Capítulo 6 ~ Hakon y su célebre escudero llegan a la capital ~
- Skale Saverhagem
- Mar 19, 2012
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Updated: Nov 13, 2024
En mitad de su habitual siesta entre la tarde y el anochecer, el regente Gemblur sintió la inevitable necesidad de acudir al lavatorio. Tuvo una extraña sensación de mareo al levantarse, la cual extrañeza se agravó cuando intentó ponerse las pantuflas y comprobó que le estaban demasiado ajustadas. A oscuras se desplazó por su alcoba, pero parecía como si el espacio entre su cama y el retrete hubiera aumentado con respecto al día anterior. Cuando llegó ya tenía tal urgencia que ni se molestó en abrir las cortinas o encender una vela, sino que apuntó a tientas en la penumbra. Una vez se hubo aliviado, decidió que era un buen momento para prepararse para cenar, así que dejó entrar la sueva luz del ocaso mientras se situaba frente al espejo con su peine de oro en ristre.
Y entonces comprobó que había encogido a la mitad.
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Era más de medianoche cuando el hechicero y su paladinesco acompañante llegaron a las puertas de Leinesch. Los guardias de la entrada estaban inusualmente alerta, no sólo para esas horas, sino para Leinesch en general... y desde luego para las expectativas de sigilo del hechicero.
– Y por esto quería llegar antes de medianoche.
Hakon observaba el aspecto de la gran ciudad por fuera mientras llevaba a cuestas su pesado y desgastado1 equipo. Euthanasius siguió caminando con naturalidad y él lo seguía por instinto, hasta que sobrepasaron a los guardias que los observaban atentamente. Uno de ellos estuvo a punto de decirles algo.
– Eh, ¿qué dem...? – unos diminutos destellos azules cayeron sobre ambos guardias como una niebla y los dos volvieron a quedarse dormidos.
Hakon seguía al impasible hechicero mientras observaba a los guardias de refilón.
– Eh, ¿tú has hecho eso? – preguntó con extraña sorpresa.
El hechicero seguía avanzando y no giró la cabeza para dirigirse a su compañero.
– Es un hechizo de sueño, parte de la magia de sugestión. No esperaba que hubiese guardias atentos, algo ha debido pasar hace poco...
Hakon estaba demasiado ocupado observando las altas casas del interior como para atender al adusto hechicero o incluso al camino. De hecho, un adoquín furtivo hizo que tropezase y diese con todo su equipo en el suelo. El ruido resultante de metal oxidado entrechocándose hizo que multitud de luces se encendieran en las casas circundantes y varios vecinos se asomaran a la calle entre gritos furiosos. El hechicero se llevó los dedos al entrecejo.
– Adiós a pasar desapercibidos... otra vez.
Mientras las sartenes y las cacerolas volaban por encima de sus cabezas, y alguna aterrizando peligrosamente cerca de las mismas, los ojos de Hakon se posaron sobre una de las luces a ras del suelo. Estaba junto a un letrero que decía “Posada” y, bajo él, una jovencita se asomaba tímidamente a la calle. Hakon tiró de los pantalones de su compañero, quien se encontraba en aquellos momentos intentando esquivar un pollo enloquecido que había volado desde uno de los balcones.
– Eh, escudero – el pollo impactó en el cogote del susodicho y se fue cacareando calle abajo –, ¿y si nos metemos ahí? – y señaló al cartel y a la muchacha, que se metió para dentro inmediatamente.
Pasando por alto la palabra “escudero”, Euthanasius agarró a su compañero por un pliegue de su heroica bufanda amarilla y corrió con él arrastrado hasta el local, mientras los gritos y diversos utensilios de cocina seguían surcando los aires. Una vez dentro, el hechicero soltó su paladinesco bulto y cerró la puerta con premura. Frente a ellos estaba una joven rubia con el pelo trenzado y vestido verde, que miraba a ambos viajeros con expresión asustadiza.
– Una habitación para esta noche, por favor – dijo Euthanasius.
La mirada de la joven se encontró con el suelo varias veces, alternando a su vez entre varios puntos inciertos del lugar. La voz no acababa de asomarle por entre los labios.
– Es... esto, habíamos... cerrado ya, señores y... está... cerrado, no... si fueran... tan amables...
