top of page
Fairy Lights

-Capítulo 3: Asesinato en las Tinieblas-

  • Writer: Skale Saverhagem
    Skale Saverhagem
  • Aug 10, 2024
  • 18 min read

Updated: Nov 6, 2024



Tras liberar por error a uno de los exdirigentes del clan Kanth más poderosos de la historia del Universo, el pelotón del difunto Hákontos pasaba en la mansión sus últimas horas, decidiendo el siguiente paso. Puesto que su teniente había muerto y eran los únicos supervivientes de la misión, el disminuido grupo se dividía entre aquellos que pretendían regresar a Edhelorn e informar a sus superiores de lo sucedido y aquellos que creían que lo mejor era abandonar la misión y actuar por libre. Entre gruñidos arkadios y demás discusión, había un penitente que estaba extrañamente callado, mirando su deshonrado reflejo en el acero de su sable y con la mente totalmente en blanco… o nublada, como se prefiera interpretar. Era, cómo no, Aristómenes.


–¡Informar en el Cuartel General es lo primero! Luego ya vendrá lo demás…


–Pero si regresamos así… en el caso de que pudiéramos volver… ¿A caso tienes idea de cómo llegar? Yo prefiero desvincularme de una vez de esta misión.


–Grrr grr, grrr… ¡¡GRR!!


–¡Si no tenemos transporte, siempre podremos conseguir uno! Por eso no hay que preocuparse…


–Ya, pero… ¿con qué dinero? No suelen regalar naves en condiciones todos los días…


–Haz lo que quieras. ¡Pero yo regreso a Edhelorn YA!


–Grrr…


–¿Tú qué opinas, Aristómenes?


–Sí, eso… Y, ya de paso, dinos qué opina Wolfserk1


Aristómenes, tras unos segundos de trance, despertó de repente y salió de la habitación, envainando su sable recién abrillantado y con una mirada bastante tétrica. El asombro fue general en la estancia, pero nadie se levantó para seguirlo. Al parecer, aún no estaba claro lo que iban a hacer a partir de ahora.


Bajando las escaleras, Aristómenes llegó hasta el enorme salón, donde estaba Avir con el robot doméstico. El soldado pasó de largo y continuó hasta llegar al pasillo, el cual atravesó ante la desconcertada mirada del mayordomo, que seguía en el salón. Tras recorrer el largo pasillo acristalado llegó a la puerta de entrada de la mansión, la cual estaba abierta, dejando pasar los brillantes rayos del tórrido sol del desierto. Sentada en una roca, en el exterior de la casa, estaba Kaya, todavía con el blanco camisón que llevaba la noche pasada y sumida en sus pensamientos. Aristómenes se acercó, pero el sentimiento de haber fallado a aquella chiquilla lo demoró un instante. Finalmente, se sentó en la misma roca que la joven y se quedó mirando al horizonte sin decir nada, también sumido en sus pensamientos.


Soplaba una brisa agradable, la cual atenuaba el calor que hacía en el entorno y tranquilizaba las atormentadas conciencias de ambos penitentes, tanto de Kaya Keruan como de Aristómenes Ónaros. Fue Kaya la que, animada por la brisa y la compañía de Aristómenes, empezó a hablar:


–No he podido agradecerte antes lo que has hecho… Me has liberado del espíritu que me atormentaba…


Aristómenes, sin girar la cabeza, igual que Kaya, respondió:


–No merezco tu agradecimiento. He fallado en mi promesa.


La blanca mano de la joven descendiente del clan Kanth rozó el brazo del soldado edhelorniano, y ambos cruzaron una mirada inexpresiva.


–A veces es difícil actuar correctamente… y muchas veces no se obtienen los resultados deseados… No ha sido culpa tuya el haberme herido. Toda la culpa ha sido suya… de mi… mi…


Kaya aguantó las lágrimas, pues el recuerdo de su malvado padre la seguía atormentando y no podía evitar sentirse triste por ello. El deshonrado espíritu de Aristómenes sintió una gran pena por aquella atormentada niña y sabía que, para restaurar su honor de soldado, debía ayudarla como fuese.


–¡Kaya!–se irguió sobre el arenoso suelo y continuó– Yo… te juro… que… yo te…


Kaya lo miró y sus azulados aunque grises ojos se humedecieron con lágrimas. Al ver esto, Aristómenes se puso todavía más nervioso, pero al final logró terminar la frase:


–¡Yo te protegeré, Kaya! Mi honor de soldado así lo requiere.


