Capítulo 4 ~ Aquí comienza la leyenda ~
- Skale Saverhagem
- Dec 19, 2005
- 20 min read
Updated: Nov 13, 2024
Bajo el oscuro cielo nocturno y el ulular de los búhos que en el bosque acechaban a distraídos animales, en la cabeza del inexperto Hakon solamente cabía un único pensamiento:
– ¿Qué harán de mí al volver a Khorill…?
**********************
– ¡¡¿Que has hecho… QUÉEEEEEEEEEEE?!!
El bramido del furibundo alcalde del pueblo sobrecogió al más valiente de los pájaros que en el bosque se hallaban, provocando un batir de alas seguido de la huída de cada una de las aves. Con el cielo completamente descubierto y el Sol azotando la nuca del joven Hakon, éste no podía hacer otra cosa que evitar quedarse sordo por causa del viejo alcalde. Aiye y Nerón observaban, junto con medio pueblo (si no todo) cómo la saña del alcalde golpeaba a Hakon cual martillo a un yunque. Al parecer, la tan ansiada aventura épica del aspirante a paladín acabó como un fracaso estrepitoso a ojos de su gente:
– ¡¿Eres consciente, jovencito – proseguía el furibundo alcalde, el cual respondía al nombre de Alcino y poseía la barba más blanca y lustrosa de todo Khorill, amén de los cinco dientes más resistentes, mirada más penetrante y calva más reluciente – de que has traído la ruina a todos nosotros?! ¡Has despertado una antigua profecía que había sido sellada por el dios guardián de Khorill al principio de los tiempos y que una vez liberada desataría el fin del mundo! ¡¡EL APOCALIPSIS!! Maldito el día en que naciste, infeliz, inconsciente, indigno, indecoroso, insolente e inadaptado jovenzuelo… ¡Por tu desfachatez nos has condenado a todos a vivir la más eterna de las torturas! – y demás discurso que el viejo pronunció y nadie de Khorill comprendió, como era natural en el pueblo que la gente no comprendiera las elocuentes palabras del viejo alcalde, pues a veces ni él mismo podía entender con precisión todo lo que salía de su desdentada y anciana boca.
Mientras duraba la regañina, fue llegando más gente y yéndose otra tanta y, conforme veían los que llegaban que nada entendían de los palabros del alcalde, se volvían a ir de la plaza, quedando cada vez menos pueblerino en aquel lugar. Llegado un momento, cuando el rostro del viejo Alcino comenzaba a ponerse de un rojo intenso a causa de no tomar aliento mientras le gritaba a nuestro pobre héroe, solamente quedaban bajo el Sol el inexperto, el alcalde, Aiye y Nerón, habiendo llegado Monte pocos segundos después, con algún que otro pertrecho de más1.
– Heh… – comenzó diciendo Monte Fuji para romper el hielo – Acusadme de mentiroso, pero este viejo tiene un aguante que ya lo quisieran muchos de mi oficio… Llevará gritándole al pobre Hakon desde que llegamos al amanecer y no ha parado ni para tomar aire.
– No estabas la mayor parte del discurso – intervino Aiye con tono sarcástico – ¿Cómo puedes saberlo? Es decir, si ha parado o no…
– Me fío de mi amigo Nerón.
Miró el aludido a Monte con expresión de desconcierto, aunque atenuada por su semblante calmado, que tanto lo caracterizaba:
–¿Te fías de mí? – dijo sin comprender del todo al inquieto ladrón.
–¡Sin duda! ¿Cuándo he dejado yo de fiarme de ti? – prosiguió Monte burlescamente.