– Descuida – tanto la dueña como el hechicero creyeron oír una voz retumbar en el suelo de madera... haciendo acopio de heroicas fuerzas, Hakon se levantó y, por alguna razón, su tono era más grave de lo habitual y lucía una inquietante sonrisa –. Un caballero como yo está acostumbrado a dormir a la intemperie, aunque a veces es agradable estar en compañía de una chica amable y hermosa; por favor, al menos deja que mi escuder... ¡ay!
Hakon quedó un momento suspendido por el puñetazo en la cara y enseguida volvió al suelo. Euthanasius siguió hablando.
– Tendrás que perdonar el alboroto, pero somos víctimas de las circunstancias. Te pagaremos lo que nos pidas por la habitación.
La chiquilla seguía algo asustada, pero accedió finalmente. Una vez Hakon se hubo levantado otra vez del suelo, los condujo escaleras arriba y les mostró su habitación.
– E... en seguida les preparo algo de cenar, les... avisaré cuando esté lista... – y diciendo esto desapareció la joven dueña tan rápido como fue capaz.
– Una habitación – empezó a decir el inexperto, ahora ascendido a caballero de ciudad –. ¡Vaya, me alegra que hayas decidido confiar en mí lo suficiente como para dormir en el mismo sitio, escudero! El amor y la confianza son la clave para...
– En realidad – interrumpió el hechicero – sólo me quedaba dinero para una habitación. Así que tú dormirás en el establo.
– ¡¿Pero, qué...?! – pero la puerta ya se había cerrado en sus narices.
Hakon se tomó su tiempo para reflexionar sobre el asunto. Hasta donde él sabía, normalmente eran los escuderos quienes dormían en el establo mientras los caballeros tenían su propia habitación en la posada. Cruzó las piernas y se sentó en el suelo, con su fiel equipo a cuestas, por ver si se le ocurría alguna otra alternativa lo suficientemente heroica para resolver aquella situación. Cambió de ángulo su cabeza por si así se le ocurría alguna idea2, pero no estaba seguro de que le estuviese sirviendo de mucho. Al hacerse caballero había pensado que su vida se convertiría en un torbellino de aventuras y acción constante, incesantes luchas contra hordas del mal de las que siempre saldría victorioso, buena comida, el agradecimiento de la gente y todas esas cosas... que tal vez conocería a algún espíritu elemental o dios de la antigüedad, que podría salvar a hermosas doncellas, mucho más guapas que Aiye, y que tendría un fiel y entrañable grupo de seguidores heroicos y viriles... y, de repente, su mente volvió a la parte de las doncellas.
En el piso de abajo olía a cerdo asado. Hakon se encontraba bajando las escaleras cuando la jovencita rubia se dirigía hacia el piso de arriba.
– E... enseguida estará la cena. Ahora iba a... avisar a tu amigo.
Y siguió subiendo un par de pasos antes de pararse y volver la cara hacia nuestro paladinesco protagonista.
– Esto... – la chiquilla hizo ademán de hablar, pero enseguida la interrumpió el heroico brazo de Hakon alzado al aire.
– Efectivamente, la vida de un caballero y su escudero es ciertamente difícil – dijo con lo que él consideraba una sonrisa masculina que emanaba seguridad y confianza –. Pero no quiero que te preocupes por mí, aunque eres muy amable al hacerlo, juju...
– ¿No te pesa todo eso que llevas encima?
Ignorado por completo, el paladinesco aspirante dio un tropezón y acabó de nuevo en el suelo. Cuando se giró, la chica ya se había ido a avisar a Euthanasius, así que se levantó y fue a sentarse en la primera mesa que encontró, no sin antes desengancharse las tiras que lo sujetaban a sus armas caballerescas y dejar éstas apoyadas en la pared. Hakon dio un suspiro.
– ¿Cuándo me tomarán en serio por un héroe?
Mientras se hallaba en estas disquisiciones o quizá otras semejantes, el inexperto echó un ojo a la cocina. Aquello no olía nada mal y hacía un par de días que no comía en condiciones... se preguntó si los héroes necesitarían comer también. Él, desde luego, lo había necesitado toda su vida. Y esa era otra, ¿cagaban los héroes? Igual uno sabía que había llegado a convertirse en uno cuando veía eliminadas tanto su hambre como sus ganas de ir al baño. Lo había pensado varias veces en Khorill, pero nunca se había puesto realmente en situación...
Entre tanto, Euthanasius bajaba acompañado por la joven dueña.