Del interior de la casa se oyeron voces familiares. Grassmann y el resto del grupo habían deliberado y ahora buscaban a Aristómenes para contarle su veredicto.


–¡Grrrrrrr… grrrr!2


Kahron iba murmurando cosas a Grassmann, a pesar de que éste no le hacía mucho caso.


–De ligoteo, ¿no? Hahahahahaha…


–¡Eh, Aristómenes! Te hemos estado buscando… ¿Tú has decidido qué hacer?


Aristómenes, cortado por la repentina intervención de su grupo, se tomó un tiempo para girar hacia ellos, dejando con su inmensidad a Kaya en las sombras.


–¿Ya has decidido?


–Grrrr…


–No, Wolf. Creo… que me quedaré aquí. Me quedaré como guardián; es posible que el espíritu de ese sucio Inzanus vuelva a atacar.


Y Kahron seguía murmurando, y Grassmann ni caso:


–Parece que le ha gustado de veras, ¿eh? Hahahahahahaha…


–Grrrr… grrrr grrrr.


El arkadio se adelantó y le tendió la mano enorme y peluda a Aristómenes. Éste se la apretó con la suya.


–Nos volveremos a ver, compañero. Eso seguro.


El grupo de tres se apartó un poco de la enorme mansión, dirigiendo de nuevo la mirada a Aristómenes. El sol se había mostrado en todo su esplendor.


–Bieen… –comenzó a decir Grassmann–Yo siempre he tenido ganas de atravesar la gran barrera para conocer al más grande de los maestros en la técnica marcial de Alsh: el Maestro Grüne. ¡Le pediré que me entrene y me haga más fuerte, hahaha!


Kahron lo miró con una expresión entre asombro y locura. Tras pasársele el asombro, fue él quien anunció sus planes:


–Vaaya… Yo casi prefiero regresar a la patria… Si se me ocurre una idea mejor, ¡ya daré la vuelta en el camino, he!


Wolfserk volvió a mirar al penitente soldado. Él lo entendió incluso sin necesidad de proferir un solo gruñido.


–Wolf, no te preocupes. ¡Hasta luego, colegas!


Y agitando el brazo, los tres fueron caminando hacia el horizonte, perdiéndose cada vez más entre las arenas de Naidloth. Aristómenes no pudo contener una lágrima furtiva por la despedida. Y pensó para sus adentros, mientras se ponía el gran sol:


–Compañeros… esto no es un adiós. Presiento que el destino nos volverá a unir en esta cruzada…


Kaya miraba a Aristómenes con expresión lastimera y sin desviar la mirada de la del soldado, la cual se perdía en el horizonte por el que desaparecieron sus antiguos compañeros de pelotón. En esto, la madre de la joven y Avir, el mayordomo, salieron de la gran mansión. Al ver a Aristómenes de espaldas a la casa, habló Avir al soldado:


–¿Habéis decidido… permanecer en la mansión?


Al oírle hablar, tanto Aristómenes como Kaya se giraron. El rostro moreno del soldado se cubrió en las sombras, al estar de espaldas al Sol.


–Si me permitís, me gustaría cuidar de la pequeña Kaya como su guardián. Le aseguro– dijo a la señora de la casa– que no permitiré que el difunto kanth la vuelva a torturar como hasta ahora.


Viendo la expresión sincera, medio cubierta por las sombras, de la mirada de Aristómenes, la señora asintió con la cabeza. Desde ese instante, Aristómenes Ónaros se haría cargo de la seguridad de los antiguos kanth habitantes de la gran mansión.


*****************************************


Había anochecido. La brisa nocturna convertía la llanura desértica en un lugar más bien gélido y la luz lunar alumbraba la enorme mansión, medio en ruinas. A esas horas, el jardín que todavía se conservaba tras la casa era realmente un lugar de ensueño.


Absorto en sus pensamientos, Aristómenes contemplaba los vastos matorrales y demás vegetación que rodeaba el lago y que, no contenta al parecer con ello, aún pugnaba con abrirse paso hacia el interior de la casa. Con la vista fija en la oscuridad, el soldado aún recordaba la promesa que había hecho y se preguntaba, en el interior de su espíritu penitente, si había tomado la decisión apropiada al quedarse allí, cobardemente, en un paraíso fingido en el que nadie puede sentirse realizado. Sin embargo, tenía sus razones para permanecer en la mansión y ello añadía aún más pesar a su rostro ya normalmente taciturno.