–Eeehm… – y con esta duda existencial rondando la mente del joven druída, los tres que allí estaban percibieron que el discurso del viejo Alcino había tocado a su fin:
– … ¡¡y por ello sabrás, Hakon Átekhnos Dyparthenön2, hijo de Homeros de Khorill y Laydwiana de Tyrande, que yo, Alcino Aédistos Nephtaridein, alcalde de éste nuestro pueblo, te considero desterrado de Khorill hasta que enmiendes la falta que has cometido sobre sus habitantes y vuelvas a encerrar el mal que has desatado!! – y dijo estas palabras el anciano alcalde mientras pasaba de rojo a violeta, de violeta a azul y de azul a desmayarse y caer cuan largo era por la evidente falta de aire.
– Vaya… – se atrevió a decir Hakon, sorprendido a la vez por la reacción del viejo al desterrarlo y su estrepitoso encuentro con el suelo – ¿me ha… expulsado del pueblo?
– ¡Así es, Hakon Átekhnos! ¡Partirás mañana al amanecer…! – y volvió a caer en el duro suelo.
A pesar de no haber atendido al mortal discurso del viejo alcalde, la reacción de los cuatro que allí se hallaban fue como si todos ellos desearan suspirar un “cruel destino” al unísono. La incesante parrafada había echo que el día pareciera más corto y el sol ya se ocultaba con anaranjado brillo y los cuervos emitían su sentido cantar. Aiye tendió una mano a Hakon y la posó sobre su hombro izquierdo, diciéndole:
– Venga, ánimo… Haremos inventario en la tienda y mañana te irás tan feliz – a pesar de su alegre voz, la joven no pudo dejar de esbozar unas lágrimas de tristeza y lo mismo hizo Nerón.
Monte y el joven druída acompañaron al inexperto y Aiye hasta la tienda, donde solamente entraron los dos últimos, pues Monte detuvo con el brazo a Nerón cuando se disponía a pasar la puerta. Con la excusa de que no los requerían, Monte se llevó a Nerón de allí, quedando Hakon y Aiye en el interior de la tienda. Percatándose la joven de la ausencia de estos dos, pues no los vio al girarse, se asomó por la puerta y los divisó a ambos alejándose, con lo que alzó la voz y, con los colores subidos, profirió tamaño grito que bien pudieron oírlo en la ciudad de Leinesch:
– ¡¡¿QUIÉN DIABLOS OS HA DADO PERMISO PARA MARCHAROS, DESGRACIADOS?!!
Con una sonrisilla en la cara, Monte se giró en el acto y Nerón con él. El poder que tenían los potentes gritos de Aiye para intimidar a la más indomable de las bestias no había podido ser tasado por ningún alquimista, mas ni los que ese oficio ejercían dudaban que se trataba de algo sobrehumano, posiblemente algún tipo de magia espiritual hasta ahora no catalogada. Pues bien, volviendo el huidizo ladrón y su compañero al lugar donde los requerían, Aiye cerró la puerta y se puso a mirar la hoja de inventario mientras Hakon se preguntaba a qué venía hacer semejante cosa en un momento así. Monte Fuji, apoyado en una de las paredes, se entretenía mirando cómo trabajaban aquellos dos, mientras que Nerón estaba acuclillado en el suelo con una vara de madera que sostenía con los brazos tras su espalda.
– Ya me dirás para qué tengo que ayudarte a hacer inventario momentos antes de mi partida… – se lamentaba Hakon mientras colocaba unos frascos en el almacén.
– Tienes que ordenar lo que descolocaste cuando te llevaste las armas – respondió Aiye de modo que aquello parecía lo más lógico del mundo –. Además, hasta mañana sigues siendo mi empleado, ¿recuerdas?
Hakon quedó pensando “menuda explotadora” mientras se disponía a colocar lo que quedaba de las armas que había usado en el templo. En esto, siguió hablando Aiye desde el mostrador:
– Por cierto… las armas puedes quedártelas. En el estado en que las has dejado no creo que las compre nadie. ¡Pero las hierbas tendrás que pagarlas, que no salen baratas!
– Yo creía que las cogías del bosque – acotó burlescamente Monte desde su posición.
