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Fairy Lights

Capítulo 3 ~ Se desata la Maldición ~

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Dec 23, 2004
  • 17 min read

Updated: Nov 13, 2024






Llevando a cuestas una espada bastarda gris sin vaina, algo oxidada; una lanza desmontada en dos partes, cada una tan larga como la otra; un hacha doble de mano y un enorme escudo redondo de madera, tachonado en metal, partió Hakon Átekhnos más o menos a escondidas hacia el templo donde dormía la mayor de las armas, la cual le daría el nombre de caballero defensor de la justicia. También llevaba un zurrón con los pergaminos, su puñal de cortar hierbas y una cota de malla algo polvorienta por encima de su habitual ropaje. Para disimular un poco una mancha de óxido en su armadura, cogió un pañuelo amarillo y se lo ató a modo de capa (algo precaria). Todo esto y sus guantes de herborista, que había olvidado quitarse, lo acompañaba a la que sería su aventura decisiva. Hakon sabía que así era, pero no sospechaba ni por asomo lo que en realidad ocurriría al llegar al templo…

Una vez fuera del festivo Khorill, extendió el mapa del bosque. Lo miró un rato pensativo y finalmente decidió:

– Bien. Creo que el sendero del Noroeste es el más apropiado… – guardó el mapa en su zurrón y, mirando al frente, comenzó su recorrido – ¡Ahahahahaiii! ¡Mi leyenda será genial! ¡Ehehehehee…!


*******************************


Mientras tanto, en la plaza de Khorill, Monte Fuji y Nerón seguían conversando con Aiye Philion, disfrutando del día de fiesta. Aiye había comprado un helado de doble bola, de fresa y de limón; Nerón había terminado el suyo hace tiempo y Monte ya iba por el quinto, todos de chocolate y todos robados.

– Monte… – decía Nerón en tono irónico, pero sin ironía en sus palabras – ¿Aún no te ha pillado el heladero? Ya llevas muchos helados, ¿no?

Monte Fuji devoraba cada helado con interés y solamente se detenía cuando pasaba alguna chica, muchas de las cuales habían acabado con manchas de chocolate.

– He, ¿de veras? ¡No creas, siempre vigilo bien el instante para actuar, HAHAHAHAHA!

Aiye, algo baja de moral por causa de la presencia del ladrón Monte Fuji, se limitaba a suspirar y lamer la bola de fresa de su helado de doble bola.

– ¡Hahaha! – continuó Monte tras zamparse de un trago la bola de su helado de chocolate – ¡A este paso Hakon se va a quedar sin helados!

Al oír el nombre del paladinesco inexperto ambos, Aiye y Nerón, salieron de su festivo sopor y reaccionaron como si de una alarma se tratara.

– ¡Ahí va, es cierto! – dijo Nerón – Hakon… ¿dónde se ha metido?


– Vaaaya… – siguió Aiye, con un hilo de voz – See… se supone que lo dejé cerrando la… tien… tienda…

En esto a Monte se le atragantó el cucurucho y, en un tremendo aspaviento en el que escupió el barquillo atragantado, giró su vista hacia ellos dos.

– ¿Quée… ocurre, Monte…? – le dijo Aiye con el mismo hilo de voz.


– … … … ¡Menuda morenaza! ¡Oooohohohohohoho! – y salió como las balas, dejando caer el trozo de cucurucho sobre el rosado pelo de Aiye.

–Vaya, pues sí que le afecta el clima festivo… ¿No, Aiye?


***************************


Oteando el entorno boscoso tras un árbol, Hakon Átekhnos vislumbró una senda libre para continuar el camino. Se volvió para consultar el mapa y tomó la determinación de seguir esa senda, llevara a donde llevase. Su determinación lo llevó directo… a la entrada principal de Khorill. Tamaño contratiempo puso en evidencia el nulo talento de Hakon como interpretador de mapas.