En aquel instante, un cambio en la brisa arrancó al soldado de sus ensoñaciones, dirigiendo su atención hacia la entrada del jardín. En el umbral, una misteriosa figura, envuelta en la oscuridad, avanzaba sigilosamente hacia el lugar en que se encontraba Aristómenes, quien, ante la posibilidad de que fuera un enemigo, no se lo pensó ni un segundo antes de apuntar con su rifle a la extraña aparición, que, a pesar de todo, seguía avanzando lentamente. Las sombras del lugar hacían difícil precisar la identidad y ubicación de la figura, que, además, era capaz de moverse sin hacer un solo ruido; incluso los entrenados sentidos de Aristómenes tenían dificultades para identificar su posición exacta, haciendo que un disparo preventivo fuese una mala idea. Entonces, un súbito rayo de luna reveló a la joven Kaya, quien, con su habitual aire de tranquilidad, avanzaba despreocupadamente hacia el soldado, exhibiendo una sonrisa en su rostro blanquecino.


– Volvemos a encontrarnos, hehe...


Aristómenes, turbado, bajó inmediatamente el arma para recibir a la chiquilla, a quien había estado a punto de asesinar un segundo antes. Kaya llevaba un camisón limpio y caminaba por el jardín con los pies descalzos. Silenciosamente, ella se acercó hasta él, sin apartar ni un ápice la mirada de los esquivos ojos del soldado.


– No pareces muy contento, creí que querrías verme.


– Yo... he estado a punto de hacer algo imperdonable.


Acercándose hasta que casi podía sentir su respiración, la joven no parecía en absoluto preocupada.


– Ya te dije que uno no debe fiarse de sus sentidos... Habíamos quedado en vernos en el embarcadero, ¿no te acuerdas?


Como anticipándose a los pensamientos del soldado, la joven siguió su camino hasta una pequeña estructura de madera a la orilla del lago, a escasos pasos del lugar donde estaban. Al final de la pasarela se encontraba amarrado un bote de remos de aspecto algo gastado, pero que no parecía ofrecer peligros para navegar por las aguas en calma de aquel lago privado. Con el corazón apaciguado ante la presencia de la muchacha, Aristómenes avanzó hasta llegar al final de la pasarela y, habiendo enfundado su rifle, decidió poner un pie en la pequeña embarcación. Sin embargo, fue rápidamente detenido por la mano de Kaya en su hombro. Era poco probable que el bote aguantase el peso de las armas del soldado, las cuales, además, podrían hacer agujeros en el casco y hundirlo. Al soldado le costaba separarse de sus armas, especialmente su espada de acero edhelorniano, y más aún lo inquietaba el no poder proteger a Kaya en caso de algún ataque. No obstante, la chiquilla le aseguró que el lago era seguro y que estarían solos el tiempo que durase el paseo en barca. Ante aquellas palabras, adornadas de un aura de inexplicable certeza, Aristómenes abandonó su rifle y su espada en tierra y subió al bote, inmediatamente seguido por la alegre y sonriente Kaya, que subió de un salto.


Aristómenes condujo el bote de remos hacia el medio del lago a través de mareas de nenúfares y otras plantas acuáticas que poblaban el apacible lugar. Sus ojos escrutaban la oscuridad de la orilla, instintivamente desconfiando de la tranquilidad del ambiente, pero sin éxito. Quizá la chiquilla tenía razón y era sólo la confusión de su mente jugándole malas pasadas lo que le hacía desconfiar. Ciertamente, algo en su interior lo impulsaba a creer en ella, algo que no podía explicar. Decidió, pues, centrar sus pensamientos, y su mirada, en Kaya y no preocuparse por el momento.


La joven estaba mirándolo con ojos fijos, brillantes a la luz de los rayos de luna que de vez en cuando asomaban. Su semblante había pasado de la alegría a una curiosa inquietud.


– Aún te veo preocupado.


Aristómenes no deseaba trasladar su preocupación a la joven, así que escrutó de nuevo los alrededores en busca de una excusa plausible a su reciente nerviosismo.


– Estaba pensando que no tenemos todas estas flores en Edhelorn. Sólo... sólo eso.


– Aquéllas más oscuras que crecen en el jardín se llaman rododendros, las más claras, peonias. Y éstas... – añadió recogiendo una de la superficie del lago – son nenúfares.