– Gracioso… – contestó Aiye con rabia contenida. De hecho, hace tiempo que le tenía ganas a tan irónico individuo, pues, si algo soportaba muy mal Aiye Philion eran las ironías, especialmente las de los ladrones, por ser excesivamente bromistas.
Así pasaron la joven pelirroja, el inexperto, el ladrón y el druída el resto de lo que sería el último día de Hakon Átekhnos en el pueblo de Khorill en bastante tiempo.
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Amaneció un nuevo día y el Sol relucía en lo alto del cielo despejado, donde se oían los cantos matutinos de las aves del bosque. Hakon Átekhnos, aspirante a paladín justiciero y Caballero que acabó con el Mundo, ya se había provisto de todos sus pertrechos y estaba felizmente dispuesto a ir en busca del demonio Akmakro, el cual él mismo había liberado por un criminal error de interpretación3. A la salida del pueblo estaban congregados todos los pueblerinos, Aiye, Monte y Nerón entre ellos, si bien la una más visible que los otros. El viejo Alcino estaba al frente de la turba y el joven inexperto frente a frente con el alcalde, escudo a la espalda, espada, lanza y hacha envainadas y medio rotas. Se adelantó el alcalde y, con una tosecilla asmática, dijo al inexperto estas palabras:
– Joven, – comenzó diciendo – ve y atrapa el mal que has liberado. Todo el pueblo estará apoyándote. Recuerda que un hijo de Khorill no cede ante viento ni lluvia y además que…
Aquí lo cortó Hakon poniéndole una mano en el hombro y diciéndole:
– Venceré, viejo, y entonces volveré con la cabeza de ese Kumakro – y, habiendo dicho esto (y metiendo la gamba al pronunciar el nombre de Akmakro), se volteó al heroico modo y comenzó a aventurarse en la espesura del bosque de Khorill, teniendo como destino el horizonte y como misión, matar a un negro demonio con un poder que sobrepasaba el entendimiento humano. Estando en este heroico paso, muy digno del más ilustre caballero, oyó a sus espaldas la voz de Alcino:
– ¡¡Y NO VUELVAS, CANALLA!! ¡¿ME HAS OÍDO?! – lo cual le cortó el sentimiento heroico a nuestro joven paladín y su caminar volvió a ser como solía.
Así se adentraba Hakon, con su escudo y armas en lamentable estado y su cuchillo de herborista, en el apacible bosque al que llamaban Bosque de Khorill por razones harto evidentes. Durante su largo caminar, Hakon se preguntaba las aventuras que le esperaban y comenzó a ver su exilio como algo más que propio de un buen paladín de la justicia. De hecho, todo paladín comienza sin el favor de su gente, hasta que lleva a cabo una grandiosa hazaña y se alza como una hoja atrapada en una corriente de aire – o eso pensaba Hakon y lo pensaba tal cual, incluyendo el ejemplo de la hoja – y así se ganaba el favor de los que antes de lo negaban y también el de las más deslumbrantes doncellas de las clases nobles, con lo que era muy posible que lo hicieran marqués o duque de algún sitio. Y así iba nuestro heroico caballero sin caballo delirando por el bosque adelante, sin estar muy seguro de adónde se dirigía. Ni bestia ni bandolero halló el joven Hakon, mas su peor enemigo ahora era su sentido de la orientación, el cual ya demostró no tener muy avispado cuando corría hacia el templo que fue su perdición y, al tiempo, su salida de la vida de empleado de Aiye para hacerse paladín justiciero… o eso creía Hakon mientras el día avanzaba y él hacía similar por el sendero del bosque, supuestamente hacia la ciudad más cercana.