– Ahora mismo os... sirvo – la chiquilla de cabellos rubios se fue rápidamente a la cocina.
Euthanasius tomó asiento junto a Hakon. Su expresión era de suma tranquilidad. Era una de esas expresiones que Hakon quería aprender a poner. El hechicero contemplaba cómo el paladín observaba fijamente la cocina.
– No me digas que te van tan jovencitas – le dijo a su heroico acompañante –, esta no tendrá más de catorce.
Hakon, que estaba haciendo equilibrios con la silla, casi se cae al suelo de nuevo.
– ¡No quiero dormir en los establos, escudero! – gritó en un susurro el aspirante a caballero – Cámbiame la habitación...
– No. Yo soy el que paga. Consigue dinero y podrás alquilar una.
En ese momento, la joven rubia traía la cena para los dos hospedados. Sin decir una palabra, sonrió, hizo una cortés reverencia y se dispuso a cerrar la puerta de la posada.
Hakon había empezado a dar cuenta del cerdo como si no hubiese comido en años mientras Euthanasius agitaba su copa. En un breve espacio entre atragantamientos, el aspirante a paladín vació la suya de un golpe y siguió zampando ante la siniestra mirada de su compañero... aunque en esta ocasión fuera una mirada que viajaba del asombro a la incomodidad.
– Hablando de eso... – dijo el inexperto golpeando sonoramente la mesa con los cubiertos – ¿y qué si tiene catorce? Yo sólo tengo diecisiete... ¿No serás tú el que le ha echado el ojo, Euclides? ¿Cuántos tienes tú, si puede saberse?
El hechicero se llevó la mano a la cara extenuado.
– Quédate tú la habitación – suspiró y se levantó del asiento –. La próxima vez no bebas tanto, ¿de acuerdo?
– ¿Adónde vas? – dijo el paladín con la boca llena de puré de patata.
– No me esperes despierto – respondió mientras abría de nuevo la puerta –. Y, por lo que más quieras, no intentes hacerle nada a la posadera.
Y poniéndose su amplia capucha, salió a la noche tras volver a cerrar la puerta del local. Lo último que oyó Hakon antes de subir fue un cacareo histérico y el sonido de algo blando y plumoso siendo golpeado por una bota.
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Y en aquel momento, pero varios kilómetros atrás, el de día bullicioso pueblo de Trila despedía a tres visitantes en mitad de la calma de la noche.
– Aah... – exclamó la pelirroja Aiye, agotada – ¡Por fin hemos salido de este horrible lugar!
Junto a ella, el ladrón Monte Fuji agitaba un saco de tintineantes monedas.
– Míralo de esta manera: ahora tenemos suficiente dinero para pagar un carruaje a Leinesch.
– ¡¿Y para qué queremos ir a Leinesch?! – la jovencita estaba furiosa y desolada. Todo el tiempo que habían perdido en el pueblo, Monte lo había pasado intentando vender sus famosos palillos. Lo cual era ciertamente curioso, ya que ella no le había visto tallar más que uno y lo estaba agitando con la otra mano en ese instante. De dónde habían salido aquellas monedas era algo que prefería no preguntar... sobre todo conociendo al que las enseñaba.
– ¡Todo el mundo va a Leinesch! – se justificó el ladronzuelo ante la mirada de su desconfiada amiga – Seguro que Hakon estará allí. ¿Verdad, Nerón?
El druida se limitó a cerrar los ojos y alzar ambas manos en señal de abstención. Aiye, por su parte, ya había agarrado a su desvalido compañero y lo estaba agitando con energía. De repente, algo hizo que parara; alzó la vista al cielo, como intentando concentrarse, y recordó:
– ¿Dijo algo el abuelo Alcino sobre Leinesch?
– Qui... zá... – Monte se hallaba en una delicada posición, así que debía aprovechar cualquier argumento a su favor. Nerón, por su parte, miraba a su fullero amigo con cierta sonrisa.
Impulsivamente, la pelirroja soltó al ladrón y éste calló dolorosamente en la tierra. Acto seguido, decidió que ellos también debían ir a la capital a encontrarse con su paladinesco amigo.
Sin demasiada prisa, pero con decisión, el sol seguía su inexorable rumbo más allá del horizonte, tiñendo de rojo intenso los antes verdes paisajes, desdibujando figuras y oculto al otro lado del mundo, esperando paciente la ocasión de su no menos inevitable regreso.