– Ésas las conocía...


– Pero no era de eso de lo que querías hablar, ¿verdad?


La expresión de la joven tomó de pronto un cariz mucho más solemne, como si realmente pudiese ver los pensamientos de Aristómenes igual que su reflejo en las aguas tranquilas del lago. Un aura de misticismo emanaba siempre de ella cada vez que estaban juntos, igual que ahora, algo que el soldado no podía evitar relacionar con el hecho de que aquella chiquilla fuera una descendiente del oscuro clan de los kanth.

Aristómenes le explicó como pudo sus inquietudes a la joven, cómo, después de los acontecimientos sucedidos la noche anterior en la cripta, había deseado salir tras el espíritu de Inzanus y no detenerse hasta encontrarlo y acabar con él, pero que había desechado esa idea por el momento para protegerla a ella, según él ya le había dicho, debido a su honor. Aludió entonces a su encuentro en el laberinto de monolitos y a lo que la joven le había dicho entonces, aquello tan importante que ella deseaba decirle precisamente en aquel lago.


– No me acuerdo...


La expresión de Aristómenes se tornó inquisitiva ante aquella inesperada respuesta. Pero no le dio tiempo a preguntar nada antes de que Kaya continuase hablando.


– Todos mis recuerdos de ayer están borrosos, como en un sueño... Cuando él entraba en mi mente, era como si me encontrase a mí misma en un mundo aparte, ausente de la realidad. A veces me despertaba y estaba en un lugar distinto... entonces, una tristeza imposible de explicar me hacía estremecerme. Pero luego esa sensación desaparecía y todo volvía a ser como antes. Es extraño, pero así es.


No estaba seguro de cómo interpretar aquellas palabras. La joven parecía sincera; sin embargo, de algún modo, sus emociones no parecían casar con aquello que estaba diciendo.


– Tu armadura... está triste.


Ante aquella extraña afirmación, Aristómenes bajó la mirada para encontrarse con los destrozos que la batalla de la noche anterior habían producido en su equipo protección, ahora prácticamente inservible. Ahora era Kaya quien parecía estar preocupada por el soldado. Ante aquello, él no pudo evitar ponerse algo nervioso, pero la necesidad de consolar a la muchacha pudo más que los nervios y, dejando los remos quietos en el agua, exclamó con voz entrecortada:


– Eso no me impedirá protegerte. Puedo conseguir otra armadura, pero... Yo juré que te protegería y eso haré. Eso es lo importante ahora. Todo lo demás... puede arreglarse.


Ambos pasaron el resto de la velada en silencio, observándose sin decir una sola palabra. Habían dado la vuelta al bote lentamente en dirección al pequeño embarcadero y, una vez allí, ambos descendieron de nuevo a tierra, donde el soldado recuperó sus armas. Kaya se había quedado observando los rododendros.


Entonces, Aristómenes decidió romper el silencio en la oscuridad del jardín.


– Kaya, yo... lo siento. Ojalá hubiese sido capaz de defenderte entonces.


La muchacha se volteó hacia el soldado, recorriendo de nuevo el camino hacia la pasarela hasta llegar junto a él y, acercando la blanca mano a su rostro cobrizo, le dijo en un susurro:


– Sé quién eres, Aristómenes Ónaros. Lo puedo ver claramente en tu corazón. Quien aún no puede verlo... eres tú. Otro día quizá podamos vernos de nuevo en el jardín, pero, por ahora...


Antes de que pudiese acabar la frase, un bostezo ya había tomado posesión de su rostro, lo cual le confirió una expresión entre inocente y divertida, haciendo que no quedase ni rastro del semblante solemne de hacía un instante. Aristómenes también creyó que sería buena idea irse a acostar y, acompañándola hasta las escaleras, se retiró al cuarto que había estado ocupando junto a su pelotón desde el día en que llegaron; ahora aquella era su habitación. No tuvo tiempo de reflexionar sobre todo lo que le había acontecido desde entonces, pues el sueño enseguida hizo mella en su agotado espíritu, sumiéndolo en un letargo que hacía tiempo le hacía falta.