Mientras el caminar de Hakon, apodado “el inexperto”, era tan apacible como cabía esperar por el apaciblemente apacible bosque de Khorill, otro individuo que por esos parajes acechaba estaba en introspectiva conversación, mientras seguía de cerca al valiente caminante. Ni Hakon se percataba de su presencia ni a él le interesaba tal cosa, como es normal en alguien que acecha. Envuelto en tinieblas y con gran precisión en su movimiento, bien podría considerarse que se trataba de la sombra del joven paladín.
– Viejo bastardo, elfo gris del demonio… – decía para sí el oscuro acechante – ¡Como ese texto del Hikawachikón no sea verdadero te juro que te haré tragar la tinta con que lo falsificaste, maldito carroza! – y, mientras se movía entre los no demasiado robustos árboles que adornaban con sencilla elegancia el verde y apacible lugar, procurando esquivar de modo sutil toda raíz sobresaliente o roca mal puesta, continuaba maldiciendo su suerte y atendiendo a pensamientos de diverso tipo – He leído en muchos manuscritos que este es el modo en que los magos siguen a los héroes en potencia, pero eso no quita que sean producto de mentes demasiado ociosas que nunca se han visto en tan absurda situación. En primer lugar, ¡ni siquiera soy un mago! Odio a los magos… Son cobardes y rastreros y utilizan a la gente como marionetas para sus propios caprichos… Cierto, son seres en demasía caprichosos. En cierto modo, me recuerda esto a los grandes señores y su servidumbre… Ah, ¡quién fuera señor de un gran territorio! Pero, ni de casualidad, ¡no a mí, discípulo de un alto elfo! Por los dáimon que yo tengo que andar por el culo del mundo siguiendo a un inútil falto de tacto que sabe interpretar la lengua demoniaca. ¡Maldita sea! A ese viejo arrugado no le dio la soberana gana de instruirme en lenguas… Por cierto; hohoho, “por cierto”, ¡qué literariamente pienso! En fin, creo que debería prestar más atención al camino; cuando este aspirante a idiota decida salir del bosque, la senda se hará más llevadera. ¡Ah! Maldita piedra… casi me machaca el dedo del pie… – y entre tan interesante e introspectivo debate, ambos, inexperto y oculto, continuaron sinuosamente el camino mientras el Sol comenzaba a declinar.
El joven paladín avanzaba, por llamarlo así, apesadumbrado y cabizbajo y tales emociones lo inundaban plenamente. El canto de las aves le era tan transparente como el aire que por sus narices penetraba y luego volvía a retornar hacia fuera. Entre paso y paso imaginaba cuán negro destino le esperaba si no podía siquiera hallar el camino para salir del bosque, por el cual llevaba caminando sin apenas descanso durante todo el día, desde que había partido del pueblo con su desmejorado equipo a cuestas. Las armas y escudo que el joven portaba a sus espaldas cada vez ejercían mayor peso sobre el enclenque cuerpo del inexperto caballero y aquello, sumado a su depresión por haber entrado en el mundo paladinesco con mal pie, hacía que sus pasos se asemejasen más a los de una serpiente obesa que a los de un hombre de la era que fuere.
A su cabeza volvieron las imágenes de su encuentro con Akmakro. Si bien no recordaba la pronunciación exacta del nombre de aquel monstruoso y malvado ser, jamás podría olvidar o, al menos, no fácilmente, el profundo sentimiento de impotencia que lo envolvió como la niebla de invierno al mirar a aquella bestia a sus múltiples ojos del color de la sangre. Estaba del todo indefenso frente a tamaño poder y el portador de semejante fuerza no hizo sino retirarse del lugar de la batalla, agravando así la impotencia del joven inexperto. Hakon pensó que ese sentimiento no lo volvería a dejar combatir contra ningún adversario (eso y el mal estado de su bastarda, por no hablar del de su lanza o su hacha o incluso su escudo y su oxidada cota de mallas). De este modo, si ya no podía empuñar su espada contra un enemigo o aún su daga de herborista para matar un conejo y tener sustento; de este modo, pensaba el joven para sus adentros con su andar perdido y su mirada hacia la sucia tierra, ¿qué destino le esperaba como caballero o paladín, sino el más humillante y con mayor deshonor que hasta ese momento se hubiese visto? Lo abordaba la cobardía. “¡Un caballero ha de ser valiente!”, se decía, pero al instante se le aparecía en la mente la imagen de aquellos incontables ojos rojos que lo miraban burlescamente y el miedo fue tal que se paró en seco y, con los ojos fijos en el infinito y una pose más propia de escultura histriónica que de heroico paladín, allí se plantó, luchando contra sus demonios en una de esas batallas singulares que suelen librar los caballeros, sólo que en otro plano.