– Oh, vaya… – dijo entre dientes. Luego tomó aliento, dio media vuelta y salió corriendo por el largo camino – ¡No pienso desanimarme por un pequeño contratiempo! Seguro que todos los grandes héroes sufren contratiempos y no dejaré que algo así me impida… forjar mi… ¡¡¡LEYENDAAAA!!!

Continuó su camino, ahora ya sin correr, siempre siguiendo (o intentando seguir, más bien) el mapa del viejo y al fin, tras muchos regresos involuntarios a la entrada de Khorill y otros tropezones, había llegado a lo que parecían unas ruinas excavadas en una colina allá por el atardecer.

– Ahh… – gemía el inexperto, agotado por los rodeos que había dado sin quererlo – Al fin… Éste debe ser el templo que sale en el mapa… – se incorporó y miró el mapa – Sí, éste ha de ser, ¡no hay duda alguna! – recogió el mapa en su zurrón y se encaminó emocionado al interior de las ruinas – ¡Al fin, mi leyenda! ¡He encontrado el templo perdidoooooo!

Y, tras esta indudable muestra de felicidad, el aspirante a paladín justiciero penetró en el interior del templo de los demonios. Cuanto más se adentraba Hakon, más oscuro se hacía el pasillo de mármol del templo y, al no tener nada con que iluminar el lugar, nuestro héroe tuvo que encaminar sus pasos a ciegas por dentro del recinto.

– ¡Ayyyy…! He vuelto a topar con una columna… ¡Maldito templo! ¿En qué estarían pensando los demonios cuando le metieron tantas columnas?

Pero, cuál fue su asombro al ver que, hacia uno de los lados del pasillo, una luz blanca se encendía, mostrándole un camino entre tanta sombra. Guiado por la blanca luz, Hakon atravesó el corredor de mármol hasta llegar a una sala cíclica, también de mármol y cupulada en el techo de roca. La estancia era de una majestuosidad tal que no parecía obra de seres humanos.

En el centro de la soberbia cúpula, había un foco de luz proyectado hacia el suelo. La luz caía justo sobre una especie de altar de marfil, donde había escritos unos versos. Hakon, viendo lo que allí había, se acercó para descifrar el contenido de los versos. Y, sacando del zurrón el pergamino que hablaba sobre la lengua de los demonios, comenzó a leer:


El blanco resplandor de la magia

guiará a aquel que porte un objeto alargado

sin demora hacia el lugar sagrado

donde se encuentra sellado

el poder infernal.


– Hmmm… – pensó Hakon – ¿Portar un objeto alargado? Y, ¿valdrá cualquier cosa que sea… larga?

Estando el inexperto paladín elucubrando la manera de acceder al lugar que decían los versos, pisó el marmóreo y rocoso suelo de tal manera que hundió una baldosa en la tierra. Acto seguido, se cerraron todas las puertas que tenía la estancia cupulada. Hakon se exaltó y fue raudo hacia una de las salidas; probó a empujar para que se apartara la roca que le cerraba el paso, pero no logró otra cosa que cansarse.


– Maldita sea… Me he quedado atrapado. Y eso… ¡¡me enfurece!!


Diciendo estas palabras, Hakon agarró de detrás del escudo la oxidada espada que llevaba y, blandiéndola a dos manos, se dispuso a cortar la roca con ella; pero aún no había rozado si quiera el filo de la bastarda con la pétrea superficie, cuando un temblor tiró al joven paladín hacia atrás, cayendo él sobre todo su equipo (escudo, lanza y hacha). Estando Hakon en el suelo, percibió que salía del foco de luz una forma azulada serpenteante, la cual se desliaba, suspendida en el aire, hacia el centro del altar de marfil. Un nuevo temblor sacudió el lugar, mientras caían rayos negros del hueco por el que salía la forma serpenteante. Una vez hubo tocado el suelo, la forma azulada se volvió oscura hasta quedar completamente negra y emitiendo descargas hacia todos lados. Hakon se cubrió con su enorme escudo de madera para no resultar electrocutado por aquella bestia negra y alargada, que aún seguía ondulando del techo al suelo. Un cegador destello, acompañado por la más brutal de todas las descargas, hizo descolgarse a la bestia del techo para acabar concentrada en el altar de marfil, emitiendo un brillo negro poco amistoso.