Desde aquel día, los encuentros de Aristómenes con Kaya fueron escasos y, sobre todo, inocuos. Mientras el soldado efectuaba sus patrullas diarias por la mansión y los alrededores, bajo encargo de la señora de la casa, con el supuesto fin de proteger a sus habitantes de algún posible ataque, Kaya permanecía recluida en el espacio que iba desde el comedor hasta la propia habitación de la chiquilla, casi siempre en compañía de su madre o de Avir, el leal mayordomo. De esta manera, sus interacciones se limitaban a miradas fugaces y algún saludo cortés; cosa que apenas parecía afectar a la chiquilla, pero que a Aristómenes no dejaba de producirle cierta frustración, según se decía a sí mismo, debido a que no podría protegerla adecuadamente si algo le sucediera no estando junto a él. Durante una de sus rondas habituales, no pudo evitar reparar en la estatua señorial del pequeño cuarto junto al pasillo que daba al recibidor. Aquella ominosa figura le recordaba impasible todas sus debilidades, sus temores, su impotencia. Instintivamente deseaba dar caza a aquel espectro que atormentaba cada segundo de su existencia, incluso estando ausente. Cuando quiso darse cuenta, se encontraba apuntando con el rifle a la cabeza de la estatua de Inzanus.


– No solucionará usted nada tomándola con el mobiliario, señor...


La voz que resonaba en el pasillo era la de la señora de la casa, lo que devolvió al soldado súbitamente a la realidad. Al igual que su voz, los pasos de la señora eran tranquilos pero altaneros, como los de alguien que ha estado durante toda su vida habituado a mandar y ser obedecido. Una vez estuvo también frente al cuarto de la estatua, y para sorpresa del soldado, ella continuó hablando, igualmente con el mismo tono de apacible autoridad:


– En muchos aspectos, no le negaré que mi marido era un cretino superlativo... Pero una cosa ha de concedérsele y es que sabía cómo ganarse a sus seguidores. En cuanto los alsh perpetraron su muerte, ahí fue el final de la guerra para nuestro clan. Oh, le prohíbo terminantemente que me mire de ese modo. ¿A caso cree usted que es el único que se preocupa por la seguridad de mi hija Kaya? Suponiendo que se haya quedado por eso, claro... Esa mirada otra vez. Si he consentido en que se quedase aquí es porque nos venía bien un guardaespaldas después de todo lo ocurrido recientemente. Al principio albergaba mis dudas, he de confesarle, pero temo que haya pasado demasiado tiempo preocupándome por demasiadas cosas a la vez...


Aprovechando el largo suspiro que dejó escapar la señora, Aristómenes aprovechó para reafirmar sus intenciones, asegurándole una vez más la sinceridad de éstas.


– Lo sé, no tiene que decirme nada. Si todavía dudara de ello no me habría parado a conversar con usted. Le he dicho antes y le repito ahora: usted no es el único al que le preocupa mi hija.


En esta ocasión, tanto la expresión como el tono de voz de la señora habían adquirido un perceptible matiz de tristeza y de aflicción que apenas casaban con su habitual aire de altiva nobleza. A pesar de ello, lograba mantener la compostura.


La señora decidió entonces hacer partícipe a Aristómenes de la razón de sus preocupaciones. Debido al enorme poder mental que Kaya poseía desde muy pequeña, el cual no era capaz de controlar, su propio espíritu llamaba subconscientemente al de su difunto padre, quien se aprovechaba de ello para poseerla y, usando el propio poder latente de la chiquilla, transformarla en aquel monstruo que ya conocía. Era, según conjeturas de la señora, el subconsciente poder de Kaya lo que, al enterarse de la muerte de Inzanus, había posibilitado que éste regresara como fantasma. Por supuesto, según llegaban más y más soldados, peor era la situación de la familia y más frecuentes las transformaciones de Kaya, y peores sus secuelas físicas y psíquicas.


– A veces es difícil actuar correctamente y no siempre se obtienen los resultados deseados. Después de todo, estamos forzados a aceptar el pasado tanto como el presente...


Aristómenes creía haber escuchado aquella frase antes, por lo que se sorprendió al oírla en labios de la señora, aunque con un tono de estoicismo que no se encontraba en sus recuerdos. No obstante, antes de que pudiera reflexionar sobre lo que había oído, la señora continuó hablando como en un soliloquio.