Veía esto su oculto persecutor y, al verlo detenerse tan bruscamente, no pudo evitar sorprenderse o maravillarse, como guste, de los incomprensibles actos del inexperto de los mil temores4. Volvió a maldecir su suerte y se quedó observando con pesadumbre la tiesa figura de nuestro inexperto, esperando a ver si aparecía en su cabeza alguna suerte de idea que sacara del bosque a tan patético aspirante a héroe caballeresco.
Mientras el Astro Rey continuaba su descenso por el horizonte y el despejado cielo ganaba tonalidades anaranjadas, propias de la mandarina más que del mismo, oyéronse unos gritos en dirección sureste que parecía indicar que un grupo de hombres o bien de bestias salvajes andaba no muy alejados de aquel lugar. Por el inmutable rostro de Hakon, el que parecía ser su sombra entendió que nada oía su mente abstracta. Las voces se clarificaron y el oculto persecutor estuvo seguro de que se trataba de varios hombres viriles, los cuales estaban en línea más o menos recta por la senda que atravesaba Hakon.
– Es extraño que alguien venga por aquí a estas horas… – decía el para sí el hombre sombra – No se me ocurre más que sean borrachos o salteadores; o incluso salteadores borrachos – echó un ojo al inmóvil caballero y siguió pensando –. Como este pelele no se mueva de aquí, mal lo veo. Bueno, si el destino quiere dar caridad a esos salteadores, no soy quién para juzgarlo – y, pensando esto, hizo ademán de desentenderse del asunto y abandonar la persecución del joven paladín para atender a sus asuntos, mas en seguida recordó algo importante –. Aunque, si ese maldito texto es bueno… Porras, tendré que echarle una mano para que no lo dejen desnudo en medio del bosque; porque en este estado, no creo que vaya a poder defenderse ni de un grupo de borrachos. En fin, vamos allá…
Cogió el hombre sombra una piedrecilla del suelo, de tantas otras que podía encontrarse, mas esta era de reducido tamaño y no estaba enterrada para destrozar los pies de caminantes distraídos. Recogida la piedra con una mano, la alzó un par de veces en el aire y luego la lanzó con brío, con tal puntería que dio en plena sien al paralizado Hakon, provocándole un no nada feo chichón. El certero impacto, sumado al dolor del chichón, fue lo que logró despertar a Hakon de su ensimismamiento producto de temerosos pensamientos. Así, pudo escuchar los berridos de los presuntos salteadores y exclamó para sí:
– ¿Eh? ¡Alguien se aproxima! Yo diría que son un grupo de bandidos… – y venciendo el miedo e invadido de un gran sentimiento heroico, nuestro paladín inexperto saltó entre los árboles y se dirigió raudo y veloz hacia donde había oído aquellas voces.
Tuvo suerte el hombre sombra de no ser visto por el joven paladín. Viendo la velocidad de éste, el oscuro perseguidor determinó en atajar por el camino para poder darle alcance cuando llegase al exterior del bosque.
