top of page
Fairy Lights

Capítulo 2 ~ ¡Conflicto en la taberna! El destino del joven paladín ~

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Dec 19, 2004
  • 17 min read

Updated: Nov 13, 2024






El interior de la taberna estaba tenuemente iluminado por un candil en la barra, pero eso no le quitaba repugnancia a la escena; sencillamente servía para ocultar los feos rasgos del trío de camorristas borrachos que habían quedado al irse Hakon y su compañero, el cual no se sostenía del sueño que tenía. Al irrumpir ellos dos en el ahora oscuro antro, vieron cómo uno de los borrachos había despertado y tenía agarrada a Aiye por la cintura, envuelta por su enorme brazo de porteador y elevada del suelo lo suficiente como para poder patalear en intentos fallidos por liberarse de aquel sucio bandido. Al ver Aiye a los dos en la puerta de la taberna gritó, intentando al tiempo zafarse del fornido brazo del borracho:

– ¡¡Ahhh…!! ¡A… ayudadme! ¡¡Este cerdo me quiere violar!!


Hakon y su adormilado amigo miraron con cara de asombro la escena. Tras unos segundos de “reflexión”, Hakon le murmuró a Nerón, algo más espabilado por la sorpresa:

– Vaaya… qué desesperado debe de estar el pobre…

– Y que lo digas… – le respondió Nerón arrastrando las palabras a causa del sopor y con la mente algo abstracta. El resultado fue un cubo de fregar lanzado directamente a la cara de Hakon, por parte de la aprisionada Aiye. Viendo el tremendo golpe que había recibido Hakon, el cual lo había derribado, Nerón pensó en alto:


– Caray… vaya temperamento… – y una vez hubo salido de su estado de trance, giró la cabeza hacia Aiye – ¿Pero tú no estabas en apuros…?

– ¡¡¡Dejad de murmurar estupideces y echadme una mano!!! – gritó Aiye con un cabreo de mil demonios. El borracho, en cambio, parecía estar tan sumido en la borrachera que no se enteraba de lo que ocurría a su alrededor.

Nerón se agachó frente a Hakon y, agarrándolo de la camiseta, empezó a sacudirle para que despertara, frente a la impaciente expresión de Aiye, la cual se sentía en una situación bastante ridícula. Al fin Hakon recobró el sentido, pero en seguida volvió a recibir otro golpe, esta vez de botella, propinado por Aiye.

– ¡¡Dejad de hacer el idiota!! ¡¿No veis que este tío me tiene presa?!


Nerón miró con cara de pánico a Aiye, cuyo enfado crecía por momentos. En esta ocasión, Hakon consiguió recobrar el sentido él solo. Una vez se hubo levantado, ante la mirada de sorpresa y extrañamiento de Nerón, tomó aire y, alzando el dedo índice al modo en que lo hacen los héroes justicieros, se dirigió al musculoso borracho de la siguiente manera:

– ¡No está bien intentar aprovecharse de una chica, cerdo borracho! ¡Yo, Hakon Átekhnos, no tendré más opción que darte tu merecido! ¡Reza lo que sepas, malandrín, llegó tu hora!


Nerón con los ojos abiertos como platos y Aiye tres cuartos de lo mismo, uno algo confuso y la otra pensando cómo era posible que un bichito como Hakon le hablara de ese forma a una mole como aquel borracho. El borracho, sin embargo, ignorando por completo al joven aspirante a caballero, soltó una risita hacia Aiye, echándole su fétido aliento, y ante la cara de asco de todos los presentes, le pegó un lametazo como si de un helado de fresa de tratara. Ese acto, tan desagradable para Aiye, la llenó tanto de ira que le propinó un tremendo patadón en la entrepierna al borrachuzas. En ese momento, angustiado por el dolor, el bandido soltó a la jovencita para aguantar sus partes doloridas con un gesto de sufrimiento inigualable, magnificado incluso por la oscuridad de la taberna. Aiye aprovechó para ponerse a una distancia prudencial de aquel tipejo, junto con Nerón y Hakon; pero el intento por salvarse resultó fallido cuando el dolorido recobró las fuerzas y volvió a sujetar a Aiye, esta vez obstruyéndole así las vías respiratorias y provocando que la joven se ahogase por momentos. El golpe parecía haberlo despejado algo de la borrachera, así que con la otra mano arrancó parte de la falda de camarera de la asfixiada chiquilla, cosa que provocó un grito de desesperación por parte de Aiye. Entornando los ojos hacia el enorme bribón y viendo en su mirada la expresión de un loco demente, las lágrimas salieron solas de los azules ojos de Aiye, convencida de que si no moría de asfixia, lo haría por causa de la brutalidad de los actos posteriores de su agresor.