Hakon vaciló un instante, pero recordó sus deseos de caballero y no dudó en acercarse con prudencia a la bestia caída del techo. Este ser monstruoso dirigió su mirada demoníaca hacia el joven paladín:


– Eres tú… – comenzó a decir, en tono malvado, pero solemne – … aquel que quiere romper… el Sello de los Antiguos…

Hakon tomó la mayor valentía que pudo de su espíritu y respondió como lo hubiera hecho un héroe legendario:

– Ese soy yo. Ábreme paso hacia el arma que me ayudará en mi sagrada misión.

El monstruo, que seguía brillando como si lo envolvieran llamas negras, frunció sus ojos rojos como la sangre y exclamó en un tono similar al anterior:

– Hrrmmm… Sin duda abriré paso a aquel que me habla, pero el camino que yo abra lo conducirá… a una muerte sin remedio.


La bestia negra comenzó a rugir de modo ensordecedor y la llama que lo cubría se intensificó y luego se condensó en su interior, provocando un nuevo temblor y algún que otro desprendimiento de partes ajadas de la cúpula y rocas. Hakon intentó mantenerse en pie, pero acabó casi de rodillas, agarrado a su espada bastarda, que había hundido en el suelo, para no perder el equilibrio. Terminó la antigua estancia de temblar y la bestia levitó hasta estar a unos pocos metros del altar, hecha una bola; volvió a abrir sus sangrientos ojos, encendidos como el aliento de un dragón, y cargó con toda su furia contra el inexperto, el cual casi ni se había repuesto de la última sacudida.

La brutal embestida hizo volar por los aires a Hakon, desposeyéndolo de la espada bastarda que empuñaba. La bestia negra se giró en vuelo dejando ver su verdadera forma, similar a la de un dragón chino formado por plasma. Hakon, magullado y en el suelo, hizo esfuerzos por levantarse y seguir la lucha, pero antes de poder ponerse en pie, la bestia ya había vuelto a cargar contra él, arrollándolo de nuevo y volviéndolo a dejar en el duro suelo.

– Aaarggh… – decía Hakon a la bestia, apenas con aliento para jadear – Tú… no impedirás que Hakon… `O Átekhnos… sea una leyenda entre… los caballeros. ¡Y ahora… sabrás… por qué!


Y, levantándose del suelo con toda la energía que pudo reunir, echó una mano al hacha doble y otra al gran escudo y embrazándolo, pudo parar una nueva embestida del dragón de plasma, lo cual desembocó en una gran confianza para Hakon y una ira demoniaca para la bestia.


– Hrmm… – gruñó el monstruoso dragón de plasma, al cual le brillaban todavía más los ojos de sangre – Eso… está por ver… – abrió sus mortales fauces, cargó energía en la boca y disparó un mortal rayo negro que, al impactar contra el suelo de mármol, hizo surgir de la tierra un pilar de plasma que atravesó la cúpula del techo y subió hasta el mismo cielo.

Con una agilidad que impresionó al mismo Hakon, el joven héroe pudo esquivar con gran maestría el rayo negro y lanzarse rodando hasta el lugar donde había caído su oxidada espada bastarda, la cual agarró con decisión y envainó en la espalda, junto con el hacha doble y el escudo, para poder sacar la lanza larga que tenía todavía sin estrenar. Y, mirando con la mirada que tienen los héroes justicieros al enfrentarse a una criatura maligna, y con fuego en sus brillantes ojos azulados, se dispuso a lanzarse con su lanza a lomos del oscuro ser para poder asestarle el golpe de gracia. Viendo el dragón esta alocada maniobra, se giró hacia él y lanzó otro rayo de plasma negro, el cual echó hacia atrás al temerario héroe al hacerse un pilar que atravesó el cielo.


******************************


– Vaya… – suspiraba, en Khorill, Aiye la herborista – ¿qué habrá sido de Hakon?