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Llegó la mañana y con ella un inesperado sonido de clarines y trompetas que despertó al joven aspirante a héroe de su heroico sueño. Ello provocó una inmediata reacción en Hakon, internándose en lo más hondo de sus reflejos de paladín justiciero. Obviamente lo estaban aclamando a él, el gran héroe legendario que había llegado a la ciudad para salvar a todos sus habitantes de la inminente y por todos ya conocida destrucción del mundo.
Los clarines no dejaban de tocar. Hakon se puso en pie de un salto y de inmediato se dirigió afuera para recibir la tan sonora a la par que ansiada aclamación de las gentes... pero cuando se hubo asomado al pasillo se dio cuenta de que no se había calzado las botas. Esa no era la impresión de un héroe debía dar, en ninguna historia el caballero salvador ha ido descalzo a reunirse con la multitud; no era de buen gusto, era necesario dar una imagen apropiada de aseo o no lo identificarían como el héroe, de modo que regresó a buscar sus botas y el resto de su ajuar. Definitivamente, un buen héroe no podía ir por ahí descalzo... tenía sentido, después de todo podía pincharse con una piedra o pisar una boñiga sin querer.
La habitación de la posada, iluminada por el sol de la mañana, hizo recordar a Hakon las imprecisas imágenes de la noche anterior. Euthanasius parecía no haber regresado aún. Allí encontró sus botas, algo embarradas y con alguna hierba del campo pegada, pero eran igualmente botas heroicas. El sonido de los clarines continuaba mientras el inexperto se calzaba con un entusiasmo con el que nunca nadie se hubo calzado. Estaba ya listo cuando vio sus armas en una esquina. ¿Qué era un caballero sin sus armas? Tenía que llevarlas también. Una vez acometiera a grandiosos y brutales enemigos con ellas y hubiera salvado al mundo, aquellas armas mohosas valdrían millones... no podía correr el riesgo de que algún bandido con perspectiva hurtase con vileza aquellos tesoros del heroísmo moderno. Además eran sus armas, las armas de un caballero debían ser su distintivo, su honra o algo que se le parezca. Tenía que llevarlas sin dudar. Imperativamente. Eso creía.
Así pues, y sin necesidad de pararse frente aquel hondo dilema más de lo estrictamente necesario, Hakon se calzó también el desvencijado equipo a medio arreglar. Se irguió y la emprendió de nuevo por el pasillo con aquel fardo repiqueteante a cuestas. Aquello pesaba una barbaridad, tendría que hacer uso de una resistencia sobrehumana si quería llegar a la plaza. Un héroe como él, elegido por el destino, no tendría problema en hacerlo... Aunque, pensó Hakon, quería llegar a la plaza cuanto antes. Lo mejor sería dejar la chatarra en la habitación para ir más ligero. Aunque no estaba seguro, pero bastó un tocar de clarines más para hacer que se decidiera y saliese de nuevo al pasillo, esta vez sin el equipo a cuestas y con el ímpetu de una flecha perdida.
– ¡La admiración de las gentes me está esperando! – gritaba rebosante de un entusiasmo animal – Al fin los frutos de mis hazañas tendrán su recompensa, ¡wahahahaha!
En mitad de la estruendosa carrera se topó con la chica de la posada, que subía con una gran tina de mantas. El furor del aspirante a paladín era tal que dio un gran susto a la joven al ver ésta un extraño borrón corriendo hacia ella con la cara de un loco demente. Al verla a ella, Hakon dio marcha atrás hasta donde la joven había dejado caer su tinaja.
– Ajá... – dijo el inexperto a la chica con su intento de sonrisa tranquilizadora mientras la cogía suavemente de la mano – Era inevitable que esto sucediera, mi dulce y delicada flor, pero el camino del caballero es duro como ningún otro, de modo que no has de afligirte por ello. La vida es así, llena de luz, llena de color... pero no temas, yo estaré bien.
La chica continuaba confusa y aquello no parecía mejorar su estado.
– Ahm... Tu compañero no volvió anoche. ¿Has... dormido, esto... bien?
– El honor de un escudero sólo ha de compararse al del héroe al que ayuda, doncella. Ahora debo acudir hacia mi destino.