La expresión de Nerón era de lo más singular: aquella escena le producía a la vez tristeza y náuseas, aunque el sueño, atacándole de nuevo, deformó su expresión y abstrajo su mente, poniendo en relieve la expresión colérica de Hakon Átekhnos. Sus ideales justicieros y su amistad con Aiye hicieron que las lágrimas de la desesperada joven mellaran en su caballeresco espíritu, lo cual le dio fuerzas para embestir contra aquella mole como nunca antes había embestido.


– ¡¡¡SUÉLTALA MARRANOOOOO!!! – vociferó a modo de grito de guerra el aspirante a paladín, cargando con toda su cólera caballeresca y cegado por la ira.

De un cabezazo en el estómago, aquel enorme beodo soltó a Aiye y aguantó la embestida apoyando una rodilla en tierra. Una vez se hubo percatado de quién era su agresor, miró hacia sus dormidos compañeros y, algo más repuesto de la borrachera, gritó:

– Grr… ¡No ezz momento de bbonerze a ddormir! ¡¡Khordus, Renart, tenemoz akhí a unn héroe de pppacotilla!!

Ante los tremendos berridos de su compañero, los otros dos bandidos, uno de ellos calvo y barbudo y el otro grande como un toro, se cayeron para atrás de la silla algo aturdidos. Luego, cuando se lograron poner en pie, el más grande de ellos desenvainó un enorme espadón, mientras que el que era calvo arrancó las patas de la mesa para usarlas como arma. En cuanto al embestido, sacó una navaja del tobillo. Los tres estaban amenazantes frente al inexperto defensor Hakon. Aiye, más por prudencia que por debilidad, se protegió tras una mesa, mientras que Hakon, bastante atemorizado por los tres borrachos, les hizo frente completamente desarmado y, sujetando a Nerón, – y frustrando así el intento de huída de su amigo – respondió a tales amenazas con estas palabras:

– ¡Venid a mí, malvados!

– Pero Hakon… ¿Q– qué estás diciendo? – dijo Nerón, el cual solía hacer de voz de la conciencia cuando a Hakon le daban estos arrebatos de caballería –. Estos tipos nos van a comer con patatas… Incluso estando borrachos, seguro que son muy fuertes.


– Quizá – respondió Hakon, sin dejar de mirar hacia los tres gigantes –. Pero no les daré la satisfacción de poder decir que yo he huido del combate.

Nerón se encogió de brazos mirando hacia la carcomida techumbre. Visto lo visto no tenía otra solución que apoyar a su alocado amigo en la pelea.

Un grito de guerra proveniente del borracho de la navaja dio comienzo al enfrentamiento. Él mismo pegó un devastador puñetazo en la cara de Hakon, dejándolo algo aturdido. El segundo golpe le llegó desde el flanco; era uno de los palos que el bandido calvo había arrancado de la mesa, el cual le dio de lleno en el costado y provocó la caída de Hakon en brazos del desconcertado Nerón, que se esforzaba por sostener a su amigo. Éste logró ponerse en pie con gran esfuerzo, a pesar de las magulladuras producidas por los potentes ataques. Con una mano en el costado y otra apoyada en el muslo de la pierna, allí estaba frente al trío de fuertes borrachos.

