El cuento del guardián y el aspirante
- Skale Saverhagem
- Sep 16, 2016
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Este relato se incluyó al inicio de la colección Caminantes de la Oscuridad, de 2017.
Hará un tiempo indeterminado en algún lugar incierto existió un paso custodiado por un guardián. Dogana era el nombre del susodicho, alguien que jamás dejaba pasar a nadie al otro lado si no lo consideraba digno.
Un día llegó al paso un joven chaval de aspecto descuidado. Se paró frente a Dogana y dijo:
– ¡Ha! He conocido tus proezas como guardián y vengo desde un pueblo más allá del horizonte a retar tus capacidades. Puedes llamarme...
– ¡Vete a la mierda! – interrumpióle el férreo Dogana – Esto es un camino y yo soy su guardián, no peleo gratuitamente. Así que aparta de aquí y déjame trabajar, leñe...
El intrépido aspirante, aunque en un principio contrariado, usó la fuerza de la contrariedad para aumentar aún más los fulgores de su pasión guerrera. Clavó un pie en la tierra y con aire no resuelto, sino lo siguiente, dijo a Dogana:
– ¡¡En cuyo caso...!! No me moveré de aquí hasta que aceptes un combate justo. A eso he venido y eso es lo que voy a hacer. ¡Comprobarás la fuerza de mi deseo!
Las nubes ondearon en el cielo, pasando lentamente ante el indómito chaval. Dogana pestañeó una vez, pero fue lo único que se movió de su guardianesco ser. Un caracolillo seguía su curso con determinación por el camino que quedaba entre los dos contendientes, pero ninguno de los dos se movía, el uno por ser terco que te cagas y el otro porque así era su deber, al cual se dedicaba devotamente. Por el camino que guardaba Dogana no pasaba nadie más... realmente poca gente solía haber en ese camino, pero ahora tenían una razón más para no pasar por ahí; frente al guardián había un loco peligroso que no se movía y eso era sumamente inquietante hasta por el aura que desprendía en el ambiente, la cual podía sentirse casi hasta en el pueblo del aspirante.
Pasaron varios días, varias semanas... unos cuantos meses quizá, pero el aspirante seguía allí. Era como los héroes de las leyendas, no parecía que necesitase comer ni cagar, y si dormía no se le notaba. Claro que a Dogana le pasaba lo mismo, sus necesidades vitales eran ridículamente pocas. Parecía que iban a llegar a un ciclo infinito que haría que seguir contando esta historia tuviera poco menos que ningún sentido. Podía morirse uno de los dos... o los dos, pero no fue el caso... aún.
Un día en la cuotidianía estática de ambos, un nuevo caminante llegó frente a Dogana. Dicho caminante portaba un saco a la espalda y parecía ir cargado con varias mercancías. Se paró una vez llegó a la puerta, ignorando en lo que pudo y fue capaz al aspirante, y dijo a Dogana:
– Querría atravesar esta puerta, pues es mi intención comerciar con la mercancía que llevo en mi saco y, a cambio, obtener valiosos bienes del otro lado de esta puerta. ¿Puedo pasar, guardián?
Dogana, con su lanza en la mano, le dijo al comerciante:
– Por aquí no se puede pasar. Demuestra primero que eres digno y entonces cabe la posibilidad de que cruces mi camino. Pero si resultas no serlo, nunca verás el otro lado de estas puertas.
El mercader se lo pensó detenidamente, asintió para sí mismo y entonces dijo:
– La vida es dura. Vale, iré por otro camino. Muchas gracias.
Pero si bien ni se hubo dado la vuelta, el aspirante, por primera vez en casi un año, se movió para agarrar furiosamente el comerciante por los ropajes.
– ¡¡¿Cómo te atreves?!! – le gritó de una forma tan inesperada que al comerciante no le dio un ataque de pura casualidad – Has llegado hasta aquí, cargado con todas esas... cosas, ¡¡¿y te vas a dar la vuelta así de fácil?!! ¡¡No me toques las pelotas, capullo!! ¡Yo llevo aquí a saber cuánto y aún no me pienso ir sin haber hecho lo que he venido a hacer, maldita sea! Comerciante del nabo, ¡¡te mereces que...!!
Pero antes de poder terminar la curiosa amenaza, porque el hecho de que no la pudiera pronunciar no quita que fuera ciertamente curiosa, el comerciante interrumpió el torrente de palabras para hacerle una no menos curiosa pregunta al aspirante.
– ¿Qué has venido a hacer aquí, si puede saberse?
Ante aquello, el aspirante olvido temporalmente su furia creciente para responder con sorpresa al hombre que tenía agarrado por las vestiduras.
– He venido a derrotar al guardián.
– Y, ¿por qué no lo has hecho ya?
En eso no había pensado el aspirante. Soltó al mercader como por acto reflejo y, acercándose más a Dogana, le asestó un tremendo puñetazo en toda la cara, tan rápida e inesperadamente que Dogana no se movió y acabó con la mitad de la cara toda hinchada.
– Imbécil... – dijo el guardián sin moverse de su puesto.
– ¡Ha! – dijo el aspirante dándose la vuelta y encarando de nuevo al mercader – Ahora ya me siento mucho mejor. Voy a tomar un té...
Y el furioso aspirante partió de nuevo hacia nuevas y estupendas aventuras. O quizá hacia la tetería más cercana, eso es algo que no recogen los manuscritos. Sin embargo, sí se sabe que el mercader consiguió, otro día, pasar al otro lado, donde vio las más exóticas mercancías y fue testigo de innumerables y muy fantásticas historias.
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