– Sabe, mi familia no fue siempre tan importante... En otra época fuimos considerados meros charlatanes, poco menos que ilusionistas de feria; durante mucho tiempo estuvimos prácticamente en el escalón más bajo de la sociedad. Sólo fue desde el desarrollo de la tecnología hiperespacial que los clanes espirituales empezamos a gozar del respeto que merecíamos. Le extrañará que hable de un tiempo tan lejano como si hubiese sucedido ayer, pero como miembro del antiguo clan de los kanth tengo motivos para enorgullecerme de su linaje. No obstante, los alsh se creen superiores a mi familia pero, a pesar de ello, no son capaces de luchar limpiamente, tienen que pedir ayuda a un ejército ajeno que les saque de apuros. Nosotros habremos caído en decadencia, pero seguimos con la cabeza bien alta. Hemos sufrido más en tiempos pretéritos, lo de ahora no es nada en comparación. Aunque no espero que un soldado como usted entienda nada de esto...


Sin desviar la mirada de la estatua de piedra, Aristómenes respondió:


– Al contrario, lo entiendo bastante bien.


Ante aquella respuesta, la señora casi pareció sonreír.


– Es usted raro, pero eso no es necesariamente malo. Al menos, usted tiene honor.


Y, diciendo aquellas palabras, se marchó por donde había venido, dejando a Aristómenes de nuevo a solas con sus propios pensamientos mientras veía cómo, ya a lo lejos, Avir recibía un rapapolvo de la altiva señora debido a, al parecer, la escasa pulcritud de la mansión y cómo él, a su vez, trasladaba la reprimenda al desvencijado androide 4B, el cual parecía excusarse sinceramente.


“Al menos, usted tiene honor”, había dicho la señora.


¿Honor? Él no estaba tan seguro...


*****************************************


Había sido un día especialmente largo y Aristómenes se encontraba exhausto. Una vez en su habitación del primer piso, se desplomó a ciegas en el lecho mientras los acontecimientos se agolpaban en la oscuridad de su mente. Apenas había tenido oportunidad de volver a hablar con Kaya desde aquella noche en el lago y los nervios que sentía al pensar en ello le hacían complicado el conciliar el sueño. Kaya, misteriosa y distante a veces, otras cálida y cercana. Pero una cosa estaba clara...


De repente, un espantoso alarido hizo eco en toda la mansión, sacando al soldado de su recién adquirido letargo. A éste le siguieron varios ruidos a intervalos irregulares y un estruendo como de algo metálico rompiéndose y desparramándose por el suelo. Al principio le pareció que lo había soñado, pero un espantoso presentimiento le hizo reaccionar y levantarse de inmediato. Rifle en mano, Aristómenes descendió apresuradamente a la planta baja, lugar que, con toda seguridad, era la fuente de aquel horrible ruido.


Una vez en los últimos peldaños de la escalera de caracol, no quiso creer lo que veían sus ojos. Con su blanco camisón todo empapado de sangre, Kaya contemplaba los cuerpos exánimes del mayordomo Avir, la señora de la mansión y un montón de piezas oxidadas que antes formaban al androide 4B, ahora esparcidas por el suelo junto a los otros dos cadáveres, todos con unas características marcas de garras que el soldado no tardó en reconocer: eran las mismas que habían acabado con el teniente de su antiguo pelotón y las mismas que hace no tanto destrozaron su armadura. No había otra interpretación posible: Kaya los había matado a todos.


Esta certeza paralizó a Aristómenes en el sitio, incapaz de apartar la mirada de aquella escena macabra, procurando no producir el menor sonido, ni siquiera el de su respiración. Sin embargo, antes de que pudiera darse cuenta, se encontró con que la chiquilla se había girado y lo miraba con ojos asesinos.


Ahora, los ojos de la chiquilla estaban fijos en Aristómenes, quien, a su vez, sin moverse un ápice, miraba a Kaya sin apenas pestañear, evitando pensar en qué pasaría si, a pesar de su promesa, no tenía más remedio que acabar con ella. ¿A caso podría tomar aquella decisión? El corazón le latía descontrolado mientras seguía sosteniendo aquella mirada, inmóvil, incapaz de reaccionar, sin poder articular un solo pensamiento que implicase herir a quien había jurado proteger. No, antes que traicionar su palabra se dejaría matar por ella para así, al menos, morir sin perder del todo su honor.


Entonces, los ojos inyectados en sangre de la chiquilla perdieron todo instinto asesino y la joven recobró su mirada dulce e inocente de siempre. No obstante, no tardó en verse abruptamente empañada por las lágrimas.


– ¡¡Kaya!!


