolfserk piensa que tal vez el espíritu del difunto señor de la casa ande rondando por aquí y matando a los viajeros…


– Menudas ideas más peregrinas… – se burló Kahron.


– ¡Gr grr gr grrr grrr grr grrrr!


– ¿Qué ha dicho?


– Eh… ¡mejor que no lo sepáis…!


– Grrr.


El teniente, que hasta ahora había estado descansando, se incorporó un momento y dijo:


– Podéis mirar por la casa; yo me quedaré aquí, estoy muy debilitado por lo de mi pierna.


Aristómenes asumió el mando por instinto y se levantó apremiando a sus compañeros.


– Bien, teniente. ¡Vamos, venga!


Los cuatro soldados supervivientes del pelotón del teniente Hákontos salieron de la habitación y, casi sin luz, fueron por el pasillo hasta las escaleras que conducían tanto hacia arriba como hacia abajo.


– Miremos qué hay arriba – sugirió Lens –. Tal vez la señora nos explique algo sobre qué ocurre aquí con los viajeros.


Los demás le siguieron hacia arriba, aunque Aristómenes y Wolfserk hubieran preferido bajar a por el androide ahora que tenían ocasión. En aquel momento, la prioridad era no separarse. Una vez en el piso de arriba, había otra puerta, pero estaba cerrada. En la puerta había un pequeño rectángulo con unas inscripciones en clave Kanth, lo que daba a entender que los habitantes de la casa eran Kanth o descendientes de Kanth. Aristómenes se dispuso a reprogramar la apertura mecánica de la puerta cuando, antes de tocar nada, la puerta se abrió sola sin avisar.


Dentro había escaleras que conducían a pisos aún más altos y en un rincón había algo blanco que parecía como una tela no muy gruesa. Después de un rato, por ese mismo rincón asomó la cabeza de una chiquilla que aparentaba unos catorce años de edad. Desde la situación del grupo, se veían sus cabellos negros y su piel bastante pálida. La chica tenía cierto aire que recordaba a la señora de la casa, pero en joven. Llevaba un camisón blanco y, cuando se hubo asomado algo más, se vio que andaba con los pies descalzos, igualmente pálidos. Cuando estuvo segura de que todos la habían visto, se escondió velozmente y soltó una risita aguda.


– ¿Qué hace aquí una niña?


– Grrr… Gr grr grrr.


– Hehe… podríamos llevárnosla como trofeo de guerra; parecía estar madurita, ¡hahaha!


La risita aguda siguió oyéndose cada vez más distante. El grupo decidió seguirla para ver si sabía algo sobre el tema de “algo les pasa a los viajeros de noche”. Subieron las escaleras sigilosamente, para que la chiquilla no se asustase y saliera huyendo; pero, una vez en el piso superior, no la vieron por ningún lado, solamente un vasto corredor circular igual que en las plantas anteriores. Aristómenes pensó en cómo hacer que la niña confiase en ellos y así poder interrogarla. “No temas, no vamos a hacerte daño... sólo vamos armados para defendernos”. Estas palabras brotaron en su mente y, aunque osado, la inseguridad que se albergaba en su interior en aquel instante le hizo pensar que no sonaría convincente. Además, gritar en aquella situación no habría sido la mejor de las ideas, de modo que se lo pensó mejor y decidió avanzar sigilosamente con el resto por el pasillo adelante.



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1 Los arkadios tienen un lenguaje similar a los gruñidos de oso y los edhelornianos hablan la lengua común.

2 Los edhelornianos son un subgrupo de la raza humana (habitantes de Edhelorn) y Alsh, así como Kanth, son dos órdenes místicas. El joven Alsh, en concreto, era de raza humana.

3 Nótese que los aerodeslizadores no dejan huellas de pneumático; primero porque no usan ruedas y luego porque van por encima del suelo.

4 Teniendo las manos ocupadas con la olla, era evidente que no les podía indicar con el dedo.

5 Las puertas estaban mecanizadas, se entiende.

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