Con los ánimos más o menos renovados, Hakon atravesó la última línea de árboles que lo separaban del exterior y allí lo cegaron los brillantes rayos del Sol del atardecer reflejados en los sables de un grupo de bandoleros que al borde del camino se hallaban. Tan grande escándalo armó el joven Hakon al salir de entre los árboles de un potente salto que los bandidos hubieran tenido que estar del todo absortos o con serios problemas de sordera para no percatarse de la presencia de un intruso. El grupo de salteadores estaba compuesto por cinco personas, todos ellos hombres, si bien unos más grandes y corpulentos que otros. Viéndolos Hakon y viendo ellos al inexperto, éste alzó el brazo y apuntó hacia el grupo con la mano extendida.
– Heh, ya estoy fuera… – dijo Hakon en alta voz y no para sí, tal era la felicidad que le suponía haber salido, lo cual se mostraba del mismo modo en su amplia sonrisa, también interpretable como la de un asesino, si se sacase fuera de contexto.
Uno de los bandidos, oyendo estas palabras, fijó su atención en la figura del paladín intentando verlo a contraluz, pues tenía Hakon el Sol justo detrás de él. Otro bandido, más robusto y que portaba un espadón sobre el hombro, se acercó al que miraba atentamente a Hakon y dijo:
–Jefe Fasohl, parece que ahora los muy memos vienen hacia nosotros en lugar de ser al revés. ¡Hwas, hwas! Tanto mejor. ¿Qué tal si le…? – y aquí le cortó el que se hacía llamar Fasohl, el cual era un hombre más bien grande, aunque sin punto de comparación con el bandido del espadón. También llevaba una pañoleta color azul atada en la afeitada cabeza y de su cinto colgaba un alfanje de tamaño imponente.
– ¡Espera, Khordus! – interrumpió el que miraba a Hakon a contraluz – El aspecto de este tipejo me suena de algo…
A la conversación se sumó otro bandido, gordo y achatado, el cual estaba calvo por arriba y lucía una lustrosa y greñuda melena con no pocas canas.
– Sí, es verdad… – dijo este bandolero, el cual seguía sentado en la hierba, apoyado sobre una lanza que semejaba ser más alta que él – ¿No es el inútil que nos atacó en la taberna del bosque?
Hakon seguía sin inmutarse, con la sonrisa malévola–heroica esculpida en su rostro y el brazo y mano izquierdos extendidos hacia el grupo de salteadores, estando la otra mano puesta en el mango de su espada bastarda. Mirando atentamente los grotescos rostros de los bandidos bajo la luz del atardecer, cambió la expresión de su rostro a sorpresa y, en la pose más inocente que jamás haya puesto caballero alguno, los ojos abiertos como platos y señalando con el dedo a los salteadores, les dijo:
– Vaya… ¡Vosotros sois los violadores! Qué casualidad, ¿no os parece? – y todo esto con el tono de voz más cándido que le salió de sus adentros. Oyendo esto, acabaron de levantarse los tres que estaban sentados y, puestos los cinco en pose amenazadora hacia nuestro pobre aspirante a héroe, fue uno flacucho y de pelo rojizo quien habló:
–¿Qué dice éste, jefe Fasohl? ¿A caso lo conoce de algo?
Respondió a esto el tipo achaparrado, que ya tenía su lanzón colocado amenazadoramente y su amorfa cara deformada aún más por la cólera del combate:
– Éste es un pelele, Tunx – y escupió con saña sobre la hierba – Hizo que nos echaran de un tuburio hace unos días. ¡Ahora lo machacaremos y le robaremos lo que lleve en señal de venganza!
– ¡Yo me apunto, jefe Renart! – dijo el otro tipo, el cual portaba como arma una maza con cadena y era de complexión algo más esbelta que los otros, aunque sin dejar de resultar desagradable a la vista.
Viendo esta actitud tan poco amable hacia su también tan poco ilustre persona5, el joven Hakon retrocedió unos pasos y, viendo que ellos cinco avanzaban cuando él retrocedía, decidió plantarse en tierra y meter mano a la espada con todo el valor propio de un verdadero paladín justiciero. Viendo esto los bandidos, no hicieron sino sonreír por la emoción del combate y, siendo ellos menos espabilados o bien Hakon más inconsciente, fue este último quien comenzó la embestida, con su bastarda a dos manos, hacia el grupo de bandoleros.
