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Fairy Lights

Capítulo 9 ~ El entrenamiento de Hakon ~

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Apr 1, 2014
  • 18 min read

Updated: Nov 13, 2024






Amanecía en el místico bosque donde Hakon, Kradenhur y el hechicero Euthanasius habían pasado la noche. Los rayos solares, que parecían brillar con un heroico resplandor, se acercaban cada vez más a la cabaña del viejo druida y poco a poco la iban llenando con su intensa luz. El llamado a ser aprendiz de dos maestros, el gran Hakon Átekhnos, despertó en cuanto el sol de la mañana iluminó su rostro. De repente, un súbito entusiasmo se apoderó de todo su ser y, sin pensarlo siquiera, se levantó enérgicamente... pero, al estar todavía atado, tropezó en cuanto intentó ponerse de pie. Por supuesto, un hombre cualquiera se habría hecho daño efectuando tamaña maniobra, pero el ímpetu arrollador con que nuestro paladín acometió la hazaña provocó, además, un tremendo alboroto entre gritos y aparatosos choques contra todo cuanto había en la cabaña.

Justo cuando el estruendo había amainado, Kradenhur entró a la habitación y se encontró con un mareadísimo Hakon, tendido semi-inconsciente en el suelo de madera junto con varios botes rotos, repisas caídas e incluso un incipiente fuego en la mesa. La contemplación de aquel cuadro le hizo replantearse varias veces en su cabeza si había hecho bien aceptando entrenar a ese joven.

– Levanta – dijo sin más entusiasmos que el acostumbrado –. Tu entrenamiento te espera en el bosque.

Decir que Hakon estaba emocionado sería decir poco. Tanto era su entusiasmo que incluso se olvidó de desayunar y fue directo afuera, al bosque, contemplando la intensa luz de la mañana que incidía sin prisa en el verde paisaje.

Aquello poco tenía que ver con su bosque natal, pensó Hakon. De hecho, aquello tampoco tenía mucho que ver con el mismo bosque el día anterior. Antes todo parecía estar sometido a la increíble autoridad tiránica del musgo y los árboles absurdamente altos y grisáceos; ahora, sin embargo, todo lo que podía verse alrededor era mucho más joven, más verde y más como los bosques en general. Cuando menos, como los bosques que había en el imaginario heroico de Hakon Átekhnos.

Allí, junto a un acantilado al este de la cabaña, le estaba esperando su entrenamiento1. El hechicero estaba sentado en una roca con la capucha puesta y examinando una especie de sable de hoja ancha y curva.

– Vaya, creí que tardarías más…

Hakon observó a aquel hombre con el rostro envuelto en la oscuridad de aquella capucha enorme.

– Ha, parece mentira que tú me subestimes, escuder… ¡aaah!


Algo salió disparado desde la capa del hechicero en dirección a Hakon, para enseguida clavarse en el tronco de un árbol detrás del asombrado inexperto.

– ¡Primera lección! – dijo sacándose la capucha – No me vuelvas a llamar 'escudero'. A partir de ahora me llamarás 'maestro'.


Hakon observó a Euthanasius levantarse de la roca con el sable en la mano. Por alguna razón, sus ojos recordaban a la vez que se dirigió a los guardias en el pueblo de Trila. Pero en esta ocasión no hubo vientos susurrantes ni ningún hechizo de por medio. Sencillamente se levantó con aquella mirada que sugería una extraña majestad.

– No me digas que me vas a enseñar a luchar... – respondió el caballeresco aprendiz, no sin cierta jactancia en sus inocentes palabras – Creía que lo tuyo era tirar hechizos y esas cosas.


– Me basto y me sobro para entrenar a un inepto de tu calibre. Además, correrías un riesgo innecesario y fatal si subestimas así a tu enemigo – dijo el hechicero comprobando con una mano enguantada el filo de su sable –. Vamos, defiéndete.


Una sonrisa escalofriante se plasmó en la animada cara del inexperto.


– ¡Como quieras, Eufrasio! – y con la misma energía echó mano a donde todo buen caballero tiene envainada su arma... y por supuesto no encontró ninguna. En realidad, él nunca había tenido una vaina.

Aquel contratiempo paralizó los reflejos heroicos de Hakon por un momento. Entonces recordó que, efectivamente, había algo que sí tenía.