– Mierda… son muy fuertes – dijo Hakon medio entre dientes, con una risilla de auto– ánimo. Nerón miraba para él con una expresión entre sorprendido y asustado. Los tres matones, cada uno más grande y feo que el anterior, se iban acercando poco a poco con intención de acrecentar el temor en los corazones de los jóvenes contendientes.

– ¡¡Ahora vaiz a ver lo gue pazza por eztddopearme la fiestaa…!! – gritó el borracho de la navaja – ¡¡¡Vais a mmmorir!!!


– ¡¡¡QUIETO TODO EL MUNDO, CAGO EN DIOS!!!

Un atronador grito se oyó en la taberna, el cual paralizó sin excepción a todos los que allí se encontraban. Al mirar los presentes hacia la barra de la taberna, los matones de reojo y los tres jóvenes de frente, descubrieron, medio oculta entre las sombras, la osuna figura de Carrolo el Oso Pardo, con mirada amenazadora y un gran lanzallamas que sujetaba con el brazo derecho.

– ¡No quiero peleas en mi taberna! ¡¡Largo de aquí cagando leches!! – y, apoyando la otra mano sobre el lanzallamas, amenazó con disparar al trío de maleantes, los cuales envainaron como bien pudieron sus armas – patas de silla incluidas – y, tras lanzarle un intento de mirada orgullosa al tabernero, comenzaron a caminar hacia la salida. Carrolo lanzó una llamarada para que apurasen más y acabaron huyendo con el trasero chamuscado, armando un gran alboroto.

– Maldita sea… ¡Ahora van a despertar a todo el pueblo! – gruñó Carrolo algo irónico – Hmm… tendría que haberlo sacado antes. ¡El lanzallamas es lo único que funciona con esa clase de tipejos…!


Hakon miró al Oso Pardo, que blandía ahora el arma como un garrote, y de nuevo no pudo evitar soltar una risa, la cual contagió a Aiye y Nerón.

– Hehehe… ¡Muy buena, tío! – soltó Aiye mientras los otros se iban reponiendo de la risa. Carrolo adoptó su clásica expresión de cabreo y, usando el lanzallamas como una porra, sacó de la taberna a los tres risueños jóvenes.

– Grrr… ¡Fuera de aquí! ¡Ya debería haber cerrado…!


Tras haber dado un sonoro portazo, Carrolo, el héroe de la noche desapareció dentro de la taberna. Estando los tres en el suelo a causa de la arremetida final del famoso Oso Pardo, Aiye fue la primera en levantarse y sacudirse la tierra que tenía en lo que quedaba de la falda de camarera y, con gesto de repugnancia mezclado con alivio dijo:


– Ahh… casi no lo contamos… Ese tipo me ha destrozado el uniforme, ay que ver…

Habiéndose puesto en pie ya tanto Nerón como Hakon, fue el primero el que dijo con expresión alegre y tono sosegado:

– Uff… yo estoy molido… Supongo que ha sido demasiado ajetreo para mí, hehe…– se giró y comenzó a caminar, haciendo un gesto de despedida con el brazo – Hasta otro día…

Se habían quedado Aiye y Hakon cara a cara. A pesar del alboroto anterior, el pueblo estaba en un completo silencio en el solamente se oía el canto de los grillos.

– Bueno… Ya se ha hecho muy tarde. ¡Hasta mañana, Aiye! – dijo Hakon intentando aparentar alegría a pesar de los hechos y se giró; pero antes de poder dar un paso, lo frenó la mano de Aiye, que le aguantaba del hombro desde atrás.

– Gracias, Hakon… A pesar de todo, estuviste muy valiente – la voz de Aiye había sonado más suave que de costumbre. Tal vez por el cansancio o por querer expresar algo anormal, pero el caso es que el sentir su mano en el hombro y el haber oído su voz produjeron en Hakon un sonrojo.