Nada más hubo terminado la frase, el estruendo del segundo pilar de plasma la hizo girarse hacia la zona donde se hallaba el templo de los antiguos demonios. Y al girarse contempló asombrada la negra columna energética que subía al cielo con fuerza y luego se desvanecía en rayos azulados.

– Ah… – exclamó – ¡¿qué habrá…?! No es posible que… ¡Oh, vaya! No me digas… Mierda.

Estando todo Khorill pendiente de las explosiones y de las apariciones de nuevos pilares de plasma, Aiye espabiló a sus dos compañeros y los llevó a la salida del pueblo.

– Falta armamento en la tienda y ahora salen columnas del bosque…

– ¿Eeh…? – se sorprendió Monte, el cual ya estaba distraído de antemano – ¿De veras crees que Hakon se ha ido de aventuras?


– ¡¿Qué otra cosa si no?! ¡Vamos! Tenemos que encontrar a Hakon.


– Oye… – comentó Nerón a Monte mientras hacían el camino tras Aiye – ¿Tú sabes por qué insiste tanto Aiye?


– Así es el amor, ¡waahahahaha!–Nerón lo miró con cara de estar atónito y continuó Monte– ¿No te habías fijado? Menudo curandero animista estás hecho… El caso es que…


– Hmm… ¡He de recuperar esas armas! ¡Valen mucho dinero!


Y, con esta salida espontánea de Aiye, la cual seguía apresurada hacia el lugar de las explosiones y sin prestar atención a los murmullos de su séquito, el grupo siguió marchando sin demora durante un rato, hasta encontrar, tras largo tiempo caminando, la entrada al templo de los demonios.


*******************************


El último pilar de plasma había hecho que se desprendieran unas rocas que apresaron al joven paladín de forma que quedó completamente inmovilizado por la avalancha. Aunque conservaba todas sus armas y el escudo, no podía alcanzar la parte de su espalda donde estaban enganchados para poder envainar ninguna de ellas ni embrazar con éxito el enorme escudo de madera. Estaba prácticamente a merced del monstruoso guardián del templo, el cual acumulaba energía para lanzar un rayo de plasma mortífero.

– Aaaggggh… – jadeaba el apresado Hakon, al cual lo invadía una profunda sensación de impotencia – Maldito… seas… miserable… aaaargghh…

Antes de acabar, el monstruoso ser de plasma ya había disparado su potente ataque contra el malherido aprendiz de caballero. El rayo impactó de lleno en la roca que lo inmovilizaba y lanzó por los aires al inexperto, con una herida bastante seria en el pecho y la frente. El tullido cuerpo de Hakon calló postrado ante el altar e marfil y allí permaneció, sin apenas moverse, pues el golpe había sido tal que tenía dañados todos los músculos de su cuerpo y el mero hecho de abrir los ojos ya le costaba un esfuerzo extremo. La criatura negra se volteó para ver los efectos devastadores de su ataque, pero, a pesar de las lesiones graves que Hakon había sufrido, no se percibía miedo en su rostro, sino más bien al contrario. Era como si estuviera decidido a acabar con aquel ser diabólico y que ni la misma Muerte con su frío tajo de guadaña podría impedírselo. En un patente esfuerzo por incorporarse, comprobó que había perdido mucha energía, pero sacó poder de su temeridad y exclamó hacia el negro ser:

– Nunca podrás… conmigo – ahora Hakon sentía el calor regenerador de la luz blanca del techo, que caía justo sobre él; y fue el poder luminoso el que le permitió seguir en este mundo –. No podrás conmigo… porque yo… soy… ¡¡¡HAKON `O ÁTEKHNOS!!! ¡Y seré yo… quien… te derrote, miserable!


