Emhir Ramiane ingresa en la Unidad de Paladines de la Guardia Real durante la expansión del ejército belisiano (primera parte)
- Skale Saverhagem
- Dec 27, 2009
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Al día siguiente, el entrenador dirigió a Emhir unas palabras hasta ahora desconocidas para el joven:
- Buen trabajo, recluta. Al final me han dicho que todo salió muy bien.
Inesperadamente, el entrenador lo había felicitado por la tarea del día pasado. Sin embargo, Emhir había tirado la carta por ahí y se había ido a descansar en vez de cumplir con la tarea que le habían encargado. Pero, al parecer, todo salió muy bien. Bien, pues vale.
Después del entrenamiento de ese día, Emhir caminaba por las calles de la ciudadela, de nuevo rumbo a casa. El entrenamiento había vuelto a consistir en un poco de preparación física y muchos, muchos, muchísimos ejercicios con la espada. Lo primero no se le daba en absoluto mal, pero en lo segundo parecía estar cometiendo siempre el mismo fallo… En fin, lo bueno de todo aquello era que cada vez se acercaba más la primavera y, con ella, la esperada visita de su hermana gemela.
Y al final, la primavera llegó. La brisa cálida que soplaba en esta época era un cambio agradable con respecto a las ventiscas y tormentas de nieve del invierno. Ahora, los campos de la caballería estaban despejados y eso se hacía notar en que cada vez se oían menos quejidos procedentes de las cuadras. Para todos en aquella fortaleza era, de una forma o de otra, la estación de un nuevo comienzo, igual que en las historias. Emhir, por su parte, iba a disfrutar de los pocos días libres que tenía de la mejor manera posible.
Con una alegría poco habitual, el joven abrió la puerta de su casa:
- ¡Bievenida Torachán!
Hermana melliza de Emhir Ramiane, Tora Ramiane medía un metro y medio escaso, tenía el pelo revuelto - y no por no pasarse peinándolo una media de tres horas diarias - del mismo color que su hermano y unas proporciones algo exageradas para su estatura. Sus ojos como almendras y su cara de expresión siempre alerta le daban algo de aspecto de roedor, aunque eso no era nada en comparación con los chemorios que vivían en Alteal. Junto a ellos, más bien se parecía a una sirena o a una estatua arkhona, símbolo por antonomasia de la serenidad en la cultura clásica. A su lado, Emhir parecía el hermano mayor con un par de años y varios centímetros de diferencia, pero lo cierto es que Tora había nacido dos minutos antes. Se aprende mucho de la historia familiar de los nobles, especialmente cuando eres noble y además tienes familia.
Emhir, que acababa de llegar a casa, saludó a su hermana recién llegada, que estaba dentro. Él solía llamarla por su nombre en el dialecto alteniense, aunque aquello casi había sido más idea de ella que de él.
- ¡¡Hermano!!
La alegría entre los dos era inmensa y, aunque Emhir solía esconder sus alegrías y pesares de la furtiva mirada ajena, su hermana tenía extremada facilidad para lo contrario. Enseguida fue a lanzarse hacia su hermano con los brazos enormemente abiertos para terminar atrapándolo en un terrible abrazo a presión. Emhir nunca fue muy amigo de los besos y los abrazos en público, pero con su hermana siempre hacía una excepción. La abrazó él también hasta que ambos quedaron asfixiados.
- ¡Qué alegría verte, hermano! Te has hecho más fuerte…
- Quién sabe… - era más una afirmación dudosa que una pregunta - Estoy entrenándome, pero no parece darme mucho resultado.
Eso pareció activar un antiguo recuerdo en la mente de los hermanos, y dos en la mente de Tora. Ambos recordaron cómo su padre solía presionar a Emhir… quizá a ambos, puede, pero sobre todo a Emhir, para hacer las tareas de la escuela cuando eran niños. Cuando se hubieron separado unos centímetros del abrazo, Tora inclinó la cabeza y bajó la mirada con ambigua amargura.
- No ha… podido venir.
Una palabra más adecuada podría haber sido 'querido', pero los deberes de un noble barón siempre se anteponen a sus deseos; y en esta ocasión, el barón Ramiane debía quedarse en Monevia observando campos de cebada con total tranquilidad en lugar de ponerse a viajar por las nevadas cumbres de la poco agradable frontera belisiana. Por otro lado…
- ¡Emhir, escucha, te he traído una cosa! - la expresión tristona de Tora cambió prácticamente a la euforia en una fracción de tiempo tan escasa como su altura.
Emhir miró cómo su hermana rebuscaba en su bolsillo con la mano mientras su cara no se apartaba de él.
- Ya verás, vamos a hacer nuestro propio entrenamie… ¿qué coño?