– ¡Ha! – dijo mientras echaba mano a su arma.

Euthanasius lo observó como quien mira brincar a una hurraca.


– Hakon, ése es tu cuchillo de cortar hierbas...

– ¡Subestimar a mi cuchillo es un fallo impropio y fatálico que no quieres correr! – añadió el paladinesco aprendiz a la observación de su maestro.

– Como quieras – dijo en un suspiro –; si cambias de idea, ahí tienes una espada de las de Kradenhur.

Al heroico aprendiz de caballero, a quien el destino le había otorgado irónicamente a un hechicero escurridizo como maestro de esgrima, no le costó volver en sí de aquel momentáneo trance... quizá debido a su voluntad heroica y caballeril o a que tampoco había una distancia excesiva entre estar pasmado y su estado mental habitual. En cualquier caso, al girar nuestro intrépido inexperto la cabeza allí estaba, apoyada en el tronco de un árbol, una espada de hoja larga lista para él. Hakon se lanzó entusiasmado a por ella.

– ¡Ahá! – dijo ya con la espada en la mano, empuñándola hacia el hechicero – Ahora sí vas a ver de lo que soy capaz. ¡Puede que seas bueno con los hechizos, pero con la espada te ganaré yo!


– Comencemos, pues... – respondió secamente.

En el interior de Hakon, el aspirante estaba seguro de que aquello se le iba a dar estupendamente. La lucha entre caballeros debía ser el siguiente nivel, pero enseguida el hechicero y el viejo se darían cuenta de su inmenso talento. Aquel primer combate era sólo un calentamiento para él, por supuesto. En esto se preparó para atacar a su oponente, pero su oponente ya se había lanzado velozmente contra él en un inmediato golpe frontal. Como pudo, Hakon salió de su estupor intentando parar la acometida del sable con su cuchillo, pero al llegar el momento del golpe, el sable del hechicero cambió súbitamente de dirección, golpeando con el pomo la mano con que el inexperto esgrimía el arma y dirigiendo su curva hoja directamente hacia la entrepierna.

– Con esto habrías muerto de dolor – el hechicero había detenido el ataque una fracción de segundo antes de causar herida.


Hakon aún estaba paralizado, ya que apenas había sido capaz de ver los rápidos movimientos de su oponente. El sable de Euthanasius se apartó entonces y éste con él.

– Necesitas algo más que quedarte quieto si quieres aprender a usar la espada como es debido – siguió el hechicero en la distancia –, ¡continuemos!

El impresionado inexperto, que si no cayó al suelo fue porque las piernas estaban aún demasiado tensas para fallarle, recogió su espada de la hierba y la blandió de nuevo hacia el frente. Pero esta vez ya no estaba tan seguro de sus posibilidades...

El combate de entrenamiento continuó. Aunque esta vez el hechicero había decidido ceder la iniciativa al inexperto, cada acometida era esquivada e inmediatamente contrarrestada con alguna maniobra que desequilibraba al aprendiz de caballero, haciéndolo acabar de bruces en la hierba más de una vez. Según se desarrollaba la lucha la técnica del hechicero parecía cambiar, volviéndose siempre del todo impredecible para Hakon. De todas maneras, cada vez eran más las ocasiones que el maestro, quien leía la sencilla mente del inexperto y aprovechaba sus flaquezas de una manera que resultaba casi humillante, aprovechaba para ensañarse con su discípulo.

Resollando, Hakon estaba llegando al límite de sus fuerzas en un combate que parecía consistir ya únicamente en ridiculizarlo.


– ¿No sería mejor... – trató de decir – que me enseñaras primero los golpes básicos?

Sonriendo con divertida malicia, Euthanasius saltó sobre una roca y contestó:

– De eso nada, ¡a luchar sólo se aprende luchando! ¿Qué pasa, ya te has cansado? No hemos acabado aún, ¡así que muévete!


– Empiezo a tener la impresión de que luchas así por venganza...