Aristómenes corrió a sostener a Kaya entre sus brazos en cuanto vio que ella estaba a punto de perder el conocimiento, pero la joven, en lugar de eso, se echó a llorar con una angustia que desgarraba el corazón. Al parecer, la presencia del soldado había logrado hacer que Kaya volviera en sí, aunque ahora tuviese que lidiar con nuevas secuelas al encontrarse con que había matado a su familia.


Inzanus, él era el culpable de todo. Estaba claro que, mientras Inzanus siguiera libre, Kaya sufriría. Aquella certeza arraigada en el corazón de Aristómenes hacía aflorar de nuevo sus ansias de venganza. No podía postergarlo más, debía partir a la caza del fantasma. Después de todo, lo había prometido.


*****************************************


– Espera, Wolfserk.


– ¡Grr, gr...! ¿Grrr?


– Ven un momento... Tengo que decirte algo importante, pero sólo a ti. Es... sobre lo que pasó en el laberinto.


– Grrgrrgr... grrgrr... ¡Grr!


– Efectivamente. Wolfserk, si no conseguimos acabar con Inzanus... si muero aquí, quiero que cojas mis armas y las uses para destruirlo. ¡¡Prométemelo!!


– ¡Grrgr gr grrr gr, grrr!


– No tengo miedo de morir... Pero, mira cómo estoy, es un milagro que siga en pie. Pienso luchar hasta el final y destruirlo cueste lo que cueste; aún así, si muero en el intento, ¡tienes que ser tú, con mis armas, el que lo haga! ¡Júrame que lo harás, Wolfserk! Júrame que, si fuese Inzanus quien acabase conmigo, cogerás mis armas y las usarás para matarlo, ¡hazlo!


– ¡Gr! Grgrr gr grgrr, ¡Grrgrgrr... Grrgrr!


– Gracias, compañero... Nunca había tenido que llegar a esto, pero... tampoco me había visto antes en una situación así. Esto es algo que debo hacer cueste lo que cueste, es algo que... va más allá del honor. Si no fuese yo quien destruyese a Inzanus, siento que permanecería eternamente deshonrado. Se lo prometí a la chiquilla, a Kaya.


*****************************************


Habían permanecido abrazados hasta que la primera luz del alba empezaba a abrirse camino entre las tinieblas de la noche. Aristómenes había decidido salir sin demora antes del amanecer aquel mismo día. Según ponía un pie fuera de la ruinosa mansión, volvía la vista atrás para encontrarse a Kaya atravesando el umbral con paso sereno pero decidido.


– ¿Estás segura, Kaya?


Ella asintió. Ahora a ella tampoco la ataba nada a ese lugar; sus ataduras desaparecieron a la vez que las de Aristómenes. Ambos eran libres para ir tras el malvado espíritu que los atormentaba.


– Lo estoy. Al igual que tú, yo también albergo deseos de vengarme contra el que me ha hecho sufrir durante toda mi vida... Por ello, no me separaré de ti. Yo... también deseo protegerte, como pueda. Deseo entender el poder con el que nací, deseo volverme más fuerte para así serte de alguna utilidad. ¡No quiero que él vuelva a controlar mi mente! Sé que pude volver en mí gracias a tu espíritu, así que te seguiré... como tu discípula.


Aristómenes negó seriamente con la cabeza. No entrenaría a Kaya en las artes de la guerra, aunque sí la ayudaría a entrenar su mente para así mantenerse a salvo del control de Inzanus. Aquello sería la decisión más segura para ambos, dado que el don de la chiquilla era de naturaleza mística, por lo que no deseaba exponerla innecesariamente a los peligros de la batalla.


Demostrando comprender con la mirada, y con la decisión aún mercada en sus grandes ojos grises, Kaya se acercó a Aristómenes hasta rozar su brazo. No eran necesarias más palabras; con la vista clavada en el horizonte de Naidloth, los dos, Aristómenes y Kaya, abandonaron para siempre la mansión Keruan para embarcarse en la caza del malvado espíritu de Inzanus. No importaría el tiempo que les llevase, no pararían hasta encontrarlo y destruirlo para siempre.



_____________________________________


1 Tal vez esté comentado anteriormente que Aristómenes es el único del grupo que entiende la lengua arkadia (aparte del propio Wolfserk).

2 Lo que quiere decir: ¡Aristómenes… Ónaros!

Esto fue lo último que se escribió del relato original de Aristómenes y Kaya en 2003.

Recent Posts

See All

Comments


Fairy Lights
bottom of page