Otra cosa por la que destacaba la hermana gemela de Emhir era su libertad de palabra. Rebuscó con más ímpetu y energía hasta que se encontró con su mano asomando por el extremo opuesto del bolsillo, lo cual le produjo un obvio desconcierto.
- Enseguida vuelvo, hermano. ¡Espérame! - y, diciendo esto, salió a las calles de la ciudadela.
Al atardecer, su tío volvió de la patrulla. Habían pasado dos horas y Tora aún no había vuelto. No solía hacer escapadas como ésa, pero cuando se le metía algo en la cabeza, era como un venado a la carrera: no paraba hasta que alcanzaba su objetivo o chocaba contra algo lo suficientemente duro como para obstaculizar su progreso. Las cosas de Tora continuaban todavía en la sala.
- Tu hermana… ¿qué ha pasado con ella? ¿No había llegado ya? - el capitán Johan observó al taciturno de su sobrino pasando por alto el equipaje.
Tenía cierta evidencia para adivinar la respuesta, así que continuó:
- Si no vuelve rápido, podría cogerla la tormenta. Hoy dicen que va a ser la última del invierno… una de las fuertecillas, ya sabes. ¡Pero bueno, si está en la ciudadela no pasará nada, hahaha!
Si está en la ciudadela. Tora estaba a salvo, aunque no volviera hasta la noche… ella estaba en la ciudadela, dentro de los muros del castillo. Porque seguía estando dentro o… puede que no fuera así. A veces al tío de Emhir le daba por hacer chistes realmente horrendos.
- ¿Por qué no la vas a buscar? Aunque aquí dentro no azote la tormenta, hará bastante viento…
El capitán tenía la peculiar habilidad de activar a la gente y, desde luego, con Emhir solía funcionar. También era verdad que era el tipo de chico reflexivo que necesitaba de alguien que lo pusiese en marcha. Enseguida, Emhir se puso en pié, cogió su capa de invierno y salió a las calles, en busca de su hermana.
Observó el panorama en la ciudadela. Había poca gente fuera y la mayoría de casas tenían los pestillos corridos y las contras de las ventanas cerradas. Debía ser cierto eso que decían de que la última tormenta del año es siempre la más feroz… Reflexiones climatológicas a un lado, Emhir recorrió las calles buscando trazas del paradero de su hermana. Preguntó en los comercios, pero nadie parecía haberla visto. Rebuscó en las callejuelas, corrió por el puente de palacio, fue hasta el patio de los arqueros y nada. No había ningún indicio de la presencia de su hermana por ningún lado. Al final se le ocurrió vadear los muros, por ver si la encontraba a ella o a alguien que la hubiese visto… había que decir que Emhir no era demasiado bueno buscando y encontrando cosas, pero, de nuevo, con su hermana había una excepción. De hecho, era raro que no la encontrase.
Llegado un momento, Emhir empezó a notar más frío por un lado de su cuerpo que por el otro. Se giró hacia ese lado y se topó con los portones abiertos del Castillo, fuera de los cuales la ventisca empezaba a cobrar presencia. Se preguntó por qué no los habrían cerrado ya, pero un soldado de los que habían tenido la fortuna de hacer guardia ese día resolvió sus dudas antes siquiera de plantearlas en voz alta.
- ¡¡Agh, mierda puta!! Esto no puede ser así… El sargento, si se entera… ¡mierdaaaaa! ¡¿A quién se le ocurre salir con el tiempo que hace, joder?! Luego el que se lleva la bronca por no tener la puerta cerrada soy yo, me cago en…
No era exactamente una respuesta, pero aquella pregunta de intención presumiblemente retórica formulada en alta voz era todo lo que el joven Emhir necesitaba para llegar a la solución.
¿A quién se le ocurre salir del Castillo con el tiempo que hace?
Obviamente, a Tora Ramiane.
Emhir se dirigió hacia el soldado de guardia, en parte para confirmar su teoría, en parte para hacer que dejase de gritar. El guardia, al ver aproximarse a otro desgraciado a las puertas del Castillo, interpuso su lanza entre Emhir y la salida, todo lo amenazadoramente que le salió.
- ¡Atiende cha…! - pero no pudo seguir.
- ¡¡Escucha, - interrumpió súbitamente Emhir, en un impulso de iniciativa impropio de él… al menos, en la mayoría de circunstancias - mi hermana está fuera, ¿verdad?!! ¡Está bajo la tormenta! ¡Ella fue quien salió, ¿no es cierto?! ¡¡¡Responde, maldita sea!!!
Había algo que no encajaba exactamente bien en la mente del guardia. Aquel individuo de complexión medianamente robusta que le gritaba no debía pasar de los veinte. Sin embargo, se comportaba como si fuese un capitán o algo superior… no tenía muy claro qué iba por arriba de capitán, así que tampoco se detuvo mucho en ello. La cuestión importante era otra muy distinta.