La expresión de la bestia negra parecía indicar que contenía una gran carcajada. Al parecer, iba a caer a manos de un humano moribundo, salido de una aldea perdida en medio del bosque y eso causaba a la bestia una profunda risa. Sin advertir su estado, ni mucho menos las posibilidades que tenía de alcanzar la victoria, Hakon se puso en pie con el haz de luz cayendo sobre él y, con el fuego de la victoria en sus azulados ojos, blandió por última vez su bastarda oxidada. La espada brillaba como si de cien antorchas se tratase y parecía cargada de una fuerza mística, pero eso Hakon no lo percibía; él tenía la mente fija en una cosa solamente: acabar con esa bestia infernal.

Al ver brillar la espada bastarda, la bestia cambió su expresión de burla para demostrar más bien desconcierto, como preguntándose qué poder misterioso había hecho que un gusano como aquel que le desafiaba se pusiera en pie y lo amenazara de manera tan insultante. Se le pasó un fugaz pensamiento por la cabeza, pero enseguida lo descartó por ser imposible, pero aún así, la bestia negra estaba paralizada frente al poder insignificante de un solo hombre malamente armado y con lesiones graves por todo el cuerpo…

– ¡Ahora! – gritó Hakon a la bestia, como si de un paladín justiciero se tratase – ¡Desaparece en los abismos de la podredumbre! – y, blandiendo la bastarda de sagrado brillo, se abalanzó velozmente hacia la negra bestia y, con un preciso corte entre ambos ojos, partió al ser de plasma por la mitad – ¡¡¡HAAAA!!! ¡¡Muere, mal bicho!!

El mortífero tajo partió a la bestia en dos y provocó un destello tan grande que se vio en todo el continente como una luz milagrosa.


– Hehe… – dijo Hakon, triunfante, a los negros restos de la bestia – Ahí quedas, bicho miserable. Ahora, a por la… aggghh…


Hakon se derrumbó en el suelo de rodillas, apoyado en su bastarda. Al desvanecerse la luz milagrosa de su espada y de su cuerpo, los dolores intensos volvieron a hacerse patentes. Hakon miró su espada y comprobó que estaba completamente mellada e inservible para la lucha. Como si de un tajo tardío se tratase, la espada se partió en dos y Hakon cayó de morros en el marmóreo suelo, lleno de tierra.


– Vaya… – pensó Hakon, tiempo después de reponerse del shock – Debo tener algunas hierbas curativas en el saco…

Con sus últimas fuerzas, Hakon intentó alcanzar el saquito que llevaba colgado del cinturón. Lo abrió como pudo con la mano que le quedaba hábil y dejó caer unas hojas de las hierbas que había cogido de la tienda. Torpemente, acercó la lengua a las ensuciadas hierbas e intentó masticar las que había atrapado. Un sabor a excremento de caballo recorrió todo el paladar del joven héroe, lo cual lo asqueó bastante, pero en seguida comprobó cómo las fuerzas regresaban a sus tullidas extremidades. Tras reposar un poco más en el duro suelo, se irguió pesadamente sobre sus recién curadas piernas, ayudándose con el hacha doble, que había sacado de detrás de su espalda. A pesar de su lamentable aspecto, con moratones por todas partes, salvo por las que brotaba la sangre lentamente, Hakon se sentía, además de dolorido como nunca antes se había sentido, con las piernas lo suficientemente fuertes como para continuar por el pasillo acabado de abrir tras morir la criatura de plasma negro. Y, mirando al frente con el ojo que aún le quedaba sano, exclamó a los cuatro vientos, con las fuerzas que había tomado de la nada sabrosa hierba:

– ¡Adelante, hacia la estancia del arma definitiva! – avanzó hacia el nuevo pasillo mientras decía para sí mismo – Huhuhu, he matado a un demonio, ¡soy lo mejor que hay!

Hakon continuó por el pasillo, siguiendo el haz de luz que lo guiaba hasta el arma de los demonios, pero no se percataba de que una figura misteriosa lo observaba desde fuera del templo. La luz lo llevó todo recto hasta otra enorme estancia cupulada, el triple de espaciosa que la anterior. Hakon penetró torpemente en el lugar, ayudado por su hacha y, nada más traspasar el umbral de la inexistente puerta, su dolorida vista se fijó en una enorme tabla de marfil, situada en la parte opuesta de donde él se hallaba, la cual parecía tener grabado un texto en lengua demoniaca. El dolorido héroe se dirigió directamente hasta ella, quedando él frente a la enorme tabla monolítica y detrás de la tabla un enorme foso de mármol que despedía una potente aura mágica de color azul muy claro.