Arremetió con energía hacia el gigantesco Khordus, el cual lo esperaba ansioso con su espadón. Bloqueado el golpe y viniéndole por el flanco un lanzazo de Renart, tuvo suerte Hakon de poder esquivar y prepararse para el siguiente ataque. El bandido de la maza con cadena fue el siguiente en atacar al joven caballero, mas el golpe no pegó sino de refilón en el hombro izquierdo de Hakon, haciendo astillas la parte del escudo que sobresalía por ese lado. Viendo esto Hakon y repeliendo otro ataque de Renart, embistió con todas sus fuerzas hacia el bandido de la maza, al cual pudo más o menos derribar con una potente estocada frontal. Por desgracia para el joven paladín, no pudo ver venir el espadón de Khordus a tiempo y éste le destrozó todo el hombro izquierdo con su furia, quedando también destrozado el enorme escudo de madera, del cual quedaban los tres cuartos aproximadamente. Este último golpe hizo que Hakon se girase y pudiese parar un segundo espadazo del gigante, mas el esfuerzo de bloquear este ataque dio con él en tierra, desequilibrando a Tunx, que le venía por detrás con su jabalina, cayendo los dos sobre el de la maza, el cual quedó harto magullado por el inesperado golpe. Intentó Fasohl, el de la pañoleta azul, dar un golpe de gracia al indefenso paladín, mas éste pudo percibir el ataque y apartarse a tiempo para que solamente le enganchase en la cota y poder aguantar la furia de su alfanje. Así, desde el suelo, sacó Hakon su hacha y le clavó el filo en todo el brazo, haciendo brotar la sangre. El bandido dejó libre a Hakon de su alfanje y éste pudo ponerse otra vez en pie, mas el dolor del hombro era tal que tuvo que soltar el hacha, clavándola en el suelo. Estando doblemente herido en combate y con un brazo inútil a causa del poderoso brazo del coloso Khordus, pudo ver al instante que no sería nada fácil la pelea; mas eso no pudo tumbar sus ánimos guerreros y, con el sudor recorriéndole la frente y una mano en la espada, asestó otro golpe al herido Fasohl, con el que le hundió el filo de su bastarda en la zona exterior del pecho haciendo que tuviese que echarse hacia atrás, dolorido, y tapar la herida con la mano del alfanje, cuya brecha no era tan preocupante. Viendo esto, Renart se interpuso con su mole entre Hakon y su jefe, lanzón en mano. Hakon quiso tumbar al ancho oponente con un espadazo, pero éste lo bloqueó con el acero de su lanza, aprovechando Khordus para asestar un certero golpe de espada en la espalda, produciendo al desventurado paladín la pérdida total de su escudo, una rotura importante en su cota y además una herida que lo dejó mareado en indefenso durante unos segundos, los cuales sirvieron para que acabase de dolerse el jefe de los bandidos y se irguiesen los otros dos que estaban tirados. El jefe de todos ellos se adelantó, apartando a Renart con la mano, y cogió al malherido Hakon del pescuezo, alzándolo por los aires con tal fuerza que nadie diría que tuviese el brazo herido y lleno de sangre.
– Ahora – comenzó a decir con saña el llamado Fasohl a su presa – no está aquí el Oso para sacarte de apuros, ¿verdad que no? ¡Hahahaha! Eres un despojo y peleas como un mono ciego, además de ser un cateto y más feo que el culo de un mandril…
Miró Hakon como pudo a la cara del malvado que había intentado propasarse con Aiye la otra vez y esto fue lo que le dijo, aún teniendo la boca llena de su propia sangre, la cual resbalaba por su mandíbula y manchaba la mano del arrogante Fasohl:
– Tú… – dijo entrecortadamente, pues entre las heridas y la presa apenas respiraba – tú… nunca te… has… mirado… en un espejo… ¿verdad? – y puso cara de tremendo dolor por las heridas del hombro y la espalda.
