~Fama ~
- Skale Saverhagem
- Mar 21, 2007
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Allí estaba él, subido a un caballo sin siquiera saber montarlo, mirando absorto al gentío que lo observaba y comiéndose tranquilamente uno de esos pastelitos industriales ante la influenciable muchedumbre. Él y solamente él se había convertido en el centro del universo, quizá sin haberlo querido, quizá sin haberlo buscado... al menos, sin ser consciente de haberlo hecho. Probablemente la actriz que hacía de jinete no se acordaría de él tras haber descendido del caballo que los sostenía, pero seguramente algo habría dejado huella en ella y en todos los que observaban atónitos, dejándose guiar, dejándose convencer por su inocente provocación. Poco a poco, el sonido de gente masticando y tragando absurdos productos hechos para el consumo de las masas se iba haciendo más y más patente, casi hasta ensordecer el pensamiento del triunfador. Aquí y allá había hombres y mujeres sacando aperitivos de cualquier lugar bajo la ropa, abriendo bolsas y dejándose llevar por un inculcado sentimiento de necesidad para satisfacer un apetito nuevo. Un hindú había sacado entre llantos una hamburguesa y había empezado a comérsela... y así otros tantos con la variedad de consumibles que tenían a mano.
Sin duda, sin ninguna duda, nuestro hombre había triunfado. Él había determinado este impulso en su gente. Era alguien, alguien importante al que los otros imitan. Se sentía extraña e inocentemente un dios.
Desde un plano superior, por encima del hombro, el hermano mayor observaba el progreso a paso seguro del nuevo juego que su hermano menor había empezado.
- ¿Hasta cuándo estarás haciendo esa maldita ciudad? Llevas siglos ahí y no avanzas nada la historia.
Pedagógicamente espartano. Seguramente es cierto que el talento con sangre entra... o no. Al menos él había vivido un calvario continuo años atrás, lo cual le había costado su salud mental. Pero al menos se había mantenido firme y consiguió no caer ante el abominable entrenamiento al que lo sometió su abominable némesis, aquél que contribuyó en su nacimiento y en la vida no le aportó más que desdichas. Sin embargo, quizás eso lo hubiera hecho más fuerte... o puede que eso mismo fuera lo que lo mató como artista y genio creador. Mirando a su joven hermano veía un reflejo mal pulido y un tanto mediocre de él mismo. Viendo aquella pantalla del juego contemplaba un tiempo indeterminado, como si aquel pequeñajo tuviese todo el tiempo del mundo para hacer su juego. "Absurdo", pensaba. No se consigue nada parándose en meros detalles, deshaciendo y volviendo a hacer una porción de suelo del mapa. "O lo haces o no lo haces", sencillamente, pero hacer y deshacer para luego volverlo a dejar como estaba... no, eso no tenía valor ni era algo que hicieran los genios creativos de verdad. No lo creía así; definitivamente, no.
Él, el pequeño y su hermano mayor, junto con su tía, eran los tres aficionados a los juegos de vídeo desde muchos años atrás. El pequeño estaba dejado de ser un niño, pero los otros dos ya tenían cada uno su edad. Su hermana, sin embargo, hacía tiempo que los había dejado por pasatiempos más adultos, más maduros. Ellos tres, en especial la tía, seguían siendo unos infantiles, jugando a esos juegos e inventando historias en mundos de fantasía. ¿Quién en su sano juicio haría algo así? Las personas maduras son productivas para la sociedad, solamente los niños inventan historias y pasan el tiempo jugando. Y cambian. Algunos de los juegos que tenían eran tan viejos que uno no sabía si el personaje que había elegido era chico o chica, de lo ambiguo de los gráficos. Había un tipo de juego que predominaba en la colección y eran los de lucha callejera. Por alguna razón, ese género siempre tuvo mucho éxito entre ellos y pasaban las tardes repartiendo puñetazos con su personaje predilecto.
Fue un día como otro cualquiera cuando se desencadenó todo el asunto:
- Hoy haré de ti un hombre. Se acabaron los juegos - con estas palabras el padre cogía la hermano pequeño por el brazo y se lo llevaba, dejando el ordenador encendido que todavía mostraba la ciudad sin terminar.
Había llegado la hora... Le había llegado la hora. Ni siquiera la tía de ambos lo hubiera podido parar, y mucho menos su hermano mayor. De hecho, el mayor no tuvo intención de detenerlo y cambiar así el curso antinatural de los hechos. Lo único que se podía fraguar en su corazón era el odio, un odio terrible y brutalmente asesino, consumidor de voluntades y destructor de mundos de alma pútrida: odio hacia aquél que lo había expropiado de su fuerza, torturándolo hasta la rendición. Su interior, repleto de ello, dejó espacio para una pregunta:
"¿Aguantará lo que se le viene encima?"
Y, sin más, desaparecieron hacia el camino del macho, padre e hijo, uno con la esperanza vana de ver triunfar su último vástago, el otro con la inocencia que heredó del primero. Por suerte o desgracia, la inocencia era lo que iba a desechar... y ella, dolorida, volvería para torturarlo cada día, igual que hizo con su padre, para siempre, sin esperar falsos arrepentimientos.
Definitivamente, había triunfado.
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