– No he hecho nada para merecerlas – respondió Hakon afectado por las circunstancias, pues su voz también sonaba diferente; más profunda y calmada. Tras un momento de silencio, Hakon se repuso, avanzó un poco y volteó la cabeza hacia Aiye, mostrando de nuevo su expresión de siempre – ¡No ha pasado nada! Además, mañana es fiesta y no trabajamos. Bueno, ¡nos vemos!


Y poco después de haber dado unos pasos hacia su casa, Aiye, con un tono de voz que a Hakon le resultaba familiar en ella, le dijo:


– Mañana tendremos que abrir por la mañana, ya que a alguien le han estafado. ¿Recuerdas?

Estas palabras produjeron en Hakon un sudor frío y parecía que no estaba seguro de si echarse a reír o darse a la fuga. Al final optó por dejar caer los hombros y pensar para él “¡mierda!”. Caminando hacia su casa alicaído, oyó la voz de Aiye que le gritaba irónicamente:


– ¡Hasta mañana, Hakon!


– Ayyyy…


*********************************


A la mañana siguiente el Sol brillaba de nuevo en todo su esplendor. Los pájaros cantaban subidos a las copas de los árboles que rodeaban el pueblo y toda la gente de allá estaba en la plaza celebrando el Día Oficial de las Fiestas de Khorill. Los paisanos habían montado algunos tenderetes y las calles estaban decoradas con gran hermosura, llenas de flores y demás adornos. Además, muchos viajeros vendrían a lo largo de la semana para poder participar en la celebración. Eran realmente unas fechas muy ajetreadas…

Entre la gran masa de gente, Aiye Philion intentaba abrirse paso para ver si lograba localizar alguno de sus amigos. El bullicio era tal que los gritos que daba se perdían entre el gentío como un tenue susurro.


– ¡Eh! ¡Aquí, aquí! – gritaba una voz familiar, la cual Aiye supuso que la estaba llamando. Se giró hacia de donde venía el leve grito y allí, a unos metros, encontró a Nerón, el cual sostenía un helado con una mano y hacía aspavientos con la otra.

– Ah… ¡Nerón, hola! – gritó Aiye abriéndose paso entre las gentes y llegando hasta donde estaba Nerón – ¿Y Hakon?

– Oh… pues, ni idea – respondió Nerón mientras daba un lametazo a su helado.

Aiye miró con un gesto de preocupación al horizonte, escrutando a ver si lograba ver a su paladinesco amigo.

– Está bueno, – dijo Nerón para romper el hielo, refiriéndose a su helado – deberías comprar uno.

Aiye lo miró y sonrió, mientras él continuaba con su helado. De repente, un brazo cogió a Aiye por el cuello desde atrás, casi ahogándola.

– ¡Hombreee! ¡Aiye, amiga mía! ¡Cuánto tiempo!

Aiye agarró el brazo que la oprimía y tiró al tipo al suelo, como si de un saco se tratara. Al tenerlo de frente, vio la burlesca figura de Monte.


– Vaaya… ¿Qué manera es esa de recibir a los amigos? – dijo Monte con su irónica voz – Y tú, ¿de dónde has sacado ese helado?


Nerón señaló con la mano que tenía libre hacia un pequeño puestecillo donde un vejete vendía helados a la gente. Viendo cómo Monte iba a toda mecha hacia el viejo, continuaba dando cuenta de su cucurucho.


– Vaya, qué efusivo – murmuraba Nerón entre mordisco y lametazo.


A Aiye no se le ocurrió nada que decir al respecto, sencillamente se puso a mirar distracta hacia una de las calles que salían de Khorill.


En el bosque que rodeaba el pueblo se hallaba precisamente aquel a quien Aiye buscaba. Hakon Átekhnos, quien blandía un palo alargado, se disponía a hacer allí alarde de su técnica.