Puede que fuera cierto, incluso si el paladín en prácticas no comprendía muy bien por qué. De hecho, en todos los combates de entrenamiento que libraban, el hechicero parecía estar poseído por una inexplicable aunque sutil sonrisa de satisfacción, que se mostraba cada vez que lograba humillar al inexperto en la lucha. Euthanasius había decidido hacerle pagar al inexperto todas las penurias que había pasado a causa suya. A pesar de los trucos y artimañas usados por el maestro para dificultar la vida a su discípulo, había tras cada finta, golpe bajo o ataque por la espalda cierta intención instructiva, empañada quizá por la oscura personalidad del hechicero. Aún así, todos los ataques que Hakon empezaba seguían terminando con él tropezando y cayendo al suelo de manera ciertamente cómica, tanto para el hechicero como para un espectador externo al entrenamiento.


– ¡No es justo! – replicó con desánimo el inexperto – Siempre luchas haciendo trampas...

– Y tú tienes la pericia esgrimista de una piedra – contestó su maestro.

El inexperto, en una de tantas caídas, se estaba levantando de nuevo y sacudiéndose la hierba del pantalón.

– ¡Así no lucha un caballero! – insistía con ingenua testarudez.


En aquel instante, la sonrisa maquiavélica del hechicero se había desvanecido y en su lugar estaba una siniestra y dura expresión.


– Se lucha para sobrevivir – dijo con los ojos fijos de convicción –. No creas que podrás salir vivo de un combate auténtico con discursos sobre lo que es o no es justo. Si pretendes tener alguna opción contra un enemigo más poderoso o más numeroso que tú, debes estar dispuesto a usar cualquier recurso a tu alcance. En caso contrario, tu enemigo podría usarlos contra ti y entonces estarías muerto. ¡Vamos, en pie!

Aquel entrenamiento con la espada estaba destinado al combate real, pensó entonces Hakon; así era como se luchaba, como luchaban los auténticos luchadores. Detrás de las burlas y los ensañamientos del hechicero se hallaba la verdadera esencia del entrenamiento, que no era otra que preparar al inexperto caballero para vencer en una situación en la que su vida dependía únicamente de su habilidad como guerrero. Había empezado a entender un poco más aquella siniestra figura y, a cada paso que daba en su entrenamiento con la espada, apreciaba más cada lección de combate.

Sin embargo, ésas no eran las únicas lecciones que estaba recibiendo Hakon.


*******************************


– En la magia y en todas las cosas existen una serie de principios que hay que aprender si se quieren dominar sus fuerzas – recitaba Kradenhur con su voz de letanía en una de las alcobas pequeñas de la cabaña, en la cual había colocado un tablero de pizarra para ayudar a sus explicaciones sobre la magia, también parte del entrenamiento de héroe que el inexperto recibía en el bosque –. Las fuerzas mágicas se diferencian a través de la fuente de la que procede su poder, de los djinn de la naturaleza o, por el contrario, del espíritu. Esas diferencias continúan más allá, por ejemplo, existen varios tipos de...

A Hakon aquellas lecciones de teoría mágica le resultaban tan sumamente incomprensibles que era absolutamente incapaz de permanecer atento, siquiera despierto, más de dos minutos seguidos, independientemente de si tenía sueño o no. Entre lo abstracto del asunto y el tono de voz del anciano, aquello era prácticamente una invitación a la letargia más honda de la que un caballero fue capaz jamás.

*¡PLOC!*

– ¡Auuuu...! – se quejaba de dolor el inexperto cada vez que recibía un bastonazo.

– Despierta – decía el anciano sin inmutarse –, tienes que entender la teoría de la magia antes de poder lanzar hechizos.

– Pero, ¿por qu...? – *¡PLOC!* – ¡¡Auuuu!!

– No contestes a tu maestro, estúpido discípulo – decía antes de continuar la lección –. Si quieres ser un caballero, debes dominar tanto la espada como la magia... ¡así que tienes que estudiar! Sigamos... ehm, ¿dónde me había quedado?

El viejo druida invertía sus clases en tratar de explicar a Hakon los tipos de elementales que conformaban los dos cuadros de magia de la naturaleza2 y los tres tipos de magia espiritual basadas en los tres estados del aura3, así como el modo de canalizar cada una de las magias. Hakon jamás había pensado que la enseñanza mágica hubiera consistido en estar sentado escuchando palabras incomprensibles; desde luego, de haberlo sabido antes se habría planteado seriamente lo de hacerse caballero y esas cosas. Pero bueno, en aquellos momentos de sopor intenso no le parecía tener otra opción. Solamente pensaba en el día en que el anciano decidiera enseñarle a tirar bolas de fuego, a curar con las manos o algo así. Aunque ese día parecía estar aún más lejos que el horizonte.