Se cabreó el jefe de bandidos, el cual apretó aún más la presa al cuello de Hakon y, con una terrible expresión de furia en su rostro grotesco, lanzó al paladín por los aires y éste acabó tirado en el suelo boca arriba, incapaz de moverse y menos defenderse de cualquier ataque. Miraron los bandidos al joven inexperto y luego a su jefe Fasohl, el cual se dirigió lentamente hacia el cuerpo herido del joven paladín y, escupiendo sobre su cara con saña, dijo a su gente:
– Rematémosle.
Y eso mismo se disponían a hacer mas, estando Renart desvalijando su bolsa de viaje y Fasohl a punto de hundir su alfanje en la cara de Hakon, una ráfaga de viento levantó las hojas caídas de los árboles e incluso las que no estaban caídas, y fue tal la fuerza de esa inesperada ventolera, que los bandidos quedaron asombrados y paralizados por la fuerza de aquel soplo. Khordus y Fasohl echaron la vista hacia sus espaldas y lo mismo hicieron el resto de bandidos y con el Sol poniente frente a ellos vieron una figura envuelta en una capa la cual, estando a contraluz, poco más podía distinguírsele que la capa que ya se ha dicho, pues ésta ondeaba al poco viento que aún quedaba. Fasohl, furioso, se alzó y dijo con voz amenazadora a la extraña figura:
– ¡¿Puede saberse quién eres tú, petardo?! ¡¡Largo de aquí, estamos ocupados!!
Y con una voz clara y potente, sin ápice de miedo por las palabras amenazadoras del bandido, dijo la figura a contraluz:
– ¡MARCHAOS! ¡AHORA!
La imperiosa orden flotó por el aire como las barcas en el mar y puso en fuga al grupo de salteadores como por arte de magia, pues la figura del imperante no era ni de lejos la mitad de imponente del o que demostró la reacción de los bellacos fugitivos.
El destrozado Hakon al fin recobraba la movilidad y el sentido, lo cual viéndolo el que provocó la huída de los bandidos lo hizo acercarse para que él le viera. Incorporóse Hakon como malamente pudo y, poniendo una rodilla en el suelo con su mano útil para ayudarse a levantar del todo, pudo ver aquella figura a contraluz, con la capa ondeante y envuelta del todo en oscuridad.
– Aah… – se dolió Hakon – ¿quién… quién eres tú…? – y si no cayó de nuevo fue por la energía propia de los paladines, que los hace resistentes a todo tipo de penurias.
Ahora que el grupo de bandidos se había ido gracias a la intervención de este oscuro personaje, quedaba una incógnita en el aire: ¿los había hecho por salvar el pellejo del joven caballero o simplemente había esperado el momento de intervenir para, estando Hakon debilitado, poder acabar con él y desvalijarle con sus propias manos? No sabía qué esperar el joven Hakon, pues el misterio rodeaba a su supuesto salvador igual que la oscuridad cubría toda su figura.
Notas y aclaraciones:
1 Se entiende que durante el discurso se ha dedicado a robar, ya que mucha gente no estaba en su casa.
2 El nombre completo de Hakon. Su traducción literal de la lengua de la Era Antigua es “Hakon, el inexperto de las dos doncellas”.
3 Alusión al capítulo anterior.
4 Chiste que se hace con los apellidos de Hakon: en vez de “inexperto de dos doncellas” ahora es “de mil temores”. Bien que sea un chiste espantoso, pero no deja de tener su punto humorístico.
5 Esta frase corrobora que el texto original que aparece en el Hikawachikon fue producido por `O Diaphtheíron, discípulo de Reisen Reinsendril.
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