– ¡Haaaaaaaaaaa! ¡Temedme, sucias fieras! ¡No hay guerrero que pueda igualarme en el manejo de mi espada! ¡Yo, Hakon Átekhnos, acabaré con vosotras de un solo golpe de mi sagrada arma!


Mientras esto decía, salió a su encuentro un gusano de seda de color verde chillón. Al intercambiar una furtiva mirada, Hakon se dirigió al insecto en tono heroico.

– Sucia bestia… ¿Cómo osas enfrentarte a mí? – y sonriendo al modo de un guerrero que ha vencido un difícil combate, sujetó fuertemente su palo y se puso a hacer aspavientos imitando técnicas ancestrales de espada – ¡Ha! ¡Toma esto! ¡Y también esto! Estás perdido, bellaco. ¡Haa...

– …kon!

Una voz se oyó a espaldas del supuesto justiciero. Hakon, algo asustado por la inesperada intervención de un espectador, se giró todavía con el palo esgrimido.

– Hakon… ¡por fin te encuentro! – dijo Aiye inclinada hacia delante y con las cejas entre fruncidas y arqueadas, mostrando una expresión entre airada e indulgente que desconcertó un poco a Hakon, pues podía ser simplemente para disimular un terrible cabreo – ¿No ibas a recoger hierbas para la tienda? Recuerda que hoy tenemos que abrir unas horitas para compensar lo de ayer…


Hakon, mirando a su mano esgrimidora, tiró torpemente el palo y bastante más ágil desenvainó de la espalda una hoz afilada de herborista. Su expresión cambió al punto de confuso a victorioso.

– Ehhm… ¡ahora mismo voy! Hierbas sareni, ¿verdad? – dijo mientras de agachaba y buscaba entre el musgo, apuntando con la daga hacia la hierba.

– Sareni traje yo hace dos días… – respondió Aiye con una mano en la frente, pues los rayos del Sol iluminaban, incluso en el bosque, con un cegador destello de luz – Nos hacen falta ausmeras y algo de sílex blanco. ¡Ah, sí! Y jugo de gusano púrpura, no te olvides…

– Okay. Ausmeras, sílex blanco y jugo de gusano púrpura. ¡De acuerdo! – dijo Hakon con tono alegre, ya que en un día de fiesta no estar contento era un pecado imperdonable según él.


– No te entretengas mucho, ¿vale? – dijo Aiye ya marchándose de nuevo en dirección al pueblo– Me gustaría abrir antes de la hora de la comida…– y, mientras decía estas palabras, se alejaba agitando suavemente la mano izquierda, a modo de despedida.


Tras pasar un rato recogiendo material que vender en la tienda, Hakon llegó con la frente polvorienta y los guantes llenos de tierra a la herboristería– armería de Aiye. En las manos traía todo tipo de hierbas, un poco de sílex de color blanco y también unos gusanos púrpuras para exprimir. Al llegar él, Aiye estaba despidiendo a un cliente rechoncho, que se iba con un machete grueso recién aquirido.

– Vaaya… progresan las ventas… – dijo Hakon al ver la alegre cara del cliente que salía.

– Hehe… ¡Sí, así es! – dijo Aiye muy feliz y con unas monedas en la mano – La fiesta ha atraído a alguna gente de fuera, que encuentran aquí unos productos únicos y de gran calidad. ¡Hahahaha…!

– Menuda publicitaria estás hecha… – dijo Hakon con ironía y algo cansado. Luego se acercó a la barra y posó el enorme cesto donde traía todo y se llevó una mano a su dolorida espalda – Traigo todo lo que me pediste. ¡Estoy molido…!

Aiye miró interesada el cesto, luego lo asió con ambas manos y, tras acostumbrarse a su peso, le dijo a Hakon:

– Bien… yo voy a organizar todo esto… Te quedas atendiendo, ¿vale? – y diciendo esto, abrió de una contundente patada la puerta del almacén.