– Así es que – decía Kradenhur en otra de sus clases – cada tipo de usuario de la magia está especializado en una clase concreta de magia. Los magos se entrenan para dominar la magia de la naturaleza, los que controlan un elemento especial se les conoce como elementalistas; los druidas usamos la magia espiritual para sanar, mientras que los hechiceros la usan en encantamientos para afectar la percepción y la voluntad de los seres vivos... como, por ejemplo, Kanth.

– ¿Quién es Kanth? – interrumpió de repente Hakon.

Al ver que su alumno por fin mostraba un ápice de curiosidad, el anciano elfo se sorprendió agradablemente. Lo que lamentaba es que fuera por algo tan absurdo.

– ¿Cómo que quién es...? – preguntó el viejo – El canalla infame con el que has estado viajando y que dentro de unas horas te va a entrenar con la espada. A estas alturas, con qué preguntas me vienes...

Aquello apenas tenía que ver con la suprema sabiduría que el anciano en vano pretendía hacer asimilar a Hakon. Cuando menos intentaba explicársela, que su aprendiz lo entendiera o no ya le parecía más bien cosa de su aprendiz, cuyos intelectos parecían los de una mosca de la fruta.

– Entonces – intentó seguir, aprovechando que su alumno estaba despierto –, el fuego tiene preeminencia mágica sobre el aire, pero la tierra la tiene sobre el fuego, de modo que...

Llegados a este punto, el inexperto levantó imperiosamente la mano con su energía habitual.

– ¡Maestro Kradenhur, tengo una pregunta!

Al ser de nuevo interrumpido, lo cual le contrariaba extremadamente, el viejo empezaba a mostrarse irritado. Sin embargo, aquel cambio de actitud en su discípulo le llevó pensar que no estaba tratando, después de todo, con un caso perdido.

– ¿Qué pregunta, est... Hakon?

Entonces el aspirante a caballero tomó aire con orgullo y dijo:


– ¿Cuándo podré empezar a tirar bolas de fuego?

*¡PLOC!*

– ¡Auuu...! – el inexperto se llevó de nuevo las manos al chichón que le estaba creciendo a pasos agigantados.

– ¡Aún no estás preparado para eso! Concéntrate en aprender primero la teoría mágica. Cuando la hayas dominado, entonces podremos empezar con prácticas básicas... Maldita sea.


A partir de ahí la lección sobre magia continuó como había empezado, llena de somnolencia y golpes en la cabeza.

Los días se sucedían y el entrenamiento del aspirante a héroe con ambos maestros avanzaba de un modo en general favorable. Hakon mostraba mayores aptitudes para la espada que para la magia, ya que el método de enseñanza del hechicero se basaba por completo en un aprendizaje intuitivo y al aspirante le resultaba más emocionante que la forma de enseñarle que tenía Kradenhur; una enseñanza de estar sentado no había sido hecha para la inquieta mente del inexperto paladín. De hecho, era frecuente que, tras las lecciones con el anciano, Hakon acudiese al hechicero con alguna que otra duda sobre magia.


– ¡Oye Kanth! ¡Kaaaaanth!

El oscuro maestro de esgrima lo observaba con una expresión de suma extrañeza. Después de tantos días llamándolo de todo excepto por el nombre con el que él se había presentado, Euthanasius, parecía absurdamente increíble la rapidez con que Hakon había aprendido aquel otro nombre.


– ¿Puedes explicarme qué hay que hacer para invocar un rayo de luz? – continuaba entonces el inexperto, con ésta o con otra duda similar; pero la respuesta del hechicero era siempre la misma.


– La magia es cosa de Kradenhur, conmigo concéntrate en luchar.


Sin embargo, detrás de la expresión siniestra y aparentemente perversa de Kanth se escondía un maestro al que el inexperto apreciaba a su modo. Y, muy de vez en cuando, el oscuro hechicero accedía a explicarle alguna cosilla acerca de la magia espiritual.