- Esto… - empezó a decir el guardia - Hace cosa de una hora o así, una chiquilla salió a la montaña. Creo que dijo que había perdido algo… Al principio no quería dejarla, por aquello de que las puertas no se pueden cerrar hasta que todos estén dentro y estas cosas… Pero… los tenía tan… y parecían tan blanditos y suaves que… bueno, además ponía esa cara de ardillita. Dices que eras su hermano, ¿no? ¿Crees que me la podrías presentar y estas co…? ¡¡AUGH!!
Un puño se había interpuesto súbitamente entre el brazo extendido de Emhir y la mandíbula hinchada del guardia. Ahora los portones del Castillo Creciente habían sufrido la baja temporal de uno de sus vigilantes, pero al menos había dejado de hacer ruido. Además, ya nada se interponía entre la montaña nevada y el joven aprendiz de soldado. Emprendió, pues, el camino hacia la tormenta, alejándose cada vez más de los muros protectores de la ciudadela.
Ventisca habría sido una palabra apropiada para describir lo que estuvo aconteciendo en las cumbres de la frontera desde haría cosa de cuatro meses hasta hará cosa de un par de días. Ahora lo que habría era más parecido a una campaña bélica que enfrentaba al Invierno, haciendo uso de todas sus fuerzas, contra la Primavera advenediza que pretendía arrebatarle su puesto en la cima climatológica de las estaciones. Aquello era lo que podía estar perfectamente teniendo lugar en las cumbres fronterizas en ese momento… y allí, espectadora de primera fila del encuentro definitivo, estaba Tora Ramiane.
El viento era intenso, el frío paralizaba cada centímetro de cualquier cosa. Incluso ella, cubierta con la capa de invierno con la que había hecho todo el viaje desde Monevia - obviamente en carretas, carros y un caballo montañés… pero con la capa -, no sería capaz de aguantar mucho más ante aquella demostración tempestuosa de poderío invernal.
Cada vez que daba un paso era una tortura muscular. Intentaba encontrar la dirección correcta, de vuelta a los muros, pero no estaba muy segura de que aquello estuviera funcionando como debiera. Los sentidos no le respondían como antes. No podía ser la edad, ya que hasta hace una media hora estaba tan fresca y llena de vida como solía. Hubo un momento en que creyó vislumbrar a lo lejos los portones abiertos del Castillo, pero no conseguía alcanzarlos; por mucho que avanzaba, seguían estando en el mismo sitio, a la misma distancia. Ella no era de las que se rinden fácilmente… ni nunca. Indirectamente, lo había prometido.
Por lo menos, tenía lo que había estado buscando.
De repente, su cielo se oscureció.
Hubieron pasado unos minutos desde que Emhir se adentró, solo, en mitad de la tormenta cuando un soldado con galones se llegó hasta el derrotado guardia del portón. Éste aún estaba poniéndose medio en pie.
- ¡¿Qué ha pasado aquí?! - dijo - ¿Por qué están abiertas las puertas de la ciudadela?! ¡Responde, soldado!
El soldado puso sus ideas tan en orden como bien fue capaz. Entonces dijo:
- Ess que… - notó que había, por lo menos, algo en su boca fuera de lugar - El tío esse salió a la tormenta, señor. Esstaba busscando a ssu ardill… hermana, la de loss… ¡No puedo cerrar la puerta! ¡Y luego algo me golpeó y me caí al ssuelo, sseñor! ¡¡Han ssalido, con essta tormenta y…!!
- ¡Ya basta, soldado! - hubo una pausa en la que habría cabido un puñetazo más a la mandíbula - ¿Está diciendo que hay ciudadanos fuera con este tiempo? ¡Hay que movilizar una patrulla de rescate, joder! ¡¿A qué espera?! ¡¡Vamos, es una orden!!
El viento y la nieve seguían cubriéndolo todo hasta donde podía alcanzar la vista - que, en aquellas condiciones, no era mucho, pero uno podía intuir fácilmente que ésa era la situación en la práctica totalidad de las montañas fronterizas -, mientras que Emhir avanzaba impasible ante la tormenta, desafiando todo lo desafiable hasta conseguir encontrar a su hermana y llevarla de vuelta al Castillo Creciente. La capa de invierno parecía no ser una protección excesivamente eficaz en situaciones como aquélla, pero eso ahora era lo de menos. Emhir encontraría a Tora, con o sin la protección adecuada; ésa era su convicción y valdría como diez mil armaduras… o, al menos, tendría que hacerlo.
Aquella tortura paisajística parecía no acabar nunca. Nieve, nubarrones, montañas… se suponía que bajo la nieve había suelo… y el frío. Emhir ya casi no sentía el frío. De hecho, podría decirse que se había olvidado de él, como casi había olvidado sus hombros, su espalda, o su cuerpo en general. Había un par de piernas que se movían y un par de pies que hollaban el suelo cubierto de blanco… y había una ventisca y un paisaje montañoso cubierto por ella, con lo que, en teoría, también debería haber un par de ojos.