Y embriagado por el sentimiento heroico, Hakon abandonó la posada más deprisa que rápido, dejando a la joven posadera articulando como bien podía sus ideas. Después de un instante de silencio en el que no fue capaz de moverse, un único pero imponente pensamiento fue capaz de salir a la claridad.
– ¿Se acaba de... ir sin... pagar?
Una vez fuera, el sonido se hizo aún más intenso. Hakon lo siguió por la calle principal hasta llegar a una inmensa plaza. Aquello estaba llenísimo de gente, pero el sonido había cesado ya. Posiblemente fuera en aquella plaza, pero tampoco podía estar seguro. Decidió esperar a que tocasen de nuevo para asegurarse... además, no estaba muy seguro de cómo se volvía a la posada, así que no había muchas opciones. Un caballero que se precie también tenía que saber mantener la cabeza fría de vez en cuando, planear estrategias y llevar a su ejército hacia la victoria; incluso si no tenía ejército, él solo debía contar como muchos hombres a la vez, quizá diez o quince, no estaba muy seguro. Alguien debía comandar a todos aquellos hombres, estaba claro, y sólo podía ser él porque no había más hombres.
Hakon esperaba mientras la gente seguía llenando la gran plaza, algunos llegaban, otros se iban, otros llegaban y se iban. Lo bueno era que donde estaba él había algo de espacio, a diferencia de en el resto del lugar. La gente no se quedaba muy cerca de él y eso le permitía mirar con más soltura a los que pasaban por allí. Había algunos soldados con armadura y alabarda en un par de rincones de la plaza... Hakon pensó que debían ser guardias. En aquel momento se figuró que era extraño todo aquello; nadie sabía que él estaba en la ciudad salvo por la posadera o Euthanasius y, ahora que lo pensaba, ninguno de los dos podía haberlo anunciado. Además, aún no había completado ninguna hazaña y estaba claro que no era famoso en el lugar o en la plaza lo habrían reconocido enseguida.
Mientras estos y otros pensamientos ocupaban la reflexión de Hakon, nuestro inexperto avistó una serie de jóvenes doncellas que pasaba por allí. No es que estuviera desconcentrado o que no prestase atención a lo que él mismo pensaba... al menos no necesariamente, mas le pareció tal la hermosura y elegancia de unas mujeres de ciudad que todo lo demás bien podía esperar. Mirando a su alrededor las veía con vestidos de todas las formas y colores; largos y verdes, azules en dos piezas, con escotes circulares o triangulares... ¡aquel lugar era una maldita maravilla, nada que ver con Khorill! Las doncellas que el inexperto veía en la plaza de Leinesch eran esbeltas y sofisticadas, de rostros resplandecientes, delicadas formas y cabellos limpios y lavados. No había dicha igual. Al menos, a Hakon no se le ocurría ninguna... le encantaba contemplar aquellas damiselas de ciudad.
Pero entonces sus palatinos ojos se posaron en una joven que a todas aventajaba en gracia y belleza. Estaba parada entre la multitud y su visión encandilaba al joven caballero. Aquella, o tal vez alguna parecida, debía ser la dama etérea que debía estar al lado de un héroe de la talla que él, Hakon Átekhnos, estaba llamado a ser un día de éstos.
Lo que decirle no importaba, seguro que de él brotarían heroicas palabras sin necesidad de pensar... hablar sin pensar era una de sus especialidades, después de todo, no había que preocuparse de aquel detalle sin importancia. Era la calidez de aquella angélica doncella lo que le impulsaría a actuar. No era momento de escuchar a los miedos acechantes.
En esto estaba el inexperto aspirante cuando sintió el roce de algo frío por la espalda, algo que le dio un susto tal que todo su cuerpo se puso en alerta y un escalofrío lo recorrió de arriba a abajo y por los cuatro costados.
– Eh... – dijo una voz siniestra a su espalda, aunque el inmenso grito de pánico de Hakon la hizo desvanecerse de inmediato.
El paladín inexperto se dio la vuelta en aquel instante en un rápido reflejo, al menos para los estándares habituales de sus reflejos, y allí se encontró con una figura que no esperaba encontrarse.
De hecho no estaba seguro de quién era. Aquella incertidumbre, así como el miedo que de frente inspiraba la aparición, hizo que Hakon se quedara paralizado ante una figura con aspecto de asesino en medio de la plaza abarrotada.
Notas y aclaraciones:
1Desgastado sería decir poco.
2Hakon intenta ver el problema desde otra perspectiva.
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