*******************************


– El druídico – empezaba otra de las lecciones de Kradenhur – es uno de los alfabetos que se usan para codificar los hechizos y otros saberes mágicos normalmente peligrosos para los que son ajenos a los principios básicos de la magia. Es más sencillo que el Karyushin, además también se usa para la herborística y la confección de remedios curativos.

Con súbito orgullo, Hakon se acordó de su amigo Nerón, el aprendiz de druida. Entonces se levantó de su pupitre y corrió hacia la pizarra tan rápido que ni Kanth, que había acudido ese día al aula para recoger unas hierbas, ni el propio Kradenhur lo vieron desplazándose.


– Yo sé escribir en druídico, ¡observad!

Y de nuevo con una rapidez pasmosa y signos de una increíble autoconfianza, Hakon trazó de forma precisa una serie de signos en el encerado.

– Ahí pone “esperma de ballena” – respondió Kradenhur con sudor en su calva gris.

Hakon mantenía su expresión de orgullo supremo, exhibiendo además una ancha y fina sonrisa.

– Hehehe... ¿sorprendidos? – llegados hasta este punto, aquí debería haber habido un bastonazo; sin embargo, lo reemplazó un periodo de silencio.

– Sigue tú, yo me voy al bosque a por esas hierbas – dijo el anciano druida mientras Hakon lo veía irse de la habitación.

Continuaba el paso de los días y, al fin, llegó el momento en que Kradenhur decidió empezar a enseñar a Hakon a lanzar algunos hechizos básicos. Tras una exhaustiva y normalmente demasiado aburrida explicación sobre el procedimiento, el aspirante a paladín tenía que ingeniárselas para lanzar el conjuro.


– Recuerda – le insistía el anciano – que para emplear la magia de la naturaleza tienes que entrar en comunión con los djinn que emiten su influencia en el plano de la materia. Tras esto, canalizar ese poder a través de tu propia energía y entonces hacer una proyección del conjuro antes de éste pueda producirse. Ahora, intenta hacer arder ese palillo.

– ¡¡Allá vamosssss!! – muy emocionado, el aspirante a paladín y a mago tensaba cada fracción de su cuerpo, levantaba ambas manos, las dirigía hacia su objetivo y gritaba – ¡¡HAAAA!!


*¡PLOC!*

– ¡Que no! Si gritas así vas a espantar a los djinn y el palillo no arde. ¡Concéntrate de nuevo!

Intento tras intento, el resultado no pasó de un fino humillo que salía de vez en cuando del pequeño objetivo del inexperto y que casi parecía estar riéndose de él.

El druida se llevó entonces una mano a la cara. Su discípulo era un maldito inútil y él estaba empezando a necesitar una infusión.

En un habitualmente inesperado arrebato de lucidez, Hakon se dirigió a su instructor con una ligera lastimosidad.


– Oye, ¿y si me enseñas algo de herboristería? Aquí hay muchas hierbas y... – *¡PLOC!* – ¡¿y eso a qué ha venido, eh?!


– Secreto profesional – argumentó el druida.

Así que el anciano elfo se dedicaba al comercio de hierbas, pensó de repente el joven paladín. Eso quería decir que no siempre había estado encerrado en aquel bosque de aspecto estrafalario... no se lo acababa de imaginar con una carretilla, yendo de pueblo en pueblo a vender petesur a los aldeanos a precios aparentemente razonables para luego aprovecharse de su efecto adictivo y extorsionarles como un traficante ilegal.

De cualquier manera, y aunque en cuanto a la magia seguía demostrando ser una nulidad, los progresos de Hakon en lo referente a la lucha con espadas habían sido bastante notables. Esto bien podía ser debido al excepcional espíritu que demostraba tener en la batalla.


– ¡Te falta espíritu! – le decía constantemente Kanth – ¡Concéntrate, debes estar presente en la lucha en todo momento!


Hakon tropezó con sus propias piernas y cayó al suelo de nuevo. Estaba agotado y cada día los músculos parecían responderle peor debido a la constante presión a la que se veían sometidos.


– ¿No podemos dejarlo por hoy? – se quejaba lastimoso el inexperto – No puedo ni levantarme... ah...