– Ajá… vale…

No le dio tiempo ni a colocarse tras la barra, mientras se limpiaba la mugre con el mandil del uniforme, cuando discretamente entró un hombre viejo, encorvado, el cual vestía un andrajoso manto negro con el que solamente se le alcanzaba a ver su puntiaguda nariz y su recortada barba blanca. Cuando Hakon se dio cuenta de su presencia, lo pilló examinando un escudo que estaba expuesto.

– Vaya… parece que sólo me tocan viejos – pensó. Y, dirigiéndose al anciano jorobado de prominente nariz, dijo en alta voz – ¡Oiga! ¡¿Puedo ayudarle en algo?!

El viejo lo miró y se acercó despacio al joven, el cual aún tenía restos de tierra y mugre en la cara. Una vez estuvo casi pegado a él, le dijo en voz baja, como tratándose de un secreto:

– Eres muy impetuoso, joven. No hace falta que hables tan alto… Todavía conservo el sentido de la audición…

Hakon, medio extrañado por la respuesta de aquel vejestorio, le dijo moderando algo la voz:

– Ehmm… ¿en qué puedo ayudarle, viej… digo… señor?

El viejo lo miró con soberbia expresión, bien causada por su talante o por los problemas de oído típicos de la edad. Tras un momento de trance, le dijo con el mismo tono de voz:

– ¿Sabes si tienes por ahí algún texto… donde explique cómo traducir karyushin?

– ¿Kai qué? – dijo Hakon desconcertado, como si de un reflejo se tratase.

– La lengua de los antiguos demonios… – continuó el viejo – En este lugar vendéis artículos de ese tipo, ¿no es cierto?

Hakon ya no sabía qué vendían y qué no y tampoco tenía idea de qué hacer con aquel viejo; así que optó por llamar a Aiye al almacén. Contestándole esta última que debía haber algún papiro viejo por los estantes acristalados, Hakon pidió paciencia al viejo y se puso a buscar por la cristalera que estaba en la pared opuesta a la del escudo, esperando encontrar algo con aspecto de lengua demoniaca antigua. El viejo lo miró con desdén y continuó examinando los artículos expuestos.

En el interior de la cristalera había todo tipo de papiros viejos y polvorientos, pero ninguno parecía pertenecer a la lengua demoniaca. Hakon escrutó hasta los más escondidos rincones, pero no encontró nada. Se giró despacio y fue a comunicárselo al viejo encapuchado.

– Bueno… ¡no tiene importancia! Ya volveré otro día – y habiendo dicho esto avanzó apresurado hacia la puerta. Tan apresurado iba que no se percató de que la puerta no estaba más que entreabierta y, al intentar cruzarla, dio con la puntiaguda nariz en el borde. Tras lanzar maldiciones por lo bajo, abrió de par en par la puerta y, con la misma energía, se marchó y cerró de un sonoro portazo.


– Vaaya… menudo genio… – murmuró Hakon para si mirando hacia la puerta de la tienda. Se iba a girar para volver a su puesto en la barra, pero mientras daba el giro, se fijó en unos papeles que había en el suelo, frente a la puerta, posiblemente olvidados por el viejo. Hakon cogió los papeles con curiosidad, pensando que tal vez se tratase de textos en lenguas antiguas, pero no resultó así. Al leer la palabra RUINAS, escrita con letras negras, Hakon sintió una enorme fuerza que lo estaba llamando a la aventura.

En esto, Aiye salía del almacén con un papiro en la mano.


– Hakon, aquí están las traducciones de karyushin… – al ver que no había nadie más preguntó – ¿Y el cliente?

Hakon rápidamente se guardó los papeles en un bolsillo, se giró mirando hacia Aiye y dijo algo nervioso:

– Ehmmm… se ha… ido. Debía tener mucha prisa.

Aiye lo miró con cara rara, medio de desconfianza. Luego pensó que daba igual; al fin y al cabo, uno no debe preocuparse mucho en un día de fiesta, así que miró al papiro con cara de no saber qué hacer con él y luego avanzó hacia Hakon y le extendió la mano del papiro.