Sosteniéndose como podía frente a la gran tabla, Hakon volvió a sacar de su desgarrado zurrón el pergamino para interpretar Karyuushin, junto con los papeles que hablaban del templo. Sostuvo en alto el antiguo pergamino, luego miró los escritos de la tabla, pensando con gran entusiasmo, casi sin recordar lo tullido que estaba tras la batalla, que por fin se convertiría en un caballero legendario y, con el ímpetu propio de un noble paladín, comenzó a interpretar en voz alta, como tratándose de un sagrado ritual que despertaría sus ocultos poderes de justiciero. Así decía el texto del gran monolito:

Quien el arma sellada desee liberar,

en alta voz estas palabras deberá recitar:


Yo te llamo, destrucción.

Demonios de épocas pasadas, escuchad este canto

que ahora entono.

Devolved la fuerza a aquel que la reclama. Romped las cadenas que sostienen este arma.

Hacedlo de este modo, pues la hora ha llegado

para que el mundo al fin conozca el poder del glorioso pasado,

cuando el fuego era el rey y la muerte la única ley.

¡Despierta, yo te llamo!

Akmakro, arma definitiva, ¡acude a aquel que te reclama!

¡¡Despierta de tu eterno letargo y ven a mí!!


A cada verso que recitaba Hakon del texto de la tabla, la luz azulada que brillaba sobre el foso se hacía más y más intensa y el poder mágico confinado en la estancia se iba liberando de tal modo, que cada verso era un temblor que sacudía la tierra. Maravillado por la radiante luz que emanaba del foso, donde Hakon esperaba que apareciera una majestuosa espada forjada por los demonios, el inexperto volvió a entonar los últimos versos de la escritura, esta vez en un tono más elevado, como clamando el poder de los dioses de eras pasadas:


– ¡Despierta, Akmakro! ¡¡Acude a aquel que te llama!! ¡¡¡Despierta de tu letargo y ven a mí!!! Mi nombre es… ¡¡¡HAKON ÁTEKHNOS!!!


Este último verso del ritual provocó un enorme temblor, mucho más intenso que los anteriores. Mientras el suelo del templo se sacudía rabiosamente, algo parecía estar brotando del inmenso foso. Hakon intentó enfocar la vista en medio del terremoto y alcanzó a ver un enorme círculo mágico que se elevaba hacia el cielo. Bajo el círculo mágico estaba atrapada una marea sombría de poder, que cubrió toda la estancia una vez quebró el sello que la sostenía, el cual no era otro que el círculo mágico que la precedió en su ascenso. Cegado por la marea recién desatada, Hakon buscó en vano un punto de luz entre tanta sombra.

– ¡¿Q… qué diablos está pasando…?! – gemía Hakon con un tono entre desesperación y desconcierto – ¡¡¿Qué es esa luz?!!

Una gran bola luminosa apareció en medio de la oscuridad, que todo lo devoraba. Hakon miraba perplejo a aquella esfera, ahora ya con los dos ojos sanos. La esfera osciló un poco en el aire y acto seguido emitió un profundo destello que cegó al joven paladín. Una vez repuesto de aquel inmenso resplandor, vio cómo lo miraban cientos de ojos violáceos, situados en varias filas de líneas diagonales que se unían en un punto hacia abajo y se separaban hacia arriba; era como si todos aquellos ojos pertenecieran al mismo ser. Al mirar hacia los ojos, Hakon sintió un escalofrío por todo el cuerpo y un sudor frió le recorría la frente. Y, como si de un mensaje telepático se tratase, una voz penetró en la cabeza del joven paladín, la cual era más tenebrosa que la misma situación en la que Hakon se encontraba.