Aquello resultaba frustrante incluso para el propio Hakon, pero aún mucho más para Kanth. El hechicero tenía que admitir que su discípulo tenía aptitudes para el combate armado, pero la carencia de motivación que padecía le impedía esforzarse lo suficiente como para mejorar todo lo que era preciso que mejorase hasta convertirse en un espadachín de verdad.

– ¡Un combate no se puede decidir cuándo termina! – le replicaba apuntándole con el sable como un matarife a una res sacrificada – No creas que un enemigo real te dará tregua. Venga, levanta...


Hakon parecía hacer lo posible por ponerse de nuevo en pie, pero no logró llegar más arriba que a ponerse de rodillas; al menos había conseguido levantar la mitad del cuerpo.


– Esto no es un combate real... – decía con desánimo – Descansemos un poquito...


Hasta ese momento, Kanth había intentado esperar a que la motivación del inexperto para luchar se manifestase por sí sola, incluso había intentado motivarle él, pero los momentos en que el aspirante a espadachín se tomaba en serio el combate nunca duraban demasiado tiempo. Se cansaba cuando el combate era más largo o intenso de lo habitual. El hechicero estaba harto de intentar motivarle, encontrar en él un motor oculto para la lucha que le hiciera ver que aquello no era un simple entrenamiento. Aquellas palabras habían sido lo último que podía tolerar.

Indignado y rabioso, Kanth golpeó entonces a Hakon, tirándolo de nuevo al suelo de una fuerte patada. El inexperto se quedó tumbado de nuevo, tosiendo mientras trataba de recuperar el aire.


– ¡Hasta las narices estoy de excusas! ¡¿No tienes autoestima?! – gritó Kanth desorbitado – Estás cagado de miedo, ¡temes pelear con todas tus fuerzas y descubrir que, por mucho que te esfuerces, siempre serás una nulidad, un pobre imbécil salido del culo de la tierra que es físicamente incapaz de hacer frente a la abuela coja de un enano! Deja ya de fingir que eres un héroe y vuelve a casa, ¡apuesto a que nadie de tu estúpido pueblo paleto se sentirá decepcionado! ¡¿Cómo van a esperar nada de un gusano como tú?! ¡Eres y nunca serás más que un idiota disminuido sin valor en la Historia! Aunque ni para admitirlo tienes valor... ¡Abandona tus ridículos sueños y muérete de una vez!

Hakon estaba inmóvil, con el rostro lloroso y los ojos fijos en el suelo, abiertos como si pretendieran taladrarlo. Sudaba de un modo gélido, temblando como un cachorro. Había soñado siempre con ser un héroe y salvar el mundo, pero nunca se había parado a pensar que quizá no fuera ése su destino, que no tenía la capacidad de hacer frente a los duros desafíos que eso implicaba. Aquello ya no eran sus sueños, era la realidad. Una realidad que le atacaba como un puñal en el tuétano.

Acudió entonces a su mente la imagen de Aiye siendo atacada en la taberna. Aquella vez tampoco había estado a la altura de las circunstancias; sin embargo no era igual que ahora, la sensación que recordaba haberlo impulsado a pelear era diferente en aquel instante. Aiye, quería defenderla... no estaba pensando en derrotar a los bandidos sino en salvar a su amiga; de hecho el ser derrotado, aunque así había sido, ni se le había pasado por la mente como una opción posible. Entonces, al igual que en el templo de Khorill, no contemplaba más que un único camino, un túnel que llevaba en línea recta, independientemente de cualquier escollo, a una única salida. En aquellos momentos de veras estaba pensando en que iba a cumplir su sueño y convertirse en un héroe. En el instante en que había encontrado la voluntad para levantarse, estaba dando un paso en el túnel, y aquella voluntad era la diferencia entre el sueño y la realidad.

Entonces, Hakon encontró en el interior de su espíritu las fuerzas necesarias para levantarse. Su oscuro instructor le azuzaba todavía más.

– ¡Espabila de una vez! ¿Quieres morir o quieres luchar?

Un nuevo resplandor inundó los ojos y la magullada cara del inexperto.


– ¡¡Yo... quiero luchar!!