– De acuerdo… ¡Ya está bien por hoy de trabajo! Guarda esto con los otros papiros, ¿vale? Yo ahora voy para casa, que tengo que coger el monedero…– cogió Hakon el papiro y, al tener Aiye las manos libres, se echó una al bolsillo de la falda y mostró a Hakon las llaves de la tienda – Cierras tú, ¿vale? – y, con cara de felicidad propia de los días de fiesta, la joven de pelo rosa salió de la tienda, dejando al aspirante a paladín con el papiro en una mano y las llaves de la tienda en otra.

Tras un rato para asimilar bien la situación, pues a Hakon no se le daban muy bien las tareas mentales de aquella magnitud, echó un vistazo al papiro de las ruinas y luego al de karyushin, de nuevo al de las ruinas y luego a las llaves de la tienda. Después de haber analizado la situación, extendió el papiro de las ruinas, sintiendo que allí se escondía la aventura que lo haría definitivamente paladín de la justicia. Con el papiro apoyado en la barra y ambas manos sobre él, el excitado joven aventurero comenzó a leer entre susurros:

– Según multitud de textos que datan de los orígenes de la humanidad, existe un templo sagrado escondido en el bosque de Khorill. Este templo, cuyo paradero exacto se describe en el Hikawachikón, alberga en su interior el arma destructora de una antigua secta demoniaca. Se dice que esa arma podría acabar con todo el Universo si se usa descontroladamente. Entre los millones de textos que hacen alusión a esta arma se encuentra uno de un sabio druida, Kradenhur Knuttweldt. Este sabio describía en sus descubrimientos eruditos el ser maligno más poderoso jamás visto por los hombres. Decía que ese ser permanecía dormido en el interior del templo y que aquel que portase el arma de los demonios podría acabar con él. Buscando en diferentes copias del Hikawachikón ha sido posible trazar un mapa del bosque de Khorill, donde se señala la localización del templo… ¡Caray…!


Hakon pasó al siguiente papel, en el cual aparecía dibujado todo el bosque, incluido el pueblo y también una rosa de los vientos. En la esquina superior izquierda aparecía, marcado con una estrella de cinco puntas y unas cuantas runas extrañas, el dibujo de una cúpula con la palabra “templo” escrita al lado. Parecía que al fin el destino sonreía al joven aventurero. Si lograba hacerse con el arma de los demonios y acabar con ese ser maligno tan poderoso, la hazaña sería tal que correría de boca en boca dando comienzo a la leyenda de Hakon Átekhnos, el caballero que acabó con el mal. Imbuido por la alegría que eso le suponía, Hakon pegó un brinco y dio un grito de “hurra”. Sin poder contener las ansias de aventura, guardó todos los papiros en su zurrón de herborista, que estaba en el perchero, colgó el mandil con el símbolo de la tienda y se ajustó el zurrón al hombro y dio un paso al frente.

– ¡Allá voy! ¡¡¡¡La leyenda de Hakon el caballero ha comenzado!!! ¡Cogeré mi espada y…! Espera…

Hakon se había percatado de que no tenía más arma que la hoz de cortar hierbas. Es más, no tenía ningún arma y menos aún una coraza o algo que sirviera de armadura. Pensando dónde podría conseguir coraza y armas en poco tiempo y a bajo precio, se percató de un importante detalle: en el almacén había miles de armas y objetos de protección, – lógico, la tienda era una herboristería– armería, después de todo – así que escudriñó en el oscuro almacén y se aprovisionó de varias armas de todo tipo, un enorme escudo y unas protecciones a juego con una vieja cota de malla. Habiéndose equipado debidamente con lo primero que vio, dio de nuevo un paso al frente y gritó en alta voz, para que el cielo fuese testigo de su leyenda:

– ¡Allá voy! ¡¡¡La leyenda de Hakon el caballero pronto dará comienzo!!!


Recent Posts

See All

Comments


Fairy Lights
bottom of page