De repente, el paisaje tropezó y se cayó hacia arriba, acabando en una visión bastante cercana del suelo. Había dolor… sí, definitivamente, había pies.
Emhir se dio la vuelta y, en ese acto, comprobó que estaba en la montaña a algunas leguas del Castillo Creciente. Luego recordó que había tropezado con algo en la nieve y por eso había caído al suelo. Según las palabras 'tropezar con algo en la nieve' formaban un concepto en su cabeza, la expresión se le iba haciendo cada vez más absurda - de dos a tres metros de absurda - conque dirigió su mirada al bulto culpable de toda la reflexión.
Los únicos capaces de adentrarse en una ventisca para buscar y encontrar ciudadanos extraviados eran los paladines de la Primera Unidad de la guardia. Los únicos capaces de hacer lo mismo durante la tormenta más fuerte del año para buscar a dos personas eran el capitán Johan, el capitán de la Primera Unidad y otros diez voluntarios amenazados con retirarles el rancho de todo el mes.
Allí, en algún lugar de las montañas que servían de frontera natural entre Belisia y los reinos nororientales, en algún lugar cercano a la impenetrable fortaleza conocida como Castillo Creciente, se encontraba Emhir Ramiane sosteniendo el cuerpo frío de su hermana, en un mundo donde la peor ventisca del año ya no importaba.
- Torachán… ¡abre los ojos! ¡¡Despierta, Torachan!! ¡¡¡AAGGH!!!
Según las lágrimas de Emhir se iban congelando en su normalmente estoico rostro, pequeños copos de nieve tocaban el de su hermana, quien conservaba la serenidad de una estatua arkhona.
Emhir comenzó a sentir la desesperación. No como lo que sentía cuando no era capaz de agarrar adecuadamente una espada ni cuando, en un instante de debilidad, le parecía que todo lo que había logrado era gracias a los favores de su tío. Aquello era totalmente desconocido para él; la verdadera desesperación se estaba apoderando de su ser, igual que el frío y la ventisca lo hacían de su cuerpo.
Es en los momentos de desesperación cuando más fuerte brilla la luz de la esperanza.
No podía rendirse, no ahora. En ese instante no existía el Castillo Creciente, los soldados, la guardia… sólo existía Emhir Ramiane. Tenía miedo. El frío y la ventisca paralizaban su cuerpo y la desesperación atenazaba lo más profundo de su alma. Sin embargo, estaba aquí, ahora, con el cuerpo inmóvil de su hermana entre los brazos, sobre un suelo cubierto de nieve. En ese lugar y en ese instante. Aquí y ahora, él era quien debía levantarse ante toda adversidad y hacer frente a sus temores. Por él, por su hermana. Ni la tormenta de nieve más fuerte del año ni la desesperanza de su corazón podrían con él, con Emhir Raimane.
Recogió el cuerpo de su hermana y se puso en pie. Al fin, y de forma totalmente definitiva, recordó que él mismo tenía cuerpo. Se ajustó la capa y se dispuso a hacer lo propio con la de su hermana. Al volver a alzarla en brazos, un brazo cayó con el puño cerrado. En ese momento, a Emhir le pareció ver cómo Tora parpadeaba con los ojos cerrados.
- No te preocupes, Torachán. Encontraremos el camino hacia el Castillo y allí podrás volver a despertar - esto pensó el joven soldado, con la esperanza de que las palabras llegasen al corazón de su hermana como un mensaje telepático.
Dicho esto, los recuerdos de Emhir se desvanecieron. Tuvo la vaga impresión de haberse topado con varias figuras de negro que le hablaron durante su vuelta al Castillo Creciente. Una cosa sí era segura: su hermana estaba a salvo.
Las figuras se acercaron al joven, a quien la ventisca había empezado a adormecer, y a su hermana gemela en estado inconsciente. Dos más grandes se adelantaron, descubriéndose la parte delantera de sus capas de invierno de color oscuro.
- Parece que están a salvo, menos mal…
- Desde luego, Johan. El chico es fuerte; mira que salir a la montaña con esta tormenta… y sin armadura. Es sorprendente que aún conserve algo de consciencia.
- La verdad es que sí.
El capitán de la Segunda Unidad se dirigió al resto de la tropa con voz enérgica y autoritaria.
- ¡Hemos encontrado a los ciudadanos extraviados! ¡Regresamos a la ciudadela! ¡¡Vamos!!
Volviendo ya al Castillo Creciente, el capitán de paladines le dijo al capitán de la Segunda Unidad:
- Buen trabajo, Johan. Me gustará ver la competición de este año.
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