Al fin lo había entendido, mejor dicho, estaba empezando a entenderlo. La inercia de su vida apacible y tranquila en el pueblo había estado impidiéndole ver con claridad el que había sido siempre su auténtico sueño. Había nacido para ser caballero. No importaba la adversidad ni los escollos; si su cuerpo se rendía agotado, entonces él lo levantaría con su voluntad. Aquella sensación que ahora volvía a invadirlo lo volvían libre y capaz de expandir una energía sin límites. Ésa era la clave, pensaba el inexperto con más simples palabras mientras hacía batir su espada contra el sable del hechicero una y otra vez. La única opción posible era luchar con todas sus fuerzas en dirección hacia su sueño, pues el solo hecho de avanzar ya lo estaba haciendo realidad. Decidió usar aquella sensación también en su entrenamiento mágico, pues creía que quizá aquello fuera también lo que necesitaba para avanzar en general.

Pero, aunque se empleaba a fondo y con mucho entusiasmo, al pobre Hakon seguía sin salirle ningún hechizo de los que le mandaba hacer Kradenhur. Fallo tras fallo, bastonazo tras bastonazo, el aspirante a paladín no se rendiría, pues estaba decidido, una vez más, a convertirse en el caballero salvador de la humanidad.

Y un día...

– ¡Ha salido, Kradenhur, mira! ¡He hecho salir la planta!


El anciano druida no acababa de creerse que a su inepto discípulo al fin le hubiera salido un hechizo. Era una magia de la naturaleza que consistía en hacer crecer los árboles rápidamente y lo que había logrado Hakon tras un tiempo incontable de entrenamiento había sido un brote delgaducho en una maceta.

Aquel había sido el mayor, probablemente el único, avance de Hakon en cuanto a hechizos desde que empezó a entrenarse con el viejo elfo. Mientras tanto, en lo que a la lucha se refiere, había desarrollado un estilo de pelea más bruto y torpe que el de su maestro, ágil y rico en argucias; sin embargo, con el paso del tiempo se había convertido en un rival digno de medirse con el hechicero casi en igualdad de condiciones... al menos en una pelea de espadas.

– Has de permanecer centrado en tu oponente – le recordaba Kanth mientras entrenaban junto al barranco en el bosque – pero a la vez abierto a los cambios de tu entorno. ¡Ha!

– ¡Hablas mucho para estar a punto de caer, Ka... aaaaaaaaugh!


Sin embargo había ciertas cosas que no cambiaban. Una zancadilla inesperada había hecho al aspirante a espadachín darse con la cara en la hierba. Ese día, tras una intensa lucha que duró hasta el atardecer, el hechicero se acercó a su aprendiz.

– Has aprendido más de lo que esperaba – dijo mientras Hakon se ponía de pie –, lo cual no era mucho – añadió casi para sí –. Creo que podrías estar listo para afrontar los desafíos del mundo exterior.

El inexperto ya se sentía un súper guerrero invencible y esplendoroso con aquellas palabras. Por primera vez en tantos días, un orgullo visceral lo invadió de arriba a abajo haciendo que saltasen chispas metafóricas a su alrededor.

Aquel día, Kanth comunicó a Kradenhur que partirían de inmediato. El anciano, que estaba sentado en una silla y de perfil hacia ellos, los miró con la inocente expresión con que se mira a un desequilibrado mental.


– Está muy verde – dijo el druida –. Aún hay demasiadas cosas sobre magia que debo enseñarle.

– No podemos esperar más, Kradenhur – repuso el oscuro hechicero –. Mientras nosotros estamos aquí, el mundo sigue avanzando hacia su destrucción ahí afuera. Nos vamos ya, hasta más ver.

Y dejando atrás la cabaña junto con el perplejo anciano elfo dentro, Hakon Átekhnos y su ahora maestro Euthanasius, también conocido como Kanth, abandonaron el misterioso bosque en el que tanto tiempo habían pasado intentando hacer del inexperto un espadachín lo suficientemente hábil como para enfrentarse a los innumerables desafíos que sin duda le esperaban en el mundo real. Ahora el entrenamiento de Hakon había acabado.

Notas y aclaraciones:

1 Hakon no se perdió por su irresistible tendencia a caminar hacia la luz.

2Fuego, Aire, Agua y Tierra por un lado (los cuatro elementos primarios) y Madera, Hielo, Rayo y Metal por otro (los cuatro elementos secundarios).

3Luz, Oscuridad y Corrupción.

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