– ¿Tú, un insignificante ser humano, me ha liberado a mí, a AKMAKRO, portador de la Maldición Oscura? ¡¡¡Mwahahahahahahahaha!!!

Aquellas palabras inquietantes parecían provenir de aquel ser que lo miraba en las tinieblas, aquel con tantos ojos. Hakon parecía algo desconcertado, pues esperaba que Akmakro fuera el nombre de una espada todopoderosa y no de un ser maldito.

– Heheheh… ¿En serio esperabas encontrar una espada encantada o algo similar? Ingenuo… YO soy Akmakro, creado por los demonios para propagar mi maldición por el mundo que ellos llamaban “la Superficie”. Por ser mi liberador, te dejaré con vida… pero, una vez que sumerja el mundo en un mar ponzoñoso de agonía infinita, volveré a por ti… ¡No lo olvides… y disfruta de la paz que aún te queda! ¡¡¡MWAHAHAHAHAHAHAHA!!!


Y, con estas palabras sombrías volando en la mente del confuso Hakon, Akmakro salió de la gran estancia hacia el cielo, destrozando toda la bóveda y cubriéndolo todo con un manto sombrío que no parecía muy agradable.


*******************************


A las puertas del viejo templo, Aiye, Monte y Nerón acababan de llegar, todos ellos bastante exhaustos. La explosión provocada por la partida del malvado Akmakro hizo temblar todo el bosque de Khorill y la aparición del monstruoso ser, ascendiendo hacia el cielo en forma de enorme machón negro, hizo que el grupo de exploradores cayera hacia atrás del enorme susto. Una vez se hubieron repuesto, lamentándose de su trasero dolorido, una figura envuelta en sombras con cierto aspecto de zombi salía lentamente por el gran arco que servía de entrada del templo.

– ¡¿Eh…?! – exclamó Aiye asustada, mirando hacia la horrenda figura, la cual blandía una espada melada y lucía un gran escudo colgado en la espalda – ¡¿Q…qué es eso?!

– Aaah… – comenzó a decir el grotesco ser, con un tono de voz que erizaba los cabellos del más valeroso – Aiiyeeeee…

El ser se acercaba lentamente a la joven muchacha y ésta, muerta del susto, lanzó un estridente grito y abofeteó brutalmente y sin control al que Monte y Nerón identificaron como un muy desmejorado Hakon Átekhnos. Al advertir a Aiye, ésta dejó de aporrear al magullado Hakon, el cual cayó cuan largo era, completamente rendido por el fluir de los acontecimientos.

– Ha…Hakon – rogaba Aiye a su compañero caído – Despierta, Hakon. ¡Dinos qué ocurre! ¿Qué era aquel rayo negro? – Aiye sacudía al pobre paladín impetuosamente, pero no había respuesta. Viendo esto, le lanzó un tremendo grito en todo el oído – ¡¡¡HAKON, DESPIERTAAAAAA!!!

El imponente chillido de Aiye sacó de su trance a Hakon, el cual precisó de unos instantes para regresar al mundo real. Una vez hubo recuperado totalmente la consciencia, se irguió como malamente pudo y, mirando inexpresivamente a sus amigos, dijo lo que sigue:


– Aiye… – tomó un poco de aire y prosiguió – Yo… he provocado el fin del mundo… ahhaiii… – y volvió a caer, si no fuera porque Monte y Nerón llegaron para sujetarlo.

A pesar de las confusas palabras del inexperto, una cosa sí era cierta: Hakon Átekhnos, el que deseaba convertirse en el mayor paladín de todos los tiempos, se había convertido en el mayor destructor, pues la maldición que había liberado seguramente consumiría las vidas y esperanzas de muchos inocentes… y no se detendría hasta provocar el nefasto fin de la existencia humana. Y una vez aniquilado todo ello, Hakon también desaparecería, y en su epitafio una frase lo recordaría:


-Hakon Átekhnos, el caballero que acabó con el mundo-

(sin llegar a ser caballero)

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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